Puerto García
A menudo, cuando hablamos de los logros de la II
República en lo que se refiere a las mujeres, hablamos o escribimos de oídas.
En el primer tercio del siglo XXI, conocemos un poco mejor lo que supuso este
período de la historia de nuestro país para la revolución silenciosa de la
mujeres y digo silenciosa, porque siempre han sido silenciosas las revoluciones
que nos llevaron a conseguir cierto espacio de derechos en distintas épocas de
la historia. ¿Silenciosas o Silenciadas?
ahora no sabría cómo contestarme a mí misma, supongo que muchas de las que
estéis leyendo esto tampoco.
Sin embargo, el proceso cíclico de la propia
historia permite que las cosas que fueron silenciadas en un momento sean
ensalzadas en otros, motivo por el cuál, ahora, conocemos al menos una parte de
lo que supuso “La II República” para el despertar y el despegar en la
reivindicación de los derechos de las mujeres, hoy diríamos “el
empoderamiento”.
Conocemos que hubo un grupo de intelectuales
mujeres, en sintonía con los intelectuales hombres de la generación del 27, y
aunque durante la transición regeneradora que nos vendieron no se habló mucho
de ellas, podemos decir que en estos momentos están reivindicadas; me refiero a
las “SIN SOMBRERO”. Un trabajo loable por parte de la autora Tània Ballò,
“realizado casi como una apuesta personal”, según sus propia palabras. Por ella
y por otras muchas sabemos que hubo una revolución discreta e ilusionante de la
que fueron protagonistas mujeres “empoderadas”.
En la pintura destacaron Maruja Mallo y Margarita
Manso, acompañadas por ilustradoras como
Marga Gil Roësset, en la literatura, Rosa Chacel y Josefina de la Torre,
también Ernestina de Champourcín, en la filosofía María Zambrano, escritoras,
editorialistas, museólogas fueron Concha Méndez y María Teresa León, la primera
mujer española en conseguir un doctorado, en la pedagogía María de Maeztu,
presidenta del “Lyceum Club Femenino” y becaria colaboradora de la “Junta para
la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas” (JAE) .
En definitiva una revolución primero silenciosa y
luego silenciada, que se manifestó en el trabajo de muchas intelectuales que
estuvieron: “detrás” de las políticas y “delante” de las mujeres que pudieron
tenerlas como modelo. Estas mujeres hicieron de la transgresión una forma de
lucha, la lucha por la “visibilización”;
la de siempre, la de todas las mujeres en los albores de cualquier revolución.
Ellas tuvieron que quitarse el “sombrero” por la calles de Madrid y soportar
los insultos e incluso la agresión física para hacer ver al mundo, y al
micro-mundo de la España de 1925 que las mujeres tenían derecho a ir sin
sombrero, a transgredir los límites difusos de las costumbres y las tradiciones
culturales (hoy podríamos hablar de los límites de lo políticamente correcto),
para ser visibilizadas, para reclamar ese espacio de poder, de presencia, que
probablemente no les daban, ni siquiera, sus más directos allegados.
Hubo mujeres que en el proceso de “empoderamiento”
de estos años, fueron capaces de ponerse a construir cultura y tejer redes de
solidaridad entre ellas, entre mujeres de todos los sentires y todas las
ideologías, me refiero a aquellas que pusieron en marcha “Lyceum Club Femenino”
el de Madrid (1926-1939) y el de Barcelona (1931-1939), centros de referencia
cultural y política, de debate social y de fomento de la educación más allá de
las aulas, en un país con un 71% de analfabetas niñas y hasta un 65% de
analfabetas mujeres entre los 26 y 30 años. Sabemos muy poco del analfabetismo
funcional, porque es muy difícil medirlo, pero no es de extrañar que a muchas,
intelectuales y políticas, les quitase el sueño el que las mujeres pudiesen
votar, aún a pesar de que la primera manifestación pidiendo el voto de la mujer
se había convocado en 1924. De hecho, una parte de la izquierda socialista
representada por Victoria Kent, se opuso a la iniciativa de los moderados
conservadores del Partido Radical, representados por Clara Campoamor, en
defensa del derecho al Voto de las mujeres, en octubre de 1931.
Lo incuestionable es que mujeres de derechas y de
izquierdas se sumaron a esta revolución silenciosa con un objetivo común,
reivindicar su propio espacio, su voz, (la
visibilización). Ellas tenían mucho que decir y aportar en estos y
convulsos tiempos, una vez que se habían quitado el sombrero, sería imposible
acallarlas.
Pero hubo muchas más, algunas han pasado a la
historia con más o menos suerte o más o menos gloria, estaban las mujeres, en
los pequeños comités de los grupos políticos y sindicatos, diciendo que tenían
derecho a su propio espacio, a su propia iniciativa, en definitiva, a meter la
cuña de sus propios derechos entre las reivindicaciones. En una época en que
todo el mundo hablaba de los “sus derechos”, del derecho a la tierra, al
descanso, a la autodeterminación, incluso a la propiedad de los medios de
producción. Un ejemplo muy conocido fue el grupo que fundó la revista “Mujeres
Libres” (1934), mujeres que llegaron al feminismo desde el sindicalismo
anarquista y libertario, fueron Amparo Poch y Gascón, Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada, la
Federación Mujeres Libres, en octubre de 1938 tenía más de 20.000 inscritas.
Tardíamente reivindicadas han sido mujeres como la
Directora General de Prisiones Victoria Kent continuadora de la labor de
Concepción Arenal. Dirigentes sindicales como Dolores Ibarruri, que con los
años desempeñó un papel que parece desdibujar sus primeras contribuciones al
sindicalismo. Margarita Xirgú, y su contribución a las campañas de
alfabetización incluida en el proyecto de las “Misiones Pedagógicas” en 1932, hay muchas más, por supuesto.
En el primer tercio del siglo XXI, conocemos mucho
de la contribución de las mujeres a “La II República”, también sabemos lo que
ha costado publicar, investigar, difundir y dar a conocer esta parte de nuestra
historia, incluso a veces, esto se ha hecho a costa de silenciar a otros con
idéntico derecho de reconocimiento.
Lo bueno, es que hoy lo sabemos, conocemos muchas de
las cosas que hicieron, cosas que enterró en el olvido un régimen cruel,
especialmente cruel con las mujeres, las enterraron en vida las consecuencias
de una guerra sangrienta y las enterraron en muerte los años que tardamos en
desenterrarlas, en reivindicarlas, en poner al servicio de la memoria sus
logros, sus luchas y su contribución a la propia República, un entierro que
además tuvo otras consecuencias, el silenciamiento de lo que bullía debajo de
todo este despertar, lo que llamaríamos enfáticamente “el caldo de cultivo”.
En efecto, debajo de todo el entramado, no sólo
había pintoras, escultoras, poetas, artistas, sindicalistas, políticas, y
científicas, las mujeres en la república
fueron un cuerpo revolucionario, que surgió casi de la nada, fueron un
cuerpo revolucionario como lo fueron las mujeres rusas en la revolución de
octubre y las nicaragüenses de la revolución sandinista. Las mujeres de La II
República Española, habían conocido un periodo de bonanza durante el desarrollo
social, cultural y económico de los años 20, en nuestro caso de los años de
“entre dictaduras” (Primo y Franco). En este momento de la historia, las
mujeres habían salido de casa, algunas hacía los club nocturnos, pero muchas
hacia los centros de formación, las universidades, las fábricas, las
asociaciones sociales, y no quisieron volver. Por eso fueron “el caldo
de cultivo”; para que algunas se quitaran el sombrero, otras tuvieron que
ser capaces de convocar huelgas pidiendo subidas salariales. Las cigarreras
convocaron varios paros, en formato de huelga de manos caídas desde 1909, el
más importante por la cantidad de fábricas que se sumaron fue en 1924. Las
obreras de la aguja en 1932, en esta movilización las mujeres se organizaron
como parte activa en el control de los esquiroles.
Las huelgas y los conflictos en reivindicación de
iguales salarios se venían sucediendo desde 1917, se habían levantado las
modistas y sastras, las alpargateras, las trabajadoras del lino. Las huelgas de
mujeres se sucedieron durante el periodo republicano, hasta el punto de forzar
la regulación del derecho de huelga en el “Decreto de 1 de noviembre de 1934”
También fueron las mujeres las protagonistas indiscutibles de las
manifestaciones en protesta por las continuas subidas del pan, y así podríamos
seguir relatando el marcado activismo de las mujeres en este periodo, las
organizadas y las convocadas, prueba indiscutible de que este fue un proceso de
concienciación sostenido, silencioso pero efectivo, fue el protagonismo de las
mujeres en la guerra, aunque este es otro tema.
¿Cómo no iban a ser represaliadas?, el fascismo
esgrimió contra ellas sus mejores armas.
La represión del miedo y las políticas con que usurparon sus derechos de
ciudadanas.
Excelente tu artículo querida Puerto. Lo pasamos a Fb ya.
ResponderEliminarRecomiendo también la lectura de Gente de Abajo de Juana Doña, que ya tiene espacio memorialista en MATADERO/Madrid y recordar a la gran Josefina Aldecoa y las maestras republicanas. Un gran abrazo.