miércoles, 19 de abril de 2017

POR LAS TROCHAS DE TRAPAZA


Albert Walden

A gala por estas tierras se tiene ser  ladino y “espabilao”, andar despierto y no mirar atrás cuando uno corre con lo poco o mucho que haya apañao; como el ratón colorao que sabe más de lo que hay que saber y “que se jodan los demás que para lo que estamos nos  lo hacemos muy bien”; que como el señor Quevedo – el de las desgracias del ojo del culo – hacía decir “quien no hurta en el mundo no vive” (mas -¡cuidado! - tenga usted siempre presente lo mudable de cualquier proverbio; dice el prudente) y otros que también me contaron que “no dormían bien agasajados si al vecino o al compadre algo no le habían mangado”. Así el pillete y sus calañas, el buscavidas y sus “secretarios”, el hidalgón de gotera, el bachiller sopista  o el astroso piernas entontecido crearon patria popular, así el costumbrismo de la miseria imitó a la histriónica honorabilidad de eximias casas abolengadas en conquistas y reconquistas… o fue al revés ¿?... en fin, lo mismo da; albardán o monarca, oficios ambos muy propios para el mur “colorao”.
Sin términos medios, sin medias tintas, con mansedumbre en la pechería todos fueron a una, a no tener que darse explicaciones morales ni los unos de su santa golfería, ni de su  vileza ennoblecida los otros, todos baldíos e ineptos, y tal fue el secreto; no permitir que esa semejanza en la nulidad fuera incomodada, “¡nuestros galeones repletos siguen arribando a puerto!”.
De tal modo generación tras generación, miseria tras miseria y perdón tras perdón, se pudo forjar el destino en lo universal y la bolsa en lo particular.
Pero, ¿de quién se habla?
¿De una pelaje innato o de una índole enseñada?
¿La causa?, en godos o moros, en judíos o cristianos “chi lo sa”.
Y los que sobrevivimos, ¿fue que lo aprendimos…, a seguir el rastro de la ocasión?, “jaa, ponme donde haya”.
Mas, sin lugar a dudas, fue  del truhán la justicia del medrar entre rapiñas, engaños, triles y demás dolos cual universitatis y escuela; tercera también para  corregidores y  molineras. Por eso los nietos y biznietos de los nietos y más biznietos de los tataranietos, en la heredad con agudeza siempre hemos reiterado la tradición castiza de la suprema causa; que aquí, de largo siempre se ha respetado el aserto de don Francisco, “hurtar, hurtar hasta hartar”.
¡Curiales y magistrados! mirad que bien le sienta a vuestro sayón  apesebrado el uniforme preceptuado, el chuzo de barrachel y su gorrilla de plato, con galones de primera el paisano ejerce potestad y mandato, que ordena con sólo asomar su ornato; es la otra pasión después de mangar; ¡mandar!, ser cumplido  de la autoridad.

Bueno, aquí concluye esta pequeña parodia de la pandereta que viene un poco al relance de lo que ya empieza a ser un disparate doctorado, y más inaudito que las  propias sátiras que sobre la cuestión se puedan realizar.
En un interesante artículo de El País del 17-03-09 titulado “HIJOS DE LA PICARESCA” la periodista Rosa María Artal hizo una  reflexión sobre el asunto, entre otras cosas apuntó: “Una conciencia laxa ante la corrupción, la creencia frente a la ciencia y un atraso educativo secular; tres pies para una mesa que cojea por su erróneo diseño…
Sin duda somos hijos de la picaresca, un género literario asociado a las letras españolas que nos ha impregnado el alma”.
Sí, insistentemente la pregunta se mantiene ante lo que parece una adversidad normalizada, desventura en la que sólo cabe resignación o invectivas aunque sea en forma de cínica graceja; en el fondo una forma displicente y chispera de asco.
Sobre las causas de esa conformidad en la indignación - una situación de anomalía que debería preocupar más allá de lo anecdótico o de lo ideológico - se puede argumentar que refleja la singular condición de lo que parece no tener voluntad de remedio, porque estrategias frente a los desmanes propios e idiosincrásicos del poder las hay, es una constante histórica que ocupa en todo lugar y en todo tiempo a juristas, teóricos, legisladores, filósofos y demás expertos.
Tomando como ejemplo, desde la tan citada y solemne separación de poderes en “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, hasta medidas resumidas en algo tan sencillo como la que proponía Sergio Fajardo exalcalde de la ciudad colombiana de Medellín, cuando argumentaba que para controlar los cuartos públicos es conveniente poner “más ojos y menos manos”;  pasando por todo tipo de estudios técnicos,  normativas metodológicas o códigos jurídicos que bregan con formas de corrupción tan dispares como el tradicional nepotismo, el recurrente peculado-malversación, el marrullero cohecho-colusión, el popular fraude fiscal y un largo etc., o las más desarrolladas formas de presión y soborno de los especializados grupos de cabildeo (lobbies), se puede comprobar que el tema no es algo excepcional.
Existe – como digo – una amplia tratadística para aplicar antes de llegar a situaciones de descomposición como la que nos afecta (casi dos procesados al día por corrupción en España;  El País, 17 de marzo de 2017). Cuando la especialidad vergonzosa que nos atañe radica en un apego cultural mayoritario, en una referencialidad ejemplarizante  mamada en la mayoría de los ámbitos del aprendizaje como adiestramiento para la pugna concurrente por el capital personal y no por el interés común, en un país – por lo demás – con muy poquita historia de presencia de ese común en el condominio del patrimonio público más allá de la entelequia patriótica y sus derivados, hay que preguntarse por las peculiaridades que hacen posible tal situación.
Evidentemente, la educación – como dice Rosa María Artal -  debería haber sido un buen recurso para corregir los automatismos de emulación y encubrimiento de la realidad coral que seduce con el objetivismo de codiciosos éxitos y  obscenos pretextos. Tanto la educación en el conocimiento, como la educación en el compromiso podrían generar siempre un debate conductual en el individuo frente a su realidad social, condicionando a esta –a la realidad social- a la decisión ética de la responsabilidad; asumida siempre como voluntad personal de honestidad tanto en el acierto como en el error.
En tales ucronías se podrían establecer como fondo de comportamiento acuerdos tácitos de cooperación que influirían en las mayorías de manera subconsciente, haciendo destacar la absoluta prioridad del interés común en cualquier caso, a la vez que escarnecer y corregir actos de latrocinio de manera mancillante y pública.
Mas, con resultar ser importante la educación, ha existido y existe un condicionante muy de aquí que, o bien como mero agregado a lo anterior -según unos - o como molde vernáculo, tiene la responsabilidad - según mi opinión – de toda la desidia e inoperancia frente a los problemas, taras y conflictos organizativos de una sociedad que se dice nación desarrollada, me refiero a la complementariedad permanente entre el fondo espiritualizante de lo religioso y el arrogante patriciado en que se suele resolver el mundo de la política.
Una creencia religiosa (practicante o no) estrictamente jerarquizada cuya teología se fundamenta en un teísmo obsesionado con una especie de valimiento divino personal, que se enajena con las convulsiones místicas de los transmundos y toda la fantasía del desapego, pero que  - farisaicamente - lleva siglos acumulando riqueza materialista, atemperando con sus bulas  absolutorias todo escrúpulo moral a la hora de “meter mano”,  utilizando su predominio moral sobre la ignorancia y el desvalimiento para perpetuar ese estado de degeneración política que, por lo demás, la falta de un patrimonio ético necesario en cualquier convivencia reafirma; tal engendro, digo, no puede ser la mejor guía para recomponer el desastroso legajo de componendas políticas en las que esta nación se ha basado, más bien para intentar seguir perpetrando las ya clásicas ofensas a la inteligencia. 
¿El resultado?… un chacotero halago de  los guiris hacia esos “castizos” que se siguen acartonando bajo el sol ibérico como raza orgullosa; ¡allá ellos!, pero a mí que no me pidan que siga creyéndome lo de su democracia.






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