En Angiozar contra el TAV-19 marzo 2017
Los
animales humanos al igual que las plantas y otros animales, no nacimos en la
tierra, sino de la tierra y ésta está tan viva como lo estamos nosotras. La
composición esencial de los seres vivos es la misma que la de la Tierra. Toda
la vida que en ella se genera interactúa y se transforma dando paso a nuevas
formas de vida, respetando así los ciclos naturales. La vida es en sí fuente de
vida. La Tierra somos nosotras, nosotras es la Tierra. Las personas, además de eco
dependientes, somos interdependientes.
Desde
el Neolítico hasta el siglo XX la mayoría de los pueblos y comunidades han
desarrollado actividades respetuosas con los ciclos creadores de la vida. De
aquí en adelante, sin embargo, la expansión
urbano y agro- industrial, creada por el capitalismo está amenazando
seriamente la continuidad de la vida. El clima,
los componentes y características de ríos, mares y océanos, la riqueza
de la biodiversidad, los territorios y los paisajes, están siendo profundamente alterados. A peor,
claro.
Nuestro
irracional sistema de producción y consumo va dejando su huella irreversible en
el entorno geomorfológico. Vivimos en la era del Antropoceno (1). Los ciclos de la vida no se
cierran y el volumen de residuos es tal que ha superado la capacidad de los
sumideros naturales de absorberlos.
El
crecimiento económico indefinido ha chocado con los límites de la tierra.
La
maquinaria urbana/agro-industrial se plasma en las infraestructuras gigantescas
que condicionan nuestro modo de vida. Ellas lo ocupan todo y niegan el derecho a la soberanía
alimentaria a quienes vivimos aquí y también a las comunidades más lejanas.
Aquí, grandes superficies comerciales; allí monocultivos. Aquí envoltorios
plastificados; allá islas de plástico. Aquí, autovías y autopistas; allá extracción de minerales en
minas gigantescas para la construcción de camiones y coches. Aquí el uso
forzado o compulsivo del auto; allá además de guerras, ríos, acuíferos y campos
de cultivo envenenados por la extracción de petróleo. Aquí, agro combustible
para alimentar motores; allá personas desaparecidas, torturadas y asesinadas.
Aquí, calabacín y berenjena en invierno; allá poblaciones intoxicadas por el
uso de pesticidas. Aquí, ropa barata; allá mujeres esclavas cosiendo ropa,
arriesgando su vida y a veces perdiéndola. Aquí, pescado de Senegal; allá,
pateras de pequeños pescadores intentando cruzar el Estrecho.
Aquí
y allá el tsunami metropolitano impulsado por empresas multinacionales y
locales, aliadas de la clase dirigente, obligan
a la mayoría de la población a comer alimentos que perjudican la salud de las
personas y aceleran el cambio climático.
Aquí y allá la incesante ocupación del territorio por el sistema urbano- agro
industrial que nos impide la soberanía alimentaria.
Las
Directrices de Ordenación Territorial diseñan el modelo económico y social a
través de la expansión indefinida de
infraestructuras energéticas, turísticas y de transporte. A pesar de que muchas voces críticas exigen
un giro radical en su planteamiento, los dirigentes tecnócratas hacen oídos
sordos y siguen cementando los escasos
bosques y valles fértiles que quedan. La apuesta desafiante de la clase
dirigente a favor del crecimiento
económico nos impide cultivar los alimentos que necesitamos. Consumir alimentos
que viajan miles de kilómetros, empeora las condiciones de vida aquí y allá.
El Tren de Alta
Velocidad y las torres de muy alta tensión que le abastecen de energía así como la metropolización en
general, nos alejan de la naturaleza y nos ocultan la dependencia que tenemos
de ríos, bosques y mares limpios. Huimos de la dependencia con la naturaleza,
pero nos hacemos tecno dependientes en la huída.
La
vida se cuela a través de las rendijas
de la megamáquina gracias a los trabajos invisibles de cuidados que millones de
mujeres realizan gratuitamente. El capitalismo se sirve de estos trabajos
silenciados para acumular beneficios económicos en muy pocas manos. La
naturaleza también ofrece interacciones intangibles sin los cuales la vida no
sucedería: fotosíntesis, polinización, regulación del clima, depuración del
agua y del viento, regeneración y formación de los suelos y generación de
biodiversidad. El androcentrismo no valora estos trabajos de los que
incesantemente se sirve y destruye la tierra, el hábitat natural en el que
tienen lugar.
La
vida ha de recuperar su centralidad para que la soberanía alimentaria sea un
hecho. Para que cada pueblo y comunidad haga efectivo su derecho a producir los
alimentos necesarios para su supervivencia, hemos de buscar un sistema de
producción y consumo que respete los ciclos naturales.
Cuidemos los ríos, montes, valles, mares y bosques de
aquí y de allá como el bien común de valor incalculable que son. Démosle a los
cuidados la centralidad que les corresponde, y saquemos a la luz, para valorarlo
como es debido, el trabajo realizado por las mujeres.
Los
árboles, los bosques y las selvas
son sumideros naturales de CO2 y de otro
tipo de gases que provocan el calentamiento global. Son además la mejor
solución contra la desertificación.
Miles
de árboles desaparecen para la construcción de grandes infraestructuras como el
TAV. Otra muestra más de la chulería
e ignorancia de la clase dirigente tecnócrata. Revirtamos el proceso.
Plantemos árboles allá
donde los han hecho desaparecer. La naturaleza es nuestra responsabilidad, no
es una atadura, sino garantía de soberanía.
(1) Antropoceno.
Nota sobre Antropoceno
por Jorge Riechmann en su artículo Ecosocialismo descalzo.
“(…) Era en la que el
impacto del conjunto de la humanidad en la Tierra iguala o sobrepasa el poder
de las fuerzas naturales (geológicas y biológicas)…se trata de un término
propuesto(…) para designar una nueva era geológica en que la humanidad ha
emergido como una fuerza capaz de ¿controlar? los procesos fundamentales de la
biosfera”.
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