R. Bistué
El mito de
Prometeo forma parte desde hace siglos, del imaginario de las mejores corrientes
de la izquierda, objeto también de glosa de músicos, artistas y literatos
(Esquilo, siglos después Shelley con Prometeo
liberado…y desde inicios del pasado siglo XX, origen de múltiples dramatizaciones
de distintos autorxs de todo el mundo de raíces culturales griegas).
El mito es
bien conocido en sus grandes rasgos: Prometeo –héroe, semidios o titán- encarna
la defensa de una vida humana autónoma y autosuficiente frente al poder tiránico del dios Zeus que domina y
castiga (desató el diluvio universal y mantenía al ser humano en condiciones de
animalidad y servidumbre). Prometeo, robando del Olimpo el fuego, se lo entregó
a la humanidad y junto a ello transmitió los conocimientos –medicina,
navegación, alfabeto…- que dotarían de racionalidad al animal humano.
Semejante
desafío será castigado. Encadenado en la cima del Cáucaso, un buitre le
devoraría las entrañas durante el día que, regeneradas durante la noche,
determinarán un suplicio prolongado durante 30.000 años.
No es pues
extraño que junto a Espartaco, Prometeo haya sido referencia simbólica en la
larga marcha hacia la emancipación social.
El Prometeo encadenado de Esquilo es una obra maestra
de la literatura clásica griega tan inmensa, en sus poco más de 30 páginas, que
es un despilfarro pasar por la existencia sin conocerla. Tragedia de madurez y
quizá de exilio; hilvanada entre seis personajes además del Titán, Esquilo
expresa con Prometeo la grandiosidad del desafío al poder y la irreductible
tozudez en defensa de “la idea”.
Prometeo
vuela sobre las prudentes advertencias del Coro de las Oceánidas, y asume su destino frente a la crueldad de la
Fuerza y la ciega “obediencia-debida” del carcelero Hefestos… no menos que ante
los discursos de Hermes, el ministro de los dioses (“ten por cierto que no trocaría yo mi desdicha por tu servil oficio; que
juzgo mejor servir a esta roca que ser dócil mensajero de Zeus…”).
Semejante
grandeza tocó incluso a nuestros conservadores del XIX como el historiador C. Cantú
que definía a Prometeo como “inmenso
emblema del hombre…que sufre porque es grande, porque no sabe doblarse bajo la
ley de Júpiter, es decir bajo el imperio de la fuerza insensata y que ama más a
la raza humana que a sí propio”.
Esquilo, que
enriqueció la acción dramática al dar papel esencial al diálogo mediante la
ampliación a dos actores (antes de él solo era uno el que se contraponía al coro) se
manifestó también en Prometeo encadenado
como un forjador del “suspense” literario:
Prometeo: Fuerza será hablar. Escucha pues.
Coro: Todavía no…Sepamos primero por esta (Io) la historia de sus infortunios.
Esos
“desvíos”, esas demoras de información que tensaban la curiosidad del público,
los encontramos en abundante profusión en Prometeo y en las siete tragedias de Esquilo que han llegado
hasta nosotrxs.
(El orden bajo la tiranía es una vida sin alma/ Alfieri)
Que feo
ResponderEliminarno es lo que busco
Muy interesante la historia de Prometeo
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