Charo Revilla, Mariano González, Acacio Puig
En este abril de 2017, 86 años más tarde, invitamos
a una reflexión colectiva sobre aquel inolvidable tramo de nuestra historia que
se nos quedó bajo tierra esperando germinar
de nuevo, con más fuerza y mejores raíces en los valores de la igualdad y la
libertad.
(En mayo
publicaremos la segunda parte de este artículo: 1936-1939, la República en
Guerra).
Abril de
1931 supuso un giro de 180 grados en la situación política española. El día 14
se proclamó la República, celebrada con inmenso entusiasmo popular en las
principales ciudades del país. Se iniciaba un esperanzador aunque tortuoso
camino que sería interrumpido por el golpe militar-fascista de julio de 1936.
Tras los últimos tres años de Guerra, República y Revolución (1936-1939) las
expectativas de liberación y progreso fueron derrotadas, durante lo que
constituiría también la primera etapa de la Segunda Guerra Mundial.
Durante la década de los 20, la España
del trabajo sufría las consecuencias del atraso, la codicia y la incompetencia
de una burguesía agraria e industrial históricamente depredadora, dependiente
de la iglesia y la corte y que no rentabilizó productivamente sus opíparos
negocios durante la Gran Guerra.
La
oligarquía terrateniente, parasitada al latifundismo, sobreexplotaba al
proletariado agrícola, los aparceros y los minifundios campesinos que no
garantizaban la sobrevivencia. Las escasas excepciones correspondían a zonas
como la estrecha franja galaico, cántabra y vasca (más fértiles y que permitían
a los pequeños propietarios una agricultura y ganadería de holgada
subsistencia) y la franja catalana-levantina. Las Castillas, acostumbradas a la
gran propiedad cerealista protegida por los aranceles, encarecían los productos
básicos (harina, pan…) incluso a un proletariado rural mal pagado
históricamente y la Andalucía de los latifundios seguía mal administrada por
los herederos de los antiguos “señores de la guerra” beneficiándose de un
régimen de casi servidumbre.
La industria
pesada –siderurgia, naval, ferrocarriles…- la minería, eran en gran medida propiedad del capital extranjero que tendía a
colocar a la burguesía nativa en cómodos y rentables consorcios-consejos de administración
o presidiendo subcontratas. Aún así, solo la metalurgia vasca tenía trazas de
industria moderna. La industria ligera (textiles y actividades comerciales
diversas) tenía por epicentro Cataluña. Las cargas fiscales eran mínimas y
además no se cumplían. La burguesía financiera (un buen ejemplo, Juan March)
reaccionaria y agazapada en la especulación y la “industria bancaria”
permanecía al acecho frente a cualquier cambio progresista.
El poder
eclesiástico, gran terrateniente, controlaba los aparatos educativos e
importantes medios de comunicación. Su red paraestatal constituía un numeroso
ejército con poder en ciudades y pueblos.
La pérdida
del decrépito imperio colonial seguía suponiendo una sangría permanente para
los miembros de las clases populares. La contestación social a las levas
conducidas al matadero (antes Cuba, Filipinas… aún Marruecos) y la lucha contra
las pésimas condiciones de trabajo, solo encontró la respuesta represiva de los
gobiernos de la monarquía que optó por
avalar el golpe militar de Primo de Rivera.
Desde
inicios de esa década, la Italia de Mussolini apareció como el modelo a imitar
por la España de los ricos-parásitos y sectores de clases medias conservadoras
y paulatinamente empobrecidas, de modo que se hicieron visibles, junto al
recorte de libertades y el refuerzo policial en ciudades y campo (guardia
civil) los somatenes para-militares -suplemento para el control
del orden público- y los “fascios del exterior” (organizaciones político-militares
locales, de obediencia mussoliniana) junto a la proliferación de acuerdos económicos, ideológicos y de mutuo
apoyo e información con el régimen fascista italiano.
El paro
alcanzaba cotas impresionantes y la emigración (sobre todo “a las Américas”) no
resultaba ya suficiente para enmascarar sus catastróficos efectos.
El nacimiento de la República en Abril del 31
se producía sobre esos pésimos cimientos estructurales que demandaban un cambio
y suponían al tiempo un pesado lastre. Los resultados electorales en las
ciudades decisivas tuvieron el valor de un plebiscito que rechazaba la monarquía
al barrer electoralmente sus partidos. Lapidario, P. Broué diría que “la
monarquía española se hundió sin gloria”. En consecuencia, la familia real se
exilió discretamente (aunque no precisamente en patera).
En tanto que
trabajadores y campesinos celebraron la recuperación de las libertades y se
dispusieron a usarlas, se constituyó el primer gobierno provisional: una
coalición de republicanos de derecha (Maura, Zamora) y socialistas (Prieto,
Largo y de los Ríos). Azaña (presidente de Acción Republicana que pasó a ser
Izquierda Republicana en 1934) se ocuparía de la racionalización del estado y
la reforma del ejército. Dicho sea de paso, la reforma del ejército diseñada
por Azaña no prosperó: necesitaba más tiempo y sobre todo, más decida voluntad
política. Los jefes reaccionarios africanistas y peninsulares siguieron
fundamentalmente en sus puestos, e incluso lograron ascensos que en 1936
revelarían su peligrosidad.
El primer
bienio republicano puede caracterizarse como “progresista” porque se delimitaron las libertades constitucionales
y también se esbozó la esperada Reforma Agraria.
La
Constitución republicana asentó derechos democráticos esenciales y la
constancia de la diputada por el Partido Republicano Radical, Clara Campoamor, logró el derecho de voto
de la mujer (El
voto femenino y yo, mi pecado mortal/ Clara Campoamor)
De
hecho, se puede afirmar que la República dio a las mujeres la oportunidad,
hasta el momento inimaginable, de una presencia en la vida social y política. No
sólo se concedió el
sufragio a las mujeres, gracias a la implantación de esta nueva legislación
se eliminaron los privilegios reconocidos hasta ese momento
exclusivamente a los hombres, se reguló el acceso de las mujeres a cargos
públicos, se reconocieron derechos a la mujer en la familia y en el matrimonio,
como el matrimonio civil, el derecho de las mujeres a tener la patria potestad
de los hijos, se suprimió el delito de adulterio aplicado sólo a la mujer y se
permitió legalmente el divorcio por mutuo acuerdo (ley del divorcio de 1932).
Asimismo, se obligó al Estado a regular el trabajo femenino y a proteger la
maternidad, con ello, se prohibieron las cláusulas de despido por contraer
matrimonio o por maternidad, se estableció el Seguro Obligatorio de Maternidad
y se aprobó la equiparación salarial para ambos sexos. El régimen republicano
estaba poniendo a España en el terreno legal a la altura de los países más
evolucionados en lo referente a la igualdad entre los hombres y las mujeres.
(Sobre todo ello se extiende aquí nuestra compañera Puerto García en su
artículo Mujeres empoderadas: el caldo de
cultivo republicano)
Además, junto
a los principios de derecho al trabajo, se estableció la enseñanza primaria
pública y gratuita y se sentaron las bases materiales de la reforma educativa
construyendo escuelas, creando plazas de magisterio e implantando la enseñanza
mixta.
La
declaración de laicidad del estado y la anulación de prerrogativas y exenciones
fiscales a las confesiones religiosas fue muy contestada por la Iglesia que
simultáneamente escamoteó obligaciones tributarias por medio de trasvases de
sus propiedades a testaferros.
Las grandes
propiedades rurales estaban en manos de
latifundistas (17.349 terratenientes acaparaban el 42% de tierras cultivables).
En cuanto a los propietarios medios, controlaban el 32%). De modo que en los
márgenes quedaban dos millones de campesinos sin tierras, millón y medio de
minúsculas explotaciones ruinosas que no garantizaban la sobrevivencia y varios
cientos de miles de aparceros permanentemente amenazados de desahucio.
Si la Reforma Agraria se anunció como la estrella
del cambio republicano, hay que reseñar que la tardanza gubernamental en sentar
las moderadas bases de las expropiaciones mediante indemnización y los paños
calientes frente a las propiedades de
los “Grandes de España”, laminaron su alcance. Cuando en 1933 se calculaba
asentar una media de 40.000 campesinos por año se puede concluir que la completa
redistribución de tierras requería un plazo de no menos de 50 años (es decir,
no habría concluido hasta 1983…). En definitiva, el proyecto republicano institucional
del primer bienio garantizaba las libertades políticas, bocetaba alguna de las
sociales pero era un proyecto democrático demasiado lento –en todos los
ámbitos- que no preveía la convulsa situación (nacional e internacional) de
aquellos bélicos años 30 y optaba por el disimulo y la autocomplacencia. Por su
propia estructura partidaria de orientación moderada, estaba incapacitado para
ampliar la base social de apoyo…porque temía ser desbordada por ella.
1933. Ascenso de la movilización social,
desgaste de la confianza en el parlamento y gobierno de la derecha
La segunda
fase republicana conocida como Bienio Negro, frenó cualquier medida distributiva.
(De ahí el interés del artículo El día
que Extremadura se levantó que
publicamos en este número sobre las Ocupaciones de Tierras -por las bravas- en
Extremadura durante marzo de 1936).
Lo que sí
parece evidente es que la no conclusión de una alianza en los hechos con lxs
trabajadorxs del campo (forzando el reparto de la tierra) privó a la República
de una importantísima base social, muy necesaria para la victoria.
En cuanto a
los Estatutos de Autonomía, limitados por el gobierno a concepciones
regionalistas, fueron desiguales y tardíos. Nada que ver con garantizar el
derecho al ejercicio de autodeterminación incluyendo la opción por la libre
separación (una excepcionalidad radical-democrática, solo defendida por el
POUM). Solo en Catalunya se pugnó pronto
por transgredir los límites del corsé estatutario legal.
Los años de
Bienio Negro supusieron la parálisis cuando no regresión de las iniciativas
republicanas de izquierda.
Las
elecciones de noviembre de 1933 -con alta abstención- dieron la victoria a las
derechas monárquicas, a la CEDA de Gil Robles (filo-mussoliniano) y a
Renovación Española de Calvo Sotelo (“yo
soy fascista”).
Precedidas
por Huelgas generales en Barcelona, Sevilla…Motines campesinos en Castilblanco,
Arnedo…Huelgas insurreccionales en Alto LLobregat, Tarrasa…junto a la matanza
en Casas Viejas (recomendable el excelente artículo Un crimen político: la tragedia de Casas Viejas, del fallecido
libertario- CNT, Eduardo de Guzmán. ed. VOSA 2007) dibujaban un panorama de
ascenso antifascista en que la sensibilidad obrera frente a la extensión del
nazismo en Europa se expresaría ante el nuevo gobierno presidido por Gil Robles
en un crescendo sintomático (en Asturias en febrero de 1934 –solidaridad minera
con las jornadas austríacas de resistencia armada a la anexión nazi) y sobre
todo en octubre de ese año 1934, durante
las jornadas conocidas como La
Comuna Asturiana coordinadas por una amplia Alianza Obrera que tomó la
iniciativa insurreccional pero quedó aislada del resto del país (recomendable
la lectura de los artículos de Miguel Romero y otros en Viento Sur 105 / plural-Nuestra Comuna)
La República
reprimió sangrientamente la insurrección de la Comuna Asturiana (operaciones
militares dirigidas por Franco entre otros futuros golpistas) al tiempo que
amnistiaría al general Sanjurjo y los
militares golpistas de 1932 y “pacificaba” los ánimos de los militares
africanistas repartiendo entre ellos ascensos
y prebendas. Sin embargo, premiar al enemigo africanista, solo sirvió para reforzar
su envalentonamiento reaccionario.
La situación
general de ascenso del nazismo en Alemania y consolidación del fascismo en
Italia, sus búsquedas de “espacio vital” mediante anexiones armadas
contempladas con pusilánime indiferencia por las democracias occidentales, el desarrollo de los grupos armados de las organizaciones
fascistas hispanas, (J.O.NS de Ledesma y Onésimo Redondo y FALANGE ESPAÑOLA, de
Primo de Rivera y Ruiz de Alda) junto a las experiencias, desilusiones y
derrotas habidas desde 1932, contribuyeron a crear las condiciones de una
aproximación frentista de la izquierda.
El 16 de
febrero de 1936 el Frente Popular ganó
las elecciones. Algo que la derechona española ni aceptó ni acepta en 2017
(la última falsificación, la perpetrada en Fraude
y violencia en las elecciones del Frente Popular, Ed. Espasa, libelo de más
de 600 páginas remendadas por M. Álvarez y R. Villa. Interesante la crítica de
S. Juliá al “estudio” Fraude y violencia…
en Babelia del pasado 1 de abril).
Pocos meses
después, las fuerzas de la reacción dirigidas por la mitad del ejército y
apoyadas por la formidable intervención bélica (soldados y máquinas de guerra)
de la Alemania nazi y la Italia fascista, iniciarían la guerra abierta contra
la Segunda República hasta su destrucción y derrota.
(Será en ese apartado (1936-1939) en el que nos ocuparemos de las
organizaciones políticas y sindicales de izquierda, factor que hemos
sacrificado en este para mejor mantener nuestro hilo conductor).
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