sábado, 16 de julio de 2016







SUMARIO JULIO Y AGOSTO 2016

Nos roban los derechos reprimiendo libertades

(Manuel Corbera)

 

Reabrir la cuestión revolucionaria (lectura del Comité Invisible

(Amador Fernández-Savater)

 

(Albert Walden)

(Ramiro Calvo para afinidades anticapitalistas)

(Mariano González)

Con la MÚSICA a otra PARTE.
Refugiad@s somos tod@s 

Al final de la calle

Al margen de la naturaleza
(Eduardo Nabal).

El corazón del sueño. Libro-comic de Rubén Uceda

(Acacio Puig)


viernes, 15 de julio de 2016

Nos roban los derechos reprimiendo libertades


(Manuel Corbera)



El día 1 de julio se cumplió un año de la entrada en vigor de lo que conocemos como leyes mordaza, es decir, la Ley de Seguridad Ciudadana y la Reforma del Código Penal, que vinieron a reafirmar y justificar una política represiva iniciada algunos años antes, en la legislatura del PSOE, y continuada a lo largo de la legislatura del PP -calificada por Jueces para la Democracia como la peor de la historia en lo que hace al recorte de derechos y libertades.

En realidad, como es bien sabido, las leyes mordaza se insertan en el marco de un fuerte retroceso general de las libertades individuales y colectivas que no es exclusivo de nuestro país. Vivimos -podría decirse que a nivel mundial- en un progresivo recorte de libertades que ya ha alcanzado el mundo occidental identificado desde después de la Segunda Guerra Mundial con la democracia. Desde los años 80 los ideólogos del neoliberalismo comenzaron a imponer su nuevo modelo, que reconocía la libertad absoluta del mercado, la hegemonía del capital financiero, el adelgazamiento de los Estados y su endeudamiento, la privatización de los servicios sociales, la precarización del empleo y la rebaja de salarios incluso por debajo de los niveles de subsistencia. Y esa libertad económica, ese laissez-faire, laissez-passer, florecía mejor bajo regímenes de restricción de libertades políticas.

No en vano su ensayo general se llevó a cabo en el Chile de Pinochet. Su expansión por el mundo ha adoptó formas peculiares. En Turquía, por ejemplo, el régimen de Erdogan ha utilizado el islamismo contra el Estado laico de Atatürk  para recortar las libertades y los derechos humanos e imponer el depredador modelo neoliberal con el que espera ser digno de ser admitido en le club de la Unión Europea. A Europa no le preocupa esa deriva de su vecino y aliado de la OTAN, y mucho menos si accede a convertirse en el país en el que externalizar el problema de los refugiados. Pero también porque en el propio centro de Europa, de la Europa occidental sinónimo de libertad y democracia, han llegado los recortes de derechos y las limitaciones a las libertades. Se han acompañado frecuentemente de discursos que apelan al miedo al terrorismo y al otro (al inmigrante, al refugiado) y que, además de justificar medidas represivas y de control, favorecen llamadas a la xenofobia que fortalecen a la extrema derecha. Se podrían poner muchos ejemplos, tanto en los países del este como en la occidental Francia, Alemania, Holanda o Inglaterra.

1.-El recorte de derechos mediante el refuerzo de la represión

En España la intensificación de la represión y los recortes de libertades comenzaron con la resistencia a los demoledores efectos de la crisis económica. Las huelgas generales (de 2010 y 2012) desempolvaron el preconstitucional artículo 315 del Código Penal, introducido en el año 1976 y no derogado en el denominado “Código Penal de la Democracia” aprobado 1995 con el gobierno del PSOE, a pesar de resultar manifiestamente incompatible con el derecho de huelga y con la libertad sindical consagradas en la Constitución Española. En su formulación anterior a la reforma actual dicho artículo (315,3) imponía una pena mínima de 3 años y un día de cárcel a los piquetes informativos, interpretando que ejercían coacción y actuaban contra el derecho a trabajar. Esa desproporcionada pena fue la razón de que nunca se aplicase hasta ahora, sin embargo, casi 300 sindicalistas se han visto afectados en los procesos abiertos tras las huelgas generales. Algunos sumaban penas verdaderamente monstruosas, como las de los ocho trabajadores de “Airbus” para quienes la Fiscalía solicitó ocho años de prisión a cada uno por participar en un piquete en la huelga general del 29 de septiembre de 2010. Algunos y algunas fueron condenadas y sus nombres acabaron siendo bien conocidos en todo el Estado: Ana y Tamara, Carmen y Carlos, Serafín y Carlos, Isma y Dani… La presión que ejercieron las luchas evitó su entrada en la cárcel, quedando pendientes de indulto. Y siguen juzgándose nuevos casos de la larga lista.

Las nuevas formas de lucha que aparecieron tras el 15M fueron enseguida atajadas sin esperar al nuevo marco legislativo que el PP empezó enseguida a diseñar. Intentaron criminalizar, prohibir y reprimir los escraches, genuinas muestras de indignación ante la clase política. Muchos jueces no vieron delito en ello y buena parte de los acusados no pudieron ser encausados. Algunos jueces, sin embargo, aceptaron la existencia de supuestas agresiones y dictaron durísimas sentencias, como sucedió en el caso de ocho de las veinte personas encausadas por el “Aturem el Parlament” en Barcelona. Absueltas primero por la Audiencia Nacional, la sentencia fue recurrida por la Fiscalía, Manos Limpias, La Generalitat y el Parlament, en definitiva por la clase política y el sector más retrógrado de la judicatura. Una presión que, sin duda, fue decisiva para que el Tribunal Supremo dictase la nueva sentencia condenatoria, modelo de desatino y desproporción, por la que se imponía una pena de 3 años a cada uno por recriminar las políticas de recortes y seguir a los diputados y diputadas con las manos en alto. De nuevo la presión de la calle consiguió que la Audiencia Nacional suspendiera la entrada en prisión -reclamada con insistencia- hasta que se resolviesen las peticiones de indulto.

La férrea resistencia de las Plataformas de Afectados por las Hipotecas (PAH) a los desahucios, la ocupación de sucursales bancarias para intentar negociar con los directores, ha sido uno de los frentes más atacados por la  represión. La policía ha intervenido para defender -nunca de manera tan clara- los intereses de los bancos amparados en una de las leyes hipotecarias más retrogradas de Occidente. Y lo ha hecho, en más de una ocasión, sin orden judicial, utilizando la violencia contra los inmuebles y los defensores de las familias desahuciadas. Las acusaciones de resistencia a la autoridad y las numerosas multas han tratado de ir minando la solidaridad de los activistas.

La criminalización ampliamente difundida por los medios, acompañada a menudo de montajes policiales, ha sido una de las vías más utilizada para justificar la represión. Quién podría olvidar aquellos casos, casi cómicos, en los que grabaciones difundidas en las redes mostraban la presencia de policías provocadores en las manifestaciones obligados a revelar su identidad públicamente a sus compañeros para que no utilizasen con ellos la fuerza. O aquellos otros que descubiertos y recriminados por los manifestantes quedaban aislados y la policía tenía que crear un pasillo para rescatarlos. Mayores consecuencias tuvieron, sin embargo, otros montajes que se saldaron con el encarcelamiento de compañeros. El caso más significativo ha sido el de Alfon, condenado a 4 años de cárcel por portar, supuestamente, una bolsa con explosivos. A pesar de no hallarse huellas dactilares en la bolsa, de reconocerse en el juicio la ruptura de la cadena de custodia de la prueba, de realizarse tres registros domiciliarios infructuosos, fue condenado sin más evidencia que la palabra de los policías. Ingresó en prisión el 17 de junio de 2015 y prácticamente durante el primer año ha permanecido en régimen de aislamiento FIES (Ficheros Internos de Especial Seguimiento).
El otro, más reciente pero igualmente grave, es el del concejal de Jaén en Común y miembro del SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) Andrés Bódalo. Condenado a tres años y medio por haber agredido supuestamente a un edil del PSOE en el transcurso de unas protestas en Jodar (Jaén) en el año 2012, fue encarcelado a finales de marzo de este año sin más prueba que la palabra de quien le acusaba, habiéndose rechazado como prueba un vídeo en el que se demostraba que no hubo tal agresión y que incluso Bódalo intentó calmar los ánimos. Lo cierto es que el SAT ha sido una de las organizaciones sobre la que la represión se ha cebado, contando a día de hoy con más de 700 encausados con peticiones de multas y de cárcel.

Se trata, sin duda, de condenas ejemplificantes, que persiguen doblegar los movimientos e instalar el miedo. Al igual que al SAT, la represión también ha perseguido con saña a algunas organizaciones anarquistas.
Las Operaciones Pandora y la Operación Piñata se orientaron -como se decía en un Auto- a “desarticular una organización terrorista de carácter anarquista a la que se atribuyen varios atentados con artefactos explosivos”. La primera Operación Pandora, ordenada en diciembre de 2014 por la Audiencia Nacional, tuvo una gran repercusión mediática, ya que se llamó a los medios para que asistieran al impresionante operativo: 400 Mossos d’Esquadra, agentes de brigada móvil, numerosos furgones y hasta un helicóptero, participaron en el asalto a la Casa de la Montanya en Barcelona, ocupada desde hacía 25 años y bien reconocida como centro de actividad social. Se detuvo a 11 personas. Tres meses más tarde se produjo la Operación Piñata que afectó principalmente a Madrid, donde de nuevo se asaltaron varios centros sociales en Lavapiés (La Quimera) y en Vallecas. 38 detenidos. El 28 de octubre de 2015, de nuevo en Barcelona y Manresa, se llevó a cavo la segunda fase de la Operación Pandora. Entre los detenidos se encontraba uno de los abogado que trabajaba en colectivos sociales. La organización terrorista perseguida era el GAC (Grupos Anarquistas Coordinados) y una parte de los detenidos pasaron más de un mes en prisión preventiva, para luego ser puestos en libertad con elevadas fianzas.

Además de difundir el mensaje de que el anarquismo terrorista se estaba implantando en España, estos hechos constituían importantes precedentes que abrieron nuevas vías represivas, ya que ampliaban el término de terrorismo a un amplio espectro de comportamientos y acciones. La profesora Carmen Lamarca (de la Universidad Carlos III) afirmaba que la reforma del Código Penal de 2010 introdujo una gran ambigüedad al sustituir “banda armada” por “organización terrorista” y enfatizar en el concepto de terrorismo una finalidad política de subvertir el orden constitucional por medios violentos. Es decir, el elemento característico y objetivo de las armas se dejó de lado, priorizando el elemento subjetivo de la subversión del orden constitucional. Así podía justificarse este asalto represivo al anarquismo, políticamente subversivo y en el que algunos de sus militantes habían practicado sabotajes de baja intensidad en cajeros automáticos causando “daños terroristas”. La interpretación de los hechos quedaba exclusivamente a la discrecionalidad del juez[1].

2. Legislación propia de un Estado Policial.

En definitiva, antes de la incorporación de las nuevas leyes la represión y el recorte de libertades habían avanzado considerablemente. Sin embargo, la aprobación y entrada en vigor de éstas supondrán un gigantesco paso adelante hacia el Estado policial.

La primera de estas nuevas leyes, a la que no se ha prestado demasiada atención, fue la Ley de Seguridad Privada, que entró en vigor en junio de 2014. No se trata sólo de que favorezca el negocio privado, sino de que presenta amenazas preocupantes. Con ella algunas funciones propias de los Cuerpos de Seguridad del Estado se externalizan o comparten con los vigilantes de las empresas de seguridad privadas, que tendrán competencias en espacios públicos y podrán intervenir en ellos (centro de la ciudad, manifestaciones). Además los requisitos para convertirse en vigilante privado se reducen y con ello el control y la responsabilidad sobre las acciones de las personas que ocupan esos puestos.

La Ley de Seguridad Ciudadana se diseñó para atajar las nuevas formas de lucha en defensa de los derechos laborales y sociales, para limitar la libertad de expresión y de manifestación, para evitar los escarches y las acciones antidesahucio o en defensa del medio ambiente. Su primera versión horadaba de tal manera los principios democráticos liberales que asustó a la propia derecha europea e incluso española, y ante la importante contestación social juzgaron oportuno revisarla.
En la versión reformada mantuvo plenamente su carácter de instrumento para doblegar los movimientos mediante el miedo, utilizando altas sanciones económicas que se han demostrado eficaces para amedrentar al activismo. La Reforma del Código Penal, que entró en vigor el mismo día (1 de julio de 2015), vino a complementarla. Sin entrar en un tedioso análisis detallado del contenido de ambas leyes, cinco son los aspectos, a mi entender, más destacables: Primero, la ley está llena de ambigüedades y otorga a la policía una gran discrecionalidad en la interpretación de la misma, convirtiéndola de hecho en juez y parte; puede decidir cuando se incurre en falta o delito, identificar a quienes considere sospechosxs, someterles a registros corporales, llevar a cabo redadas a discreción, y crear listas negras de manifestantes, activistas, sindicalistas, periodistas… Segundo, se prohíbe conseguir pruebas de actuaciones policiales improcedentes mediante fotografías o grabación y difundirlas, con lo cual a la presunción de veracidad que la ley otorga a lxs agentes se suma la imposibilidad de probar la no culpabilidad de lxs acusadxs. Tercero, el gobierno está autorizado a prohibir cualquier protesta que considere que pueda alterar el orden, cualquier reunión en lugares que califique (a posteriori, porque no están definidas) como “infraestructuras críticas” y cualquier manifestación frente al Congreso, los parlamentos autonómicos y otras instituciones. Cuarto, se responsabiliza a los convocantes y a quienes repliquen las convocatorias de los posibles altercados que se produzcan en los actos convocados.  Quinto, se agravan las penas por atentado (sin necesidad de amenazar la integridad física) y resistencia a la autoridad, bien sean representantes políticos, cuerpos de seguridad del Estado o personal de seguridad privada. Sin olvidar, por supuesto, las devoluciones en caliente y la reintroducción de la cadena perpetua.

En el tiempo que llevan en vigor la aplicación de sanciones en virtud de la Ley de Seguridad Ciudadana, algunas noticias de sanciones nos pueden hacer sonreír, como la de aquella persona que llamó colega al agente, la panadera que le dijo que allí no se podía aparcar o la chica del bolso con las iniciales ACAB (All cats are beautiful y no, como el agente quiso entender, All cops are bastards). Pero lo preocupante de esos casos es que forman parte de la que ha sido la segunda causa de sanción por ley mordaza, la falta de respeto a las fuerzas de seguridad. Entre el 1 de julio de 2015 y el 28 de enero de 2016 se impusieron 6.217 multas por esta causa (aproximadamente 30 al día), a las que habría que añadir otras 3.699 por desobediencia o resistencia a la autoridad y otras 2.027 por causar desordenes. Ninguna de ellas, es cierto, parece haber pasado de faltas leves (entre 100 y 600€), pero no dejan de ser significativas en tanto que apuntan a ese aumento del poder y discrecionalidad que la ley otorga a la policía. Y no olvidemos que se ha empezado a aplicar en año electoral, en el que, por otra parte, no ha habido grandes movilizaciones.

Un sector particularmente afectado, como no podía ser de otra manera, ha sido el del periodismo, ya que acallar la calle supone, además de silenciar las protestas, hacerlas invisibles, ocultarlas a la opinión pública. Lo que no se ve y de lo que no se habla no existe. Hoy no pueden conseguir la invisibilidad absoluta. Las redes juegan un papel fundamental en la difusión de noticias. Pero también se ven sometidas a férreo control y a sanciones por ley mordaza.

3. Coordinando la Resistencia.

¿Será posible revertir esta situación, este avance hacia un Estado autoritario y policial? Aún no sabemos cuál será el próximo gobierno, aunque la composición parlamentaria ofrece un panorama muy diferente al de la anterior legislatura del PP. El parlamento surgido de las elecciones del 20D llegó a abolir la ley mordaza, pero dicha resolución quedó suspendida con las nuevas elecciones.
La composición actual no es exactamente la misma, pero, en todo caso, lo que está claro es que será la presión en la calle la que incline la balanza en uno u otro sentido en las instituciones. En todos estos años de represión han ido surgiendo numerosas organizaciones antirrepresivas locales (como es el caso de LIBRES, la Asamblea Cántabra por las Libertades y contra la Represión, a la que pertenece quien escribe), muchas de ellas se han conectado en red en organizaciones estatales como No Somos Delito, Defender a Quien Defiende o Amnistía Social.
Se ha avanzado, por tanto, en la organización de un movimiento de resistencia que deberá ahora fortalecerse, actuar coordinadamente para golpear todas juntas e impulsar una retirada de las leyes mordazas y sobre todo una amnistía social. Porque no basta con la abolición de las leyes -de las que por otra parte nos interesan particularmente los aspectos que afectan a las libertades y derechos- sino que debemos exigir la liberación de los presos políticos, la retirada de las sanciones, el resarcimiento de los perjuicios causados y el reconocimiento de que la protesta no es delito sino un derechos fundamental.






[1] Daniel Amelang: “Hipertrofia: operaciones contra anarquistas”. Diagonal, 1-6-2015.

Reabrir la cuestión revolucionaria (lectura del Comité Invisible


“La inteligencia estratégica nace del corazón... Incomprensión, negligencia e impaciencia: he ahí al enemigo”
(Amador Fernández-Savater)

1- Introducción: extender las plazas

Recientemente, en un viaje a Argentina, un amigo de allá me preguntó, tras escuchar mi relato sobre las peripecias políticas que van del 15M a Podemos, si en la sociedad española hay un impulso al cambio que va tomando formas distintas o el deseo de volver a vivir en un capitalismo “tranquilo”. Es decir, si hay elementos de una “mutación civilizatoria” o se quiere volver a lo que había pero ya no hay (ni siquiera como expectativa), un cambio sin cambio.
No supe bien qué contestar, más allá de alguna banalidad (“un poco de todo”, “depende de para quien”), pero la pregunta se me quedó retumbando dentro. ¿Cuál es el movimiento de fondo de lo que estamos viviendo desde 2011? ¿Se trata de “ver caer” a los culpables de que las cosas ya no son como eran y buscar quien nos devuelva a la “normalidad” o de inventarnos otras maneras de vivir?
Siete años después de publicar ese paradójico best-seller subversivo que fue La insurrección que viene, el último libro del colectivo Comité Invisible (CI) titulado A nuestros amigos arranca constatando que “las insurrecciones, finalmente, han llegado”. Primavera árabe, 15M, Syntagma, Occupy, Gezi... Y a partir de ahí hace una apuesta: en los movimientos de las plazas hay indicios de una “mutación civilizatoria”, sí, pero sin lenguaje ni brújula propia, lastrados por el peso de herencias ideológicas no elegidas y en medio de una gran confusión.
A nuestros amigos es un pequeño acontecimiento en el mundo editorial, no en el sentido de que sea un éxito de ventas o de marketing, sino una anomalía en las maneras de escribir y publicar. No es un libro de autor, otra marca personal en la red de los nombres, sino que viene firmado por la denominación ficticia de una constelación de colectivos y personas que sostienen que “la verdad no tiene propietario”. No es un libro que surja simplemente de la lectura de muchos otros libros, sino también de un conjunto de experiencias, de prácticas y de luchas que consideran importante pensarse y contarse a sí mismas. No es un libro que pretenda alimentar un ruido de temporada ni convencer a nadie de nada, y por eso se dirige “a los amigos”, a los que de alguna manera ya caminan juntos aún sin conocerse, proponiendo una serie de señales, como esas muescas que dejan los senderistas para otros amantes de las caminatas, con la diferencia de que este camino no existe con anterioridad, sino que se hace (colectivamente) al andar.
El dato, el suelo del que parte el libro, como hemos dicho, son las potencias y los impasses de los movimientos de las plazas, no entendidos como una serie dispersa de erupciones inconexas, sino como una secuencia histórica de levantamientos entrelazados. Estos movimientos irrumpen y alteran profundamente los contextos en los que se desarrollan, hundiendo legitimidades que parecían sólidas como la roca y redescribiendo la realidad, pero parecen finalmente chocar con un muro (la política macro) y entrar en reflujo (Occupy, Gezi). Es ahí que aparece o puede aparecer la “operación hegemónica”: aprovechando el quiebre/desplazamiento del sentido común generado por el clima de las plazas, se trata de conquistar la opinión pública, los votos y el poder institucional, para forzar los límites del capitalismo parlamentario desde dentro, mediante políticas realmente socialdemócratas (Syriza en Grecia, Podemos en España).
¿Hay otras opciones? ¿Se puede imaginar una prolongación no electoral o institucional de la potencia de las plazas (que no suponga, claro está, una simple “vuelta atrás”, a los pequeños grupos de convencidos, a los proyectos micro, a las luchas puntuales y locales)? Entre la reposición del verticalismo político y la tentación de la nostalgia y el resentimiento, ¿cómo seguir e ir más lejos? ¿Si no es hegemonía, entonces qué política?
El CI propone su propia alternativa: reabrir la cuestión revolucionaria. Es decir, replantear el problema de la transformación radical (de raíz) de lo existente, clausurada por los desastres del comunismo autoritario del siglo XX. El problema de la ruptura con el capitalismo parlamentario como único marco posible y la emergencia de una nueva idea/sentimiento de la vida. La revolución, “no tanto como objetivo, sino como proceso”, es decir, no tanto como un horizonte abstracto o ideológico, un puro “deber ser” sin anclaje en el deseo social y la realidad, sino como “perspectiva”, como un punto de vista capaz de alcanzar muy lejos pero a partir de donde se está, pie a tierra. Esa perspectiva revolucionaria sería, según el CI, la del pasaje del “paradigma del gobierno” (que en Occidente lo regula todo: el orden político, económico e íntimo) al “paradigma del habitar”, un viraje a un tiempo físico y metafísico. Volveremos sobre ello.
Reabrir la cuestión revolucionaria, ¿una propuesta excesiva, irreal, delirante, inoportuna, de minorías para minorías...? Seguramente, sí. Pero a la vez, ¿qué desplazamiento político significativo ha nacido como una opción mayoritaria, reflejo del sentido común? ¿No ha sido siempre por fuera del posibilismo donde se han abierto las cuestiones decisivas? ¿Y no es cada vez un “puñado de locos” (esclavos, obreros, negros, mujeres, homosexuales...) los que empiezan las mutaciones más importantes? La política transformadora nunca ha consistido en un “cálculo de mayorías”, sino en una nueva verdad que se dirige potencialmente a cualquiera.
“Nos hemos tomado el tiempo para escribir, esperando que otros se tomen el tiempo para leer”, dice el CI. Me he peleado con el libro varias semanas, porque para mí mucho de lo que se dice es extraño, contra intuitivo o directamente choca de plano con lo que pienso. Pero en este caso me parece que vale la pena chocar. Finalmente, me puse a escribir como una manera de entender mejor, de reapropiarme del texto desde mis experiencias y referencias. Es lo que puedes leer a continuación, una presentación del libro que es al mismo tiempo mi interpretación, que mezcla sus palabras y las mías, destacando cuatro de los puntos fuertes que podemos encontrar entre sus páginas. Se trata de un texto largo, que requiere también un poco de tiempo y atención.

2- Las verdades éticas

El cuerpo ardiendo de Mohamed Boauzizi frente a la comisaría de Sidi Bouazid en Túnez,  las lágrimas de Wael Ghönim en la entrevista televisiva tras ser liberado de la detención secreta por parte de la policía egipcia, el desalojo nocturno de los 40 de Sol... Las escenas que durante los últimos años han tenido fuerza para abrir situaciones políticas (primavera árabe, 15M) no oponen saber a ignorancia. En ellas hay palabras y voces más que discursos y explicaciones, hay personas comunes y anónimas que dicen 'basta', hay cuerpos que ocupan con valentía el espacio haciendo lo que no deben, hay gestos locos en el sentido de imprevistos e imposibles que desafían el estado de cosas con la vida al descubierto, hay la pesada materialización policial de un orden odioso... Son escenas que redefinen y desplazan para todos el umbral entre lo que toleramos y lo que ya no toleramos más. Escenas que nos conmueven y convocan al mostrar un corte, un choque, una lucha entre vidas dignas e indignas de vivirse.
El CI afirma que si los movimientos de las plazas han descolocado tantísimo a los “militantes de toda la vida” es por esto: no parten de ideologías políticas, no parten de una explicación del mundo, sino de verdades éticas. ¿En qué sentido, cómo se diferencia una “verdad ética” de una verdad tal y como estamos acostumbrados a entenderla, como adecuación del enunciado y la cosa?
Rebobinemos un poco: antes de bajar a las plazas del 15M, ¿acaso no sabíamos (cada cual por su lado) lo que estaba pasando, que la crisis es una estafa, que lo llaman democracia y no lo es, que la política de los políticos está corrupta y subordinada a las exigencias de la economía? ¡Hasta lo decía Iñaki Gabilondo en prime time, en términos no tan diferentes de los que emplea hoy Pablo Iglesias! Secretos a voces. Y, sin embargo, la calle se mantuvo muy silenciosa entre 2008 y 2011. Todos sabíamos, pero no pasaba nada. La verdad, como simple enunciado objetivo, no posee por sí misma la capacidad de sacudir la realidad. Un poder deslegitimado puede seguir operando, porque no se sostiene fundamentalmente sobre nuestro acuerdo y consenso (creencia o fe en sus explicaciones), sino sobre la sujeción de los cuerpos, la anestesia de las sensibilidades, la gestión de la imaginación, la logística de nuestras vidas, la neutralización de la acción.
Las verdades éticas, sin embargo, no son descripciones del mundo, sino afirmaciones a partir de las cuales lo habitamos y nos conducimos en él. No son verdades objetivas y exteriores, sino sensibles: lo que sentimos ante algo más que lo que opinamos. No son verdades que tengamos por separado, sino que nos vinculan a otros que perciben lo mismo. No son enunciados que puedan dejarnos indiferentes, sino que nos comprometen, nos afectan, nos requieren. No son verdades que iluminan, sino verdades que queman.
¿Por qué serían tan importantes las verdades éticas, desde un punto de vista transformador? Para el CI, la política no opone un grupo a otro, un discurso a otro, sino un mundo a otro. El neoliberalismo no sólo es la imposición de ciertas políticas macro, sino también “el hecho de que se admita en lo sucesivo como natural una relación con el mundo basada en la idea según la cual cada uno tiene su vida”. No es  simplemente ideológico sino “existencial” y sus catástrofes están ya implícitas en esa idea de la vida, materializada en los gestos más cotidianos.
Si el CI afirma que la potencia política de las plazas reside en sus verdades éticas es porque estas nos arrancan del individualismo (cada cual para sí) y nos vinculan por todas partes a personas y a lugares, a maneras de hacer y pensar. De pronto ya no estamos solos frente a un mundo hostil, sino entrelazados. Afectados en común por la inmolación de un semejante, la demolición de un parque, el desahucio de un vecino, el disgusto por la vida que se lleva, el deseo de otra cosa. Sentimos que el destino de uno tiene que ver con el destino de los otros. La emoción misma de la palabra que se compartía en las plazas tenía que ver con el hecho de que se trataba de palabras imantadas por esas verdades que vehiculan otras concepciones/sentimientos de la vida.
La política consiste, pues, en la construcción, a partir de eso que sentimos como una verdad, de formas de vida deseables, capaces de durar y sostenerse materialmente. Las verdades éticas dándose un mundo.

3- Crítica de la democracia

Sin embargo, para el CI, la reivindicación o exigencia de democracia (bajo ninguna de sus formas: representativa, directa, digital, constituyente...) no tiene que ver con las verdades éticas que emanan de las plazas. Más bien al contrario: el imaginario y el horizonte de la democracia nos desvía fatalmente, conduciéndonos a un campo minado. Es un punto de choque con el sentido común de los movimientos de las plazas, resumido en la famosa consigna de “democracia real ya”. ¿Cómo se explica esto?
La concepción clásica de la política divide las cosas entre un sujeto (que gobierna) y un mundo (de objetos, de personas, de procesos, etc.) a gobernar. Es el paradigma que rige el mundo desastrosamente, al hacer de él un objeto de control. Pues bien, la democracia forma parte de este paradigma, ya sea en su versión jerárquica (la democracia representativa, según la cual “el pueblo no delibera si no es a través de sus representantes”) o en su versión directa o asamblearia. Vamos a detenernos en la crítica a esta última, menos conocida. 
En el ágora democrática, los seres racionales argumentan y contraargumentan para tomar una decisión (la ley), pero la asamblea que los reúne sigue siendo un espacio separado de la vida y de los mundos: se separa de hecho para mejor gobernarlos. Se gobierna produciendo un vacío, un espacio vacío (el llamado “espacio público”), en el que los ciudadanos deliberan libres de la presión de “la necesidad”: la materialidad de la vida, aquello que designamos, desligándolo de lo político, como lo “reproductivo”, lo “doméstico”, lo “económico”, la “supervivencia” o la “vida cotidiana”, queda fuera, a la puerta de la asamblea.
La crítica del CI a la democracia directa no es sólo una crítica teórica o abstracta, sino que se puede entender mejor como una observación de los impasses y los bloqueos de las asambleas de los movimientos recientes: la palabra que se distancia de la acción, colocándose “antes”; las decisiones que no implican a quienes las toman; el sofoco de la iniciativa libre y de los disensos; el fetichismo de los procedimientos y los formalismos; las luchas de poder para condicionar las decisiones; la centralización y burocratización, etc. Para el CI, nada de todo ello es “accidental”, sino “estructural”. Tiene que ver con la separación instituida por la asamblea entre las palabras y los actos, entre las palabras y los mundos sensibles.
(Por supuesto, la “democracia digital” no soluciona nada de esto, sino que más bien agrava algunos problemas: reino de la opinión donde no se sabe quién habla, las decisiones no tienen consecuencias, etc.)
La potencia de las plazas no estaba para el CI en las asambleas generales, sino en los campamentos, es decir, en la autoorganización de la vida común (infraestructuras, alimentación, guarderías, enfermería, bibliotecas, etc.). A partir de las necesidades inmediatas que iban surgiendo (no desde un plan, un “ante”), coordinando los esfuerzos locales y situados (no desde un centro, ni siquiera democrático), pensando mientras se hacía, lo que se hacía y desde lo que se hacía, en un puñado de días se construyeron decenas de pequeñas ciudades en el corazón mismo de las grandes. No a través de “la” asamblea como espacio soberano, sino de mil prácticas distintas de autoorganización.
Los campamentos se organizaron según lo que el CI llama el “paradigma del habitar”, que opone al del “gobierno”. En el paradigma del habitar, no hay vacío u oposición entre sujeto y mundo, sino que los mundos se pliegan sobre sí mismos para pensarse y darse formas. No se decreta lo que debe ser, sino que se elabora lo que ya está siendo. No se funciona a partir de una serie de metodologías, procedimientos y formalismos, sino de una “disciplina de la atención” a lo que pasa (cómo pasa, por dónde pasa...); las decisiones no se toman, ni por mayoría ni por consenso, sino que más bien prenden, se decantan en la discusión; no son elecciones entre opciones dadas, sino invenciones que surgen de la presión de un problema o una situación concreta; y las aplican quienes las toman, comprobando en primera persona lo que implican, confrontándolas con la realidad, haciendo de cada decisión una experiencia.
La libertad, para el CI, no tiene que ver con la “participación”, o con la elección y el control de los representantes, sino con el despliegue de las iniciativas, con la construcción de mundos habitables, con prácticas concretas. No tanto con “poder decidir” como con “poder hacer”.
Finalmente, la democracia no sólo forma parte del paradigma del gobierno, sino que lo hace además de manera insidiosa porque pretende confundir a los gobernantes y a los gobernados. Un grito como “no nos representan” abre ahí una brecha escandalosa, pero nunca tarda en llegar un “verdadero demócrata” que nos asegura que con él, esta vez sí, habrá “un gobierno de la gente”. Y los gobernados quedan así de nuevo reabsorbidos en los gobernantes. Un poder relegitimado de ese modo, un poder que dice emanar del “pueblo en acto” (por ejemplo de las plazas), un “gobierno del 99%”, puede ser el más opresor de todos. ¿Quién podría cuestionarle? Sólo el 1%. La parte se hace pasar por el todo y coloca al adversario en la posición de monstruo, criminal, enemigo a abatir. Es en este sentido que el recuerdo del 15M será siempre un peligro (y un campo de disputa), en tanto que “marea destituyente” y creación de mundos autoorganizados, sin rastro de “poder constituyente” o “nueva institucionalidad”. Devenir y permanecer ingobernables pasa, pues, por renunciar a legitimarse en un principio superior, por quedar alegremente siempre al desnudo como el rey del cuento, asumiendo el carácter siempre local y situado, arbitrario y contingente, de toda posición política.

4- El poder es logístico

Los tunecinos ocuparon la Kasbah, los griegos plantaron sus tiendas de campaña frente al Parlamento en plaza Syntagma, los portugueses intentaron entrar por la fuerza en la Asamblea de la República, aquí rodeamos el Parlament catalán en junio de 2011 y el Congreso el 25S de 2012... Rodear, asaltar, ocupar los parlamentos: los lugares de poder institucional han hechizado la atención y el deseo de los movimientos de las plazas (y, tal vez por eso, los dispositivos electorales son la continuación lógica).
Pero, ¿es seguro que ahí está el poder? El CI tiene una idea muy distinta: el poder es logístico y reside en las infraestructuras. No es de naturaleza representativa y personal, sino arquitectónica e impersonal. No es un teatro, sino una estructura de acero, un edificio de ladrillo, un canal, un algoritmo, un programa informático.
Según explica el brillante y contradictorio autor italiano Curzio Malaparte en su libro clásico y maldito Técnica del golpe de Estado, aquí mismo estaba el corazón de la discusión entre Lenin y Trotsky la víspera de la revolución rusa. Para Lenin, se trataba de suscitar y organizar un levantamiento general de las masas proletarias que desembocase en el asalto al Palacio de Invierno. Para Trotsky, por el contrario, la revolución no pasaba por combatir a pecho descubierto al gobierno y a sus ametralladoras, ni por tomar palacios o ministerios, sino por adueñarse de la organización técnica de la sociedad: centrales eléctricas, ferrocarriles, teléfonos, telégrafos, puertos, gasómetros, acueductos, etc. Para ello, no se necesitaban masas proletarias algunas, sino una tropa de asalto de “mil técnicos”: obreros especializados, mecánicos, electricistas, telegrafistas, radiotelegrafistas, etc. A las órdenes de un ingeniero-jefe de la revolución: el mismo Trotsky.
Según la historia (¿o fábula?) de Malaparte, los mil técnicos de Trotsky se ejercitaron durante meses en “maniobras invisibles”: infiltrándose aquí y allá, lograron mapear y documentar la distribución de los despachos, las instalaciones de luz eléctrica y de teléfono, el plano de los edificios y de los servicios técnicos de la capital. Llegado el momento, burlaron la vigilancia policial (más atenta a un posible levantamiento popular que al deslizamiento de pequeños grupos) y tomaron todas las infraestructuras del Estado. El asalto al Palacio de Invierno fue espectacular y pasó a la historia, pero en realidad sólo fue la manera de comunicar que el poder ya había cambiado de bando, haciendo caer a la vista de todos una cáscara vacía.
Del mismo modo, el CI piensa que el gobierno no reside en el gobierno, sino que está incorporado en los objetos y las infraestructuras que organizan nuestra vida cotidiana (y de los que dependemos completamente). Toda Constitución es papel mojado, la verdadera Constitución es técnica, física, material. La escriben quienes diseñan, construyen, controlan y gestionan la infraestructura técnica de la vida, las condiciones materiales de existencia. Un poder silencioso, sin discurso, sin explicaciones, sin representantes, sin tertulias en la tele (y al cual es del todo inútil oponerle una contrahegemonía discursiva).
Ignorar al poder político, centrarse en las infraestructuras: aquí terminan las resonancias con el singular Trotsky de Malaparte. Porque para el CI no se trata de “adueñarse” de la organización técnica de la sociedad, como si ésta fuese neutra o buena en sí misma y bastase simplemente con ponerla al servicio de otros objetivos. Ese fue el error catastrófico de la revolución rusa: distinguir los medios y los fines, pensar por ejemplo que se podía liberar el trabajo a través de las mismas cadenas de montaje capitalistas. No, los fines están inscritos en los medios, cada herramienta y cada técnica configura y a la vez encarna cierta concepción de la vida, implica un mundo sensible. No se trata de “apoderarse” de las técnicas existentes, sino de subvertirlas, transformarlas, reapropiárselas, hackearlas.
El hacker es una figura clave en la propuesta política del CI. O, más bien, el espíritu hacker (en sentido social, amplio, más allá de lo puramente digital) que consiste en preguntarse (siempre mediante el hacer) cómo funciona esto, cómo se puede interferir en su funcionamiento, cómo podría funcionar de otro modo y se preocupa por compartir los saberes. El espíritu hacker rompe la naturalización de las “cajas negras” entre las que vivimos normalmente (infraestructuras opacas que constriñen nuestras posibilidades y gestos más cotidianos), haciendo visible los códigos de funcionamiento, encontrando fallos, inventando usos, etc. Todo lo contrario del cuento sobre el tecnofetichismo.
Pero no se trata de sustituir a los “mil técnicos” de Trotsky por “mil hackers”. Lo que se precisa más bien (a lo que se parece un proceso revolucionario efectivo) es a un devenir-hacker colectivo, de masas, sin ingeniero-jefe. Es decir, la puesta en común de saberes que no son opiniones sobre el mundo, sino posibilidades muy concretas de hacerlo y deshacerlo. Saberes que son poderes. Poder de construir y de interrumpir, poder de crear y de sabotear. Un devenir-hacker colectivo son miles de personas que bloquean en tal punto neurálgico un megaproyecto de infraestructuras que amenaza con devastar un territorio y sus formas de vida. Un devenir-hacker de masas son miles de personas que construyen pequeñas ciudades en medio de las grandes, capaces de reproducir la vida entera durante semanas.
Las “maniobras invisibles” donde se preparan los procesos revolucionarios son todos aquellos espacios políticos donde se comparten saberes, escuelas de conocimientos compartidos y de contra-habilidades, lugares de cacharreo, puntos de cruce entre saberes técnicos y formas de vida disidentes. ¡Menos mítines y más hacklabs!


5- Las comunas

La política clásica propaga el desierto porque está separada de la vida: se hace en otro sitio, con otros códigos, en otros tiempos, etc. Hace el vacío (abstracción de los mundos sensibles para gobernar) y por tanto lo extiende. La revolución sería, por el contrario, un proceso de repoblamiento del mundo: la vida aflorando, desplegándose y autoorganizándose, en su pluralidad irreductible, por sí misma.
Como propuesta política, el CI llama “comuna” a la forma en la que podría darse ese despliegue autoorganizado de la vida. La palabra francesa “comuna” tiene al menos dos sentidos (además de la evocación histórica, bien importante): un tipo de relación social y un territorio.
La comuna es, por un lado, un tipo de lazo. Frente a la idea del liberalismo existencial de que cada cual tiene su vida, la comuna es el pacto, el juramento, el compromiso de afrontar juntos el mundo.
Por otro lado, es un territorio. Son lugares vivos donde se inscribe físicamente un cierto compartir, la materialización de un deseo de vida común.
¿El CI propone entonces formar tribus, bandas? No exactamente, porque la comuna es distinta a la comunidad, no vive cerrada/aislada (en ese caso se apergamina y muere), sino siempre atenta a lo que se le escapa y desborda, en una relación positiva con el afuera. Ni medios para un fin, ni fines en sí mismas, las comunas siguen una lógica de la expansividad y no del autocentramiento.
¿Están hablando de política local, barrial? No exactamente, porque el territorio de la comuna no está dado previamente, no preexiste, sino que es la propia comuna la que lo activa, crea y dibuja, mientras que éste le ofrece a su vez refugio y abrigo. El territorio de la comuna no tiene límites acotados, es una geografía móvil y variable, en construcción permanente.
Un grupo de amigos puede ser una comuna, una cooperativa puede ser una comuna, un colectivo político puede ser una comuna, un barrio puede ser una comuna... Quizá hacer un contraste con la política clásica sirva para entender mejor la propuesta del CI.
Si la concepción clásica nos hace pensar que la política se hace en un lugar abstracto y separado de la vida, un lugar “excepcional” que requiere un tipo de saber y disposición igualmente “excepcional”, la comuna se construye ahí donde uno está, desde lo que hace la vida relevante, desde las relaciones que hay, recombinando los saberes existentes, desde donde cada cual tenga puesto el cuerpo, el deseo y la atención. Se trata de politizar la vida, no de “movilizarse”.
Si la concepción clásica nos hace pensar que la política se guía por un mapa previo (la izquierda contra la derecha, el proletariado contra la burguesía), las comunas dibujan sus propios mapas, deciden con quién cooperar y con quién chocar, situación por situación, punto por punto, desde una lógica de la estrategia y no dialéctica, es decir, partiendo de la amistad (el incremento de la potencia en el encuentro) y no de la enemistad (la unificación por designación del enemigo común). Amigos y enemigos igualmente concretos y situados, con los que tenemos “contacto”, de los que tenemos “experiencia”, que aumentan u obstaculizan nuestra potencia, no entes abstractos o ideológicos.
Si la concepción clásica nos hace pensar que “organizarse” es afiliarse o participar en una estructura única, con un mando centralizado, líneas de arriba-abajo, correas de transmisión, formalismos homogéneos, las comunas más bien se componen, se conectan, se comunican, se cruzan, cooperan y colisionan entre sí, sin articularse en una fantasmática “unidad”, sino manteniendo siempre su autonomía y su pluralidad; tan irreductiblemente plurales como lo son las formas de vida sobre la tierra.
El problema de la organización es, por tanto, el problema de pensar cómo circula lo heterogéneo, no cómo se estructura lo homogéneo. El desafío de inventar formas y dispositivos de traducción, momentos y espacios de encuentro, lazos transversales, intercambiadores, ocasiones de cooperación, etc.
Lo “universal” no se construye poniendo entre paréntesis lo particular (situado, singular), sino por profundización, por intensificación de lo particular mismo. En cada situación está el mundo entero si nos damos tiempo para buscarlo. Sería difícil por ejemplo pensar en una experiencia con mayor capacidad de interpelación y al mismo tiempo tan inscrita profundamente en un territorio muy concreto como el zapatismo. Como dice el poeta Miguel Torga, “lo universal es lo local sin los muros”.
La “organización” más importante es, finalmente, la vida cotidiana misma, en tanto que red de relaciones susceptible de activarse políticamente aquí o allá. Cuanto más densa es la red, cuanta más calidad tienen esas relaciones, mayor es la potencia política de una sociedad.

6- Final: elogio del tacto

También las revoluciones se han pensado y llevado a cabo desde el paradigma del gobierno: un sujeto contrapuesto al mundo (la vanguardia) que lo empuja en la buena dirección; el pensamiento como ciencia y Saber con mayúsculas; la acción como aplicación de ese saber; la realidad como materia informe que modelar; el proceso revolucionario como “producto” o ajuste fino entre medios y fines, etc.
Forzar las cosas desde el exterior: las revoluciones que se hacen desde ahí resultan un desastre y abrasan a los revolucionarios en el voluntarismo. Ser militantes, en el paradigma del gobierno, implica estar siempre enfadados con lo que pasa, porque no es lo que debería pasar; siempre regañando a los demás, porque no se enteran de lo que debieran; siempre frustrados, porque a lo que hay le falta esto o aquello; siempre angustiados, porque lo real está permanentemente en la dirección equivocada y hay que someterlo, dirigirlo, enderezarlo; implica no disfrutar, no dejarse llevar nunca por la situación, no confiar en las fuerzas del mundo, etc.
Habría otro camino. Aprender a habitar plenamente, en lugar de gobernar, un proceso de cambio. Dejarse afectar por la realidad, para poder afectarla a su vez. Darse tiempo para aprehender los posibles que se abren en tal o cual momento. Es en este sentido que el CI afirma que “el tacto es la virtud revolucionaria cardinal”. Si la revolución es el incremento de los potenciales inscritos en las situaciones, el con-tacto es a la vez lo que nos permite sentir por dónde está circulando la potencia y el modo de acompañarla sin forzarla, con cuidado. Y de esa sensibilidad estamos más necesitados que de mil cursos de formación en contenidos políticos.
“La inteligencia estratégica nace del corazón... Incomprensión, negligencia e impaciencia: he ahí al enemigo”



BREVE VAREADO a la DEMOCRACIA



(Albert Walden)
                   
Existen ciertas palabras destinadas a representar inacabables desarrollos teóricos, analíticos, pragmáticos, etc., en las más diversas disciplinas del conocimiento social o de la acción política, e incluso  - y esto es lo más general -  pueden llegar a contener  el patrimonio afectivo y emocional del sentido de pertenencia. Normalmente estos tipos de conceptos hacen referencia a incuestionables principios que son aceptados con un apriorismo consensual que llega a ser muchas veces saturante para la propia autonomía reflexiva del individuo. Su cuestionamiento y, algunas veces, su crítica pueden  acarrear curiosas descalificaciones, fóbicas hostilidades o acusadoras anatemizaciones  que  probablemente conllevarán la condena al ostracismo  en el “lado oscuro” de la opinión pública de turno.  Demostraciones todas de que tales conceptos, ideas, teorías o simplemente pareceres dividen el mundo entre “lo bueno” y lo peor que lo malo, visión demasiado torpe para que eso suceda así realmente.
Más allá de sus ventajas y defectos - cuestiones ambas coyunturales y dinámicas -el ordenamiento social que se da en nombrar democracia es una de esas palabras a las que me quiero referir, otras bien pudieran ser fe, patria, raza, religión, libertad, etc.
Cuando uno mismo confiesa públicamente, no solamente su impiedad democrática, sino sus aporías respecto a las virtudes que dice representar dicho sistema de dominio, a demasiados les parece que más que estar intentando desarrollar una refutación respecto a ella, está - un servidor - haciendo una declaración de afinidad “dictatorializadora”, debe ser por aquello de la asociación automática de conceptos, generalidades y miedos; una especie de “re-totum revolutum” donde la democracia - cual un nuevo Godot - lo naturalizara todo finalmente y todo lo hiciera entrañablemente cotidiano y aguardable.
Sí, la afirmación de declararse no demócrata provoca en muchos la mismita reacción que provocaba en otros, hace no demasiados años, manifestar una vocación ateísta; el asombro, el espanto o hasta la deducción inmediata de una perversión intrínseca afloran ahora igual que afloraban antaño en esa pregunta retomada entre inquiridora, despreciativa y precontestada del ¿Entonces tú que coño eres, en que  crees?
Bueno, afortunadamente – de igual modo que existen para cualquier creencia en palabra revelada inacabables alternativas donde depositar no solo la fe, sino también la razón adoctrinada - para abordar las virtudes y vergüenzas de algo tan holístico como quiere ser la democracia - al margen de su autohomologación exclusiva como contrapunto a la cruel historia del instinto de dominio social – existe aún la capacidad de reflexión, comunicación y crítica  que puede desarrollar el individuo en su relación con otros.
Dialécticas fundamentales como el desasosiego ético, la medida epistemológica,  el compromiso de la justicia; en fin, aquellas cuestiones que en puridad no se deberían estandarizar, ni especializar (sic) en el individuo, se hacen impregnar de sentido democrático para así homologar su pedigrí  en una especie de placebo político que – como ya digo – se obsesiona con el proselitismo.
Las democracias avanzadas del todocapitalismo triunfante, las perfeccionadas democracias  behavioristas estructuradas en torno al ideal publicitario del bienestar-felicidad; las novísimas democracias tecnoshow; las garantistas que garantizan la pasividad de los mansos participantes, o cualquier otra que la imaginación estratégica pueda ofertar fueron descubiertas al fin por el despotilla, otrora cortacabezas, y curiosamente nimbado ahora con el carisma de la credibilidad mediática; nuevos tiempos, nuevos líderes.
Luego están esas cuasidemocracias, en muchos casos aliadas y patrocinadas por las anteriores que requieren  unas tragaderas más amplías para ser justificadas por los teóricos panegiristas del absoluto democrático, esas vinculadas furtivamente a los intereses de los bloques hegemónicos.
Otra duda que siempre me ronda es aquella de que  ¿la democracia trae la prosperidad económica? o ¿es la prosperidad la que permite regímenes mas tolerantes?, cuestión esta que se puede responder con el argumento de que la relación entre ambas situaciones es una correlación de retroalimentación sinérgica; aunque esto parezca una posibilidad real a mi me parece algo excesivamente teórico, y cierto en pocos casos históricos; frustrante, pues si al fin de cuentas todo es una cuestión de nivel de vida, su cuerpo teórico es puro diletantismo.
De todos modos, yo personalmente me conformaría con un ordenamiento social que garantizara los derechos individuales y colectivos fundamentales, la dignidad de todas las personas, que respetara la oportunidad del individuo en su pugna con la masa, que lo garantizara de una manera inalienable, y no como mera declaración de intenciones constitucionales sujeta al devenir de ciertos imperativos categóricos; dejando la cuestión de mi libertad o de mi esclavitud a mi consideración ética y personal. 
Podría seguir con la reflexión, pues como apunté al principio ninguna afirmación se puede dar nunca por concluida, pero de momento sirve con lo conjeturado; aunque siempre quedará aquella fórmula recurrente y estéril que mantiene que la democracia es lo menos malo conocido, y el ánimo voluntarioso de hacer esta  día a día.
    



LA LCR Y LA HUELGA DE CONSTRUCIÓN EN EL MADRID DE 1971.


(Ramiro Calvo para Afinidades Anticapitalistas)

“Numerosas cabras de orejas grandes y perilla de brigadier volvían de lo antiguo, de pastar en el pasado, de degustar las ruinas, entre las que se sienten tan bien las cabras, a las que las ruinas abren el apetito y agrandan más sus ubres sopladas de leche espesa con regusto de piedra”.

Ramón Gómez de la Serna (La mujer de ámbar)


En 1970 Ramiro Calvo salía  de la Cárcel de Carabanchel (Madrid);  tras una detención durante las movilizaciones contra los Procesos de Burgos se le acusó de  asociación ilegal y propaganda.
Menor de edad, su estancia en la cárcel fue corta; es allí donde inició su amistad con Sabino Arana, histórico nacionalista revolucionario vasco (encarcelado desde 1968 a 1977) que a lo largo de 1970 se posicionó primero  con ETA VIª  Asamblea y poco después con LKI (LCR). Aquella amistad y conversaciones contribuyeron a imprimir un nuevo rumbo a sus ideas políticas.

Ramiro, entonces joven trabajador de la construcción, rememora como al salir de la cárcel estableció pronta  conexión con Miguel Romero, fue invitado a participar en un seminario de formación militante y decidió su afiliación a la LCR en el curso de ese mismo año.
Formó parte pues de la primera promoción madrileña de trabajadores dedicados a la construcción de la Liga.
Estos son sus recuerdos de la huelga que en 1971 empezó en Madrid el 13 de septiembre y concluyó el 19-20 de ese mes.

P-Vivías entonces en Villamil y al salir de la cárcel volviste a  trabajar en la construcción…

R.-Sí. Yo había estado encarcelado durante 6 medes en Carabanchel. Fui detenido durante una de las movilizaciones contra los Procesos de Burgos que fueron decisivas en el declive de la dictadura por su extensión, continuidad y porque  salvaron la vida de aquellos compañeros. Creo que en la internacionalización de la solidaridad jugó un gran papel la Cuarta Internacional que vivía un buen momento político. Eso contribuyó a mi fraternal relación carcelaria con Sabin (aunque yo provenía de la órbita PCE m-l) y generó  mucha complicidad en la comunicación y el debate político.

Bien, como dices, nuestra familia vivía entonces en Tetuán de las Victorias, un distrito histórico del Madrid rojo y republicano.
Mi familia formó parte del  éxodo rural a Madrid, ya en 1956 llegó mi padre, dispuesto a buscar trabajo y construir casa.  Procedentes de la provincia de Ávila nos  asentamos en Villamil, una barriada de Tetuán en que buscaba su sitio mucha familia procedente del campo. Villamil está en las proximidades de lo que iba siendo el Barrio del Pilar. Mi padre era carpintero.
El sector de construcción estaba en pleno boom y en expansión desordenada; agrupaba en  la provincia de Madrid a decenas de miles de trabajadores (las cifras dadas hoy por los sindicatos cuando hacen historia del movimiento obrero en aquellos años son frecuentemente contradictorias). Desde luego éramos trabajadores sometidos a un trabajo muy duro y  las condiciones  tan precarias, habituales durante la dictadura, eran especialmente canallescas para peones y albañiles, entonces lo llamábamos eventualidad laboral.
La  gran mayoría de esos obreros procedían de la emigración agraria que desde hacía diez años vaciaba el campo y se movía en dirección a las grandes ciudades. Las dos Castillas exportaban mano de obra fundamentalmente a Madrid.
A mi padre la construcción no le gustaba  de modo que al poco tiempo encontró la posibilidad de ganarse la vida con su oficio y empezó a trabajar en un taller de carpintería.

P- Volvamos entonces a la construcción madrileña.

R- En Madrid  y sus periferias se estaba construyendo muchísimo. Montones de empresas de todos los calibres, subcontratas y pistoleros se beneficiaban de un llamado “convenio” impuesto por la CNS ese mismo año 1970. Ese “convenio” en absoluto respondía a las reivindicaciones obreras.
Madrid se ensanchaba  y se multiplicaban las nuevas barriadas en el centro, las periferias y las urbanizaciones propias de nuevos pueblos o “ciudades dormitorio”.
En todo el país el sector era muy combativo y duramente reprimido, recuerdo que durante la huelga del sector en Granada, en julio de ese año, la policía mató a tiros a tres trabajadores y resultaron heridos unos cientos en duros enfrentamientos callejeros con las fuerzas represivas (…).
En construcción las condiciones de trabajo eran muy penosas: larga jornada, fragmentación salarial en múltiples categorías, contratos-chantaje, horas extras y destajos camuflados en los contratos y no pagados, desplazamientos de mano de obra a empresas filiales para evitar crear empleos fijos, nulas condiciones de seguridad en la obra y pésima cobertura en los casos de enfermedad y accidentes laborales. Además los salarios eran míseros. Vamos… que aquello constituía ¡el mejor terreno para el desarrollo de la lucha de clases!
Además, el mes de julio de 1970 tuvo lugar  en Madrid la Huelga del Metro: un extraordinario revolcón de conciencia que concluyó con la militarización del metro por el régimen. Ese despropósito dinamizó la conciencia antifranquista de amplios sectores de población.

P- Al menos tú trabajabas en el barrio en que vivías y tenías allí a tu familia y tus amigos (…)

R-Trabajaba muy cerca de Villamil. Estaban en marcha las llamadas 2ª y 3ª fase del Barrio del Pilar y allí encontré trabajo de peón. Banús, la empresa constructora del Pilar, era una empresa puntal y puntera durante la dictadura. Una empresa que se benefició del trabajo esclavo de presos políticos. Surgió de la nada, se forró con apoyo del régimen que le encomendó obras como el Valle de los caídos y siguió comiéndose la mejor parte del pastel. Su emporio –con otros nombres- sigue gozando de completa impunidad.
En cuanto a amigos, además de aquellos jóvenes con los que había crecido, se interesó por mí el cura Paco (Francisco García Salve) que era también vecino y se aproximó con  más confianza  una vez que salí de la cárcel.
García Salve era también trabajador de construcción y dirigente de  las clandestinas CCOO y del PCE. Sabía que yo formaba ya parte de otro partido (la Liga) pero manteníamos una buena relación de compañeros. Creo que le sorprendía mi afán por discutir, por organizar y mi temprana experiencia ante la represión y la cárcel.
Fue Paco quien meses más tarde me convocó a formar parte del clandestino Comité de Huelga desde el que preparamos la gran huelga de la construcción de 1971. Yo era con mucho el miembro más joven de ese comité.

P- Hablemos entonces de aquella huelga.

R- Decía que nuestra situación laboral era penosa y las negociaciones con la patronal vía sindicato vertical CNS no habían llevado a ninguna parte…Tendían a ofrecernos la mitad de lo que se pedía (creo que hay una página Web de UGT o Comisiones, que recoge casi todos los datos concretos del resultado de aquellas negociaciones  de 1970).
En cuanto a Comisiones tenía unas estructuras de liderazgo muy ancladas en la legalidad del vertical (enlaces y jurados), era  más una sensibilidad de lucha y reivindicación, un movimiento, pero con muy poca estructura estable en los tajos.
Aún así, contaba con un puñado de luchadores con gran prestigio como Arcadio, Macario, Tranquilino, el cura Paco… gentes conocidas, con empuje y respetadas, gente integra, comunistas de pura cepa para los que “el movimiento se demostraba andando”. Les resultaba indiferente que yo fuera un comunista militante de la LCR como a mí que ellos  fueran comunistas militantes del PCE.
El comité de huelga no era muy grande, recuerdo unas diez o doce personas (los citados, otro que llamábamos “el asturiano”, yo… más o menos una docena de trabajadores) pero la huelga se preparó muy bien, con  buena información mediante mucha difusión de propaganda, reuniones en los tajos (antes, durante y después del 13) búsqueda de apoyos solidarios en otros sectores y en grupos políticos clandestinos…
Como dirían los jóvenes del 15 M  preparamos la huelga a fondo durante las semanas anteriores…“íbamos despacio porque íbamos lejos”.

P- ¿Y con qué “artillería” trabajabas tú la plataforma reivindicativa?

R- La plataforma de los viejos históricos era bastante buena. Creo recordar que en mi caso insistía en el asunto de la eventualidad laboral…ya recordarás aquello de  ¡a los 15 días todos fijos! También en los temas relacionados con seguridad en el trabajo y las subidas lineales, iguales para todos, que era muy unificadora frente a la dispersión en categorías que buscaba enfrentar a unos con otros... esos eran alguno de mis temas estrella. Con el asesinato de Patiño el mismo 13, el asunto de la autodefensa obrera, que era un tema importante en la política de la Liga, se hizo más entendible entre los trabajadores más conscientes.
Pero lo más interesante fue el volcarnos en la acción y en la imposición de Asambleas de tajo, que se iniciaban a primera hora, cuando la gente estaba cambiándose para empezar la jornada.
Se trataba de asambleas sencillas, directas y muy bien acogidas por los trabajadores. Presentábamos la plataforma reivindicativa y anunciábamos que la huelga comenzaba el  13 de septiembre.
En esencia  se discutían dos opciones: Trabajar o ir a la Huelga y después, si se seguía en el puesto de trabajo, ocupándolo en Asamblea permanente o si la gente se iba a casa (siempre exigiendo que se pagase la jornada).
A partir del 13 y en ese momento posterior a la asamblea, se iniciaba la negociación por medio de los encargados de obra que transmitían la situación a la patronal. La espera de respuesta, permaneciendo en asamblea podía durar horas.
Es entonces cuando hablando se expresaba la disponibilidad a la lucha y despuntaba la conciencia de  un auténtico poder de clase. En una ocasión, junto a Macario, nos planteó un trabajador en la asamblea: “¡Tenemos las máquinas! ¿Qué hacemos? ¿Salimos a la calle con ellas?” La gente apoyaba entre risas. No salieron de los tajos las grúas, ni los dumpers, ni otras herramientas, pero aquello denotaba bien que en la exaltación de la huelga se comprendía intuitivamente que los medios de producción eran nuestros.

P- ¿Y  que me dices del apoyo de la LCR a la Huelga?

R-A mi vez, yo había invitado a presentarse ante  el comité de huelga a Miguel Romero, en calidad de representante de la dirección de la LCR. Moro brindó la máxima solidaridad y apoyo posible por parte de nuestra joven organización. Lo hizo con sinceridad, modestia y audacia y debo decir que fue muy bien acogido.
La solidaridad de la LCR se materializó en la medida de nuestras posibilidades ya que como tal partido se había fundado el año anterior, (aunque no surgía de la nada, evidentemente y llevaba tiempo con raíces que respondían a las siglas FLP, después el grupo Comunismo, enfin…todo aquello).
Bien, nosotros  participamos activamente en los piquetes de extensión y propaganda y  nos ocupamos de la agitación en  universidad y enseñanzas medias. También hicimos lo posible en empresas  en que teníamos cierta presencia, como Bosch, talleres de confección textil, Telefónica, Banca… Nuestro periódico “Combate” en el número 6 correspondiente a esas  fechas registró también nuestras acciones solidarias de calle; la más importante fue la manifestación madrileña del 17 de octubre en Marcelo Usera. Lo del 17 fue “un salto” que ocupó y recorrió un buen tramo de la calle durante unos cinco minutos y en el que contamos con el apoyo unitario de otros colectivos como UHP, Lucha Obrera y Octubre.
En Marcelo Usera agrupamos a unas cuatrocientas personas bajo las consignas de “Todos en lucha  con la Construcción - Libertad detenidos – Ni un asesinato sin respuesta- Dictadura asesina- Burguesía asesina-Dictadura no Socialismo sí…”
Al día siguiente, 18 de septiembre en Bilbao, la LCR animó otra manifestación solidaria con los trabajadores madrileños que recorrió con pancartas y banderas rojas el Arenal.

P- La huelga fue larga y sangrienta ¿no es así?

R-Efectivamente, porque el primer día de huelga fue asesinado Pedro Patiño, un joven obrero de poco más de treinta años y padre de dos niños. Patiño era miembro de Comisiones y militante del PCE y su asesinato acaeció durante el reparto de propaganda en las obras de Zarzaquemada (Leganés). Cuando escapaba Patiño junto a sus compañeros,  un guardia civil le disparó a  la espalda. El guardia  mintió –como  tantas veces   entonces-  y alegó “un forcejeo cara a cara y un intento de agresión”. Además la policía apaleó poco después a quienes participaron en su entierro.

El acoso de las fuerzas represivas fue masivo en las obras desde el día 13: grises, guardia civil y policía política estaban por todas partes y como comprobamos, con carta blanca para detener, herir y matar llegado el caso.
 Pero sí, la huelga fue larga. Toda una semana.
La huelga empezó el 13 de septiembre de 1971 y concluyó el 19-20. El asesinato de Patiño incrementó la solidaridad y la importancia de las consignas antirrepresivas  y se calcula que participó en ella más de la mitad de los trabajadores…unos 80.000 de los 150.000 que se estimaba constituían el sector en Madrid.

Las crónicas obreras de la época destacan entre las reivindicaciones: 400 Pts diarias de salario mínimo (el mínimo vital para mantener un matrimonio con dos hijos en Madrid se calculaba en 387 Pts diarias.).- 100% en caso de enfermedad o accidente.- 45 horas semanales.- libertad sindical, de reunión, etc.- libertad para los compañeros procesados y detenidos.
Los relatos de izquierda y nuestro propio periódico Combate, citaban la extensión por  los barrios de Moratalaz, Entrevias, Manoteras, Vallecas, Canillas, Carabanchel, Aluche, Barrio de La Estrella...., Coslada, Parla,... Pinar de Chamartín, Pan Bendito, Carretera de la Playa, Barajas, Ciudad Los Ángeles, Fuencarral, Alto de Extremadura, Pilar... pasos elevados, metro, y  también pueblos próximos, como Leganés, Getafe, Coslada, San Fernando, Torrejón...
También contamos con el apoyo obrero de empresas grandes, como Pegaso, Telefunken, Perkins, Standard…

P- Larga porque el sector estaba harto  y se preparó muy bien, desde dentro y empleando la mejor pedagogía.

R- Así fue. La difusión de la convocatoria se desarrolló, como decía antes, desde muchos días previos al 13 de septiembre. La gente del comité de huelga nos comprometimos a fondo en la sensibilización y movilización y no nos arrugamos ante la represión… en mi caso, lo más sonado por peligroso que recuerdo fue escapar a unos disparos cuando repartíamos propaganda desde una moto. Iba con un compañero de LCR (Paco B, militante universitario) y  nos tiroteó la guardia civil.
La Huelga contó con solidaridades partidarias significativas, aunque hay que decir que menos de las necesarias y posibles. En eso jugó un  papel importante la LCR y también las Juventudes Comunistas (UJCE).
A los  apoyos de  algunas grandes empresas, se sumó la solidaridad estudiantil, de barriada y diversas acciones de calle. Hubo bastantes detenciones.
La prensa del régimen ocultaba todo aquello porque tenían consigna de calificar la huelga como un fracaso y no dar cifras de participación por encima de las 5000 personas…además de añadir las cantinelas de “los agentes venidos del exterior para alterar la paz”.
Pero no les sirvió para ocultar una verdad que se palpaba en Madrid y en su periferia.

P- Por último, Ramiro ¿Qué supuso para la LCR, en el ámbito organizativo, volcarse en  esa huelga?

R- Pues supuso mucho para una organización que estaba construyendo en Madrid su implantación obrera. Cuando empezamos a organizar la huelga y la solidaridad, contábamos en el sector con una orla difusa de simpatizantes. A partir de la huelga (y también por el conjunto de actividad de la Liga en otros sectores, claro)  alumbramos un colectivo militante sectorialmente organizado.
Cierto es que algunos compañeros de nuestra organización LCR-construcción, pasaron más tarde a militar en la LC (Liga Comunista)…pero te diré que a efectos de presencia sectorial de sindicalistas partidarios de  la autoorganización y la independencia de clase, en esencia y a día de hoy… creo que tanto daba.
La convergencia práctica entre la militancia de LCR y LC era un hecho en el sector, aunque la reunificación entre los dos partidos se produjera años más tarde.