¿Por
qué una fracción significativa de los votantes de las clases populares que antes
sostenían electoralmente opciones progresistas (socialistas, comunistas) apoyan
hoy decididamente a los populistas de derechas como Trump o Marine Le Pen...
aparentemente contra sus propios intereses?
Esta
pregunta dispara en diferentes contextos (EEUU, Europa) debates encendidos en
el campo progresista. ¿Habría que “volver” a una política que ponga en primer
plano las cuestiones económico-materiales-de clase en vez de las cuestiones
culturales-identitarias-de valores donde la derecha parece moverse como pez en
el agua?
¿O
bien es justo al revés: es en el terreno cultural justamente donde se encuentra
el humus en el que podría gestarse un nuevo sujeto amplio (ya no la clase, sino
“el pueblo”) que no está dado en la realidad, sino que podría articularse en
torno a símbolos y polos de identificación abiertos, transversales?
¿Quién
es hoy el sujeto de cambio? ¿El pueblo o la clase? ¿Quiénes somos, en
definitiva, “nosotros”?
Me
temo que este interesante debate se desarrolla en general muy sesgado por las
claves partidarias y electorales. Desde ahí, las dos concepciones mencionadas
antes comparten mucho en el fondo.
En
primer lugar, ambas entienden la po
lítica como la acción de “ganarse a las
mayorías sociales”. La política queda dividida así entre un sujeto (el Partido,
el núcleo irradiador) y un objeto (la gente o las clases populares) a
convencer, a interpelar, a seducir, etc.
¿Cómo
puede el sujeto representar mejor al objeto? ¿Mediante qué imágenes, qué temas,
qué tipos de liderazgo, qué identificaciones?
¿Se
trata de “reflejar” con toda la fidelidad posible la identidad, los gustos y
los intereses de un grupo sociológico ya constituido? ¿O bien de construir una
nueva voluntad colectiva articulando diferentes fragmentos sociales en torno a
“significantes vacíos”? ¿Coldplay o Quilapayún? En ambos casos la política se
piensa fundamentalmente como “política de comunicación”.
En
segundo lugar, ambas comparten también el marco y el horizonte de la acción: es
la soberanía, la “restauración” de un Estado fuerte con márgenes de maniobra
frente al mercado. Es el “orden” o la capacidad de disputar a la derecha
populista la “demanda de seguridad” de las “víctimas de la globalización” a
través de la propuesta de un “regreso” al Estado del bienestar. Es la
“renacionalización” de la política, ya sea con base en la vieja clase obrera
nacional o en un nuevo sujeto colectivo popular.
Política
de comunicación, política electoral, política de la soberanía: no es de
extrañar que se trate de un debate muy
interno a Podemos.
Me
gustaría proponer otro punto de partida: la clase nunca fue un conjunto de
opiniones, identificaciones y comportamientos electorales, sino un mundo. Un mundo hecho de
muchos mundos, de instituciones y tradiciones propias, de espacios y lugares
comunes, de imágenes de referencia y de vínculos fuertes, de prácticas
discursivas y no discursivas. Lo que ha estallado ya hace años es ese mundo, y
en el vacío que resulta todos los monstruos son posibles: clases
populares que votan a la derecha extrema, etc.
¿Podemos
pensar las cuestiones del sujeto de transformación y el nosotros en términos de
experiencias de mundo y no de comportamientos electorales? Propongo para ello
dar un paso atrás y tomar impulso en las reflexiones sobre el movimiento obrero
del filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis, de quien se cumplen estos
días 20 años de su muerte.
El
proletariado como experiencia
Desde
1948 a 1965, Castoriadis milita en el grupo revolucionario Socialismo o
Barbarie que, con la idea de la “autonomía del proletariado” como bandera, se
mezcla y piensa a fondo las luchas del movimiento obrero de posguerra: huelgas
en la industria automovilística, movilizaciones de los obreros portuarios,
revueltas anti-burocráticas en el Este de Europa, etc.
En
1974, Castoriadis recoge en dos volúmenes sus textos sobre la cuestión obrera
publicados antes en la revista homónima de Socialismo o Barbarie. En el
prólogo, se plantea filosóficamente la pregunta: ¿qué tipo de actor histórico,
político y social es el movimiento obrero? ¿Qué tipo de sujeto de
transformación y de “nosotros”?
Según
el marxismo más ortodoxo de la época con el que Castoriadis discute, el
proletariado tiene una definición objetiva: es lo que es por su posición o
situación en las relaciones de producción capitalistas (la “clase en sí” según
Trotsky).
De
ese “ser objetivo” se deduce una “misión” o “finalidad histórica” (la “clase
para sí”): el progreso de la Historia, el fin de la sociedad dividida en
clases, la emancipación de la humanidad entera, etc.
Y
la conciencia de ese “ser” y de esa “misión” debe serle “inyectada” desde
fuera, encerrado tal y como está el proletariado en las cuestiones inmediatas
de la supervivencia cotidiana, por una vanguardia consciente organizada en
Partido.
El
debate puede resultar quizá algo lejano, pero creo que tiene resonancias muy
actuales. El esfuerzo de Castoriadis es pensar el movimiento obrero no como un
producto, una cosa o una víctima, sino fundamentalmente como un hacer, como su propio hacerse.
Por
un lado, no
basta que haya obreros para que haya clase obrera. La clase no se define por su
situación en las relaciones capitalistas de producción, sino que se hace a partir de ellas.
No es pues un grupo sociológicamente constituido, ni tampoco es un “reflejo” o
una “respuesta automática” ante su posición. Es en buena parte su propia
creación: de formas organizativas, de vínculos sociales, de una entera cultura
política.
"La
historia del movimiento obrero es la historia de la actividad de personas
pertenecientes a una categoría socioeconómica creada por el capitalismo
mediante la cual esa categoría se transforma… Se transforma al transformar la
pasividad, la fragmentación, la competencia que desea e intenta imponerle el
capitalismo en actividad, en solidaridad, en colectivización”.
Tampoco
es una “cosa”. No es una
mercancía por ejemplo. Una definición clásica de ‘proletario’ dice:
es aquel que tiene que vender (por un salario) su fuerza de trabajo para
sobrevivir, una vez le han sido arrebatadas las condiciones de subsistencia
autónomas.
Pero
Castoriadis se pregunta qué tipo de mercancía es esa y responde: no es una mercancía como las demás.
No sólo porque, como explique Marx en El
Capital, “produzca más de lo que cuesta a su comprador”, sino
porque la rentabilidad que se extrae de ella (la plusvalía) es el resultado de
una pelea que tiene lugar a lo largo y ancho del proceso de producción.
"Cuando
el empresario compra una tonelada de carbón sabe cuántas calorías puede extraer
de ella, el negocio está para él terminado. Cuando ha comprado una mercancía
fuerza de trabajo, el negocio no hace más que empezar. Lo que podrá extraer de
ella como rendimiento efectivo será el resultado de una lucha que no se
detendrá ni un segundo durante la jornada de trabajo. Ni el estado de la
técnica, ni las “leyes económicas” bastan para determinar lo que es una hora de
trabajo”.
Hay
lucha de clases viene a decir aquí Castoriadis. Y es la lucha de clases la que crea las clases, no al
revés.
Lucha
de clases no solamente explícita o manifiesta (una huelga, una insurrección),
sino también informal, invisible y subterránea: pequeños sabotajes, frenados en
los talleres, contraorganización del trabajo. Y esa lucha “micro” constante y
subterránea tiene efectos “macro” gigantescos: en la evolución de la técnica,
en la orientación de la acumulación capitalista, en los niveles de paro y
empleo, etc.
En
definitiva, la mirada sociológica-objetiva es ciega al hacer y al hacerse de la
clase. Sólo ve objetos, no la lucha. Sólo ve categorías, no experiencias. Sólo
ve el punto de partida, no la transformación. Sólo ve el origen, no las
metamorfosis. Sólo ve las determinaciones, pero las determinaciones son una
“presión” o un “límite” y no una fatalidad o un destino. Son las condiciones a
partir de las cuales el proletariado hace
y se hace.
Por
otro lado, el
movimiento obrero no es el agente ciego de una “finalidad” que haya de serle
inyectada desde fuera. Ni tampoco es un “momento” de un todo ordenado,
teleológicamente, hacia un objetivo. Es una singularidad histórica, no la pieza
de un plan maestro.
Según
Castoriadis (y antes de él, E. P. Thompson), el proletariado no esperó a Marx
para comprender la explotación o la teoría del valor-trabajo: ya está formulada
en la prensa obrera de comienzos del XIX. No esperó a los militantes
revolucionarios para crear formas propias de autoorganización, lucha y ayuda
mutua (Comuna, consejos, shop-stewards).
No esperó a ninguna vanguardia consciente para crear un proyecto histórico
propio que habla de abolición de las clases y organización universal de los
productores. Y no esperó a nadie para darse sí mismo algo que va mucho más allá
de una simple “toma de conciencia”: una cultura
emancipada.
Merece
la pena tal vez detenerse aquí un instante. ¿Qué es la cultura obrera? Es, en
primer lugar, el rechazo a conformarse con la cultura que le “corresponde” por
nacimiento y posición. La emancipación “estética” obrera fue la entrada en la
escritura de gente que vivía -y que supuestamente debía vivir- en el mundo
“popular” de la oralidad.
"Desde
1800 a 1840, el proletariado inglés se alfabetiza prácticamente por sí mismo,
reduce sus noche ya breves y sus domingos para aprender a leer y escribir, y
sus salarios de miseria para comprar libros, periódicos y velas. La clase
obrera lee a Paine, a Voltaire, a Volney… Retoma en su propio hacer
instrumentos y contenidos de la cultura burguesa existente y les confiere una
nueva significación”.
Al
proletariado le corresponde la oralidad, pero aprende a leer y escribir. No le
corresponde la cultura burguesa, pero se la reapropia y resignifica. La
emancipación estética obrera consistió en hacerse
capaz de lo imprevisto. En fabricarse una nueva piel sensible a aquello que está
supuestamente fuera de su alcance.
Hoy,
en lugar de la oralidad puede ser el trap o el reggaeton, pero se nos viene a
decir un poco lo mismo: la
cultura de las clases populares es la que les toca. En nombre de la
sana crítica de un elitismo (“no despreciemos el trap o el reggaeton”), se
reproduce otro: se presupone la incapacidad de las clases populares para
entender, disfrutar o reapropiarse de formas, imágenes o enunciados complejos.
“No pueden entender palabras raras, no tienen luces para seguir un pensamiento
abstracto, no les preocupan las cuestiones de sentido, sólo tienen intereses
materiales, no tienen tiempo para otra cosa que no sea ver la tele, no
experimentan alegría, sólo rabia y desesperación, etc.".
El
elitismo es siempre la presuposición de la
incapacidad del otro. La labor policial
es fijar lo que la gente puede o no puede según su origen. Emanciparse es hacer
una experiencia de lo impropio,
ir más allá de uno mismo, no simplemente la afirmación de lo propio, de lo que
te toca, de lo que te corresponde.
En
definitiva,
Castoriadis propone redefinir el movimiento obrero, no como un objeto de explotación o
una víctima sufriente,
sino como una fuerza social
determinante. Y en esa redefinición el concepto clave es el de experiencia. ¿Qué es la
experiencia? No “lo que nos pasa”, sino la elaboración de lo que nos pasa. Una
elaboración que trasciende lo dado y crea lo nuevo.
La
fuerza subversiva del movimiento obrero consistió en hacer una experiencia
capaz de desafiar la definición
capitalista de la realidad: el ser humano existe para la
producción. Una definición no escrita en los libros, dice Castoriadis, sino
inscrita en el actuar de los hombres y las mujeres, en sus relaciones, en su
organización, en su percepción de lo que es, en su afirmación y búsqueda de lo
que vale. El capitalismo quería proletarios que fueran sólo “una mezcla de
orangután y robot”, como decía Henry Ford, pero el movimiento obrero respondió
creando -por su actividad y su lucha- seres humanos capaces de leer y escribir,
de pensar y poetizar, de luchar y autoorganizar su trabajo.
Política
del encuentro
La
configuración de la clase obrera europea analizada por Castoriadis estalló hace
años, él mismo lo constata ya en ese texto de 1974. En parte debido a la propia
ofensiva neoliberal contra los movimientos de los años 60 y 70:
deslocalizaciones, cierre de fábricas, desempleo, etc. Es decir, nada se
asemeja hoy a lo que fue la política obrera de la lucha de clases y sus niveles
de conflictividad, de contrapoder, de contraorganización social.
Podría
decirse de alguna manera que hemos
vuelto a 1800. Partimos de ese estallido, de esa explosión. Sólo
hay fragmentos: luchas y movimientos de precarios, de mujeres, de migrantes, de
las formas supervivientes del trabajo garantizado.
Imaginemos
lo siguiente: una nueva figura de clase podría surgir de la multiplicación de
los cruces y los encuentros entre los distintos fragmentos. ¿No fue también en
su día la primera configuración proletaria el efecto de las alianzas impuras
entre “labourers”, “mechanicks”, burgueses e
ilustrados radicalizados por la Revolución Francesa, capas plebeyas y
artesanas, etc.?
"Que
el número de nuestros miembros sea ilimitado” decía la primera de las “reglas
fundamentales” de la Sociedad de
Correspondencia de Londres en 1792. El movimiento obrero nunca fue el
“bloque” o el “frente” de que nos hablan los relatos más estereotipados, sino
siempre un patchwork, un collage y un frankenstein de distintas formas de vida
y de trabajo. Un nosotros abierto e incluyente que aspiraba a tener “miembros
ilimitados”, tal y como relata E. P. Thompson la formación (mejor el hacerse,
el making) de la
clase obrera inglesa.
No
se trata de “pegar” los fragmentos para volver a obtener la vieja
configuración, ni tampoco de reunir los pedazos en torno a un fragmento central
o privilegiado (ya sean los obreros blancos o el cognitariado), sino de
multiplicar los encuentros sin remitir a un centro y crear a partir de ellos una nueva figura.
Podríamos
hablar entonces de una “política del encuentro” como pre-condición para la
emergencia de una nueva figura de clase a partir de la condición más común y
compartida hoy: la
precarización general de la existencia.
Un
pequeño ejemplo al que pude asistir en directo: la tentativa que hicieron
algunos jóvenes de la Nuit Debout de desplazarse desde el centro a los barrios
periféricos de París buscando atravesar la fractura entre dos juventudes
precarizadas pero de diferente modo y con distinta intensidad, buscando no
"captar" o "concienciar", sino el encuentro, el diálogo y
el roce (tenso, qué duda cabe) con la juventud de las banlieues.
El
encuentro se hace saliendo
de tu lugar. Es decir, la política del encuentro no es exactamente
una política del interés o de la identidad. Es, como dice Sandro Mezzadra,
"una política en movimiento de la solidaridad y lo común". Lo común
no es una suma de intereses o identidades. Hay que salir del propio lugar
(interés, identidad, lenguaje) para ir al encuentro del otro.
El
peor enemigo son los estereotipos. La caricatura del otro tapa nuestros oídos,
impide el encuentro afectivo y efectivo. Por ejemplo, juzgar a quienes piden
más seguridad en un barrio popular automáticamente como “fascistas”, en lugar
de escuchar, captar la ambivalencia de esa demanda de seguridad o tratar de
componerse. O ridiculizar los movimientos de jóvenes precarios como
“privilegiados” o “pijos”. O presuponer lo que algo puede dar de sí -un
movimiento, una persona- a partir de su origen de clase. Nada menos “elitista”,
menos “ensimismado” y menos “narcisista” por ejemplo que los militantes (de
clase media, etc.) que han dado vida en estos años -junto a los afectados
directos- a experiencias como el Ferrocarrril Clandestino, las Oficinas de
Derechos Sociales, la PAH o Yo Sí Sanidad Universal.
La
teoría como escucha y diálogo
Por
último, creo que el ejemplo de Socialismo o Barbarie podría ser también
inspirador en condiciones por supuesto muy cambiadas, a la hora de pensar hoy las
relaciones entre pensamiento y política de transformación.
Socialismo
o Barbarie partió de esta pregunta: ¿si no puede encontrarse al proletariado en
su representación (en el Partido, en la Teoría), dónde buscarlo entonces? Hemos
adelantado ya la respuesta: en su experiencia misma, en su hacer y hacerse.
-En
la experiencia en la actividad productiva misma, en el trabajo, donde el
proletariado no sólo es un engranaje, sino una experiencia de autoorganización.
-En
la experiencia de las luchas explícitas: huelgas, episodios insurrecionales,
etc.
Pero,
¿cómo escuchar la experiencia, cómo ir a su encuentro, como hacerla circular?
Es la tarea del pensamiento, la tarea de los intelectuales revolucionarios. Hay
que inventar instrumentos de escucha, de contacto, de circulación. En el caso
de Socialismo o Barbarie, podemos citar por ejemplo:
-La
recogida de testimonios obreros.
En cada número de la revista había un apartado especial llamado “La palabra a
los trabajadores” donde se publicaban relatos en primera persona sobre la vida
cotidiana y el trabajo.
-Las
investigaciones (encuestas obreras) sobre el terreno. En los momentos de lucha abierta (por
ejemplo las huelgas mineras de 1961), el grupo se esforzaba por acercarse,
preguntar y conocer desde dentro qué pensaba y cómo lo vivían los
protagonistas.
-La
propia composición mixta.
En el grupo participaban tanto intelectuales revolucionarios como trabajadores
de base (Daniel Mothé en Renault, Henri Simon, Jacques Gautrat…). No se trataba
de tener una “cuota obrera”, sino de producir otra experiencia del pensamiento a partir de un
encuentro en igualdad entre diferentes, con todas las dificultades que ello
implica.
Una
teoría revolucionaria no puede ser igual que una teoría clásica sólo que con
otros contenidos. Un intelectual revolucionario no puede ser igual que uno
convencional sólo que habla de revolución. La teoría no puede ir sola, con
piloto automático, salir simplemente de cerebros y libros. El intelectual no
puede pasarse el día hablando de sujetos -las clases populares, etc.- que ni se
enteran de ello. La teoría debe ir al encuentro de la experiencia, escucharla y
ayudar a conceptualizarla y comunicarla. El intelectual debe medirse
inmediatamente con aquellos sujetos de los que está hablando.
La
teoría revolucionaria no presupone lo real, codificándolo a partir de tal o
cual esquema conceptual a priori. No habla de
los demás ni por
los demás, sino que sabe escuchar.
Es por tanto un diálogo
y un hacer: una
co-producción entre la experiencia y el pensamiento. Y requiere ella misma de
un desplazamiento:
salir de tu lugar, abandonar los estereotipos (de lo intelectual o de lo
popular) e ir al encuentro. Ese es el legado más fuerte de Socialismo o
Barbarie y nos tocaría hoy a nosotros traducirlo al presente.
Texto
escrito para las jornadas
"Cornelius Castoriadis: un filósofo para pensar el presente. En el veinte
aniversario de su muerte" organizadas los días 6 y 7 de febrero en la
Universidad Autónoma de Madrid.
Referencias:
"La
cuestión de la historia del movimiento obrero", Cornelius Castoriadis, La experiencia del movimiento obrero,
Vol. 1. Cómo luchar, Tusquets 1979.
"La
fuente húngara", Cornelius Castoriadis, La
exigencia revolucionaria, Acuarela Libros 2000.
La
formación de la clase obrera
en Inglaterra, E. P. Thompson, Capitán Swing 2012.
Construir
pueblo, Iñigo
Errejón y Chantal Mouffe, Icaria 2015.
"De
la autonomía obrera a la autonomía social: la experiencia de Socialismo o
Barbarie": entrevista a Daniel Blanchard,
Luchas autónomas en los años 70, Traficantes de Sueños 2008.
Amigo Amador. Tu artículo tiene la virtud de estimular reflexión y animar a la comunicación –cosa que suele ocurrir con tus textos, sea cual sea el nivel de acuerdo con ellos. Además te apuntaré de entrada lo mucho que me complace recuperes al Castoriadis del momento Pierre Cardan, que por aquel entonces nos dotó de tantas notas “para una nueva política”.
ResponderEliminarEfectivamente, el que mayorías significativas de trabajadores voten derecha sigue planteando a día de hoy la pregunta en toda la desnudez rumiada por T. Frank en su libro ¿Qué pasa con Kansas? -ed. Acuarela&Machado/2008- y reabre el abanico de interrogantes, buscando causas y déficits, desde lo vindicativo material a lo “pos materialista” y a los “fuera de lugar”. Eso reflejan en cierto modo los 3 artículos que publicamos en este Afinidades y que nos gustaría no fueran desarrollos monologados, paralelos, sino dispuestos a buscar territorios de encuentro si los hubiera (que los hay).
Por mi parte, conceptos tales como “clase en sí”, “clase para sí” y “alienación” me parecen valiosos en la detección del problema… aunque no lo resuelvan y rescataría como elemento útil para la acción socio-política presente propuestas como la que impregna “Huelga de Masas” de Rosa de Luxemburg que tanto interés despertó en Daniel Guérin al glosar la “espontaneidad revolucionaria” (… ¿ma non troppo?).
El núcleo dominante “de la clase dominante” acapara –vigorosamente- el ser a un tiempo “clase en sí y clase para sí”, concentrando instrumentos de domino de todo calibre (económicos, militares, jurídicos, culturales…) que velan por la solución de toda suerte de fisuras internas…en tanto que nostrxs, parte de las clases dominadas, resistimos, experimentamos y muy de tarde en tarde, intentamos asaltar los cielos…hasta hoy, sin demasiado éxito (aunque nos consuele que “resistir sea existir”).
Pienso como tú que hace siglos empezamos a superar la “oralidad proletaria” aunque me complace que la nueva historiografía vindique ya la Historia Oral como “método científico” en el conocimiento de las comunidades; tan necesaria como insuficiente, la conciencia de nuestra clase-de-clases es desigual, estratificada y necesitada de “encuentros” que, además de cultivar el apoyo mutuo frente a la atomización programada, desarrolle la “unidad de acción” y en situaciones de mayor intensidad, algo similar a las Alianzas Obreras (o alianzas de lxs trabajadorxs asociadxs) como entiendo cristalizó en 1871…1934 en Asturias… y tantos buenos momentos de “tiempo de las cerezas”.
Y sí, efectivamente entiendo la Teoría como escucha y diálogo pero también como digestión colectiva de las experiencias históricas…so riesgo de alienarse en el presente –como lo contrario supondría alienarse en el pasado.
Quizá una de las claves de una “composición mixta” para el siglo XXI esté en la propuesta de Bourdieu sobre la necesaria inserción de los “expertos” en los movimientos sociales…ya recuerdas, algo que escribía en “Contrafuegos” (ed. Anagrama) cuando pensaba en un movimiento social europeo.
Un abrazo.