Miembro de LIBRES (Asamblea Cántabra por las Libertades y
contra la Represión) y de Pasaje Seguro Cantabria.
Después de la breve tregua de medidos de septiembre, la
guerra ha continuado e incluso parece haberse recrudecido en algunos frentes
como el de Alepo. Sólo parece haber servido –como suele suceder- para
proporcionar impulso a quienes persisten en mantener este sinsentido,
incomprensible a los ojos de la inmensa mayoría de los ciudadanos y
ciudadanas europeos. Con la información
de que disponemos nadie –en caso de que a alguien le interesase pensar en ello-
puede ser capaz de establecer una valoración propia, no mediatizada por la
pobre, superficial y manipulada información
de los principales medios de comunicación. Las siguientes líneas son el
resultado de una lectura atenta de numerosas noticias sobre el conflicto y de
las reflexiones a las que me han movido. Con ellas pretendo, simplemente,
provocar reflexiones en quien las lea.
A lo largo de estos cinco años de guerra los medios de
comunicación mayoritarios, más que esforzarse por permitirnos comprender un
conflicto de gran complejidad que está generando enormes sufrimientos en la
población siria, han contribuido a la confusión, a presentar a todos los
actores como equidistantes en la responsabilidad del conflicto. Cierto que cada
vez más el Daesh, es decir, el Estado Islámico, aparece como el frente más
bárbaro y sanguinario. Sus crímenes filmados en vídeo se instalan en nuestras retinas
y nos llevan a aborrecer a sus ejecutores muy por encima del horror que debiera
inspirarnos los miles de asesinatos con armas químicas o con barriles-bomba
perpetrados por Al Assad. Claro que esos distintos sentimientos, fruto del
diferente énfasis con que se nos presentan las cosas, resulta conveniente a
algunas partes. El Daesh sabe que presentando públicamente sus horribles
crímenes, provocan una reacción de miedo en todos los que consideran infieles,
y particularmente en la ciudadanía occidental que, por otra parte, conoce de
cerca las atrocidades de que son capaces. Y, curiosamente, ello resulta también
útil a los poderes occidentales en tanto que les permite fortalecer la
construcción de ese nuevo “otro” anunciado por Huntington en la teoría que
formuló en los años noventa de “choque de civilizaciones”, muy presente sobre
todo en EE.UU. El “otro” es el Islam, los musulmanes radicales, y por
extensión todos los musulmanes, también
los que viven en el interior de nuestros Estados, también los migrantes y
refugiados. Así se va construyendo cuidadosamente un discurso cada vez más
xenófobo (islamófobo) que poco a poco va penetrando en la sociedad civil sin
que ésta se de cuenta.
Lo que muy pocos medios rebelan es que quien más contribuyó
a que el Daesh -que es lo mismo que decir la extrema derecha islamista- se
convirtiese en una realidad, fue el propio Bashar Al Assad, el mismo enemigo a
quien combaten. Fue el presidente sirio quien desde el principio presentó la
guerra como la resistencia contra el yihadismo y quien, a la vez, excarceló a
más de 1.500 islamistas radicales de sus prisiones. De ese modo Al Assad eligió
a su enemigo en el conflicto, pretendiendo con ello conseguir que Occidente
legitimara la represión contra su pueblo, que la aceptase como una lucha contra
el terrorismo.
Pocos recuerdan ya, al cabo de 5 años, que el origen de la
guerra se encuentra en la rebelión popular que exigía “pan y libertad”. Una
rebelión que seguía la senda de las primaveras árabes norteafricanas, que se
movilizaba no sólo contra la larga dictadura sino también contra las
consecuencias del modelo neoliberal adoptado por el Estado desde que Bashar
sucedió a su padre. Contra ella lanzó Al Assad su criminal represión. Hoy apenas sabemos nada de aquella oposición
dispersa en múltiples grupos que acabaron confluyendo en la Coalición Nacional
de Fuerzas Revolucionarias y de Oposición, apoyada por el Ejército Libre de
Siria formado a partir de muchos oficiales y soldados que desertaron del
ejército del régimen. Allí no había yihadistas; era una oposición democrática,
reconocida incluso por la propia Unión Europea como legítima representante del
pueblo sirio. Sin embargo, cuando se vio atacada, se cansó de pedir ayuda, de
pedir armamento antiaéreo para repeler los bombardeos del régimen y sus
aliados, Rusia e Irán, sobre sus posiciones y la población civil. EE.UU y la Unión Europea la tuvieron miedo,
más desde luego que a Al Assadd; les parecía demasiado revolucionario su
objetivo expresado en el lema: “pan y libertad”.
¿Qué fue de esa oposición? El silencio mediático o la
confusión que generan para hacernos creer que la oposición es un totum
revolutum dominada por el yihadismo, la han hecho casi desaparecer. Ha
dejado de ser "oposición democrática" para denominarse en los medios
"oposición moderada", calificativo que nada indica ya de sus
objetivos ni de su legitimidad.
Evidentemente la desaparición de esta oposición democrática
es ficticia; sólo se encuentra oculta detrás de la tramoya mediática.
Ciertamente ha sido duramente reprimida, en ocasiones desde el exterior como en
el caso de los kurdos desde la Turquía de Erdogan. Ha sufrido -y sigue
sufriendo- muchas bajas y muchas personas que se levantaron pacíficamente
contra Al Assad en aquella primavera árabe han engrosado las filas de los
refugiados que abarrotan los campos de Turquía, Jordania y Líbano, o que
intentan llegar a Europa. Otras muchas, sin en embargo, siguen en el país, a
veces desplazadas de sus lugares originarios (se calculan en 6 millones) por
haberlo perdido todo. Son casi siempre los más pobres, los que carecían de
medios para pagar sus pasajes hacia refugios más seguros. No les queda más
remedio que organizarse y resistir. Movimientos de solidaridad con los que más
sufren, heroicos, como el de los voluntarios de la Defensa Civil Siria (los ya
famosos cascos blancos) que se juegan la vida para ayudar a sus conciudadanos
afectados por los bombardeos. Pero también es el caso de comunidades enteras
que se auto-organizan para seguir viviendo. En un reciente libro de Robin
Yassin-Kassab y Leila Al-Shami titulado Burning Country: Syrians in
Revolution and War, se menciona la existencia de más de 400 consejos
locales y provinciales que gestionan democráticamente áreas liberadas del
régimen y los yihadistas. Son sin duda brotes de esperanza dentro del paisaje
de horror, que resisten con todo en su contra.
La tregua que comenzó el lunes 12 de septiembre fue
calificada por la mayoría de medios de precaria y poco esperanzadora. ¿Quién
podía creer en una tregua precedida (y ya sé que no es una novedad) por
bombardeos y ataques del régimen y sus aliados, como si pretendiesen avanzar el
trabajo que se interrumpiría durante el alto el fuego? Una tregua que ni
siquiera suponía el fin de todas las hostilidades, ya que los bombardeos
continuaron contra el Estado Islámico y al Frente de Conquista del Levante
(antes Frente Al Nusra, filial de Al Qaeda) que dominan una parte importante
del territorio en el que vive atrapada muchísima población inocente. La propia
delimitación de las áreas libres de bombas controladas por la oposición no
estaban del todo claras, entre otras cosas porque es evidente que Al Assad y
Rusia no distinguen del todo entre "oposición radical" y
"oposición moderada".
La coalición occidental rompió la tregua poco antes de que
expirase, atacando -según dicen por error- a las tropas gubernamentales sirias
en Alepo. Desde entonces Al Assad y sus aliados rusos e iraníes han iniciado un
incremento de las operaciones en ese frente que han tomado especial crudeza en
las dos últimas semanas. Activistas sobre el terreno, de la confianza de
Amnistía Internacional, aseguran que se están empleando bombas incendiarias,
bombas racimo (prohibidas internacionalmente) y bombas anti-búnker para atacar
a la población civil. Más que un ataque contra el yihadismo -sostienen- parece
dirigido a la aniquilación total. Al dictador no le importa el coste en vidas,
sobre todo cuando sabe que está eliminando también a sus opositores civiles.
Por eso bombardea los hospitales e impide la llegada de ayuda humanitaria.
Ganar esa larga batalla podría suponer acercarle a la victoria.
Quizás con ella llegue la paz, quizás EE.UU y sus aliados
occidentales consideren ya la guerra agotada y reconozcan a Al Assad. Pero ¿qué
clase de paz será? ¿Podrán con ella los seis millones de personas desplazadas
en el interior del país y los 4 millones de refugiados externos regresar a sus
lugares de origen de forma segura? Está claro que en el Estado que surja tras
la guerra habrá un gran negocio de reconstrucción para los Estados aliados
-probablemente de ambos lados- y para el propio régimen. Pero para nada están
claras en qué condiciones la población civil podría reconstruir sus vidas.
Muchas sombras se ciernen sobre el futuro a imaginar. El Estado sirio
postbélico será, seguramente, una nueva edición de la dictadura de Al Assad,
que convencerá a comunidad internacional deseosa de dejarse convencer de que
iniciará reformas, de que perdonará a la oposición moderada, para a los pocos
meses olvidarse de las garantías dadas. Su poder absoluto se verá reforzado por
la presencia del terrorismo islámico, nunca erradicado y siempre a mano para
justificar desmanes contra cualquier tipo de oposición democrática. Un Estado
inseguro al que muy posiblemente muchos refugiados temerán volver.
Ojala el futuro sea otro. Por el momento la guerra
continúa.
(Santander, 19 de octubre de 2016)
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ResponderEliminarconvocatorias SIRIA NO A LA GUERRA
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