Según el sentido común de la teoría política, una de las más
apreciadas virtudes de las democracias avanzadas y participativas resulta que
es la capacidad de estas para corregir los desvíos o perversiones que el
ejercicio del poder acaba acarreando en mayor o menor medida, esta singularidad
viene dada por algo tan simple y, a la vez, tan fundamental como es el
ejercicio de decisión ciudadana en las elecciones periódicas; con ello el sistema se depura. En el mandato
ciudadano se supone que debe estar el contrapunto que reorganizará el reparto
del poder, castigando necesariamente tanto a quién no haya demostrado capacidad
de buen gobierno, como a quien haya osado no mantener una conducta ética o
moral mínimamente exigible en la “cosa pública” (las elecciones no las gana la
oposición, sino que las pierde el gobierno)
Más
allá de la teoría se puede comprobar el
mecanismo en suficientes casos de nuestro entorno, es una realidad que suele
funcionar casi automáticamente – naturalmente con los límites impuestos por los
intereses de los poderes fácticos del sistema - y, por lo tanto, a parte de
esto último, no requiere la cuestión un
debate extraordinario en cuanto a su
conveniencia.
Es
en las ocasiones en que, dadas unas condiciones normales de desarrollo
socio-culturales, y en un ámbito homologado democráticamente, esta especie de
reajuste “termostático” falla por alguna razón, entonces sí es cuando se debe
hacer un análisis para comprender la excepcionalidad que ocurre. Entiendo que
situaciones de este tipo bien podrían ser
- para ilustrar con un par de ellas -
todo lo que ha supuesto el PRI mejicano o la turbulenta crónica de la
política italiana en la segunda mitad del siglo XX.
Claro,
están también las reincidentes tormentas que vienen ocurriendo en la política
de nuestra amada nación desde que ese sistema de democracia desarrollada se
pactó, y que adquieren “categoría 5” en el último año. Por pillarme más a mano
e “irme en ello más los cuartos” deseo cabrearme, en la medida que pueda, por
esta anormalidad en concreto.
Un comentario de moda entre el tertulianismo
actual, que se ha convertido en uno de esos asensos adecuados para consumir por
la opinión pública (con lo que esto
tiene de contrasentido), y que parecen descubrir algo revolucionario es el
repetir de forma salmodiante: “En España la corrupción no pasa factura”, lo que
ya no sé es si todo el mundo lo dice alarmado y escandalizado, o los hay que lo
dicen con orgullo patrio.
Las
estadísticas a mediados de 2014 eran demoledoras; 1700 causas abiertas, más de
500 imputados y un repertorio del santoral judicial de lo más repartido. Empezando por la
jefatura del estado: Noós-Gürtel-ERES-Bárcenas-Black- Pujol-Púnica- ITV-
Pokemon- Palau- Palma Arena…
Esta
cadena es la de primer nivel, luego están la de los Ayuntamientos, Consejerías,
Diputaciones, Empresas públicas…; y de
ahí para abajo toda la golfería de tercera división y categorías de
aficionados.
Bien,
pues lo que conecta todo ello no es solo el poco respeto de la clase política
por los intereses comunes, también podemos observar la paradoja de los
repetidos triunfos electorales en el entorno de la gran corrupción. Pongamos
que hablo de la España del indiferente
Mariano, de la Andalucía de la “Lozana Andaluza”, de la Cataluña del “Honorable
President”, y si te vas para los otros niveles
te encuentras con las
“confesiones valencianas” donde se delata la idea que algunos tienen del
respetable; Sr. Rus ex de Xátiva: “Dije que traería la playa y me votaron.
¡Serán burros!”, la franqueza pillada de la Sra. Alcón: “Yo les tenía que hacer
una transferencia ilegal para blanquear dinero, vamos, corrupción política
total”; en fin, perlas de la “Taula”, y otras curiosidades como la del ex de
Valdemoro, Sr. Moreno: “Estoy tocándome los huevos, que para eso me hice
diputado”.
Con
esta actualidad como muestra, ¿cómo no pensar que continúa siendo la acción
política en la democracia española actual, la heredera de lo más genuino de la
“reaccionismo” clientelista del XIX y de la parálisis oligofrénica del XX?
Evidentemente
no puedo afirmar que la sociedad española apoya unánimemente tal situación,
pero dado que las mayorías lo procuran, y las mayorías otorgan poder decisorio
generando el carácter de una nación, creo que nos lo tendríamos que mirar,
máxime cuando, por otro lado, resulta que es la corrupción, según el barómetro del CIS, la segunda causa de
preocupación para casi la mitad de los españoles. Curioso resultado de las
encuestas de estos mismos españoles que aúpan
al poder a los causantes de sus intranquilidades.
Por
apuntar algunas causas de este sarcasmo;
a la vieja tradición de la picaresca española habría que añadir la escasa
capacidad organizativa del “régimen del
78”, donde la separación de poderes está claramente pervertida, incrementada
además con una deficiente dotación
presupuestaria de la administración de justicia, lo que ha hecho crear
una sensación de impunidad que se viene arrastrando desde el principio. Por
supuesto, no hay que olvidar que la política española – en sus distintos niveles - siempre ha estado llena de ese tipo
aventurero que hace de la cosa pública derecho empresarial regido por sus
codicias y sus ambiciones, (el saqueo se justifica por el tradicional
saqueo); así las instituciones del estado acaban instrumentalizadas dentro de
las diferentes estrategias cruzadas.
Bien
podría ser también causa de semejantes resultados electorales las sospechas de
manipulación, como por ejemplo las que ha manifestado la ”Asociación
Convocatoria Cívica” de Baltasar Garzón que ha empezado por pedir explicaciones
al Ministerio del Interior por ciertos datos erróneos en las elecciones del
20D, así como irregularidades en los censos.
De cualquier modo el problema es profundo, somos
como colectivo una sociedad acostumbrada y educada subconscientemente para
aprovecharnos de las “oportunidades”, y admirar a los que lo hacen como
maestros. Cuando nos roban lo público, no nos sentimos perjudicados
especialmente, idiosincrasia nacional que – como he dicho – merecería un estudio
sociopolítico a fondo.
¿Las
consecuencias?, llegado el nivel de degeneración y de incompetencia, el sistema
se vuelve ingobernable debido a las variables
en cascada que pueden ocurrir; y seguidamente torna distópico. Entonces
las soluciones o salidas suelen ser chapuceras y acarrear situaciones latentes
que complicarán los problemas futuros.
Amigo Walden, escribes "¿Las consecuencias?, llegado el nivel de degeneración y de incompetencia, el sistema se vuelve ingobernable"...y estoy muy muy de acuerdo.
ResponderEliminarSiempre me hizo amarga gracia aquello de la anarquía histórica de los españoles que les adjudicaba el calificativo de ingobernables. Y nunca lo creí.
España ha sido reino de déspotas y siervos durante siglos y contadas excepciones que confirman la regla.
El "viva las caenas" con que el buen pueblo defendió la monarquía absoluta de Fernando VII, constituye una seña de identidad que es dificil camuflar.
¿Hay peor callejon sin salida que la "ingobernabilidad" por "degeneración e incompetencia" del modelo que cacarean nuestros históricos patriotas?