Mi propensión a huir de los autores de éxito (como
A. P-Reverte) arrinconó hasta el pasado noviembre la lectura de su novela El
Asedio, editada por Alfaguara en 2010 (www.alfaguara.santillana.es). Un
grueso volumen de más de 700 páginas que inserta homicidio patológico en trama
de novela histórica: la vida del Cádiz de 1811, cercado por el ejército
napoleónico y refugio de patriotas que se ocupan en dar a luz una nueva
constitución.
El conjunto, prometedor desde la inicial descripción
de una escena de tortura con austera precisión quirúrgica, se enrevesa hasta el
sofoco por el recurso a prolijas fuentes documentales que asfixian el relato.
De esa sobredosis informativa da cuenta el extenso capítulo final de
agradecimientos.
Bien está la reconstrucción del mundo burgués
comercial gaditano, que prosigue sus quehaceres en la ciudad asediada, también
el repaso pormenorizado de las indumentarias y costumbres civiles y militares
de la época, que encuentran contrapunto en toscos guerrilleros de faja y faca,
cripticos ilustrados, bigotudos sargentos gabachos y científicos convertidos en
escépticos artilleros napoleónicos.
Sin embargo como decíamos, sobra el
exhibicionismo de jerga náutica que obliga a leer en oblicuo o a eternizarse en consultas
al diccionario cuando no a las asignaturas más clásicas de las escuelas de la
Armada. Aunque bien es verdad que semejante derroche –con frecuencia reiterado
cada poco y al pie de la letra- permite que la novela alcance el grosor
requerido por el mercado editorial con tanta precisión como los decretos
de la agroindustria sobre el diámetro
óptimo de frutas y verduras para su
comercialización a gran escala.
A duras penas se abre paso -entre la tempestad de utillajes que
desbordarían tanto a Joseph Conrad como a Margarita Rivière- la peripecia del
criminal y su perseguidor (un comisario
chapado al modo de la DGS española… con los tics de un Conesa o un Saturnino
Yagüe).
Pero la proliferación de increíbles pistas
falsas, en un juego de artificio más próximo a Agatha Christie que a Dashiell
Hammett, diluye todo el interés de la trama policíaca en un circense “más
difícil todavía” que aboca al desenlace
fofo, a pesar del recurso del autor a
la más gratuita casquería.
(Y pese
ello, P-Reverte escribe páginas excelentes…)
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