LA LUCHA HEROICA DEL PUEBLO EN EL FRENTE DE
ARAGÓN
Eduardo de Guzmán
(LA LIBERTAD/ 19 Septiembre 1936)
(Ediciones Vosa: La
tragedia de Casas Viejas 1933 y 15 Crónicas de guerra, 1936)
Pasado Fraga –breve oasis de
verdor en la desolación de los campos sedientos-, la tierra maldita de los
Monegros. Son cincuenta kilómetros de montes pelados, de mesetas yermas, de
llanuras sin árboles, agua, ni vida. Aquí y allá, muy espaciados, los pueblos
polvorientos con casas de adobe que se confunden con el color oscuro del suelo.
Luego, tras coronar unas lomas, en contraste deslumbrador, el valle sereno del
Ebro. Un poco atrás, grande y mísero, está aún Bujaraloz; enfrente, a los pies
casi, envueltos en la vegetación ubérrima de la ribera, Pina, Aguilar y Osera,
grupos de casas blancas y alegres atronadas hoy por el estrépito guerrero. Y a
veinticinco kilómetros siguiendo la llanura, Zaragoza, que espera las columnas
de su liberación. En Bujaraloz empieza la actividad guerrera: grupos de
milicianos en la carretera, puestos de vigilancia en las alturas, autos que
corren veloces llevando o trayendo órdenes. El 18 de julio todavía trabajó
Durruti como simple obrero en una fábrica de Clot. Veinticuatro horas después,
aplastada la rebelión fascista, era, junto con los demás militantes de la CNT,
dueño efectivo de Barcelona, de
Cataluña, de una buena parte de España. En un solo día los trabajadores
catalanes habían aplastado al fascismo. En un solo día se habían colocado en
pie de guerra. En un solo día iniciaron la formación de columnas que
destrozaran la sublevación en otros puntos de la Península. La primera en salir
fue la mandada por Durruti. Atravesó Lérida –donde los fascistas fueron dueños
de la situación durante dos días-, cruzó Fraga, y en un solo impulso magnífico
y viril se plantó en Bujaraloz. Con habilidad, con rapidez, con eficacia,
llevaba el terreno de lucha lejos de Cataluña y se colocaba a cincuenta
kilómetros de Zaragoza.
Después, cuando tras un combate
victorioso se iniciaba de nuevo el avance, un contratiempo. La Aviación
fascista bombardeó intensamente la columna. Hubo bajas; pero éstas –dolorosas-
no fueron lo más importante. Quizá la única explicación sea que este Durruti
que ante nosotros tenemos, que nos tiende la mano en un gesto entre sonriente y
huraño, es un magnífico luchador nato, es el tipo perfecto del guerrillero
español. Es un hombre al que, si tuviéramos que buscarle un antecedente lo
hallaríamos justo y exacto, incluso con extraordinario parecido físico, en Juan
Martín el Empecinado…Durruti es alto, fuerte, de mirada dura y penetrante, con
una barba cerrada que le tiñe de azul la mandíbula. Tiene una larga historia de
luchas en una vida asombrosa por lo extraordinaria. Y un ideal –el anarquismo-
inspirándole, conduciéndole, guiándole. No es hombre que emplee grandes
circunloquios para expresarse, ni procure encubrir un pensamiento con palabras
de doble sentido. No ha terminado de saludarme y ya me dice:- Este no es un
ejército como el que habrás visto en otros frentes. Aquí no hay generales, estrellas
ni fajines. Aquí no hay más que compañeros que luchan por la revolución…Y es
verdad. La columna que manda Durruti no tiene par en ninguna de las que
combaten en los campos de España. Es algo aparte, sorprendente y distinto. Un
ejército sin entorchados, sin disciplinas cuarteleras, sin jefes altaneros ni
hombres sumisos. Es un ejército de la revolución, donde el líder come, viste y
vive como el último miliciano…
EL ÉXODO DEL CAMPO FASCISTA
Basta permanecer media hora en el
cuartel general para comprender todo lo extraño de esta columna. No es lo menos
sorprendente, quizá, que sin órdenes violentas, sin sumisiones obligadas, todos
cumplan con su deber, todos ocupen sus puestos, todos se impongan una
autodisciplina que hace realizarse automáticamente, sin vacilaciones, las
determinaciones tomadas. Pero hay algo todavía más asombroso, y es la vida en
las centurias, las relaciones entre todos los hombres que las integran, el
acierto militar con que actúan. Y también los tipos que las componen. Excepción
hecha de algunos militares –la mayoría de los cuales visten
<<mono>> y no lucen estrellas- que figuran como asesores técnicos,
todos los componentes de la columna son militantes o afiliados de la
Confederación Nacional del Trabajo. Hay entre ellos muchos luchadores de
Barcelona. Pero hay por lo menos otros tantos que se han sumado voluntariamente
al ejército en los pueblos que atravesó o acuden a unirse a él, tras arriesgar
su vida cruzando las líneas enemigas o desertando de las filas facciosas, donde
permanecían obligados por los rebeldes. Es éste uno de los aspectos más
emotivos.
A todas horas están llegando
campesinos y soldados, hombres, mujeres y niños que permanecían en los lugares
dominados por la subversión, y que llegan, atravesando ríos y montañas, a
combatir en la columna de Durruti. Ahora mismo acaban de llegar nueve mozos de
Quinto. Uno de ellos explica:- Esta tarde nos dieron permiso los fascistas para
ir a regar la huerta. Pudimos burlar su vigilancia, nos tiremos al río y aquí
estamos. ¡Ah, si los demás pudieran hacer lo mesmo. Tras de ellos llegan tres
chiquillos. El mayor tendrá quince años. Vienen desfallecidos, hambrientos, con
los pies sangrantes por la caminata. Uno que viene con ellos afirma:- Se
presentaron frente a las últimas avanzadillas del sector de Osera. Cuando los
vieron, los fascistas empezaron a disparar contra ellos. ¡Nos dio una pena y
una rabia! Salimos con un camión blindado por ellos y aquí están…Vienen de
Zaragoza. Han pasado dos días andando por los montes, huyendo de las patrullas
fascistas. - Había un requeté -dicen- que quería matarnos. Hacen alistarse en
Falange a chicos de nuestra edad y a veces los llevan al frente. Nosotros no
queríamos combatir contra nuestros compañeros…Y ahora -pregunta Durruti- ¿qué
vais a hacer?-“Coger un fusil para luchar contra los fascistas…”Durruti sonríe,
los contempla y hace que les den, en vez de un fusil, la cena.
EL
SARGENTO MANZANO.
Junto
a Durruti, en ese pequeño campamento disimulado en un lugar cualquiera del
frente, hay varias figuras extraordinarias. Aparte de los militantes destacados
de la CNT, está un hombre que fue sargento hasta el 19 de Julio y dos
muchachos. El mismo Durruti me habla de uno de éstos: “Este chico se vino en
bicicleta desde Barcelona. ¡Más de doscientos kilómetros de un tirón! Me dijo
que venía a buscar a su padre, que estaba en la columna. Luego resultó que es
huérfano y que toda su ilusión era quedarse aquí. Ahora está empeñado en que le
den un fusil. ¡Pero es tan pequeño!”.
El
otro chico era corneta. Servía en el tercer regimiento de Artillería, de
guarnición en San Sebastián. Durante un par de semanas estuvo en el cuartel de
Loyola, sitiado por las fuerzas leales. Un día pudo descolgarse por una ventana
y huyó. Con las tropas republicanas luchó como un valiente en Irún. Más tarde,
cuando llegó la evacuación, cruzó Francia, atravesó Cataluña y se presentó a
Durruti.
El
sargento –Manzano- es hombre joven y fuerte, de cara llena y mirada optimista y
franca. Fue, con toda su sencillez, uno de los héroes de Barcelona. En el
momento más crítico y peligroso salió del cuartel de Atarazanas, sitiado por el
pueblo, cargado de ametralladoras y cartuchos. Con esas ametralladoras y esos
cartuchos se pudo dominar y vencer en todas partes. Manzano combatió como un bravo
al lado de los trabajadores.Pudo ser ascendido cuando terminó la lucha: pudo
lograr, por meritos de guerra, galones y estrellas. No los quiso. Marchó, junto
a Durruti, en la primera columna que salió para el frente. Ya no es ni siquiera
sargento. Ahora, combatiendo en vanguardia, no es sino un simple miliciano más…-
Estamos –dice Durruti- realizando una transformación honda. Si es difícil hacer
la revolución en la ciudad, en la retaguardia, es más difícil todavía hacerla
en el frente, de cara al enemigo, en plena y constante lucha. Y, sin embargo,
lo estamos consiguiendo en los demás y en nosotros mismos. Vete por los pueblos
cercanos y verás cómo la revolución es un hecho; observa la vida que hacemos,
cómo actuamos, y te acabarás por convencer…La observación es difícil. En los
pueblos la gente habla de Durruti como un salvador o un ídolo.
En
las columnas todos se disputan los puestos de peligro, todos conviven como
hermanos auténticos, todos son absolutamente iguales entre sí. No hay
favoritismos, distinciones ni preferencias. Si hay pollos, los comerán todos,
si no se tienen más que patatas, nadie comerá más que patatas. Y si alguno come
mal, si alguno carece de toda la comodidad, ese es siempre el propio Durruti. La
columna, los diez o doce mil hombres que la integran, ha llegado a formar un
solo espíritu, una sola persona. Todos, desde el primero hasta el último,
hablan de la columna como si cada una de sus avanzadillas fuera un miembro de
su cuerpo. Como si los triunfos conseguidos por cualquier centuria cubriesen de
gloria hasta el que, contra su voluntad, hubo de permanecer alejado del lugar
de combate. Y en parte –todos los días se nos pasan cincuenta o sesenta
personas- hasta de hombres… Así es. Para la columna Durruti, el mejor campo de
aprovisionamiento son las posiciones facciosas. Hace falta valor, inteligencia
y audacia para cruzar el río de noche y caer sobre los pueblos enemigos. Pero
la inteligencia, audacia y valor están muy sobrados en estos luchadores que por
las noches oprimen nerviosos sus fusiles, ardiendo en deseos de lanzarse a la
conquista de esa Zaragoza, cuyo resplandor contemplan en la lejanía, donde
Cabanellas fusila día tras día a centenares de hermanos nuestros…
(Entre Pina y Osera, Septiembre…)
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