jueves, 8 de diciembre de 2016

LA LUCHA HEROICA DEL PUEBLO EN EL FRENTE DE ARAGÓN


LA LUCHA HEROICA DEL PUEBLO EN EL FRENTE DE ARAGÓN
Eduardo de Guzmán (LA LIBERTAD/ 19 Septiembre 1936)
(Ediciones Vosa: La tragedia de Casas Viejas 1933 y 15 Crónicas de guerra, 1936)

Pasado Fraga –breve oasis de verdor en la desolación de los campos sedientos-, la tierra maldita de los Monegros. Son cincuenta kilómetros de montes pelados, de mesetas yermas, de llanuras sin árboles, agua, ni vida. Aquí y allá, muy espaciados, los pueblos polvorientos con casas de adobe que se confunden con el color oscuro del suelo. Luego, tras coronar unas lomas, en contraste deslumbrador, el valle sereno del Ebro. Un poco atrás, grande y mísero, está aún Bujaraloz; enfrente, a los pies casi, envueltos en la vegetación ubérrima de la ribera, Pina, Aguilar y Osera, grupos de casas blancas y alegres atronadas hoy por el estrépito guerrero. Y a veinticinco kilómetros siguiendo la llanura, Zaragoza, que espera las columnas de su liberación. En Bujaraloz empieza la actividad guerrera: grupos de milicianos en la carretera, puestos de vigilancia en las alturas, autos que corren veloces llevando o trayendo órdenes. El 18 de julio todavía trabajó Durruti como simple obrero en una fábrica de Clot. Veinticuatro horas después, aplastada la rebelión fascista, era, junto con los demás militantes de la CNT, dueño  efectivo de Barcelona, de Cataluña, de una buena parte de España. En un solo día los trabajadores catalanes habían aplastado al fascismo. En un solo día se habían colocado en pie de guerra. En un solo día iniciaron la formación de columnas que destrozaran la sublevación en otros puntos de la Península. La primera en salir fue la mandada por Durruti. Atravesó Lérida –donde los fascistas fueron dueños de la situación durante dos días-, cruzó Fraga, y en un solo impulso magnífico y viril se plantó en Bujaraloz. Con habilidad, con rapidez, con eficacia, llevaba el terreno de lucha lejos de Cataluña y se colocaba a cincuenta kilómetros de Zaragoza.
Después, cuando tras un combate victorioso se iniciaba de nuevo el avance, un contratiempo. La Aviación fascista bombardeó intensamente la columna. Hubo bajas; pero éstas –dolorosas- no fueron lo más importante. Quizá la única explicación sea que este Durruti que ante nosotros tenemos, que nos tiende la mano en un gesto entre sonriente y huraño, es un magnífico luchador nato, es el tipo perfecto del guerrillero español. Es un hombre al que, si tuviéramos que buscarle un antecedente lo hallaríamos justo y exacto, incluso con extraordinario parecido físico, en Juan Martín el Empecinado…Durruti es alto, fuerte, de mirada dura y penetrante, con una barba cerrada que le tiñe de azul la mandíbula. Tiene una larga historia de luchas en una vida asombrosa por lo extraordinaria. Y un ideal –el anarquismo- inspirándole, conduciéndole, guiándole. No es hombre que emplee grandes circunloquios para expresarse, ni procure encubrir un pensamiento con palabras de doble sentido. No ha terminado de saludarme y ya me dice:- Este no es un ejército como el que habrás visto en otros frentes. Aquí no hay generales, estrellas ni fajines. Aquí no hay más que compañeros que luchan por la revolución…Y es verdad. La columna que manda Durruti no tiene par en ninguna de las que combaten en los campos de España. Es algo aparte, sorprendente y distinto. Un ejército sin entorchados, sin disciplinas cuarteleras, sin jefes altaneros ni hombres sumisos. Es un ejército de la revolución, donde el líder come, viste y vive como el último miliciano…

EL ÉXODO DEL CAMPO FASCISTA
Basta permanecer media hora en el cuartel general para comprender todo lo extraño de esta columna. No es lo menos sorprendente, quizá, que sin órdenes violentas, sin sumisiones obligadas, todos cumplan con su deber, todos ocupen sus puestos, todos se impongan una autodisciplina que hace realizarse automáticamente, sin vacilaciones, las determinaciones tomadas. Pero hay algo todavía más asombroso, y es la vida en las centurias, las relaciones entre todos los hombres que las integran, el acierto militar con que actúan. Y también los tipos que las componen. Excepción hecha de algunos militares –la mayoría de los cuales visten <<mono>> y no lucen estrellas- que figuran como asesores técnicos, todos los componentes de la columna son militantes o afiliados de la Confederación Nacional del Trabajo. Hay entre ellos muchos luchadores de Barcelona. Pero hay por lo menos otros tantos que se han sumado voluntariamente al ejército en los pueblos que atravesó o acuden a unirse a él, tras arriesgar su vida cruzando las líneas enemigas o desertando de las filas facciosas, donde permanecían obligados por los rebeldes. Es éste uno de los aspectos más emotivos.
A todas horas están llegando campesinos y soldados, hombres, mujeres y niños que permanecían en los lugares dominados por la subversión, y que llegan, atravesando ríos y montañas, a combatir en la columna de Durruti. Ahora mismo acaban de llegar nueve mozos de Quinto. Uno de ellos explica:- Esta tarde nos dieron permiso los fascistas para ir a regar la huerta. Pudimos burlar su vigilancia, nos tiremos al río y aquí estamos. ¡Ah, si los demás pudieran hacer lo mesmo. Tras de ellos llegan tres chiquillos. El mayor tendrá quince años. Vienen desfallecidos, hambrientos, con los pies sangrantes por la caminata. Uno que viene con ellos afirma:- Se presentaron frente a las últimas avanzadillas del sector de Osera. Cuando los vieron, los fascistas empezaron a disparar contra ellos. ¡Nos dio una pena y una rabia! Salimos con un camión blindado por ellos y aquí están…Vienen de Zaragoza. Han pasado dos días andando por los montes, huyendo de las patrullas fascistas. - Había un requeté -dicen- que quería matarnos. Hacen alistarse en Falange a chicos de nuestra edad y a veces los llevan al frente. Nosotros no queríamos combatir contra nuestros compañeros…Y ahora -pregunta Durruti- ¿qué vais a hacer?-“Coger un fusil para luchar contra los fascistas…”Durruti sonríe, los contempla y hace que les den, en vez de un fusil, la cena.

EL SARGENTO MANZANO.
Junto a Durruti, en ese pequeño campamento disimulado en un lugar cualquiera del frente, hay varias figuras extraordinarias. Aparte de los militantes destacados de la CNT, está un hombre que fue sargento hasta el 19 de Julio y dos muchachos. El mismo Durruti me habla de uno de éstos: “Este chico se vino en bicicleta desde Barcelona. ¡Más de doscientos kilómetros de un tirón! Me dijo que venía a buscar a su padre, que estaba en la columna. Luego resultó que es huérfano y que toda su ilusión era quedarse aquí. Ahora está empeñado en que le den un fusil. ¡Pero es tan pequeño!”.
El otro chico era corneta. Servía en el tercer regimiento de Artillería, de guarnición en San Sebastián. Durante un par de semanas estuvo en el cuartel de Loyola, sitiado por las fuerzas leales. Un día pudo descolgarse por una ventana y huyó. Con las tropas republicanas luchó como un valiente en Irún. Más tarde, cuando llegó la evacuación, cruzó Francia, atravesó Cataluña y se presentó a Durruti.
El sargento –Manzano- es hombre joven y fuerte, de cara llena y mirada optimista y franca. Fue, con toda su sencillez, uno de los héroes de Barcelona. En el momento más crítico y peligroso salió del cuartel de Atarazanas, sitiado por el pueblo, cargado de ametralladoras y cartuchos. Con esas ametralladoras y esos cartuchos se pudo dominar y vencer en todas partes. Manzano combatió como un bravo al lado de los trabajadores.Pudo ser ascendido cuando terminó la lucha: pudo lograr, por meritos de guerra, galones y estrellas. No los quiso. Marchó, junto a Durruti, en la primera columna que salió para el frente. Ya no es ni siquiera sargento. Ahora, combatiendo en vanguardia, no es sino un simple miliciano más…- Estamos –dice Durruti- realizando una transformación honda. Si es difícil hacer la revolución en la ciudad, en la retaguardia, es más difícil todavía hacerla en el frente, de cara al enemigo, en plena y constante lucha. Y, sin embargo, lo estamos consiguiendo en los demás y en nosotros mismos. Vete por los pueblos cercanos y verás cómo la revolución es un hecho; observa la vida que hacemos, cómo actuamos, y te acabarás por convencer…La observación es difícil. En los pueblos la gente habla de Durruti como un salvador o un ídolo.

En las columnas todos se disputan los puestos de peligro, todos conviven como hermanos auténticos, todos son absolutamente iguales entre sí. No hay favoritismos, distinciones ni preferencias. Si hay pollos, los comerán todos, si no se tienen más que patatas, nadie comerá más que patatas. Y si alguno come mal, si alguno carece de toda la comodidad, ese es siempre el propio Durruti. La columna, los diez o doce mil hombres que la integran, ha llegado a formar un solo espíritu, una sola persona. Todos, desde el primero hasta el último, hablan de la columna como si cada una de sus avanzadillas fuera un miembro de su cuerpo. Como si los triunfos conseguidos por cualquier centuria cubriesen de gloria hasta el que, contra su voluntad, hubo de permanecer alejado del lugar de combate. Y en parte –todos los días se nos pasan cincuenta o sesenta personas- hasta de hombres… Así es. Para la columna Durruti, el mejor campo de aprovisionamiento son las posiciones facciosas. Hace falta valor, inteligencia y audacia para cruzar el río de noche y caer sobre los pueblos enemigos. Pero la inteligencia, audacia y valor están muy sobrados en estos luchadores que por las noches oprimen nerviosos sus fusiles, ardiendo en deseos de lanzarse a la conquista de esa Zaragoza, cuyo resplandor contemplan en la lejanía, donde Cabanellas fusila día tras día a centenares de hermanos nuestros…
(Entre Pina y Osera, Septiembre…)


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