Daniel J. García es Doctor en Derecho por la Universidad de Granada y
autor de “RARA AVIS. TEORIA QUEER IMPOLÍTICA” /Editorial Melusina.
Me gusta mucho una pegatina que una vez vi pegada en el maletero de un
coche: “En mi mundo, el raro eres tú”.
Daniel
J. García López (Almería, 1985). Licenciado y Doctor en Derecho por la
Universidad de Almería. Fue profesor de esta Universidad durante 5 años hasta
que, tras una denuncia de un caso de corrupción, fue “expulsado” de facto. Tras
deambular un tiempo por varias instituciones y el paro, desde hace un año es
Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Granada. Ha realizado
estancias de investigación en universidades españolas, alemanas e italianas. Es
autor de los libros “Organicismo silente. Rastros de una metáfora en la ciencia
jurídica” (Ed. Comares, 2013), “Sobre el derecho de los hermafroditas” (Ed.
Melusina, 2015) y “Rara avis. Una teoría queerimpolítica” (Ed. Melusina, 2016),
co-editor de “Derecho, memoria histórica y dictaduras” (Ed. Comares, 2009) y
“La luz más bella. Poesía joven almeriense” (Ed. en Huida, 2015) y traductor de
“Biopolítica. Un mapa conceptual” (Ed. Melusina, 2016). Sus líneas de
investigación son la historia de los conceptos/metáforas, el pensamiento
impolítico y la gubernamentalidad biopolítica de corporalidades disidentes
desde la teoría queer.
-¿Cuándo
escribías “Rara avis” pensabas en los y las lectores/as? Porque hay conceptos y
afirmaciones muy polémicas aún hoy dentro de la comunidad que se hace llamar a
sí misma LGTBI?
Daniel J. García: No sé muy bien si “Rara avis” es la segunda parte
de mi anterior libro, “Sobre el derecho de los hermafroditas”, o, quizás, una
suerte de srecuela. Sea uno u otro, lo cierto es que en “Sobre el derecho de
los hermafroditas” realicé un diagnóstico terrible sobre las mutilaciones
genitales que sufren las personas intersexuales en nuestros hospitales. Por eso
sentía la necesidad de escribir desde ese diagnóstico pero dirigiéndome hacia
un pensamiento en positivo: cómo podemos desactivar los dispositivos que llevan
a la mutilación genital de bebés intersex o a la patologización de personas
trans. Por tanto, si estos dos sujetos están siendo ubicados en la anormalidad,
en la abyección, ¿por qué no reivindicar precisamente esa abyección, esa
monstruosidad? Pero reivindicarla no para reafirmar la norma, sino,
precisamente, para destruirla.
Por eso, es cierto, en el libro hay elementos que
pueden ser polémicos para la comunidad LGTBI, pues en ocasiones se han
reivindicado simples reformas sin acudir a la raíz de los problemas. Por
ejemplo, en el capítulo en el que abordo una posible lectura queer del Derecho,
analizo cómo la lucha por el incluir a todas las personas en la institución
matrimonial, lucha legítima para hacer vidas vivibles, puede conllevar el
reforzamiento de una institución, la marital (y piénsese en esta misma palabra:
la vida matrimonial asociada al varón), fuertemente heterocapitalista.
Por eso no es posible un Derecho queer. Esto es, si
queremos resistir debemos hacerlo con otras categorías o instituciones que no
sean las de quienes te han estado oprimiendo. El léxico político-jurídico
moderno no puede dar respuesta ante las personas trans o intersex (ni tampoco,
por ejemplo, ante lxs refugiadxs): son insuficientes y por eso ya no es posible
la legitimación por los Derechos Humanos si las personas
mutiladas/esterilizadas/refugiadas quedan reducidas a meras vidas desnudas (lo
que en Grecia llamaban zoè o simple
hecho de vivir frente a la vida cualificada del bíos). Para explicar esto suelo utilizar un cuento breve de Kafka: “Las
intenciones con las que aceptas en ti el mal no son las tuyas, sino las del
mal. El animal arranca de las manos el látigo al amo y se fustiga él mismo para
convertirse en amo, y no sabe que esto es solo una fantasía producida por un
nuevo nudo en la correa del látigo”. En definitiva, ¿qué queremos: fustigarnos
nosotrxs mismxs o eliminar el látigo y al amo?
-Aunque
en otra línea tu libro lleva en el subtítulo la palabra “impolítica” pero al
contrario que otros ensayos recientes como los de Edelman o Bernini, tu ensayo,
es, a su manera, una caja de herramientas para repensar muchos conceptos y
universales desde los márgenes. ¿Estamos ante un libro impolítico o político
desde otra localización o ubicación?
Daniel J. García: El concepto impolítico
(que no es una antipolítica) que aparece en el libro se enmarca en aquella corriente que viene de autores de
tradición italiana, desde Giorgio Agamben a Roberto Esposito, y que guarda,
bajo mi punto de vista, umbrales de intersección con la teoría queer, de Judith
Butler a Donna Haraway: frente al carácter normativo o representable de la
política, ambas concepciones (lo queer y lo impolítico) convergen precisamente
en la antinormatividad y la irrepresentabilidad, pues parten de la idea de la desobra, de la identidad como algo no
cerrado ni obrado, sino como una singularidad cual sea que no reivindica
identidad alguna, una suerte de forma-de-vida,
esto es, una vida indisolublemente unida a su forma (en este caso, la forma de
la mutilación). En esto, como digo, lo queer y lo impolítico parecen ir de la
mano.
Lo que trato, en definitiva, es de construir un
imaginario político fuera de las
categorías políticas modernas, viciadas por los dispositivos biopolíticos. Por
ejemplo, frente a la categoría “persona”, reivindicar la “corporalidad”; frente
a los “derechos humanos”, los “deberes corporales”. Se trata, en fin, de
inventar otros conceptos que escapen de las lógicas biopolíticas. Porque si
seguimos hablando de derechos humanos sin tener presente que estos mismos son
un tentáculo de los dispositivos biopolíticos, seguiremos reproduciendo el
vicio originario de la política moderna: situar la nuda vida (la simple zoè que soporta la violencia) en el
plano de la polis.
Por tanto, pienso que tanto lo queer como lo
impolítico son conscientes de que el Derecho es y solo es violencia, que su
contenido esencial es el uso de la fuerza (y esto también lo pensaba Kelsen, el
mayor jurista del siglo XX). Partiendo de esto, ambas concepciones pretenden construir otras realidades que escapen
a esta violencia. De ello se habla en el libro con varios ejemplos: el Quijote
lo que pretendía era imaginar otra vida, concebir otro mundo; en las fiestas del
Carnaval o de los Locos lo que se hacía también era imaginar otra realidad; lxs
niñxs al jugar inventan mundos (por eso Nietzsche reivindicaba la Kinderland,
la tierra de lxs niñxs, como desarraigo de toda patria, tierra de los padres)…
-El
sexo, los géneros, las deslocalizaciones. La politización de las sexualidades
llega con el feminismo y el transfeminismo pero a veces se ha criticado a las modernas
teorías y corrientes de quedarse en lo
“meramente cultural”. Tú que te has movido en terreno de la práctica jurídica
¿Qué nos puedes contar al respecto?
Daniel J. García: Lo simbólico es sumamente importante. El derecho es
un discurso como lo es también la performance. Solo que uno y otro actúan en
espacios distintos y con violencias diferentes. En Rara avis planteo dos
mecanismos de resistencia: uno desde dentro del sistema y otro desde fuera.
Desde dentro del sistema lo que tenemos que aprender
es a tergiversar y retorcer el discurso jurídico, de tal modo que podamos
operar con un uso alternativo del derecho (utilizo esta locución con toda la
fuerza que tuvo en el marxismo jurídico de los años 60-70) que desmonte los
pilares de los sistemas jurídico-políticos. Esto es, no solo conseguir
reformas, sino trastocar, contactar, contagiar. Porque podemos dar razones para
entender como crímenes contra la humanidad las mutilaciones genitales de bebés
intersexuales, pero eso es solo una reforma, muy necesaria y que evitaría
muchas vidas truncadas, pero solo un maquillaje del sistema. Por eso, como
digo, en el libro planteo mecanismos de resistencia desde dentro del Derecho,
pero que tratan de ir más allá de la simple reforma y atacar los dispositivos
biopolíticos que encierran, incluso, los Derechos Humanos. Y en segundo lugar,
plantear también una ofensiva desde fuera del sistema. Decía Bataille que el
valor de lo inútil es precisamente su inutilidad porque el sistema siempre se
apropia de todo lo útil: por eso, debemos buscar espacios inútiles para evitar
que nos reapropien. De ahí que en Rara avis se han buscado ejemplos históricos
de carcajadas inútiles como la fiesta de locos o el carnaval. Y a partir de ahí
construir una subjetividad rarita similar a la de la infancia, donde un lápiz
es una nave espacial. Pero esto no solo se queda en lo “estético”, sino que también
puede incidir en los marcos jurídicos como ocurrió originariamente con el “usus
pauper” de la comunidad franciscana que le hizo renunciar a la propiedad
privada y, por tanto, al derecho.
-Yo
veo aún que los viejos debates no se han cerrado en muchos círculos. ¿Para ser
una “rara avis” hay que saber cambiar de hábitat o simplemente ocupar
subjetividades negadas sobre todo en campos tan marcados como los del género,
la corporalidad, la normalidad social?
Daniel J. García: Tenemos una asignatura pendiente: reivindicar el
cuerpo. El Derecho, desde Roma, se basa en la dicotomía “personas-cosas”,
olvidándose la dimensión corporal. Esta queda excluida. Incluso los Derechos
Humanos han excluido la corporalidad. Es cierto que las
prácticas, pensemos en el poder, han girado en torno al cuerpo, a su
disciplina, a su control. Pero en el ámbito del conocimiento, y, en concreto,
del conocimiento jurídico, se ha eliminado del modelo al cuerpo porque no es ni
persona ni cosa, sino que ha oscilado entre una y otra, pero sin ser una ni otra.
La pregunta que se realiza en Rara avis precisamente toma el cuerpo como lugar
central: ¿es posible un derecho que ya no sea de ni sobre, sino entre? De ser posible, ¿seguiría siendo derecho?
Es
central la pregunta por el cuerpo como la pregunta por la identidad. El Estado
puede aceptar cualquier tipo de reivindicación identitaria (desde las múltiples
reivindicaciones nacionales dentro de un Estado hasta la identidad terrorista),
pero lo que no puede consentir es una singularidad que haga comunidad sin reivindicar
identidad alguna. En este caso el Estado queda desconcertado porque necesita
siempre identificar (para preparar el orden en el que insertar o reapropiar esa
identidad). Por eso el mayor peligro para la forma-Estado es una comunidad sin
identidad.
He
aquí lo que podemos aprender de lo queer y lo impolítico (o eso que llamo queerimpoliticidad): un cuerpo que
expone sus heridas y cicatrices. Y he aquí la idea de justicia que se maneja en
Rara avis: la justicia como hospitalidad. Lo explico: cuando recibimos a
alguien en nuestra casa lo podemos hacer de dos maneras. Bien nuestx amigx ha
llamado unas horas antes para avisar de su llegada o bien ha aparecido sin más
(o nos hemos encontrado por la calle y decidimos subir a casa). En el primer
caso, normalmente prepararemos su llegada: un repaso a la casa, limpiar un
poco, comprar algunas bebidas. De esta forma, cuando nuestrxs amigx llega a
casa, hemos construido un orden que lo absorbe, que se apropia de nuestrx
invitadx. Por el contrario, cuando aparece sin más no hay un orden
preestablecido que pueda apropiarse de ese huésped, sino que su llegada
trastoca nuestro orden. Este segundo caso es el que interesa para Rara avis: en
la distancia que se produce entre ambas personas donde se ubica la justicia.
Explico esto con tres ejemplos: la película/novela “Teorema”, de Pasolini, el
teatro de Copi y algunos textos (“Así que pasen cinco años”, “Viaje a la luna”)
de Federico García Lorca.
¿Te
consideras tu mismo una rara avis o depende del hábitat en el que te
encuentres? ¿Es la academia o la universidad - con respecto a estos estudios
todavía emergentes-, depende cuando y donde, un espacio natural protegido o una
selva peligrosa e inexplorada?
Daniel
J. García: Aquí debo hacer una confesión que es del todo obvia: yo trabajo para
el sistema. Aquel que me proporciona los medios de subsistencia es un Estado heterocapitalista
como el español. Trabajo en la Universidad y, por tanto, asumo las reglas del
sistema. Cosa distinta es entender que
este sistema no es un sistema justo y, por tanto, tengo la necesidad (también
una necesidad de subsistencia) de luchar por construir otro radicalmente
distinto. Ello lo he hecho y lo hago desde la teoría y desde la práctica. Con
lo que me he ganado bastantes broncas: desde mi “expulsión” (de facto) de la
Universidad de Almería tras cinco años trabajando como profesor por denunciar
un “caso de corrupción” hasta la minusvaloración por parte de los organismos
académicos que entienden que los trabajos sobre el cuerpo, sobre lo LGTBI,
sobre personas intersex no son trabajos que merezcan la pena. Si, quizás,
hubiera sido conformista con el sistema, hubiera trabajado cualquier tema considerado
“importante” por la academia o políticamente correcto, ahora quizás no tendría
un mero contrato de profesor sustituto interino. Pero al vivir entre la teoría
y la práctica, y, por tanto, entender que la una y la otra van indisolublemente
unidas, he asumido los riesgos de mi trinchera.
No
obstante, tengo la inmensa suerte de haber tenido un “maestro” que me ha dado
total libertad (y responsabilidad) para trabajar en lo que yo estimara más
adecuado, así como, desde hace un año, un Departamento (de Filosofía del
Derecho de la Universidad de Granada) que me ha acogido y arropado con mucho
cariño desde el principio (cosa que no ocurría en la Universidad de Almería).
Ello me permite tener, este curso, alrededor de 350 alumnxs. Eso me da la
capacidad de discutir de determinados temas con una población bastante
numerosa. Algunxs, obviamente, se aburrirán, no les interesará o no sabré
llegar a ellxs. Otrxs, en cambio, y esto es uno de mis mayores orgullos, me
paran por la calle (incluso con alguna copa de más: con lo que me creo más sus
palabras) para decirme que les he abierto los ojos. Pienso que no hay mayor
satisfacción para un profesor. Porque en mis clases, al inicio del curso,
siempre tengo el mismo objetivo: inventar herramientas, entre todxs, para
tratar de resistir la violencia del sistema cuando salgan del aula (la primera
herramienta que construimos es pactar el sistema de evaluación: son mis alumnxs
lxs que deciden cómo quieren que les evalúe, porque, eso sí, al final tengo que
rellenar un acta con notas).
¿Esto
me convierte en una “Rara avis”? Me gusta mucho una pegatina que una vez vi
pegada en el maletero de un coche: “En mi mundo, el raro eres tú”
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