jueves, 8 de diciembre de 2016

La Iglesia Católica: la Inquisición del franquismo. Antonio López y Acacio Puig



1.- Una historia parda.

En el inicio de la década de los 30, la iglesia católica seguía siendo un poder latifundista y financiero muy importante en España. Contaba con un ejército de casi 90.000 personas dedicadas al culto religioso y con locales en  todas las ciudades, pueblos y aldeas. Era pues un poder terrenal potente, contrario a la modernidad, la industrialización (y al asociacionismo obrero) y sus posiciones pesaban en la marcha del país. La Iglesia no solo no era ajena a la política (como se esfuerza en repetir) sino que había financiado tanto Acción Católica (su fundador E. Vargas, estuvo implicado en varios atentados fallidos contra las Cortes y Azaña)  como el partido Acción Popular, liderado por Gil Robles que conspiraba ante la Italia de Mussolini buscando apoyo en armamento y dinero para derrocar la República proclamada el 14 de abril de 1931.

En un contexto internacional de ascenso de los fascismos como expresión política de los intereses capitalistas en Italia, Alemania, Austria y España, las Conferencias Episcopales  de cada uno de esos países dieron apoyo incondicional al fascio frente a “la amenaza bolchevique”. Aquí, a la lluvia de Pastorales animando al golpe militar, sucedió la Carta de los Obispos Españoles del 1 de julio de 1937, llamando a cerrar filas junto al alzamiento y su caudillo. El sanguinario cardenal Gomá afirmaría en mayo de 1938 en el Congreso Eucarístico celebrado en Budapest: “Paz sí. Cuando no quede un adversario vivo”. Las fotos de curas y obispos, saludo fascista bien visible, acompañando a militares, falangistas y requetés, son demasiado abundantes para invisibilizar el compromiso de la Iglesia con el ideario y la acción criminal de los alzados contra las libertades republicanas. No son tan frecuentes las fotos de curas armados, porque no resultaban políticamente correctas y la censura fue férrea en el ocultamiento de la barbarie de supuestas “gentes de bien”. Sin embargo urge en honor a la verdad, entresacar algunos curas-verdugos que ilustran y explican represalias republicanas en tiempos de guerra (de todos esos curas-pistoleros, que encarnan ejemplos del sacerdote armado y sanguinario, se encuentran referencias  hoy fácilmente verificables en los trabajos de investigación histórica).

Vendrell, el párroco del penal de Ocaña, se reservó el “oficio” de dar el tiro de gracia a los fusilados (más de 1200). Bermejo, el cura-pistolero de Zafra declaraba a la agencia de prensa Hava: “todos los procedimientos de exterminio de estas ratas son buenos (…) Dios los aplaudirá”. Isidro Lomba, cura en Badajoz (que se jactaba de ser “un gran cazador de rojos”) empuñó una de las ametralladoras que masacraron multitudes en la Plaza de Toros de esa capital. El cura Izurdiaga, periodista, fundó Jerarquía. Revista Negra de Falange que en su mancheta lucía texto que arengaba a la “persecución y quema de periódicos y libros de rojos, judíos, masones, republicanos y separatistas”.
Guiados por el ardor nacional católico, un sector muy importante del clero se distinguió por la denuncia en todas las provincias, de enemigos de Franco. En Galicia se evalúa en más de un 10% el total de delaciones realizadas allí por religiosos.

Con esos mimbres de poder, adhesión de la jerarquía católica al fascismo, curas pistoleros y curas chivatos,  de conventos y seminarios convertidos en presidios y campos de concentración… y el uso como soporte (hasta hoy mismo) en la arquitectura religiosa del emblema falangista del yugo y las flechas junto a la reserva de sus “espacios sagrados” para el eterno descanso del dictador y sus secuaces de renombre, el espacio de “curas mártires por sus ideas” se reduce considerablemente a pesar de los esfuerzos beatificadores-mixtificadores de “La Iglesia”.

 2.- ¿Y mirando hacia el presente?

La Constitución de 1978 obvió esa parda historia, absolvió al nacional catolicismo con la Ley de Amnistía de 1977,  otorgó un estatus preferente y exclusivo a la Iglesia de la Cruzada y ratificó acuerdos que santificaron posteriores prerrogativas en campos sustanciales como los fiscales, educativos y otros bien estudiados por Europa Laica (www.europalaica.com) que merecen ser incorporados críticamente al debate social.

Todo eso debe acabar por más que a los poderes políticos establecidos (que en privado “hacen de su capa un sayo”) prorroguen la situación de excepcionalidad dado que los dineros “solo” salen de las arcas públicas, arcas que nutrimos los más mientras las esquilman los menos. Y dado también que su “alianza” con la jerarquía eclesiástica parece ser que les garantiza el consenso con una vasta clientela de cierta edad y políticamente sumisa a lo que consideran “el orden y las tradiciones”.

Si en el próximo período quebramos el espúreo andamiaje del régimen del 78, tareas como la supresión del Concordato con el Vaticano, normalización de la excepcionalidad fiscal de los bienes religiosos en un nuevo contexto de reforma fiscal progresiva, supresión de las subvenciones a su enseñanza y justa reducción de las mismas a las ONG´s de matriz religiosa junto al establecimiento de garantías de  laicidad de los aparatos de estado, serán tareas urgentes que deberán formar parte de un  nuevo ordenamiento constitucional radicalmente democrático que derogue en este ámbito, la  caduca legislación que  garantiza los privilegios de la Iglesia Vaticana.


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