1.- Una historia parda.
En el inicio de la década de los 30, la
iglesia católica seguía siendo un poder latifundista y financiero muy
importante en España. Contaba con un ejército de casi 90.000 personas dedicadas
al culto religioso y con locales en
todas las ciudades, pueblos y aldeas. Era pues un poder terrenal potente,
contrario a la modernidad, la industrialización (y al asociacionismo obrero) y sus
posiciones pesaban en la marcha del país. La Iglesia no solo no era ajena a la
política (como se esfuerza en repetir) sino que había financiado tanto Acción
Católica (su fundador E. Vargas, estuvo implicado en varios atentados fallidos
contra las Cortes y Azaña) como el
partido Acción Popular, liderado por Gil Robles que conspiraba ante la Italia
de Mussolini buscando apoyo en armamento y dinero para derrocar la República
proclamada el 14 de abril de 1931.
En un contexto internacional de ascenso de
los fascismos como expresión política de los intereses capitalistas en Italia,
Alemania, Austria y España, las Conferencias Episcopales de cada uno de esos países dieron apoyo
incondicional al fascio frente a “la amenaza bolchevique”. Aquí, a la lluvia de
Pastorales animando al golpe militar, sucedió la Carta de los Obispos Españoles
del 1 de julio de 1937, llamando a cerrar filas junto al alzamiento y su
caudillo. El sanguinario cardenal Gomá afirmaría en mayo de 1938 en el Congreso
Eucarístico celebrado en Budapest: “Paz
sí. Cuando no quede un adversario
vivo”. Las fotos de curas y obispos, saludo fascista bien visible,
acompañando a militares, falangistas y requetés, son demasiado abundantes para
invisibilizar el compromiso de la Iglesia con el ideario y la acción criminal
de los alzados contra las libertades republicanas. No son tan frecuentes las
fotos de curas armados, porque no resultaban políticamente correctas y la
censura fue férrea en el ocultamiento de la barbarie de supuestas “gentes de
bien”. Sin embargo urge en honor a la verdad, entresacar algunos curas-verdugos
que ilustran y explican represalias republicanas en tiempos de guerra (de todos
esos curas-pistoleros, que encarnan ejemplos del sacerdote armado y
sanguinario, se encuentran referencias hoy fácilmente verificables en los trabajos de
investigación histórica).
Vendrell, el párroco del penal de Ocaña, se
reservó el “oficio” de dar el tiro de gracia a los fusilados (más de 1200).
Bermejo, el cura-pistolero de Zafra declaraba a la agencia de prensa Hava: “todos los procedimientos de exterminio de
estas ratas son buenos (…) Dios los aplaudirá”. Isidro Lomba, cura en
Badajoz (que se jactaba de ser “un gran cazador de rojos”) empuñó una de las
ametralladoras que masacraron multitudes en la Plaza de Toros de esa capital. El
cura Izurdiaga, periodista, fundó Jerarquía.
Revista Negra de Falange que en su mancheta lucía texto que arengaba a la “persecución y quema de periódicos y libros
de rojos, judíos, masones, republicanos y
separatistas”.
Guiados por el ardor nacional católico, un
sector muy importante del clero se distinguió por la denuncia en todas las
provincias, de enemigos de Franco. En Galicia se evalúa en más de un 10% el
total de delaciones realizadas allí por religiosos.
Con esos mimbres de poder, adhesión de la
jerarquía católica al fascismo, curas pistoleros y curas chivatos, de conventos y seminarios convertidos en
presidios y campos de concentración… y el uso como soporte (hasta hoy mismo) en
la arquitectura religiosa del emblema falangista del yugo y las flechas junto a
la reserva de sus “espacios sagrados” para el eterno descanso del dictador y
sus secuaces de renombre, el espacio de “curas mártires por sus ideas” se
reduce considerablemente a pesar de los esfuerzos beatificadores-mixtificadores
de “La Iglesia”.
2.- ¿Y mirando hacia el presente?
La Constitución de 1978 obvió esa parda
historia, absolvió al nacional catolicismo con la Ley de Amnistía de 1977, otorgó un estatus preferente y exclusivo a la
Iglesia de la Cruzada y ratificó acuerdos que santificaron posteriores prerrogativas
en campos sustanciales como los fiscales, educativos y otros bien estudiados
por Europa Laica (www.europalaica.com) que merecen ser incorporados
críticamente al debate social.
Todo eso debe acabar por más que a los
poderes políticos establecidos (que en privado “hacen de su capa un sayo”)
prorroguen la situación de excepcionalidad dado que los dineros “solo” salen de
las arcas públicas, arcas que nutrimos los más mientras las esquilman los
menos. Y dado también que su “alianza” con la jerarquía eclesiástica parece ser
que les garantiza el consenso con una vasta clientela de cierta edad y
políticamente sumisa a lo que consideran “el orden y las tradiciones”.
Si en el próximo período quebramos el espúreo
andamiaje del régimen del 78, tareas como la supresión del Concordato con el
Vaticano, normalización de la excepcionalidad fiscal de los bienes religiosos
en un nuevo contexto de reforma fiscal progresiva, supresión de las
subvenciones a su enseñanza y justa reducción de las mismas a las ONG´s de
matriz religiosa junto al establecimiento de garantías de laicidad de los aparatos de estado, serán
tareas urgentes que deberán formar parte de un nuevo ordenamiento constitucional radicalmente
democrático que derogue en este ámbito, la caduca legislación que garantiza los privilegios de la Iglesia
Vaticana.
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