“Cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo”
es un refrán español que generalmente se entiende como una denuncia de la
inutilidad de ciertos esfuerzos. Pero no suele recordarse que una de sus
variantes representa todo lo contrario: “Cuando
el diablo no tiene qué hacer, coge la escoba y se pone a barrer”. Ahora
bien, barrer puede leerse en dos
sentidos, el metafórico de destruir y el literal de limpiar. La imagen del
Diablo Buenaventura Durruti Dumange que nos inculca la historiografía oficiosa
lo retrata única y exclusivamente como un energúmeno destroyer que no construyó nada.
Para
contrarrestar mínimamente esa imagen hemos escrito la presente nota.
En su
primera parte, narraremos el olvidado ejemplo de un Durruti desarmado y preso
en una isla militarizada donde, en lugar de convertirse en un pasivo Caballero
de la Máscara de Hierro o en un confuso y vengativo Conde de Montecristo, le
veremos organizando con la cabeza prieta y las manos desnudas a los majoreros -así se denomina a los
habitantes de Fuerteventura-. En la segunda parte, comentaremos aún más
brevemente la maliciosa especie de que las colectividades de Aragón que
brotaron al paso de la Columna Durruti no fueron voluntarias sino forzadas por
los milicianos.
Dicho
de otro modo, hemos huido de los tópicos habituales que retratan a Durruti como
un aventurero hiperactivo que lo mismo financia con el botín de sus asaltos a
los bancos a grupos anarquistas en América Latina que acribilla a un cardenal o
derrota a los fascistas sublevados en Barcelona. Aún con mayor presteza
huiremos de las polémicas más en estúpida boga; no entraremos en averiguaciones
psicológicas sobre su personalidad o sobre su vida privada. Ni militares sobre
la causa última de su muerte ni tampoco –más psicología- sobre los hipotéticos
rasgos autoritarios que algunos le suponen. Y, evidentemente, no discutiremos
ni un instante sobre su papel en la marcha general del anarquismo español. Para
comentar la figura de un Durruti constructor -nuestro propósito actual-, nos
limitaremos a unos recuerdos majoreros con aires de etnografía política y a
unas pocas cifras aragonesas.
Durruti entre el pueblo majorero
Por haber participado en la insurrección del Alto Llobregat, el
13.abril.1932, Durruti y siete compañeros –Domingo Ascaso entre ellos- fueron
embarcados en Las Palmas en el destructor
Cánovas y desembarcados en Puerto de
Cabras (hoy, Puerto del Rosario; Fuerteventura) En esa única ciudad de
aquella isla, estuvo recluido cuatro
meses y medio. Según escribe un estudioso majorero:
<<En carta a su hermana Rosa
del 18 de abril de 1936, desde Puerto de Cabras, Durruti le dice que
hasta el día anterior y desde el 10 de febrero había estado prácticamente
incomunicado del mundo exterior. Continúa reprochando al Gobierno la poca
sensibilidad que han tenido con ellos. Que es una isla muy descuidada por todos los gobiernos
que han gobernado a España. Viven en el cuartel y les dan 1,75
pts. para la manutención diaria de todos. Hace alusión al destierro de Unamuno
y Soriano. Comenta que cuando llegaron:
”El vecindario de la isla estaba asustado. Les habían dicho que nosotros nos comíamos a los niños crudos.
Pero en cuanto nos han visto, hablado y tratado se han tranquilizado y dejan a
los niños jugar con nosotros”.
Le da cuenta que ha conocido a personas que lo han
invitado a su casa y le prestan libros. Y termina diciéndole que cuando vuelva
a la península pedirá explicaciones a los socialistas que han votado su
deportación.
La carta que con fecha 12 de julio de 1971 escribe el
majorero D. Ramón Castañeyra Schamán a Abel
Paz, que le había solicitado información de Durruti, es el mejor testimonio
que justifica el talante humanitario de Durruti, las ansias de cultura, la
honestidad en las ideas y forma de vida. A continuación damos parte del texto de la carta, para que sean ustedes
mismos los que juzguen y valoren las palabras escritas por D. Ramón a pesar de
ser un enemigo ideológico:
“Tenía subidos ingredientes anarquistas, y yo era su antagonista en
todas las discusiones que teníamos en lo ateniente a la ideología de ambos.
Pero mi hermano llegó a Barcelona, en el Villa de Madrid el 20 de julio de 1936; y se vio acusado de fascista
por uno de los camareros del buque, se acordó de que nos había visto conversar
y se dirigió a él expresándole que era hermano mío. Fue suficiente para que
Durruti le colocara en una casa de confianza, evitándole el paseo terminal
(…). Recuerdo que este anarquista de acción y muy audaz era también muy
sentimental, pues recuerdo que estando aquí me leyó una carta de su compañera,
en la que le comunicaba que una hijita de ambos estaba muy enferma, y con
dificultad pudo terminar de leer porque la emoción que lo embargaba se lo
impedía… Durruti, aquí, hacía una vida ordenada y contemplativa. Me pedía
libros-pues yo hice amistad con él que yo le prestaba. Y se pasaba horas en el
malecón del muelle. Le gustaban mucho las mujeres, con las que tuvo ciertos
éxitos”
Tuve la suerte años atrás de entrevistar algunas personas de Fuerteventura que conocieron a Durruti,
algunos de ellos simpatizantes si no afiliados a la CNT. Unos me dijeron alguna
información y anécdotas, otros nada quisieron decir. Entre los que me aportaron
alguna información está: D. Juan Hormiga Rodríguez (al iniciarse la guerra fue
apresado y estuvo seis meses en el Campo de Concentración de Gando). D. Juan me
dijo que se reunía en los escalones del
callejón de Juanito El Cojo con portuarios, obreros y marineros,
informándoles del sindicato, como organizarse, etc. Que era un hombre que ayudaba mucho; él mismo vio como en ocasiones le daba
dinero a gente que venía del campo para comprar alpargatas u otras necesidades.
Otra persona que me dio noticias de él fue D. Antonio Hormiga Domínguez, me
decía que ocupaba parte del tiempo impartiendo clase a los niños y personas
mayores que lo deseasen. D. Antonio me confirmó que el mismo llegó a ir. D.
Jesús Machín me comentó que tenía una tertulia en casa de D. Julio (sargento de
marina), a la cual asistía un reparador de telégrafos>>
[Véase, Elías
Rodríguez Rodríguez, en http://fuerteventuralimpia.blogspot.com/2013/01/buenaventura-durruti-en-puerto-de.html. La antecitada y
extensa carta de Durruti a su hermana en la que detalla su confinamiento, puede
leerse semicompleta en la conocida biografía Durruti. El proletariado en armas, de Abel Paz (Diego Camacho), Barcelona, 1978]
El 29.VIII.1932, la protesta popular obligó a la República a liberar a
todos los detenidos por la insurrección del Alto Llobregat. Pero antes de
regresar a Barcelona, Durruti y sus
compañeros ya habían organizado la CNT en Fuerteventura. Poco más sabemos de
este asunto puesto que, al iniciarse el golpe de Estado nacional-católico, la
documentación cenetista fue enterrada en un saco a la entrada de Playa Blanca y
allí se perdió –por ahora-.
Durruti constructor en plena revolución española
La guerra, cualquier
guerra, acelera vertiginosamente los procesos sociales. Por esta razón, nada
podemos imaginar sobre lo que hubiera conseguido Durruti de no haber muerto -o
sido asesinado- a los cuatro meses de que estallara el ‘glorioso alzamiento
nacional’. Poco y manifiestamente caprichoso, por mucho que ahora sea majadera
moda historiográfica perorar sobre “qué hubiera pasado si tal o cual hecho
hubieran acabado de distinta manera”.
Sólo podemos observar
el fenómeno de las colectividades aragonesas que fueron construyéndose al paso
de la Columna Durruti. Y es que sobre esta efímera revolución mentes preclaras
pero tendenciosas sostienen que fueron creadas por la fuerza de las armas
milicianas y no por voluntad libre de los colectivizados. Para demostrarlo, su
principal argumento estriba en comparar el número de cenetistas antes de julio
1936 con el número de colectivizados de semanas después. Hecha la cuenta de la
vieja, todo indica que los colectivizados –mayormente campesinos dada la
estructura social de aquél entonces- sobrepasan en mucho a los cenetistas de
vieja data.
Y eso, ¿qué
demuestra? Pero, antes responder cumplidamente, observemos las cantidades en
juego aunque siempre teniendo en cuenta que los números relacionados con el
anarquismo son siempre dificilísimos de comprobar, máxime cuando hay una guerra
abierta por medio:
Antes de julio 36,
dícese que había 18.000 afiliados a la CNT en Zaragoza capital y, en el medio
rural, unos 17.000 más. Sin embargo, en 1937, había 280 colectividades, con
141.794 afiliados: Huesca, con 137 localidades y 85.522 personas; Teruel, 116 y
48.618; Zaragoza, 24 y 7.524. Obviamente, es notorio el enorme crecimiento de
la afiliación cenetista durante el primer año de la revolución española o
guerra civil. Esto según unos autores –innumerables-; según otros -que también
son innumerables-, más del setenta por ciento de la población [rural] fue
colectivizada y, en menos de tres meses, se constituyeron cerca de quinientas
colectividades. A lo que añadiremos que no todas fueron campesinas sino que
también se dieron casos de socialización de servicios públicos (Barbastro,
Caspe) y de algunas actividades industriales y mineras (Alcañiz, Beceite,
Andorra) Como rezan los papeles convencionales, todas ellas formaron la no
menos efímera Federación de
Colectividades Aragonesas, dependiente del Consejo de Defensa de Aragón… Y
todas ellas fueron disueltas en agosto/septiembre de 1937 por un nuevo gobierno
del Frente Popular -o, mejor dicho, por las tropas regulares del ‘héroe
comunista’ Líster-.
Provistos de
numerologías varias, podemos afirmar que:
a)
El
mencionado incremento de cenetistas aragoneses ni fue tan exagerado ni debemos
atribuirlo exclusivamente a los fusiles de la Columna Durruti –y de otras
columnas-. Después de que comenzara el genocidio franquista, ¿qué otra vía se
les dejaba a los aragoneses que no fuera la organización urgente y masiva?,
¿debemos culparles porque, entre los tipos de organización que les propuso la
República, escogieron la anarquista?
b)
En
cuanto a la voluntariedad de esas organizaciones, subrayaremos que las
colectividades no fueron nunca totales o absolutas. A los renuentes, sólo se
les prohibía poseer más tierra de la que pudieran cultivar. Que estos
individualistas sobrevivieran en
cantidades muy variables demuestra que no fueron obligados a colectivizarse.
Por otro lado, a
posteriori del paso de la Columna Durruti, se observó que “que el rendimiento
de la tierra colectivizada se incrementó entre un 30% y un 50%. Las superficies
sembradas aumentaron y los métodos de trabajo se perfeccionaron. Los
cultivos se diversificaron, se iniciaron obras
de regadío y repoblación forestal, se crearon
escuelas técnicas rurales y granjas de experimentación, se
seleccionó el ganado y se fomentó su reproducción, se pusieron en marcha
industrias auxiliares” (Julio C. Alderete) Visto este éxito económico, ¿por qué
los campesinos aragoneses tendrían que haberse opuesto a las medidas
revolucionarias propuestas por Durruti?
Las mentes preclaras
que predican la obligatoriedad manu militari impuesta por Durruti, desdeñan
nuestros anteriores argumentos y, como última trinchera, derivan a los
topicazos más comunes sobre el campesinado. Según éstos improvisados psicólogos
sociales, el campesino es naturalmente individualista y detesta que le obliguen
a trabajar en comunidad –cierto… pero según y cómo-. Olvidan que la etnografía
posee un enorme corpus de trabajos comunitarios –tequio, gozona,
minga, cayapa, guelaguetza, ayni, mutirao, fajina,
community work, etc.- que socavan ese lugar común pero, mucho peor aún, en este
caso concreto que hoy nos ocupa olvidan que el campesino aragonés de 1936 no
poseía generalmente ningún terruño al que aferrarse puesto que, en su mayoría,
era un jornalero quizá menos errante que el gallego pero desde luego más nómada
que el francés. Dicho sea para que no nos cuelen psicologías sociales más que
dudosas, para que no se olviden criminalmente de lo que supone un genocidio,
para que abandonen la caricatura de un Durruti destroyer y, en definitiva, para que no nos confundan de personaje,
lugar y tiempo.
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