Durante este fin de semana pasado se
han sucedido conmemoraciones en todo el mundo sobre el fin de la
Primera Guerra Mundial.
En el coro de hipócritas reunido en Paris han
compartido tribuna los criminales de hoy, los Macron, las Merkel y
los Trump junto a los serviles lacayos de los poderosos.
Sus sistemas capitalistas e intereses
depredadoramente competitivos, alimentaron el afán de conquista y la industria
bélica durante la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial. Y juntos
actualmente, nutren la guerra globalizada del siglo XXI y la
desertización que llena el planeta de refugiad@s y de cadáveres.
Nuestros principios anticapitalistas contra las
guerras siguen encontrando sus bases en el manifiesto internacionalista del
congreso revolucionario de Zimmerwald. Redactado en septiembre de
1915 por León Trotsky, lo traemos al presente publicándolo aquí:
"¡Proletarios de Europa!
¡Hace más de un año que dura la guerra! Millones de cadáveres cubren los
campos de batalla. Millones de hombres quedaran mutilados para el resto de sus
días.Europa se ha convertido en un
gigantesco matadero de hombres. Toda la civilización, creada por el
trabajo de muchas generaciones está condenada a la destrucción. La barbarie más
salvaje celebra hoy su triunfo sobre todo aquello que hasta la fecha constituía
el orgullo de la humanidad.
Cualesquiera que sean los principales
responsables directos del desencadenamiento de esta guerra, una cosa es
cierta: la guerra que ha provocado todo este caos es producto del
imperialismo. Esta guerra ha surgido de la voluntad de las clases
capitalistas de cada nación de vivir de la explotación del trabajo humano y de
las riquezas naturales del planeta. De tal manera que las naciones
económicamente atrasadas o políticamente débiles caen bajo el yugo de las grandes
potencias que, con esta guerra, intentan rehacer el mapa del mundo, a sangre y
fuego, de acuerdo con sus intereses explotadores. Es así como naciones y países
enteros como Bélgica, Polonia, los estados de los Balcanes y Armenia corren el
riesgo de ser anexionados en todo o en parte por el simple juego de las
compensaciones.
Los objetivos de la guerra aparecen en
toda su desnudez a medida que los acontecimientos se desarrollan. Pieza a
pieza, caen los velos que han ocultado a la conciencia de los pueblos el
significado de esta catástrofe mundial.
Los capitalistas de todos los países,
que acuñan con la sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios
de guerra, afirman que la guerra va a servir para la defensa de la patria,
de la democracia y de la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten. La verdad es que, de hecho, ellos entierran
bajo los hogares destruidos, la libertad de sus propios pueblos al mismo tiempo
que la independencia de las demás naciones. Lo que va a resultar de
la guerra van a ser nuevas cadenas y nuevas cargas y es el proletariado de
todos los países, vencedores o vencidos el que tendrá que soportarlas.
"Incremento del
bienestar", dijeron, al
declararse la guerra.
Miseria y privaciones, desempleo y
aumento del coste la vida, enfermedades y epidemias, son los verdaderos
resultados de la guerra. Por
décadas los gastos de guerra absorberán lo mejor de las fuerzas de los pueblos comprometiendo
la conquista de mejoras sociales y dificultando todo progreso.
Colapso de la civilización, depresión
económica, reacción política; estos son los beneficiarios de este terrible
conflicto de pueblos. La guerra revela así el verdadero carácter del
capitalismo moderno que se ha revelado incompatible no sólo con los intereses
de las clases trabajadoras sino también con las condiciones elementales de
existencia de la comunidad humana.
Las instituciones del régimen
capitalista que disponían de la suerte de los pueblos, los gobiernos
-monárquicos o republicanos- la diplomacia secreta, las poderosas
organizaciones patronales, los partidos burgueses, la prensa capitalista y la
Iglesia: sobre todas ellas pesa la responsabilidad de esta guerra nacida de un
orden social que los nutre, que ellos defienden y que no sirve más que a sus
intereses.
¡Trabajadores!
Vosotros, ayer explotados, desposeídos,
despreciados habéis sido llamados hermanos y camaradas cuando ha llegado la
hora de enviaros a la masacre y a la muerte. Y hoy que el militarismo os ha
mutilado, destrozado, humillado, aplastado, las clases dominantes y los
poderosos reclaman de vosotros además la abdicación de vuestros intereses y la
renuncia a vuestros ideales, en una palabra, una sumisión de esclavos a la paz
social. Os arrebatan la posibilidad de expresar vuestras opiniones, vuestros
sentimientos, vuestros sufrimientos. Os prohíben formular vuestras
reivindicaciones y defenderlas. La prensa controlada, las libertades y los
derechos políticos pisoteados: es el reinado de la dictadura militarista con
puño de hierro.
Nosotros no podemos ni debemos
permanecer inactivos ante esta situación que amenaza el porvenir de Europa y la
Humanidad.
Durante muchos años el proletariado
socialista ha encabezado la lucha contra el militarismo; con una creciente
aprensión sus representantes se preocuparon en sus congresos nacionales e
internacionales del peligro de guerra que el imperialismo hacía paso a paso más
amenazante. En Stuttgart, en Copenhague, en Basilea, los congresos socialistas
internacionales trazaron la vía que debía seguir el proletariado.
No obstante, partidos socialistas y
organizaciones obreras de varios países, pese a haber contribuido en su día a
la elaboración de estas decisiones, han olvidado y repudiado desde el comienzo
de la guerra las obligaciones que les imponían. Sus representantes y dirigentes
han llamado e inducido a los trabajadores a abandonar la lucha de clases, el
único medio posible y eficaz para la emancipación proletaria. Han votado con
sus clases dirigentes los presupuestos de guerra; se han colocado a la
disposición de sus gobiernos para prestarles los más diversos servicios; han
intentado a través de su prensa y sus enviados ganar a los neutrales a la
política de sus gobiernos respectivos; han incorporado a los gobiernos "ministros socialistas" como
rehenes para la preservación de la "Unión Sagrada" y para ello han aceptado ante
la clase obrera compartir con las clases dirigentes las responsabilidades
actuales y futuras de esta guerra, de sus objetivos y de sus métodos. Y de la
misma manera que ha ocurrido con los partidos separadamente, el más alto
organismo de las organizaciones socialistas de todos los países, la Oficina
Socialista Internacional, también ha fallado y faltado a sus obligaciones.
Estas con las causas que explican que la
clase obrera que no había sucumbido al pánico nacional del primer periodo de la
guerra o que poco después se había liberado de él, no haya encontrado aún en el
segundo año de la matanza de pueblos los medios para emprender en todos los
países una lucha activa y simultanea por la paz.
En esta situación intolerable, nosotros,
representantes de partidos socialistas, de sindicatos y de minorías de estas
organizaciones; alemanes, franceses, italianos, rusos, polacos, letones,
rumanos, búlgaros, suecos, noruegos, suizos, holandeses, nosotros que no nos
situamos en el terreno de la solidaridad nacional con nuestros exploradores,
sino que permanecemos fieles a la solidaridad internacional del proletariado y
a la lucha de clases, nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de
las relaciones internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la
conciencia de sí misma y situarla en la lucha por la paz.
Esta lucha es la lucha por la libertad,
por la fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta
lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero
una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de
violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir
ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. Nada de
anexiones, ni reconocidas ni ocultas y mucho menos aún subordinaciones
económicas que, en razón de la perdida de autonomía política que entrañan,
resultan todavía más intolerables si cabe. El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos debe ser el
fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a nación.
¡Trabajadores!.
Desde que la guerra se desencadenó
habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra capacidad de
aguante al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros.
Hoy en día es precisa que, permaneciendo sobre el terreno de la lucha de clases
irreductible, actuéis en beneficio de vuestra propia causa por los fines
sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las
clases esclavizadas.
Es el deber y la tarea de los
socialistas de los estados beligerantes desarrollar esta lucha con toda su
energía. Es el deber y la tarea de los socialistas de los Estados neutrales
ayudar a sus hermanos, por todos los medios, en esta lucha contra la barbarie
sanguinaria.
Jamás en la historia del mundo ha habido
tarea más urgente, más elevada, más noble; su cumplimiento debe ser nuestra
obra común. Ningún sacrificio es demasiado grande, ninguna carga demasiada
pesada para conseguir este objetivo: el restablecimiento de la paz entre los
pueblos.
Obreros y obreras, padres y madres,
viudas y huérfanos, heridos y mutilados, a todos vosotros que estáis sufriendo
la guerra y por la guerra, nosotros os decimos: Por encima de las fronteras,
por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las ciudades
devastadas. ¡Proletarios de todos los países, uníos!
Zimmerwald, septiembre de 1915
Por la delegación alemana: Georg
Ledebour, Adolf Hoffmann.
Por la delegación francesa: A.
Bourderon, A. Merrheim.
Por la delegación italiana: G. E.
Modigliani, Constantino Lazzari.
Por la delegación rusa: N. Lenin, Paul
Axelrod, M. Bobrov.
Por la delegación polaca: St. Lapinski,
A .Varski, Cz. Hanecki.
En nombre de la delegación rumana: C.
Racovski;
En nombre de la delegación
búlgara:VassilKolarov.
Por la delegación sueca y noruega: Z.
H?glund, Ture Nerman.
Por la delegación holandesa: H.
RolandHolst.
Por la delegación suiza: Robert Grimm,
Charles Naine.
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