¿Cómo fue posible que una pequeña revista como Pulgarcito burlara la censura del gran Estado franquista? ¿Por qué el régimen consideraba peligrosa una publicación destinada a un público infantil y juvenil?
Aunque la historieta se nutre de los códigos de la
pintura, el cine – los planos, por ejemplo- o la literatura – para guionizar-,
también en el cómic hay escuelas. Éstas reúnen autores y
tendencias comunes que por lo general comenzaron a editarse en un sello
rompedor y que luego se extendieron a otros, dejando impronta en la historia
del arte de la historieta, ya fuera por la singularidad del trazo, la
utilización de nuevos recursos o por la manera de contar historias.
Y dichas
escuelas no sólo existen allí donde la historieta es más reconocida, como en
Bélgica o Francia, sino también en España. Nosotros nos centraremos en la
escuela Bruguera que teorizó el escritor barcelonés Terenci Moix, y que
podría decirse pervive hasta nuestros días. Pues muchos de los dibujantes de
hoy en día declaran haber sido influidos por la escuela Bruguera y su humor
ácido, que dista del humor más blanco asociado a la revista TBO.
La editorial Bruguera tiene sus antecedentes en el El
Gato Negro, una empresa fundada por Juan Bruguera en 1910, y que apostó desde
el principio por historias de humor contadas a través de unas pocas viñetas. No
fue hasta 1921 cuando apareció Pulgarcito, la revista que el franquismo
trataría posteriormente de censurar. El hecho de que dicha publicación lograra
sortear la censura sorprende más en el sentido de Juan Bruguera tomará partido
por la República durante la guerra civil española. Con la victoria de Franco,
la empresa empieza a pasar por grandes dificultades, pues el clientelismo y la
férrea opresión de la dictadura les perjudican en gran medida. Tras pasar por
apuros, Bruguera decide junto a sus hijos cambiar el nombre de la empresa, que
a partir de entonces tendrá el apellido familiar. Parece un cambio de táctica. Uno de los hijos, el del nombre
raro, Pantaleón, pasa a liderar el proyecto y decide alejarse de la política.
Estos esfuerzos demoran sus frutos, y no es hasta 1946 cuando el sello consigue
recuperar la revista Pulgarcito. Sin embargo, en esos años el régimen
franquista trataba de controlar casi la totalidad de las expresiones
artísticas, ya fueran dibujadas con el formato de la historieta, representadas
en un tablado, noveladas, igual daba.
El régimen pone a la revista Pulgarcito, de
nuevo, en dificultades, pues no le permite convertirse en publicación
periódica. Además le exige pedir autorización cada vez que sea publicada y
prescindir de la numeración. Es entonces cuando actúa el ingenio de la familia
Bruguera, que consigue editar la publicación de forma periódica, burlando a la censura
de forma muy hábil, al introducir un antetítulo distinto en cada número -para
que la publicación diera al lector la apariencia de unidad- y colando la
numeración en la primera viñeta de la contraportada.
Precisamente fue esa etapa de renacimiento de la
revista, en la que destacaron dibujantes como Escobar, Peñarroya o Cifré, la
que definirá las pautas de la escuela Bruguera; el humor ácido y el grafismo
caricaturesco, así como el movimiento de los personajes y la utilización de
recursos para remarcar dicho dinamismo. Pero entonces… ¿Por qué la censura
franquista fue a por Pulgarcito? Dejando de lado las paranoiyas
persecutorias del régimen, que consideraba subversiva una novela sobre los
sentimientos de unas personas o la portada picante de un disco de rock, lo
cierto es que la revista Pulgarcito resultaba incómoda para Franco
porque reflejaba la realidad de la calle mediante viñetas que hacían uso del
humor grotesto, pero que estaban relacionadas directamente con la realidad del
pueblo español que sufría la postguerra y el régimen, repletas de referencias a
personajes que intentaban algo sencillo pero sin suerte, actividades físicas
como huidas o golpes, de referencias al trabajo y los distintos oficios. Es
decir, la revista usaba el humor contra el régimen, y de esta forma llevaba a
cabo una crítica social que éste consideraba peligrosa. Pulgarcito burló
a Franco.
Cuando Escobar parió a Carpanta (1947 y "le puso piso" en PULGARCITO, yo aún no había nacido. Pero después, a lo largo de la década siguiente, el personaje fue un amigo al que buscaba en cada entrega. Carpanta, el hambriento deseante, resitió los embites de la censura (aquel siniestro "En España No se pasa Hambre") y la sorteó... testimoniando la larguísima hambruna de la larguísima posguerra. Si el cojo de Gila no era tal "simplemente es que le habían fusilado mal", el apache Carpanta era el eterno fugitivo, clochard con aire de esperar a Godot siempre en caza y captura del muslo de pollo -a ser posible- de corral.
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