(original publicado en
viento sur).
De
los escritos que componen la hijuela de Karl Marx, lo primero que salta a la
vista es la ingente cantidad de herramientas útiles para el análisis y la
acción que heredamos como bienes y derechos, pero también la pesada
envergadura de los mandatos y obligaciones que suponen los asuntos
abiertos y no resueltos por el legado marxista. A ello hay que sumar la
necesidad de articular (actualizar) la relación del caudal marxista con las
nuevas realidades del capitalismo globalizado patriarcal y productivista y su
impacto sobre la biosfera y el género humano, lo que implica establecer el
diálogo entre diferentes fuentes del pensamiento emancipador.
1-
La vuelta del fantasma
En
estas fechas, con ocasión del aniversario del nacimiento de Karl Marx (al que
los allegados llamaban El Moro), se han publicado numerosos artículos y
organizado múltiples seminarios por parte de las corrientes que se reclaman del
marxismo. Su objetivo común: dilucidar la actualidad de la herencia del autor
alemán tras los cambios científicos, económicos, ambientales, sociales,
políticos y culturales habidos desde 1848 -fecha de publicación del Manifiesto
del Partido Comunista- a hoy, y tras los efectos de las experiencias -unas
heroicas y emancipadoras, otras demoniacas y opresoras- autodenominadas
socialistas. Ello es lógico. Lo novedoso es que desde las filas del capital ha
renacido el interés y el temor ante las ideas del revolucionario de Tréveris.
El
día 5 de mayo de 2018, fecha del 200 aniversario del nacimiento de Marx en el
diario conservador The Economist se formuló una importante e
¿inesperada? pregunta: "¿por qué el mundo permanece obsesionado con las
ideas de un hombre que ayudó a producir tanto sufrimiento?" en referencia
a las hambrunas, gulags y dictaduras partidistas que se le imputan. Cuestión
que, paradójicamente, había matizado anteriormente uno de los principales gobernantes
del sistema capitalista, Jean-Claude Junker, presidente de la Comisión de la
Unión Europa, al afirmar que "Marx no es responsable de toda la atrocidad
que sus presuntos herederos han tenido”.
Pero…
¿”el mundo” (o sea el establishment) no había dado por muerto
ideológicamente al pobre soñador que intentó dar con las claves del capitalismo
desde el asiento G7 del Museo Británico?, ¿acaso representa un peligro un
revolucionario que en vida jamás contó con una organización importante y a cuyo
entierro el 17 de marzo de 1883 en el cementerio de Highgate sólo acudieron 11
personas?
Podemos
deducir que a las élites del sistema vuelve a preocuparles Marx, el legado de
Marx. Sus prohombres contemplan desconcertados que elementos centrales de la
crítica de la economía política de Marx se verifiquen 150 años después. Pero lo
que realmente les pone en alerta es que nuevas generaciones hagan suya la
propuesta marxista: “… lo que nos toca realizar en el
presente es la crítica radical al orden existente, radical en el sentido de que
no tiene miedo ni a sus propios resultados ni a los conflictos con los poderes
establecidos”. Dado que, desde esa actitud pueden incorporarse de forma
dialéctica, no exenta de conflicto, las nuevas realidades y paradigmas a la
teoría revolucionaria y al proyecto socialista.
1.1-
Perro muerto
La
mayoría de los economistas de finales del siglo XX e inicios del XXI se
comportaron de idéntica manera que los de la época de Marx, quien en Miseria
de la Filosofía narró de forma irónica que para los mismos solo hay dos
tipos de instituciones: las artificiales -aquellas que proponen los críticos- y
las naturales regidas por leyes inmutables que, en palabras del alemán “escapan
a la influencia del tiempo”, son las que existen, las del modo de producción capitalista,
las que ellos defienden. Estos creyentes de la religión del mercado como
regulador universal y global concluyen que, llegada la humanidad a la madurez
con el sistema capitalista tras la revolución industrial, la riqueza y las
fuerzas productivas se desarrollan de conformidad con esas “leyes eternas que
deben gobernar siempre la sociedad. De este modo, ha habido historia, pero ya
no la habrá en adelante”. (Marx, 1970, pp. 104)
Los
plumíferos de la derecha y los pensadores de las escuelas de negocio califican
de antiguallas todas las concepciones diferentes a la dominante, heredera
directa de la corriente marginalista o neoclásica, y cuyos enemigos declarados
son el enfoque keynesiano y, especialmente, el marxista. Su idea-fuerza es que
el egoísmo individual de cada uno de los componentes de la sociedad lleva al
óptimo económico gracias a la racionalidad de los mercados - idea que se puede
combatir con los números en la mano- y que ese equilibrio permite alcanzar la
armonía. No hay clases en presencia, ergo, no hay conflicto de clases.
Todo se reduce a un mero factor de producción. Lo social desaparece, pues los
ingresos se determinan por leyes económicas objetivas. Para el neoliberalismo,
el capital, simplemente es un conjunto de medios de producción y no una
relación social.
Tras
el triunfo del neoliberalismo y del neoconservadurismo, quienes anunciaron el
fin de la historia y el comienzo de una era de estable armonía regida por la
racionalidad del mercado, enviaron a Karl Marx a las tinieblas exteriores, los
partidos socialdemócratas borraron su nombre y, por si acaso, el mundo
académico lo eliminó de los programas de estudio. Una vez más el sentido
común y lo correcto no eran otros que el sentido y la corrección
impuestos desde arriba. Tras el ascenso del tándem Thatcher-Reagan y el
retroceso del movimiento obrero, se decretó el no hay alternativa al
sistema.
Marx
pasó a convertirse en un “perro muerto”, calificativo que él mismo Marx utilizó
en el Epílogo de la segunda edición de El Capital en 1873, para
describir la actitud contra Hegel de los “impertinentes, soberbios y mediocres
que hoy tiene la gran palabra en la Alemania instruida” (Marx, 2012, pp. 213);
calificativo inspirado por el que utilizó Moses Mendelssohn en referencia a
Spinoza. Pero, como en el caso de los anteriores: ni perro, ni muerto. Dicho de
otra manera y tomando prestadas las palabras del clásico español, “los muertos
que vos matáis gozan de buena salud”.
1.2-
El rey quedó desnudo
El
antropólogo e historiador danés Gustav Carl Henningsen describió casos de
pueblos españoles en los que se difundió durante años la creencia de que
estaban dominados por las brujas. Por ello ningún forastero se atrevía a
acercarse por esos lugares. Mientras, quienes habían inventado el bulo se dedicaban
a la falsificación de monedas y amasaban fortunas con el engaño, lejos de ojos
extraños. Ese y no otro ha sido el mecanismo utilizado por el FMI, la Comisión
Europea y las corporaciones financieras durante décadas para ocultar las reales
razones de las políticas austeritarias difundiendo todo tipo de mentiras sobre
brujas que vivían por encima de las posibilidades para poder, a la chita
callando, llevar al límite las ganancias empresariales. Pero, al igual que
algún osado forastero descubrió que las brujas se llamaban escudos y reales
de vellón y puso en trance la mentira, la cruda realidad del capitalismo
financiarizado ha puesto en su sitio el gran engaño neoliberal.
Uno
de los efectos de la recesión iniciada en 2007 fue dejar al descubierto al
ordoliberalismo alemán y al fundamentalismo de la Escuela de Chicago, sus
políticas, su discurso y su soberbia. El capitalismo ya no podía ser presentado
como el sistema natural, estable y creador de riqueza, culmen del desarrollo de
la humanidad, máquina eficiente y fuente de bienestar general. Esta idílica
visión del sistema capitalista estaba acompañada de dos afirmaciones falsas,
realizadas desde la óptica etnocéntrica de la clase dominante de las viejas
potencias imperialistas: ha descendido el peso numérico de los componentes de
las clases trabajadoras y el trabajo ha perdido protagonismo en la generación
de riqueza. Falsas porque el número de personas asalariadas no había cesado de
crecer en las metrópolis antes de la crisis, por no aludir a su aumento exponencial
en el resto del mundo. Y falsas porque el capitalismo ha echado mano del factor
trabajo para regular su crisis, en un nuevo capítulo de la lucha de clases como
bien describe el financiero norteamericano Warren Buffet.
Los
mecanismos defensivos que puso en marcha la lógica directora de la acumulación
capitalista durante 2007, 2008 y los años siguientes ante la crisis financiera
mundial fueron el descenso de la masa salarial, el incremento del tiempo de
trabajo, la generalización de la precarización laboral, la pérdida de derechos
laborales, el deterioro de las condiciones de trabajo y el recorte de los
derechos sindicales acompañado de la subalternización de las organizaciones
sindicales. Al actuar así, los dirigentes de Davos, el FMI, la Comisión Europea
y los gobernantes de las principales potencias, por la vía negativa, le dieron
la razón a Marx: todo valor proviene del trabajo.
Paul
Krugman, premio Nobel de economía, ajeno al marco conceptual marxista puso de
manifiesto en el New York Times que la economía norteamericana en la
segunda década del siglo XXI seguía deprimida, pero las ganancias de las
grandes empresas y corporaciones seguían aumentando gracias a que los salarios
bajaban. De forma cruda, casi empleando términos de un sindicalista de izquierdas
o de un izquierdista irredento, afirma que al capital le va bien porque “agarra
una porción cada vez más grande, a expensas de la mano de obra". Y se
pregunta “esperen, ¿de verdad volvemos a hablar de capital versus trabajo? ¿No
es un tipo de discusión anticuada, casi marxista, desactualizada en nuestra
moderna economía de la información? (…) tiene ecos del marxismo anticuado, que
no debería ser una razón para ignorar los hechos, pero con demasiada frecuencia
lo es y tiene implicaciones realmente incómodas".
Nouriel
Roubini, economista liberal y profesor de la New York University, famoso por
predecir la crisis financiera de 2008, en una entrevista con el diario
conservador Wall Street Journal, observó que el análisis de Marx de la
crisis del capitalismo se estaba reproduciendo en las recientes crisis
financieras y afirmó que “pensamos que los mercados funcionan. No funcionan. Lo
que es individualmente racional, es un proceso autodestructivo".
En
este momento no cesan de surgir grietas en el pensamiento único y la
heterodoxia, de nuevo, se abre camino. Aumenta la audiencia de los autores
críticos (antisistema, les califica y, con razón, la derecha), y con ella una
vuelta a Marx.
1.3-
Marx reload
Si
quien lea este artículo tiene un poco de paciencia, podrá encontrar en este
apartado una muestra (pequeña) de la catarata de referencias sobre el viejo
revolucionario alemán que ha inundado la prensa y publicaciones del sistema o
reflexiones elogiosas de autores alejados del marco discursivo marxista en los
últimos meses.
Para
el New Yorker “él está de vuelta”; para el The Economist “Marx
tiene mucho que enseñar a los políticos de hoy”; en el Financial Times
se plantea "por qué Karl Marx es más relevante que nunca" y “por qué
Marx tiene razón” a la par que califica de peligrosa la visión marxista del
poscapitalismo. Uno de los columnistas del conservador The Telegraph,
señaló que "lo verdaderamente extraordinario [del marxismo] es que, a
pesar de ese registro monstruoso, sigue siendo intelectualmente
respetable". Hasta tal punto respetable que el Times califica al
autor alemán de ”rascacielos que, en la niebla, sobresale por encima del
resto”. The Economist también reflexiona sobre el "por qué Marx
tenía razón", a la par que recomienda "gobernantes del mundo: leed
Karl Marx". En The New York Times encontramos un rotundo
"Feliz cumpleaños, Karl Marx. ¡Tuviste razón!"; y para terminar sin
abusar de la paciencia lectora, recalcar que la revista liberal Desh
manifestó que "mientras el capitalismo exista en todo el mundo, los
explotados considerarán que el marxismo es indispensable" (Ojalá, diría
yo).
No
solo los medios de comunicación llevados por el aniversario han señalado la
importancia del legado de Marx. También voces autorizadas (o respetadas) del
sistema han puesto en valor el mismo. Mark Carney, gobernador del Banco de
Inglaterra, reflexionando sobre los efectos sociales de la automatización de
millones de trabajos señaló que "Marx y Engels podrían volver a ser
relevantes". El ya citado Jean-Claude Junker advirtió a los suyos que
"cualquiera haría bien en recordar a Marx porque recordar y comprender son
parte de asegurar el futuro". Nouriel Roubini no tuvo reparos en decir que
"Karl Marx tenía razón" y Paul Krugman: tampoco lo tuvo al afirmar
que “el análisis económico de Marx del capitalismo no puede evitarse mientras
se analiza la situación financiera actual crisis”.
¿Por
qué tanto interés cuando no elogio? ¿Qué pasó? La respuesta es sencilla: la
crisis de 2008. Esa es la razón por la The Economist invitase a los
"reformadores liberales" a que "utilicen el bicentenario del
nacimiento de Marx para reencontrarse con el gran hombre, no solo para
comprender las graves fallas que él identificó brillantemente en el sistema,
sino también para recordar el desastre que les espera" si no las afrontan.
¡Qué
lejos quedan los ninguneos sobre la obra de Marx de los discípulos de Friedrich
Hayek, de los Chicago Boys, de los mentores de las Escuelas de negocio! Pero
también que desgastadas quedan las altaneras palabras de John Maynard Keynes,
el adversario intrasistema de Hayek, cuando afirmó “mis sentimientos hacia Das
Kapital son los mismos que hacia el Corán (…) sé que es históricamente
importante pero no es controversia académica” (Keynes, 1988), por lo que dice
el autor británico que no entiende por qué tanta gente sigue a Marx. Esta
incomprensión teórica explica en el fondo el alejamiento del marxismo de la
socialdemocracia que en la segunda parte de siglo XX fue más keynesiana que
marxista para acabar en el XXI, huérfana de toda teoría propia, como variante
social liberal del modelo capitalista.
Se
equivocó Keynes, el gran inspirador de los gloriosos treinta de la
expansión y estabilización capitalistas tras la Segunda Guerra Mundial,
despreciando el peso científico de Marx, pero también reduciendo la polémica
económica a mera “controversia académica”. Comunismo y revolución no son
controversia académica, son y se mueven en el espacio de la transformación
social a partir de sus concepciones. Engels frente a la tumba de Marx glosó el
sentido de la obra y vida de su amigo y compañero de reflexiones y luchas:
“Karl Marx fue ante todo un revolucionario. Su verdadera misión consistió en
contribuir de todas las maneras a la caída del régimen capitalista y de las
instituciones políticas creadas por este, así como a liberación del
proletariado (…) El combate era su elemento”.
Los
medios, pensadores y economistas liberales que habían despreciado a Marx lo
recuperan; no, evidentemente, para convertirse en agentes revolucionarios, sino
para comprender la naturaleza de los males de su sistema y poder así vacunarse
de sus posibles patógenos, las clases subalternas en rebeldía.
Es
en este marco en el que adquiere toda su dimensión la afirmación que hace
Sven-Eric Liedman en su reciente biografía del autor de El Capital:
"Es el Marx del siglo XIX quien puede atraer a la gente del siglo
XXI". (Liedman, 2018).
2.1-
La dimensión de su pensamiento
Desde
dos posiciones políticas distintas y dos disciplinas diferentes, dos relevantes
autores, Schumpeter y Derrida, recordaron en diversas ocasiones la magnitud,
resiliencia y pertinencia del caudal marxista. El economista conservador Joseph
Schumpeter en 1942 defendió que “Todas las generaciones de economistas, una
tras otra, vuelven la mirada a la obra de Karl Marx, aun cuando sean muchas las
cosas condenables que se encuentran en ella” porque, afirma, hay “ideas que
sufren eclipses, pero reaparecen de nuevo con personalidad propia; esas son las
grandes creaciones frente a las que duran días y pasan al olvido”. (Schumpeter,
2015). Es claro donde sitúa Schumpeter a Marx. Pareciera, leyendo a Schumpeter,
que el propio Marx es ese viejo topo de la historia que aparece y tras ser
invisible vuelve a la superficie.
Por
su parte, el filósofo Jacques Derrida es radicalmente explícito al considerar
que no puede haber un avance del pensamiento obviando de forma irresponsable al
autor alemán: “sería un error no leer y releer a Marx, no polemizar sobre él.
Pero será cada vez más una falta de responsabilidad teórica, filosófica y
política”. Aún más, para Derrida no hay futuro sin aceptar la hijuela
marxista porque “no habrá porvenir sin ello. No sin Marx. No hay porvenir sin Marx. Sin la memoria y la herencia de
Marx: en todo caso de un cierto Marx: de su genio, de al menos uno de sus
espíritus”. Y acertadamente entiende que no hay un Marx icónico, único y
verdadero, sino un diálogo con las diferentes fases de la evolución del propio
pensamiento marxista y sus posibles lecturas posteriores “pues ésta
será nuestra hipótesis o más bien nuestra toma de partido: hay más de uno
[espíritu de Marx], debe haber más de uno”. (Derrida, 1995, pp. 27).
Lo
que le dio mayor impacto y durabilidad al marxismo fue su comprensión del
capitalismo como un modo de producción concreto, como realidad histórica
mutable, y, por tanto, perecedera pues no supone el fin y cénit de la historia
de la civilización humana como han pretendido presentarlo los neoliberales.
Marx
en El Capital analiza y desvela las leyes tendenciales intrínsecas del
capitalismo europeo en plena expansión y sólo limitadamente la nueva realidad
en el norte de América. Como el mismo Marx advierte, no es una teoría abstracta
y general. Su vigencia temporal está ligada a la existencia misma del
capitalismo al que somete a la crítica.
2.2-
El quid de la cuestión
Al
abordar Marx el papel del trabajo en el marco de las relaciones de producción
capitalistas, no solo atiende a su importancia económica -cosa que otros
autores clásicos ya habían desvelado- sino que establece el trabajo como
creador de riqueza, de valor, y ese es el hilo conductor de la agenda de Marx
en su investigación científica.
El
trabajo estuvo presente en la década de los cuarenta del siglo XIX tanto en Los
Manuscritos de 1844 como posteriormente en sus diversos escritos. Antes de
comenzar a estudiar la mercancía, analizó la relación social que se establece
en torno al trabajo. Y fue desentrañando los vericuetos de cómo el trabajo
individual necesario para producir un objeto que no sea de uso personal sino
mercancía, se convierte en trabajo social. Ello le permitió diferenciar el
valor de uso y el de cambio y determinar que el trabajo origina mercancías y
posibilita la acumulación de capital, bases ambas de la sociedad capitalista.
Para
Louis Althusser existió una ruptura epistemológica entre el joven Marx antes de
1845 y el autor maduro de El Capital. (Althusser, 1966). Nada más
equivocado pues la historia de Marx es la del investigador que a partir de la
teoría de la alienación del trabajo, con pérdida de control del trabajador
sobre producción y el producto, aspectos necesarios para la acumulación de
capital, es capaz de analizar el funcionamiento del capitalismo en su conjunto
en los tomos de El Capital que vieron la luz y que fueron desarrollándose,
precisando y corrigiendo previamente en Elementos para la crítica de la
economía política (Grundisse), en Las Teorías de las Plusvalías y en
La contribución a la crítica de la economía política.
Descripciones
de lo esencial del legado de Karl Marx podemos encontrarlo en muy diversas
aportaciones. Aquí quiero destacar las realizadas por otro economista y otro
filósofo, ambos militantes políticos y renovadores del marxismo crítico, que
abordan la cuestión bajando al terreno de los elementos que luego determinan
la estrategia revolucionaria, señalando los puntos nodales de la teoría
marxista que deben guiar la acción transformadora.
En
un reciente artículo en el Expresso con ocasión del 200 aniversario del
nacimiento de Marx, Francisco Louça, al recorrer “la vida de aquel
escritor” lo califica como “el detective que quería descifrar un supremo
enigma, el del trabajo y de su valor, el del capital y de su poder, y que
imaginó que un día podíamos producir y vivir con seres humanos no alienados”.
(Louça, 2018). Con esta sencilla fórmula sintetiza lo fundamental, el núcleo
duro, del proyecto intelectual y político de Marx y de los principales rasgos,
retos y cambios civilizatorios de los viejos y nuevos tiempos que identifican
los siglos XIX, XX y XXI. Y pone de relieve la necesidad de que las dos almas
del marxismo de las que habló Ernest Bloch caminen de la mano: la corriente
fría, racional, necesaria para la crítica de la economía política, y la que
conlleva el principio de la esperanza imprescindible para la acción colectiva.
Lo analítico como herramienta imprescindible y la utopía como horizonte
estimulador mantienen una relación dialéctica en el marxismo que nos permita
conjurar el riesgo del cientificismo positivista y el de los delirios
románticos.
Por
su parte, Daniel Bensaïd centra su foco de atención en uno de los aspectos más
importantes del pensamiento de Marx: “El objeto de Crítica de la economía
política es desvelar un secreto. Para superar las contradicciones
internas que lo roen, el capitalismo se ve obligado a ampliar los espacios de
acumulación y a acelerar el ciclo de las rotaciones. Tiende a convertir todo en
mercadería, a devorar el espacio y a endiablar el tiempo”. (Bensaïd, 2012, pp.
56). A tal efecto el autor nos propone un entretenido recorrido en Marx ha
vuelto a través de lo que califica “la novela negra del capital: ¿quién
robó la plusvalía?” o sea “¿cómo explicar el gran misterio moderno, el dinero
creador de dinero?” y para ello nos invita a recorrer de nuevo El Capital
mediante una relectura del Libro I El proceso de producción capitalista como
“la escena del crimen”; del Libro II, la circulación del capital como “el
blanqueo del botín”; y del Libro III El proceso de conjunto de la producción
capitalista como “el reparto del botín”.
En
definitiva, la cuestión que aborda Marx es compleja: el trabajo socialmente
necesario genera valor, y la plusvalía no es sino tiempo que roba el
propietario de los medios de producción a la persona trabajadora, pero ¿cómo se
mide el valor cuando el trabajo mismo es mutante porque es parte de una
relación social mutante? ¿cómo lo relacionamos con la productividad que también
varía? Cuestión compleja que requiere seguir investigando, pues es un caso,
siguiendo con la metáfora detectivesca, del que ya sabemos mucho pero no está
no cerrado.
2.3-
Marx actual
El
capitalismo industrial europeo que conoció y estudió Marx es anterior a su
universalización; sin embargo, el revolucionario alemán percibió y analizó una
tendencia inscrita en el ADN del capital: la agresiva necesidad de expansión
continua que preside su lógica es la causa, a su vez, de sus crisis
recurrentes. Esta compulsiva característica del sistema nadie la discute, ni en
el campo de sus defensores y beneficiarios, ni en el de sus detractores y
perjudicados. Es un hecho evidente en la era de la globalización (capitalista)
a los ojos de la mayoría. Esta es una de las claves de la validez y capacidad
de la teoría marxista muchos años después.
Mal
que le pese a la ortodoxia, el marxismo es capaz de establecer el paradigma
antagónico que puede impugnar su discurso. El marxismo es producto del modo de
producción capitalista –realidad anterior en el tiempo- y por tanto tiene un
espacio de desarrollo mientras el sistema exista. La textura del sistema
económico en la era de la globalización y la financiarización de la economía
es, en sus aspectos fundamentales, la del modo de producción capitalista. Al
analizar las fronteras, contornos, características, variantes y formas de
funcionamiento que ha ido adoptando el capitalismo desde su génesis, existen
una serie de constantes sistémicas básicas y específicas que la ciencia
económica dominante ignora en unos casos y deforma en otros: por ejemplo,
explica las crisis como anomalías del funcionamiento del mercado, o intenta
presentar como naturales y, por tanto, inmutables, los patrones de distribución
de la renta, cuando estos son –como toda relación social- producto de una
situación y una correlación de fuerzas dadas.
Valgan
para ilustrar este argumento dos ejemplos de constantes sistémicas analizadas
en su día por Marx e ignoradas habitualmente por la economía ortodoxa. En
primer lugar, se corrobora que la fluctuación de los salarios prevista por Marx
evoluciona según dos factores: a) el volumen del ejército industrial de
reserva, determinado en última instancia por los altibajos de acumulación de
capital y b) la correlación de fuerzas entre las clases. En pleno triunfo de
las políticas neoliberales podemos comprobar que el paro actual y la fuerza
perdida en los años anteriores están permitiendo la aplicación de unas
políticas de austeridad antisociales.
En
segundo lugar, las crisis periódicas tuvieron y tienen en el capitalismo un
vínculo directo con la evolución de la tasa de ganancia y casi todas ofrecen
manifestaciones similares: sobreproducción de mercancías y sobreacumulación de
capital ficticio. Desde 1825, fecha en la que se origina la primera crisis
industrial, hasta nuestros días se han producido 24 crisis en ciclos de 6 a 9
años, con un promedio de duración del ciclo industrial (crisis, estancamiento,
reactivación, prosperidad, recalentamiento y de nuevo crisis) de 7,5 años. Con
palabras que resultan de gran actualidad Marx explica que la plétora del
capital ante la existencia de capitales ociosos y el descenso de la tasa de
ganancia se ve empujada a caminos aventurados, a la especula ción,
acombinaciones turbias a base de crédito y a manejos especulativos con acciones
y crisis.
2.4-
Releer a Engels (y a The Economist) para validar a Marx
Una
teoría social es tanto más válida si es capaz de analizar el presente y prever
las tendencias futuras. No deja de ser interesante comprobar la capacidad de
anticipación de Karl Marx y, en el caso que ahora citamos, de Friedrich Engels.
En 1895 éste escribió para la publicación Die Neue Zeit, dirigida por
Karl Kautsky, “Apéndice y notas complementarias al tercer tomo de El Capital”,
dónde enunció dos tendencias, que el actual proceso de globalización ha llevado
a un extremo que a finales del siglo XIX eran difícilmente imaginables. En
primer lugar, el papel de la bolsa en el funcionamiento del sistema: “Sin
embargo, desde 1865, cuando se escribió este libro [El Capital], se produjo una
modificación que asigna a la bolsa, en la actualidad, un papel
significativamente acrecentado y aún creciente, y que con la evolución ulterior
tiene la tendencia a concentrar la producción global, tanto industrial como
agrícola, y todo el tráfico –tanto los medios de comunicación como la función
de intercambio- en manos de bolsistas, de modo que la bolsa se convierte en la
representante más conspicua de la producción capitalista” (Engels, 2009, pp.
1147). Ese Frankestein con vida propia en el que se han convertido las bolsas
actualmente, en las que las cotizaciones van por su cuenta y a veces poco tienen
que ver con la rentabilidad efectiva de las empresas, inició la andadura en el
XIX.
En
segundo lugar, Engels se refiere también al papel preponderante que adquieren
en el mundo empresarial los representantes directos del capital ajenos al
sector de actividad y lejanos de las mitificadas figuras del capitán de
industria o del emprendedor pero que, sin embargo, determinan el
curso del negocio: “Con esta acumulación aumentó asimismo la masa de rentistas
(…) que solo querían tener una ocupación llevadera como directores y asesores
de compañías”. (Engels. 2009, pp. 1148)
The
Economist
recientemente ha señalado varios “fallos del sistema” que dice habían sido
pronosticados en su momento por Marx como tendencias de fondo del capitalismo.
La revista se fija especialmente en el proceso creciente de concentración del
capital y de constitución de monopolios. El dato que alarma al editorialista es
el descenso del número de empresas cotizadas en los mercados bursátiles pese al
enorme monto de las transacciones y ganancias, pero también hechos como que
Google controla el 85 por ciento del tráfico de motores de búsqueda de Gran
Bretaña, o que Facebook y Google absorban dos tercios de los ingresos
publicitarios en la red de Estados Unidos y que Amazon controle más del 40% del
mercado de compras on line en pleno auge en el país.
En
los años del boom neoliberal hemos comprobado los peores augurios marxistas
sobre el papel y evolución de la mercancía dinero. La dinámica de
creación endógena de dinero y de desplazamiento de capitales hacia la esfera
financiera ha posibilitado una acumulación de activos financieros mucho más
grandes y de forma más rápida que el crecimiento del PIB. De forma creciente la
cotización de las acciones se desconecta del valor de los beneficios reales de
las empresas, se enajenan de la dinámica productiva material y los acreedores
financieros emiten deudas de forma masiva. Con ello, una enorme suma de los
capitales invertidos en los mercados financieros e inmobiliarios se autonomizan
y se convierten en capital ficticio, pues se corresponden con futuros
derechos de cobro. La posibilidad de hacerlos efectivos en muy incierta e
incluso improbable.
Tanto
en los tiempos de Engels como en los actuales, las clases dominantes viven del
trabajo humano ajeno, monopolizan las funciones de gestión y dirigen el proceso
de acumulación (Husson, 2013) y mantienen la falaz y depredadora ilusión
rentista que pretende hacer dinero durmiendo aspecto sobre el que puede
encontrarse un riguroso análisis del papel de la bolsa, el dinero y las
finanzas en la economía actual en Sombras. A
Desorden Financeira na Era da Globalizaçao (Louça y Ash, 2017) que
próximamente será editado en castellano.
2.5-
¿Cuál es la utilidad del marxismo? La historia razonada
Engels
en el prólogo a la edición inglesa de 1888 del Manifiesto Comunista,
plantea que Marx había comprendido y formulado en 1845 que en toda época
histórica el modo económico predominante de producción e intercambio, y la
estructura social que se deriva necesariamente de él, constituyen el fundamento
sobre el cual se basa la historia política e intelectual de esa época. En la
medida en que el marxismo constituye una teoría de la evolución social del
capitalismo basada en una hipótesis fuerte -que la estructura económica tiene
un papel central en la historia de dicho sistema- nos permite una comprensión
racional y no mistificada de la sociedad, las relaciones sociales, el
funcionamiento económico, el devenir social.
Para
construir su teoría Marx echó mano del conjunto de conocimientos de su época.
Por ello, frente a las críticas de eclecticismo interdisciplinario (sic) que le
formuló el Croce postmarxista, es de gran utilidad la respuesta de Manuel
Sacristán en ¿A qué ‘género literario’ pertenece El
Capital?, (Sacristán, 1966), que haciéndola nuestra podemos reformular
de esta manera: Marx usó todos los recursos que le permitieran tener una visión
holística de las principales cuestiones y tendencias del modo de producción
capitalista.
El
marxismo proporciona una batería de conceptos con una gran potencia
interpretativa: modo de producción, fuerzas productivas, o relaciones de
producción, capaces de desvelar la naturaleza del capital como una relación
social de producción y no un simple acumulado material. Pues el capital dispone
de medios de existencia, instrumentos de trabajo y de materias primas,
producidas o extraídas y, en cualquier caso, acumuladas en condiciones sociales
dadas y con relaciones sociales determinadas. Ello es lo que llevó a Joseph A.
Schumpeter en su Capitalismo, socialismo y democracia a concluir que
Marx fue el primer pensador que logró que su teoría económica se transformase
en análisis histórico, y el relato histórico en histoire raisonné.
Son
conceptos teóricos que permiten utilizar y recrear otros: trabajo, fuerza de
trabajo, tiempo de trabajo, valor de uso, valor de cambio, plusvalía,
mercancía, fetichismo de las mercancías, crisis, leyes del aumento de la
composición orgánica del capital o la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia, que han encontrado en autores como Ernest Mandel, junto a otros, la
renovación/actualización de la crítica de la economía política en la segunda
mitad de siglo XX. Obras como El capitalismo tardío, Tratado de
economía marxista o Las ondas largas del desarrollo capitalista: una interpretación
marxista de Mandelson imprescindibles para entender los cambios habidos
desde los análisis realizados por Lenin -El imperialismo, fase superior del
capitalismo- que detallaban la evolución experimentada por capitalismo
industrial tras su fase de expansión en los años setenta del siglo XIX y su
creciente internacionalización.
Todo
ello forma el corpus de conceptos sin los cuales difícilmente podemos abordar
la naturaleza de la globalización en curso, de los planes de austeridad en
curso o de la desigualdad en la sociedad actual. Corpus sobre el que se puede
seguir construyendo, depurando y enriqueciendo el pensamiento emancipador.
En
Historia y conciencia de clase Georg Lukács defendió, frente al
dogmatismo asfixiante del estalinismo que le rodeaba y con el que tuvo una
conflictiva coexistencia, que “en cuestiones de marxismo la ortodoxia se
refiere exclusivamente a cuestiones de método” (Lukács, 1969, pp. 2). En mi
opinión no hay ortodoxia canónica que valga, ni siquiera metodológica. Tal como
plantea Ernest Mandel en El lugar del marxismo en la historia, solo las
verdades religiosas (o neoliberales, podríamos añadir hoy) resultan
irrefutables (Mandel, 1989). Por ello, el revolucionario belga postula que hay
que aplicar al propio marxismo la interpretación materialista de la historia
para poder comprender su papel y su origen ligado al nacimiento mismo del
capitalismo. Todo hay que someterlo, tal cual hizo el mismo Marx, a la crítica
y el único axioma válido tiene dos componentes a) que toda acción humana debe
ser sometida a la prueba de la práctica y b) que el conocimiento se basa en
aprender de la realidad, del devenir social.
Para
Marx la producción capitalista industrial era una “simple estación” de tránsito
en la historia económica de la humanidad, razonamiento que tanto irrita a
quienes presentan la naturaleza y las leyes del mercado como naturales y, por
tanto, deducen, inmutables. Por el contrario, Marx en las Cartas a los
americanos (1848 a 1855) nos propone que estudiemos la formación social
concreta de cada país en cada momento. Esa es su intención cuando se propone
conocer las leyes que explican el origen, existencia, organización interna y
muerte de un organismo social y su sustitución por otro organismo social dado.
Marx
está en las antípodas de quienes tienen como Rostow una concepción lineal de
las fases por las que atraviesa la economía y la sociedad a lo largo de la
historia; visión determinista que desgraciadamente divulgaron también
estalinistas y socialdemócratas que se reclamaban marxistas. Bien al contrario,
su concepción abierta de las posibles líneas de evolución de las sociedades
podemos comprobarla cuando diferencia entre sus previsiones para los países
industrializados, y sus análisis sobre las potencialidades comunistas de la
comunidad rural rusa (mir) en su carta a Mijailovski o en su
correspondencia con Vera Zassulitch meses antes de morir. Igualmente, sus
estudios sobre el modo de producción asiático, la India o Ceilán y su
creciente interés por la etnología y la historia de las civilizaciones le
alejaban de una visión eurocéntrica.
Por ello afirmó que no había que buscar la “ganzúa de una
teoría histórico-filosófica general suprahistórica” (Marx, 2012, pp. 213), al
margen del análisis concreto para explicar cualquier sociedad. Es más, Marx
señala que en el seno de los países industrializados una “llamativa analogía”
que se produce en “diferentes medios” puede ofrecer “resultados diferentes”. No existe un piloto automático que
conduce la historia, ni un funcionamiento autónomo de carácter
determinista del modo de producción capitalista. Por el contrario, sus
contradicciones (objetivas) operan en el sentido de la necesidad (de su
extinción), pero realmente lo que abren es la puerta a la posibilidad (de su
muerte y sustitución) mediante la acción social y política (el factor
subjetivo).
3-
DEBERES PENDIENTES, TAREA EN CURSO
Dada
la evolución del capitalismo una de las tareas más importantes para la crítica
de la economía política sería contar con un, me tomo la licencia de ofrecer un
título a los posibles autores, “El capitalismo tardío tras la globalización
financiera”, que nos permitiera tener una visión holística.
Asimismo,
a partir de las ideas de La ideología alemana (Marx y Engels, 2012, pp.
55) hay un amplio campo de trabajo sobre la ideología dominante, la lucha por
la hegemonía cultural y su relación con la lucha de clases que deberá seguir
siendo explorado tanto en los aspectos que planteó Gramsci como en la
comprensión de la evolución de la conciencia de clase en los diversos estratos
políticos de las clases trabajadoras a partir de sus experiencias de lucha y de
la pugna de valores, ideologías y proyectos en la sociedad que plantearon
Lenin, Trotsky, Luxemburgo y Mandel.
Nadie
se plantea si la burguesía se esfumó, pero hay un empeño en diluir la
existencia de la clase trabajadora en particular y de las subalternas en
general. Las clases asalariadas han evolucionado al son de los cambios
experimentados por el propio capitalismo, pero es cierto que necesitamos
ahondar en el análisis y conceptualización sobre la clase obrera que la
obra inconclusa de El Capital no abordó, obviamente sin caer en el
reduccionismo obrerista del, por otra parte sugerente, André Gorz a
partir del cual acaba negando el rol político de la clase trabajadora. (Gorz,
1981, pp. 76).
Pero
hay dos líneas de trabajo que constituyen sendos retos para el marxismo y que
deberá abordar de forma ineludible a la mayor brevedad posible: la dimensión
feminista de los problemas sociales, políticos y económicos, y la asunción de
los límites de la biosfera.
3.1-
El metabolismo sociedad-naturaleza
Para
actualizar el pensamiento marxista en términos ecológicos, cabe comenzar
diciendo que la humanidad tiene un grave problema sin resolver: el de la
creciente intensidad energética vinculada al modo de producción capitalista,
que está provocando el calentamiento terrestre por la emisión de gases de
efecto invernadero como consecuencia de la quema de combustibles fósiles.
Y
no hay soluciones sin alterar el sistema socio económico. No hay soluciones en
el seno de ese sistema. La defensa del beneficio hace inviable un capitalismo verde
que pueda rebajar significativamente esa voracidad de crudo, carbón y gas. La
cuestión energética es el talón de Aquiles del capitalismo en su doble
vertiente: agotamiento de fuentes convencionales y riesgos que comporta el
modelo energético (emisiones). Pero también es el punto más débil en el
razonamiento ecológico de Marx, su caballo de Troya en expresión de
Daniel Tanuro. Marx detectó múltiples impactos
negativos de la acción humana en el medio natural y planteó la necesidad de
racionalizar el metabolismo sociedad/naturaleza, aunque no percibió una
cuestión central: la diferencia cualitativa entre la energía de flujo (solar y
biomasa) y la de stock (combustibles fósiles) Tanuro (2011).
Hay
más. El problema de Marx con la ecología no termina con la cuestión del cambio
climático, que evidentemente no podía ni prever en el siglo XIX, abarca también
otra cuestión: no incluyó en el núcleo duro de su razonamiento económico la
finitud, los límites de la naturaleza, la escasez de los recursos y la
capacidad de carga cuantitativa y cualitativa de la biosfera al metabolizar
emisiones y vertidos.
Los
marxistas tenemos que plantearnos a fondo esta cuestión. Hay una dimensión
política –de antagonismo social– en la contradicción entre socialización de la
principal fuerza productiva –el trabajo, cada vez más colectivo– y las
relaciones de producción –cada vez más privadas, dado el régimen de propiedad
de los medios de producción–. En eso acertó plenamente Marx; sin embargo, esta
contradicción también tiene una clara dimensión ecológica. Así, el volumen del
desarrollo de las fuerzas productivas ha tenido impactos muy negativos –cierto
es, difíciles de prever a mediados del siglo XIX- que hacen inferir que el
desarrollo de esas fuerzas no necesariamente es lo deseable.
Además,
la conversión de la ciencia en fuerza productiva directa –que genera muchos
efectos positivos- y la aparición de tecnologías peligrosas (sustancias
tóxicas, aplicaciones sin control de las nanotecnologías, la biología
sintética…) puso en riesgo la salud humana y el medio ambiente. Por ello, como
plantea Michael Löwy, no basta con transformar sólo las relaciones de
producción y las relaciones de propiedad. Es necesario cambiar la propia
estructura de las fuerzas productivas, la estructura del aparato productivo y
el mismo patrón de consumo (Löwy, 2012). En el Estado español para expresar
esta idea, se habla de la necesidad de cambiar de modelo productivo comenzando
por la clave: el modelo energético.
3.2-
El trabajo reproductivo en Marx
Otro
caballo de Troya en la teoría del trabajo de Marx es la cuestión del
trabajo reproductivo (y de los cuidados) no asalariado. Marx inició la
reflexión en forma objetivista, con cierta distancia y escaso desarrollo; el
marxismo posterior no la retomó hasta que el feminismo planteó la cuestión. Si
el debate entre la economía marxista y la economía ecológica tiene importantes
carencias y retrasos, el debate con la economía feminista aún más.
Para
Marx el trabajo no es principalmente una unidad de la medida común de los
costes de producción de las mercancías, sino que es la esencia misma del valor.
El valor es el trabajo. El potencial del trabajo, medido en términos de la masa
de horas de trabajo disponible de una sociedad determinada durante un periodo
dado, es el trabajo social abstracto que todo grupo humano necesita para vivir
y perdurar. La persona asalariada no vende trabajo sino su fuerza de
trabajo, o sea su capacidad de producción, que el capital transforma en
mercancía. Esta mercancía, como cualquiera otra, tiene sus propios costes y
gastos de producción y de reproducción. La fuerza de trabajo, como mercancía,
tiene utilidad (valor de uso) para su comprador, condición previa para su venta
pero que no determina el valor de la mercancía vendida. En ello se basa
precisamente Marx para señalar la existencia del plusvalor/plusvalía, entendida
ésta como la diferencia entre el valor que el trabajador crea en el proceso
productivo y el valor de su fuerza de trabajo (por el que es remunerado), y que
va a parar al capital. Estas consideraciones no pueden hacerse sin embargo con
la fuerza de trabajo que no se mercantiliza.
El
trabajo doméstico, generalmente desarrollado por las mujeres en el marco de la
familia tradicional, contribuye a la reproducción de la fuerza de trabajo. Es
más, constituye en buena medida la base que sustenta dicha reproducción. Sin
embargo, esta contribución a la crianza, la atención a la enfermedad, la
alimentación y el cuidado de la familia y un largo etcétera, en la medida en
que no cristalizan en la producción de mercancías, no computan ni se
contabilizan entre las cantidades de trabajo necesarias para la sociedad.
Solamente se contabiliza la producción mercantil en el seno de una economía de
mercado. Ello constituye un grave problema de inequidad entre géneros que
refuerza al patriarcado, pero también manifiesta una inconsistencia analítica y
política. Para las economistas feministas, como nos recuerda Mary Mellor
(2002), la mayor parte del trabajo real de provisión del sustento se realiza en
el marco del hogar y de las comunidades, por lo que la mayor parte del discurso
económico es fallido al no tenerlo en cuenta.
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