Charo Arroyo
Coord.
Comisión Memoria Libertaria CGT
Han
pasado 40 años. Pero parece que en el día a día de esta sociedad amnésica pasó
en el medievo. Las torturas mortales que se realizaban habitualmente en las cárceles
españolas por parte de los funcionarios públicos durante los años de la
dictadura (torturas que aún hoy no han desaparecido), se siguen tratando como
las historias de cuatro radicales que se inventan o manipulan la realidad.
Agustín
Rueda, una noche del 13 al 14 de marzo perdió su batalla individual con la
vida, pero no la batalla colectiva de sus ideales. Las lesiones producidas por
las horas de maltrato en una celda de la cárcel de Carabanchel acabaron con la
resistencia de quien llevaba años de lucha por no doblar las rodillas ante la
injustica y el capitalismo.
Activista
del movimiento libertario desde su Cataluña natal, acabó sus días en la mítica
cárcel funeraria de Carabanchel de Madrid. ¿Cuántas personas perdieron su vida
entre esas cuatro paredes represoras? Es tal la vileza de ese recuerdo que, en
el intento de borrar todo aquello que recuerda al negro capítulo de la historia
de la España “no democrática”, se ha demolido y se quiere hacer caer en el
olvido y en la desmemoria lo que sucedió allí.
Por eso,
nuestro compromiso es que no venzan los verdugos en su batalla de la
desmemoria. Pasen 40 años o 1.000, seguiremos denunciando los atropellos a los
derechos humanos que durante más de 80 años han sufrido quienes no han bajado
la cabeza ni han doblado las rodillas ante el poder establecido.
Tras una
trayectoria sindical, con periodos de cárcel y exilio, Agustín se implica en la
militancia con colectivos anarquistas, hasta que es detenido a inicios del año
1977, y encerrado en Carabanchel.
En la
cárcel se significó dentro del colectivo de presos siendo un activista
importante de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), organización de
presos que buscaba superar la división entre
presos/as políticos/as y comunes, con la idea de que todo/a preso/a
lo es como consecuencia de un sistema político y económico injusto, a través de
huelgas de hambre, autolesiones, motines, fugas… Pelearon desde dentro de las
cárceles por la extensión de la Amnistía concedida a los presos/as
políticos/as.
Para
quienes han nacido ya en la supuesta democracia española esas siglas
posiblemente no digan nada, ni la lucha que llevaron a cabo los presos y presas
llamados comunes, que no estaban encuadradas en
organizaciones políticas o sindicales.
Es
también nuestra tarea el destacar aquella lucha de las personas presas en esos
años en los que la amnistía había sacado a la calle a los presos políticos.
Unos hechos ocurridos después de haber muerto el dictador, de haberse realizado
las primeras elecciones “democráticas” y mientras se estaban terminando los
flecos de una Constitución garantista en derechos humanos (al menos eso es lo
que su articulado plasma).
Hablo de
un año 1978, en el que la policía actuaba igual que en el 70. Con impunidad y
con una violencia desmedida rayando el sadismo. Años en los que la extrema
derecha seguía instalada en todos los órdenes institucionales sin pudor.
Así, en plena agudización de la lucha y represión en las
prisiones, el 13 de marzo de 1978 al descubrir los funcionarios de la cárcel de
Carabanchel un túnel que pretendía traspasar los muros de la cárcel, 7
dirigentes de COPEL son aislados y brutalmente torturados. Uno de ellos,
Alfredo Casal, pudo dar testimonio de las últimas horas de Agustín Rueda, de su
cuerpo ennegrecido y de la pérdida paulatina de sensibilidad en pies y piernas,
sin asistencia médica alguna.
A eso de las diez y media de esa noche bajaron
dos desconocidos acompañados de funcionarios carceleros, abrieron nuestra celda
y pusieron a Agustín dentro de unas mantas y se lo llevaron a rastras, como si
de un objeto se tratase. Nuestras protestas no sirvieron de nada. Sólo nos dio
tiempo a apretarnos las manos. Ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver.
A
Agustín le trasladaron hasta el hospital penitenciario de Carabanchel, que se
encontraba dentro del recinto carcelario. Allí acabó de morir esa misma noche.
Tan
brutal fue la actuación sobre Agustín Rueda que hasta varios de los
funcionarios afearon su comportamiento a sus sanguinarios compañeros, llegando
a aceptar que había sido apaleado hasta la muerte, aunque siempre la violencia
era justificada.
En
respuesta a la muerte de Agustín y a las torturas sufridas por sus compañeros,
se produjeron manifestaciones en Madrid que finalizaron con fuertes
enfrentamientos contra la Policía, y se convocó una huelga general en la
localidad natal de Sallent ampliamente secundada. Eso es lo que desde su
círculo afín pudimos hacer.
La
justicia para Agustín Rueda fue lenta e injusta. A pesar de haber declarado el
resto de los compañeros de torturas que los golpes de los que fueron objeto en
aquel día llegaron a consumir la vida de Agustín, las presiones y torturas que
recibieron posteriormente les llevaron a retirar las denuncias que habían
presentado contra los funcionarios de prisiones torturadores.
Finalmente,
a los diez años, la Audiencia Provincial de Madrid condenaba al director de la
prisión de Carabanchel, a diez carceleros y a dos médicos, a penas de entre
diez y dos años de prisión gracias a un informe pericial que señalaba: “que el
preso anarquista había recibido una paliza, generalizada,
prolongada, intensa y técnica,
generalizada porque sólo el 30% de la superficie del cuerpo del recluso no
tenía contusiones; prolongada porque “no se hizo en cinco minutos” y fue
realizada por varias personas; fue intensa por la potencia de los golpes, que
derivó en una pérdida de más de tres litros de sangre, y, finalmente, fue
técnica porque no había golpes en órganos vitales”.
Ninguno
de los condenados permaneció en la cárcel más de ocho meses.
Seguimos
pidiendo justicia para Agustín Rueda 40 años después de su muerte.
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