Entrevista a Guiomar Rovira
Amador Fernández-Savater
90,
caída la Unión Soviética, se hablaba del “pensamiento único”: el discurso que
presentaba la democracia-mercado como único marco imaginable, pensable y
admisible para la vida en común. La principal manera que tenía ese discurso de
calar, según nos advertía Noam Chomsky, era la concentración de la información y los medios,
es decir, la concentración de la voz y la imaginación de lo posible. Era la belle époque del
neoliberalismo.
En
su libro Activismo en red y
multitudes conectadas, Guiomar Rovira hace la historia de cómo
se cuestionó ese monólogo y se abrió lo posible. En primer lugar, aparecieron
las redes activistas que, aprovechando la naturaleza abierta y descentralizada
de Internet, inventaron nuevas herramientas tecnológicas a través de las cuales
se difundieron imágenes, palabras y sentires distintos a la voz oficial. Es el
momento del zapatismo y del movimiento anti-globalización. Más tarde, con la
web 2.0., el uso político de las redes se socializó en manos de cualquiera. Es
el momento de las “multitudes conectadas”, el 15M y otros movimientos de la
crisis.
La
historia de Guiomar presenta dos anomalías dentro de la producción académica.
En primer lugar, es un libro fundamentalmente afirmativo, no crítico. Afirma la
potencia política de las tecnologías cuando la gente se reapropia de ellas. La
autora no mira el mundo desde el
ángulo del poder: no nos habla de nuestra impotencia, de lo
dominados y manipulados que estamos, ni de lo víctimas que somos. Todo lo
contrario: habla de lo que se ha hecho, de lo que se hace y de lo que se puede
hacer. Mira el mundo desde el ángulo de las potencias.
En
segundo lugar, se trata de un libro
vivido. La propia experiencia de la autora -en el punk, en el movimiento
zapatista, en el movimiento mexicano #Yosoy132-
sirve de base a la reflexión. Guiomar
Rovira es periodista y escritora catalana afincada en México desde 1994,
autora de numerosos ensayos y profesora en la UAM-Xochimilco de Ciudad de
México.
Amador
Fernández-Savater: La primera etapa de que habla tu libro es la de las “redes
activistas”. Un elemento fundamental en ella es el punk, que tú conociste de
primera mano en los 80 cuando vivías en Barcelona. ¿Qué aportó el punk a la
creación de esas redes?
Guiomar
Rovira: Me gusta
que empieces por ahí. Una de las cosas más importantes que dice el punk es no future: no hay futuro.
En cierta manera, el plantarse en el “no hay futuro” abre otro tipo de política:
una política mucho más prefigurativa.
Ya no es una cuestión de esperar, de soñar con utopías, sino de hacer aquí y
ahora lo que tenemos que hacer y hacerlo como nosotros podamos y queramos. No
esperemos más instrucciones o autorizaciones para hacer las cosas. Apropiémonos
de la música, de los espacios. En el punk, un cualquiera toma una guitarra y
otro toca y canta y dice y hace. Ahí aparece el espíritu de hacerlo tú mismo,
con lo que tienes a la mano. Lo cultural se vuelve político porque es una forma
de salirse de las líneas marcadas del sistema que siempre procastina y
sacrifica en función de una promesa de futuro que no existe.
En
ese sentido, desde los fanzines a la ocupación de casas, el punk me parece muy
rico. No hay futuro: entonces tenemos que vivir ahora. No tenemos casa:
entonces hay que ocupar casas. Es un movimiento que, además, se vuelve
transnacional: no está inscrito en lo estatal o lo nacional, sino en los
espacios de las ciudades, en la creación de redes. Una comunidad de sentido extendida.
Un movimiento global, con sus apropiaciones locales, que no pide permiso a
nadie y construye una política, unas formas de cultura y de comunicación en las
que cualquiera puede decir lo que quiere decir.
El
punk prefigura de alguna manera el espíritu hacker. Yo estaba entonces en una
revista que se llamaba Lletra
A, la hacíamos recortando y pegando, todo manualmente. Teníamos un
espacio muy importante de ocupación de casas en Barcelona. Abrimos nuestro
modesto centro social, el Anti. La idea era: no
hay futuro, hagamos nuestra vida ahora. No se trataba sólo de
contrainformación, sino de crear un ecosistema al margen.
El
zapatismo y la internacional de la esperanza
Amador:
Habría un segundo momento fundamental en la creación de esas redes activistas
que sería el zapatismo. A diferencia del punk, ya no sería un movimiento
“oscuro”: el zapatismo abre un horizonte de esperanza desde un lugar que ya no
es la metrópoli. ¿Qué podrías contarnos de la relación entre zapatismo,
tecnologías y comunicación?
Guiomar: Hay que considerar que en el 89 cae
el Muro de Berlín, estábamos en un mundo unipolar en el que se hablaba incluso
del “fin de la historia”. Y de repente aparece, desde lugar más inaudito y más
inesperado, esta rebeldía, esta esperanza, este movimiento que nos interpela y
en el cual yo me veo absorbida completamente en ese momento.
Siento
que lo importante del zapatismo fue que permitió un marco común global: las
luchas entonces estaban en el desánimo; las izquierdas mundiales estaban en el
desánimo; las guerrillas latinoamericanas estaban de capa caída, etc. Y de
pronto se crea un marco interpelador que nos saca del lugar de las resistencias
aisladas, un marco de movilización activo que nos permite encontrarnos a muchos
distintos, nombrar un enemigo en común y un nosotros. Es la humanidad contra el neoliberalismo,
dicen los zapatistas. ¿Y quiénes proponen ese marco? Los indígenas de Chiapas,
los más olvidados, los más pequeños, en un rincón del mundo donde ni siquiera
se pensaba que hubiera indígenas, ni resistencia ni posibilidad de una lucha.
Este
fue todavía un acontecimiento mediático global de los grandes medios de
comunicación (periódicos, radios, teles), la web apenas tenía un año y apenas
nadie la usaba. Pero al cabo de unos días, la radio y la prensa ya no dice
mucho. Y la gente busca cómo seguir estando al tanto, interviniendo en lo que
está pasando en Chiapas, amparando esta rebelión que es un foco de esperanza
para el mundo.
Amador:
Y entonces se da la apropiación de Internet, en ese momento un nuevo
instrumento de comunicación. ¿Cómo fue?
Guiomar: Una apropiación casi natural o
espontánea. Al faltar la información por los medios más tradicionales, los
medios alternativos intentan cubrir ese espacio. Yo participaba y publicaba,
como muchos que estaban allá, en medios hegemónicos, en periódicos importantes,
pero además enviaba una cantidad ingente de información a radios alternativas,
a medios alternativos, a fanzines.
Y
de repente aparecieron esos gringos (¡también los gringos traen a veces cosas
buenas!) que nos decían: “tenéis que usar Internet”. Eran los primeros hackers,
que viajaban con sus pelos de punta, instalando módems y cosas raras en tu
computadora. No teníamos la menor idea de lo que decían estos locos. Pero en
apenas tres meses, estábamos todos usando Internet. Cuando digo todos quiero
decir los periodistas, las ONG, los activistas. Las primeras páginas de lo que
estaba pasando en Chiapas son de generación espontánea: unos estudiantes de
Estados Unidos deciden darle seguimiento al asunto y publican los comunicados
del EZLN, que llegaban por fax y los meten en una página web (que se llamó Ya basta) y
espontáneamente salía gente que los traducía al inglés, al francés.
Así
empieza a difundirse la información y a crearse un amparo informativo en torno
a lo que estaba pasando en Chiapas, algo que tenía una incidencia entonces
porque al gobierno de México aún le preocupaba tener una imagen internacional
decente (hoy no es el caso). No sólo circula la información, sino que muchas
personas viajan a Chiapas, visitan las comunidades y generan nueva información.
Hay un ida y vuelta, un ambiente comunicativo que ampara una rebelión indígena
y una rebelión indígena que propone la idea de que otro mundo es posible. Una
interpelación que encuentra resonancia en muchos lados del mundo y permite una
acción en común, más allá de las diferencias en los modos de hacer.
Walter
Benjamin: la potencia, a pesar de todo
Amador:
Te haría una pregunta, saliéndome un poco del hilo que estamos siguiendo entre
redes activistas y multitudes conectadas, relacionada con el apoyo que
encuentras en un autor clásico, Walter Benjamin. ¿Por qué Benjamin, qué tipo de
aliado es?
Guiomar: Lo que encuentro en Benjamin es una
inspiración metafórica, poética y política profundísima. En la oscuridad de su
tiempo, él fue el más capaz de ver la luz entre todos los miembros de la
Escuela de Frankfurt. Benjamin me ayuda a entender esta necesidad mía de
encontrar la potencia en cada momento, en cada lugar.
La
técnica no es enemiga nuestra. Es también la posibilidad de vivir en un mundo
más pleno, donde el pacto con la naturaleza no sea hostil y no obligue a la
violencia en la que o sobrevivimos o perecemos. Es el capitalismo depredatorio,
basado en la generación artificial de dolor y escasez, el que manipula las
potencias de la técnica. La culpa de la expulsión de la vida y de la
acumulación por desposesión no la tiene Internet, sino todo un montaje, un
sistema global, que hace que la técnica no esté al servicio de la humanidad,
sino del capitalismo, de la producción depredadora de escasez. Benjamin nos
invita a pensar otra modernidad posible, no capitalista.
En
“La obra de arte en la era de la reproductibilidad mecánica”, Benjamin ve la
posibilidad democratizante que se abre en el hecho de que todos podemos
apropiarnos de la técnica, ser autores y tener una vida más plena, con voz
propia. Hay otra idea suya, que aparece en las “Tesis sobre la filosofía de la
historia”, que es la del jetztzeit:
el momento fulgurante que constela en el aquí y el ahora una especie de
epifanía en la que todo se abre. Esa es la idea de constelación a la que
recurro tanto en el libro. Quienes nos anteceden nos invocan para que se haga
justicia. Y a la vez, también, no hay una genealogía para cada movimiento, sino
que cada movimiento construye su propia historia, ilumina sus momentos
fulgurantes desde donde amarrar su propio destino. Es una forma tremendamente
creativa de entender que en el fondo lo político es también una apertura al pasado.
Benjamin
es una inspiración. Murió en el pueblo de mis abuelos, en Port Bou. Este verano
fui a ver su tumba. Le tocó una vida terrible, sin reconocimiento, pero a la
vez fue el más optimista, el más creativo de los intelectuales de su tiempo.
Justo al que le va peor es el más capaz de ver la apertura, la posibilidad, la
potencia.
Multitudes
conectadas: la tecnología en manos del cualquiera
Amador:
Primero está el activismo en red, la apropiación activista de las tecnologías
(el punk, el zapatismo, el movimiento antiglobalización), pero habría un
segundo momento que supone una transformación radical con respecto al activismo
en red y que serían las “multitudes conectadas”. Me gustaría que nos hablaras
de ese pasaje.
Guiomar: El ambiente comunicativo del
activismo en las redes es todavía un ambiente permeado y poblado por los
militantes, por la gente con conciencia política. El paso a las multitudes
conectadas se distingue porque ya no es necesariamente la gente de los espacios
activistas la que tiene el protagonismo, sino que puede ser cualquiera desde
sus redes sociales, sin la necesidad de una politización previa o de un espacio
concreto en el activismo. Y puede darse desde lugares tan políticamente
incorrectos como Twitter o Facebook o Youtube, que son redes privativas.
Pensemos
por ejemplo en el movimiento mexicano #Yosoy132. No
todos los chicos de la Ibero que comenzaron las protestas estaban previamente
politizados, pero se sintieron agraviados y utilizaron las herramientas para
comunicar ese agravio y pedir derecho de réplica ante los medios por lo que se
había dicho de la visita del presidente Peña Nieto a su universidad. El vídeo que hicieron y
colgaron en Youtube tuvo consecuencias impresionantes, generó una ola de
indignación en la que mucha gente distinta se sintió interpelada. Todo el mundo
se preguntó cómo era posible que un movimiento tan importante no hubiera
surgido de la UNAM o de los grupos que llevan años rompiéndose la madre y
denunciando las situaciones de injusticia, sino de un colectivo inesperado,
imprevisible.
En
las marchas se produce un fenómeno que Manuel Castells llama “autocomunicación
de masas”: cada uno se vuelve productor de información, remixeador,
retwiteador, participa en conversaciones, dona al movimiento su propia
habilidad, por ejemplo con la gráfica. El proceso de emisión y recepción se
confunde. Hay una especie de pérdida del origen, de autoridad, de la autoría.
Amador:
En el libro hay una consideración positiva del pasaje entre los dos momentos de
la comunicación alternativa, en el sentido de que hay una democratización: si
antes las redes estaban en manos de activistas, ahora el uso político de la
tecnología está en manos de cualquiera. Pero, ¿no hemos perdido de vista al
mismo tiempo la importancia de las infraestructuras y de la soberanía
tecnológica, elementos cruciales en el espíritu hacker, en favor de una cierta
“facilidad” en la difusión de contenidos gracias a las redes sociales que pone
a nuestra disposición gratuitamente el propio sistema?
Guiomar:
Me parece muy
importante lo que señalas, pero no estoy del todo de acuerdo en que lo hemos
perdido. Creo que de un uso muy inconsciente y automático de las redes estamos
pasando a tener cada vez más conciencia a partir de las revelaciones de Snowden
o de Wikileaks sobre los software de espionaje. Creo ver hoy un nuevo
movimiento de conciencia en torno a la vigilancia, el control y la apropiación
de datos en las redes sociales. Esa conciencia antes no existía y ahora la
tenemos gracias a la actividad de algunos hackers: a Snowden lo considero un
hacker y también a Chelsea Manning o a Julien Assange. Ellos son los que nos
explican la importancia del cuidado, de usar Thor, de recurrir al software
libre, de construir passwords seguros, de hacer un uso responsable de la red.
Vamos a ver qué sale de ahí.
Hagámoslo
juntas
Amador:
Más que intelectuales que levantan el dedo y nos advierten: “cuidado que esto
va mal”, lo que necesitamos es más apropiación social de la tecnología, más
aprendizaje, más alfabetización tecnológica, más hacklabs. Esta me parece una
idea clave de tu libro: asumir que en la red se están dando unas derivas muy
negativas, pero que la salida no está por fuera de la propia red.
Guiomar: La mera crítica discursiva de la
tecnología no resuelve nada. El gran aprendizaje propio de la sociabilidad en
red es apropiarnos de los espacios, construirlos de forma colaborativa,
compartir lo que sabemos, hacer lo que nos apetece, a nuestro modo, generar
otros modos. Es lo que en el libro se llama “devenir hacker”, que no es
simplemente una cuestión tecnológica. Para mí, la idea del hacker desborda lo
tecnológico: el hacker deconstruye para armar otra cosa, deconstruye lo que se
le ofrece como caja negra y abre otros posibles. No sólo puede hacerse con las
tecnologías, sino en cualquier sitio: abre tu espacio y construye otras
potencias. En la universidad, en las relaciones humanas. Como dice Fernanda
Briones, la experta en hackfeminismo: hagámoslo
juntas.
Amador:
¿Cómo piensas la relación entre la tecnología y los cuerpos, entre el mundo de
los bytes y el mundo de los átomos?
Guiomar:
Mi planteamiento
es que, más allá de la diferenciación entre lo online y lo offline, todo ocurre
on-life. En ese
sentido, para mí es clave toda la experiencia corporal del encuentro. El hecho
de salir, de mirarse, de experimentar ese cuerpo a cuerpo. El encuentro físico,
ese abrir el espacio de aparición, la experimentación de la vulnerabilidad del
cuerpo, para mí es clave: es parte de esa red que pone en común la
imposibilidad de vivir en las condiciones en las que nos está orillando este
capitalismo de expropiación. Ese encuentro es el momento político por
excelencia.
Me
parece que la dimensión de la vulnerabilidad del cuerpo, esa exposición, ha
transformado el activismo voluntarista en algo más vivencial y menos
programado. El cuerpo se muestra, interactúa, crea espacios de convivencia, de
afecto, de cariño y a la vez politiza lo privado. Mi tesis actual es que hay
una feministización
de las multitudes conectadas, una especie de libre apropiación del feminismo,
de un feminismo que pasa a ser ineludible. No hay movimiento emancipatorio que
pueda dejar del lado los planteamientos difusos de las luchas de las mujeres y
de las luchas feministas a lo largo del tiempo. Eso pasa por el cuerpo.
Lo
que trato es de no pensar las dos cosas por separado, los cuerpos en la calle y
la comunicación en redes. Somos una especie de cyborgs: llevamos las extensiones tecnológicas
con nosotros. Cuando hablo de política, la tecnología aparece ahí como una
parte de la acción colectiva, no como algo agregado o distinto. Si te fijas,
las acciones más importantes en las redes y en el ciberespacio se han dado
siempre en contextos de movilización en las calles. Actuar es comunicar y al
revés. Todo ocurre en una dimensión on-life.
La última plataforma son nuestros cerebros. No hay nada fuera de lo físico. La
idea de que las redes están fuera de lo físico es muy fuerte. Yo intento pensar
contra ella.
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