VITORIA:
42 AÑOS DESPUÉS
Pablo
Mayoral, miembro de la Comuna
Era el 3
de Marzo de 1976. La Policía Armada cercó una asamblea pacífica de más de 4.000
trabajadores en la Iglesia San Francisco, del barrio de Zaramaga y,
por órdenes superiores expresas (textualmente en las grabaciones, como si no
pasara el tiempo: “Si
hay gente ¡a por ellos!), empezaron a disparar
contra los que allí estaban congregados. El resultado fue la muerte de cinco
trabajadores: Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar, Romualdo Barroso,
José Castillo y Bienvenido Pereda. Hubo, además, más de 100 heridos de bala.
Hacía
poco más de cinco meses que había muerto Franco y seis desde que pelotones de
la Guardia Civil y la Policía Armada habían fusilado a cinco jóvenes
antifascistas condenados a muerte en cuatro Consejos de Guerra Militares que
apenas duraron unas horas cada uno. La dictadura franquista seguía intacta.
Ciertamente
la masacre de Vitoria fue uno de los episodios primeros y más trágicos de esa
ensangrentada transición, que muchos ahora quieren edulcorar con el silencio,
para sostener la tesis de que las libertades nos cayeron desde los despachos del
poder, ocupados por unos líderes políticos “generosos” y audaces.
Según Alfonso Osorio, Arias Navarro le dijo
personalmente: “O hacemos el cambio nosotros, o nos lo hacen”. Ese era el
modelo de transición pretendido. Para ese cambio, hecho por y para ellos, las
numerosas manifestaciones, huelgas, asambleas y actos de protesta que exigían y
ejercían libertades y se extendían por todo el estado, eran un obstáculo. Había
que tomar en consideración su empuje y, sobre todo, había que liquidarlo.
Martín Villa, entonces ministro de Relaciones
Sindicales del gobierno y, como tal, responsable directo de la represión contra
el movimiento asambleario de trabajadores, dice: “La izquierda es la que
enarbola la bandera de la democracia. Nosotros nos limitamos a traerla.” Es
decir, el 3 de marzo de 1976 era su forma de traer la democracia y definía qué
tipo de democracia se gestaba desde el poder en la Transición que entonces
comenzaba.
En enero
ya miles de trabajadores habían iniciado en Vitoria una huelga contra el
decreto de topes salariales y las malas condiciones de trabajo. El 3 de marzo
se convocó por tercera vez una huelga general, que fue seguida masivamente. Era
una movilización de los trabajadores en su conjunto, principalmente fábricas
del metal, pero también empresas de construcción, de artes gráficas, de la
madera, etc.
Las
reivindicaciones eran básicas:
6.000 Pts. (unos 36
euros) de subida lineal.
40 horas de trabajo
semanales.
28 días de
vacaciones.
1 año de vigencia en
caso de pacto.
También se pedía, en
algunas empresas, la jubilación a los 60 años y cobrar el 100% del salario en
caso de enfermedad.
Hay que recordar que
por entonces el aumento en la carestía de la vida era galopante. En 1975 la
inflación media anual fue del 17%, y en diciembre de 1976 la inflación
interanual alcanzó el 20%.
Y, sobre todo, los
trabajadores empezaron a socavar uno de los pilares de la dictadura: el sindicato
vertical. Los trabajadores elegidos en asamblea asumieron el derecho a negociar
las reivindicaciones de todos sus compañeros. Muchas empresas optaron por el
cierre patronal, porque sólo querían negociar con los delegados del Sindicato
Vertical. Muchos de los trabajadores elegidos por la asamblea para negociar
fueron despedidos de inmediato, y no pocos perseguidos por la policía. Así, una
nueva reivindicación se unió a las anteriormente expuestas: la readmisión de
los despedidos.
La Huelga se generalizó
en toda Vitoria. Por las mañanas se hacían las asambleas en cada fábrica y por
la tarde se organizaban asambleas generales en las que se planificaba su
mantenimiento y extensión. La mayoría de las veces, después de la asamblea
general, se hacía una manifestación. La organización de una fuerte caja de
resistencia supuso un gran acierto para sostener las luchas y paliar las necesidades
más urgentes de los huelguistas y sus familias.
La movilización de
los trabajadores en todo el Estado era muy extensa. Sólo en Madrid los
trabajadores en lucha, mediante la huelga (que por entonces estaba prohibida y
era objeto de persecución policial y castigada con cárcel), en diciembre de
1975, eran 150.000. En enero de 1976 ya eran 400.000. A lo largo de 1976, dos
de cada tres trabajadores participaron en alguna huelga.
En Vitoria esta
situación se mantuvo desde los primeros días de enero hasta el fatídico 3 de
marzo, donde se impuso de manera criminal la represión y la necesidad para el régimen
monárquico de acabar a sangre y fuego con aquella movilización obrera. En
palabras de Fraga: “Aquello de Vitoria había que aplastarlo, porque estaba
dirigido por dirigentes que manipulaban a la clase trabajadora y eran pequeños
soviets que se estaban gestando y había que extinguirlos.”
Por lo tanto podemos
afirmar que las luchas de aquellos días en Vitoria eran en reivindicación de
mejoras concretas en cada una de las fábricas, en repulsa de la dictadura franquista,
y en defensa de métodos de organización sindical basados más en la asamblea de
los trabajadores que en la burocracia sindical.
Tras la masacre del 3
de marzo, muchos de los integrantes de las comisiones representativas, fueron
detenidos y encarcelados. Salieron de la cárcel cinco meses después, con la
primera amnistía. Los convenios de los siguientes años fueron los mejores
convenios de la clase obrera en Vitoria.
En 2014, Andoni
Txasco, portavoz de la Asociación de Víctimas del 3 de Marzo y uno de los
damnificados por la represión de aquellos días, interpuso una querella criminal
ante la justicia argentina, y solicitó el enjuiciamiento de algunos de los
culpables de aquella matanza. Días después, la jueza María Servini emitía una
orden de detención internacional contra Rodolfo Martín Villa, entonces Ministro
de Relaciones Sindicales, contra Alfonso Osorio, ministro de la presidencia, y contra
Jesús Quintana, jefe de la Policía Armada en Vitoria.
Estos días, 42 años
después, seguimos exigiendo justicia, y luchamos por todos los medios para
acabar con la impunidad de los responsables de la dictadura franquista. El
recuerdo de los cinco compañeros asesinados aquel 3 de marzo de 1976 es un
acicate más para perseverar en nuestro objetivo de llevar ante la justicia a
los criminales responsables.
A la vez, el estudio
y análisis de lo ocurrido aquellos días, puede ayudarnos a reflexionar sobre cómo
afrontar muchos de los problemas que los trabajadores tienen en estos momentos,
y sobre la forma de abordar la lucha para conseguir mejorar sustancialmente
nuestras condiciones de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario