Marti Caussa
El
27-O, el Parlament proclamó la República Catalana, pero ni antes ni
después llamó a la movilización para defenderla; ese mismo día, el Senado
aprobaba el artículo 155 y el gobierno Rajoy lo aplicaba de inmediato sin
encontrar resistencia: fue una derrota. Sin embargo, ni el Parlament ni
el govern catalán se retractaron, y tampoco reconocieron la legitimidad
del 155, lo que llevó al presidente y a una parte del govern al exilio,
a 8 consellers a la prisión (donde ya estaban Sánchez y Cuixart) y al
procesamiento de la presidenta del Parlament y de parte de la Mesa: se
puede discutir si sus decisiones fueron acertadas, y lo haremos, pero no hubo
rendición. De todos modos, se ha abierto una crisis de orientación estratégica
y de dirección del movimiento independentista.
¿Qué
sucedió después del 1 y el 3 de octubre?
Tanto
el referéndum del día 1 como la huelga general del 3 fueron movilizaciones
impresionantes, dos grandes manifestaciones de desobediencia civil pacífica a
las que se incorporaron muchísimas personas nuevas, muchas de ellas no
independentistas: nunca la defensa de la democracia y del derecho a decidir
había incorporado a tanta gente. Para describir la situación hablé de dos
poderes en disputa (govern/Parlament y Estado español) y un
sujeto en construcción (la gente que hizo posible el 1 y el 3 de octubre).
Pero
el poder del Estado y todos sus defensores pasaron a la ofensiva de forma
inmediata y en todos los terrenos: discurso del rey del día 3, huida de
empresas, manifestación españolista del día 8, ultimátum de Rajoy a Puigdemont
el día 11, nueva manifestación españolista el 12, encarcelamiento de los Jordis
el 16, etc.
La
primera iniciativa del govern no se produjo hasta el día 10, cuando Puigdemont
proclamó la República catalana y suspendió sus efectos pocos segundos después a
fin de buscar el diálogo con el gobierno central. Sigue pareciéndome correcta
la principal de las críticas
que hice en su momento: “No haber propuesto nada en positivo para intentar
aglutinar en un nuevo sujeto político a todas las personas que se habían
incorporado a la movilización en los primeros días de octubre; iniciar la fase
participativa del proceso constituyente podía ser una propuesta atractiva para
estos sectores, invitándoles a incorporarse al diseño del país que queremos, a
construir una democracia participativa como no ha existido nunca ni en
Catalunya ni en España.” Ahora pienso que también se debería haber explicado
claramente que los resultados del referéndum del 1-O, pese a su valor y su
legitimidad, no configuraban una mayoría suficiente para hacer efectiva
inmediatamente la República catalana y que ampliar esta mayoría mediante el
llamamiento a diseñar democráticamente el país a través del proceso
constituyente no solamente era urgente, sino que ya debería haberse iniciado
mucho antes (las conclusiones de la comisión de estudio del Parlament
son de julio de 2016). Reconocer la realidad, decir la verdad y admitir los
errores habría sido duro, pero no habría desmoralizado si hubiera ido
acompañado de una propuesta para avanzar.
Ahora
parece claro que el govern conocía la dificultad de la situación, pero
no la comunicaba, no decía la verdad sobre sus problemas internos, no reconocía
ningún error y no hacía ninguna propuesta al movimiento para avanzar más allá
de decirle que confiara y esperara hasta el día 27. Así fueron perdiéndose unos
días decisivos, de aquellos que valen por años.
La
euforia del viernes 27 y el desconcierto del lunes 30
Para
formarse una idea de lo que la gente esperaba de la proclamación de la
República me parece significativo este editorial
de Vicent Partal en VilaWeb: “El viernes por la noche, la República
Catalana y la nueva vieja España sin autonomías se enfrentarán en todos los
terrenos y en cada decisión, y quien demuestre el sábado y domingo y lunes y
martes y miércoles y jueves y viernes que es el gobierno efectivo y real del
Principado, ganará. Solo será cuestión de tiempo. Si los Mossos obedecen a la
Generalitat, ganaremos; y si los controla Rajoy, perderemos. Si los bancos
actúan respetando la legalidad, ganaremos; y si continúan secuestrando nuestros
dineros a las órdenes del PP, perderemos. Si los ayuntamientos hacen caso de
las órdenes de los ministros españoles, perderemos; y si las ignoran,
ganaremos. Si las escuelas mantienen su modelo, ganaremos; y si lo cambian,
perderemos. Si los diputados pueden entrar y ocupar su escaño, ganaremos; de lo
contrario, perderemos. Si la policía española consigue entrar en el palacio
para detener a Puigdemont, perderemos; y si lo impedimos entre todos, entonces
ganaremos… Esto ha pasado en todos los procesos de independencia del mundo:
llega un punto en que tanto da qué artículo de qué ley dice qué, solo cuenta lo
que dice el pueblo y, sobre todo, lo que hace.”
El
viernes 27 hacia el mediodía, el Parlament proclamó la República y la
gente que rodeaba el parque de la Ciutadella se abrazaba y muchas personas
lloraban de emoción. Y por la tarde hubo la fiesta de la celebración. Es verdad
que el conseller Santi Vila ya había dimitido antes de la votación en el
Parlament, que por la tarde la bandera española todavía ondeaba en la
Generalitat y que poco después el director general de la policía acató la
destitución de su cargo en aplicación del 155, pero aún se mantenía la
confianza, como muestra este otro editorial
de VilaWeb el día después: “Creo que hay que esperar primero a saber cómo
quieren jugar esta partida el presidente y su govern y que quiere hacer
el Parlament. Rajoy tal vez ha cortocircuitado la capacidad
administrativa de la Generalitat, pero no puede de ninguna manera
cortocircuitar la política mientras el presidente mantenga el cargo, mientras
el govern siga siendo el govern y el Parlament, el Parlament.”
La
ducha fría de la realidad llegó el lunes 30, cuando se comprobó que el
presidente mantenía el cargo, pero en Bruselas, que una parte del govern
estaba con él y la otra no iba a los despachos y que el Parlament
aceptaba la disolución impuesta por el artículo 155 y solo quedaba en pie la
diputación permanente en espera de una elecciones catalanas convocadas por el
gobierno español. Era la constatación de la derrota.
El
día 31 tuvieron lugar dos acontecimientos de significados muy diferentes: Santi
Vila se ofrecía como candidato del PDeCAT a las elecciones del 21-D y
Puigdemont daba una rueda de prensa en Bruselas.
El
programa de Santi Vila es una constatación de la derrota y un programa de
rendición: se desmarca de sus ex compañeros de gobierno, confiesa que no había
preparado la independencia porque no la veía clara, que no renunciaba a ella,
pero proponía hacerla bien, siguiendo el camino del PNV y de los escoceses,
ajustado a derecho, y que su programa parte de tres ideas bien trabadas:
defensa del autogobierno, amnistía de los presos políticos y referéndum
pactado.
Puigdemont,
en cambio, dice que está en Bruselas para denunciar el ataque contra las
instituciones catalanas, reivindicarse como el presidente del único gobierno
legítimo, reclamar la implicación de la comunidad internacional y llamar a
convertir las elecciones del 21-D en un plebiscito a favor de la independencia.
Se puede estar de acuerdo o no con esta opción, pero está claro que no es una
rendición. En general, después de la sorpresa, la decisión del presidente ha
sido bien recibida en los sectores independentistas. Por ejemplo, el profesor Ferran
Requejo la valora así: “Creo que la decisión del presidente Puigdemont y de
parte del gobierno de la Generalitat de marchar a Bruselas ha sido un acierto
político de primer orden… se trata de una decisión que preserva la cohesión del
movimiento independentista (que habría quedado hecha añicos en caso de que
hubiera sido el presidente de la Generalitat quien hubiera convocado
elecciones) y mantiene –al menos de momento- el liderazgo del Procés
fuera del alcance del Estado español, al tiempo que profundiza la tensión
política en la escena internacional.”
Pero
también ha habido críticas, por ejemplo esta de la ANC de Sants-Montjuïc del 3
de noviembre: “Mientras los Jordis están encerrados en la cárcel y otros muy
probablemente se sumarán pronto, con cierta indiferencia pública. Cuando
después de realizar una, digamos, Declaración de Independencia con temblor de
piernas, se nos invita a un fin de semana plácido, pero enervante. Cuando de
sopetón aparece un Presidente en el exilio. Cuando desde el país vecino se nos
convoca a unas elecciones nuestras… ¿acaso el guionista de la Historia ha
perdido la razón? ¿Y todos los que estaban a punto para defender la República
simplemente comiendo castañas y panellets?… Es evidente que a partir de
ahora hemos de replantear la estrategia. Tal vez menos esperar qué dicen los
líderes y más decidir desde las bases, pese a que encierra sus peligros.”
¿Por
qué se cambió la hoja de ruta?
La
idea dominante en el movimiento independentista antes del 27-O era que después
de proclamar la República, esta se pondría en funcionamiento y se la defendería
con la movilización. La eventualidad de entregar la administración, aceptar la
disolución del Parlament y la convocatoria de elecciones por parte del
Estado y de tener el govern en el exilio o en la cárcel no se le había
pasado por la cabeza a nadie.
Las
primeras explicaciones de este cambio han llegado por boca de la consellera
de enseñanza, Clara Ponsatí, y del portavoz de ERC, Sergi Sabrià; ambas
coinciden en lo fundamental. Sabrià
ha explicado que “el país y el govern no estaban preparados para
hacer frente a un Estado autoritario sin límites a la hora de aplicar la
represión y la violencia… Estábamos a punto para desarrollar la República en un
contexto diferente del que nos encontramos. Y ante pruebas claras de que esta
violencia podía llegar a producirse, decidimos no traspasar la línea roja… en
ningún caso querían comprobar si habría habido muertos.”
La
falta de previsión de la violencia realmente ejercida por el Estado o bien es
una excusa o bien denota incompetencia. Porque estaba claramente anunciada. Por
ejemplo, en una entrevista en El Mundo del 22/02/2017, citada en un artículo mío, Juan Luís
Cebrián anticipaba de forma bastante aproximada lo que ha pasado:
“–
¿Y si convocan el referéndum?
–
Hay que prohibirlo.
–
¿Y si ignoran la prohibición?
–
El artículo 155. Suspendes el Gobierno de la Generalitat. Al presidente de la
Generalitat. A la presidenta del Parlament. A uno, dos, tres cargos
públicos. A los que hayan convocado el referéndum. Acabados. Ocupas tú el
poder.
–
¿Y entonces qué ocurriría?
–
Entonces el debate ya no sería cuándo van a lograr la independencia, sino
cuándo van a recuperar la autonomía. La clave, insisto, es si los
independentistas tienen o no poder. Y no lo tienen. El Estado, sí. Se habla de
enviar a la Guardia Civil e inmediatamente se dice: ‘No, hombre; la Guardia
Civil, no’. ¿Pues por qué no? La Guardia Civil está para lo que tenga que
estar. También dicen: ‘Con los Mossos es suficiente’. Pues no sé si sería
suficiente.”
Por
otro lado, prever la represión del Estado no implica que no se pueda ofrecer
resistencia pacífica y masiva o que esta deje de ser tan eficaz como lo fue 1-O
y el 3-O. Por último, Sabrià pasa de confesar que no habían previsto una
violencia perfectamente anunciada a expresar temor por otra mucho más brutal de
la que no se han visto indicios, por ejemplo durante los cortes de carreteras y
líneas de ferrocarril del 8-N, en plena vigencia del artículo 155. Tampoco toma
en consideración que, después de la experiencia del 1-O, el Estado debía evitar
que su violencia volviera a salir en las portadas de todo el mundo.
Y
después del 21-D, ¿qué?
Es
una opinión muy compartida en el movimiento independentista que, a pesar de su
ilegitimidad, hay que utilizar las elecciones convocadas por Rajoy el 21-D a
fin de conseguir la libertad de los presos políticos, intentar que los partidos
independentistas revaliden la mayoría absoluta, que el soberanismo sea
ampliamente mayoritario y que los defensores del artículo 155 (PP, C’s y PSC)
tengan la menor representación posible.
Son
objetivos posibles, pero no fáciles. Por un lado, la gente sigue dispuesta a
movilizarse, como se ha visto en la huelga general del 8-N o en la gran
manifestación del 11-N y, probablemente, también acudirá masivamente a votar a
los partidos independentistas y soberanistas. Pero por otro lado, los partidos
que han apoyado el 155 pueden verse favorecidos por los ánimos que da ir
ganando, el éxito de las manifestaciones unionistas y las grietas en el seno
del PDeCAT.
Sin
embargo, el problema es que, incluso en caso de éxito (mayoría absoluta entre
PDeCAT, ERC y CUP y buenos resultados de Catalunya en Comú), las perspectivas
estratégicas no están claras. Hasta el momento, las opiniones avanzadas por los
sectores independentistas oscilan entre dos extremos: reactivar la República
proclamada el 27-O o recuperar el seny y gestionar bien la autonomía
dejando la independencia como un objetivo lejano.
Como
ejemplo de la primera posición podemos poner este editorial
de VilaWeb: “La República está viva. El govern existe y buena parte
de la población lo apoya… Si el Parlament impulsa el proceso
constituyente será porque la República ha sido proclamada y la ley de
transitoriedad está en vigor, por mucho que el Constitucional español haya
emitido una opinión contraria. La prueba será indiscutible. Y entonces, ¿cómo
reaccionará el gobierno español? Rajoy dice que volverá a aplicar el 155 y
volverá a disolver el Parlament. Pero ¿a qué precio? Para hacerlo la
primera vez ha necesitado el apoyo total y absoluto del PSOE y de las
instituciones europeas. ¿Lo obtendrá para una segunda disolución? Del PSOE no
espero nada, pero la tensión en Europa subiría muchos grados.” Respeto mucho a
Vicent Partal, pero creo que no es nada realista a la hora de valorar la salud
de la República, lo que puede hacer Rajoy o la actitud de las instituciones
europeas.
La
segunda posición tiene más partidarios. Pondré como ejemplo la de Miquel
Puig: “Recuperada la Generalitat, de lo que se tratará es de ampliar el
apoyo y pasar de los dos millones a los dos millones y medio [de votos
independentistas] como mínimo. Este objetivo es posible, y la mejor manera de
lograrlo es gobernar de manera eficaz, honrada e inclusiva (o sea, no
sectaria). La marcha de sedes sociales, el boicot a productos catalanes y los cortes
de las vías de comunicación del pasado miércoles exigirán hacer un gran
esfuerzo por demostrar que los independentistas somos gente de orden [la
cursiva es mía]. Pero el auténtico reto será penetrar en los barrios de la
antigua inmigración –hoy llenos de banderas españolas- y demostrar con la
proximidad y en los hechos que sus habitantes son los que más tienen que ganar
con la transformación de Catalunya en un país mejor gobernado.” Totalmente de
acuerdo en que es necesario ampliar el apoyo popular, particularmente en estos
barrios, pero la pregunta es: ¿se cree realmente que demostrando que somos
gente de orden el Estado accederá a hacer un referéndum?
Las
dos propuestas parten de unas hipótesis que se han demostrado falsas: que el
Estado puede ser benevolente con la independencia o que no es suficientemente
fuerte para impedirla.
La
izquierda soberanista no independentista, representada por En Comú Podem, ha
sido muy crítica con la política del govern y del movimiento
independentista, pero poco autocrítica con su escasa implicación en el 1 y el 3
de octubre y poco dispuesta a reflexionar sobre la propia estrategia. En una entrevista
en El País, Xavier Domènech decía: “Catalunya ha de ganar
amplias cotas de autogobierno, ha de ser reconocida como nación y tiene que
haber un referéndum pactado. Nuestra apuesta pasa por compartir un Estado
plurinacional con el resto de pueblos del Estado. Siempre hemos dicho lo mismo.”
Esto último es cierto, siempre han dicho lo mismo, pero siguen sin aclarar cómo
piensan conseguir un referéndum pactado.
Pienso
que es conveniente dedicar un tiempo a reflexionar antes de que la campaña
electoral ocupe todas las portadas y absorba muchas energías.
¿Qué
ha fallado? ¿Qué hace falta rectificar?
Para
comenzar la reflexión creo que es útil centrarse en los puntos de la política
común que ha desarrollado el independentismo mayoritario –principalmente Junts
pel Sí y las direcciones de la ANC y Òmnium– que se consideren fundamentales o
estratégicos, dejando de lado en esta aproximación las diferencias entre cada
una de estas direcciones y entre ellas y sus bases.
En
mi opinión ha habido cinco errores de estimación y hacen falta cinco rectificaciones.
Los
errores de estimación creo que son los siguientes:
-
pensar que se podían acumular suficientes personas favorables a la
independencia sin darle un contenido democrático radical y socialmente
avanzado. Primero la independencia y después ya se arreglará todo: eso no ha
funcionado ni funcionará. Insistir en esto no permitirá alcanzar el mínimo de
2,5 millones de independentistas que plantea Miquel Puig, porque el grueso de
la población que hay que convencer no tiene como primera prioridad la independencia,
la lengua o la cultura catalana, sino las reivindicaciones sociales y la
democracia.
-
se ha subestimado la fortaleza política y la capacidad represiva del Estado
español, como casi todo el mundo reconoce ahora, después del 1-O. Esperemos que
ahora no se caiga en el error opuesto y se la sobrevalore.
-
se ha sobreestimado la decisión política del gobierno de Junts pel Sí a la hora
de hacer cumplir la propia legalidad y desafiar la del Estado con el apoyo del
pueblo movilizado pacíficamente. La constatación, parcial pero evidente, es la
actitud, ya comentada, de Santi Vila (algunos diarios han hablado de más consellers
vacilantes). Pero unas declaraciones
de Marta Rovira al diario Ara han abierto más interrogantes: “El 1-O
no hubo coordinación policial, las fuerzas de seguridad del Estado actuaron de
manera unilateral; el govern se planteó parar el referéndum debido a la
violencia [de la policía española], pero se puso en contacto con toda la
administración electoral y nos dijeron que pensaban seguir ejerciendo el
derecho a decidir, que seguirían votando dijéramos lo que dijéramos”. Esto
sugiere que el referéndum del 1-O fue un éxito gracias a la decisión de la
gente, movilizada desde el viernes por la tarde, y a pesar de las dudas del govern.
-
se ha sobrevalorado gravemente la solidaridad que podían manifestar con la
República catalana las instituciones y los Estados europeos, que ha sido muy débil
a pesar de los esfuerzos desplegados por conseguirla.
-
y en cambio se ha subvalorado el apoyo que podía obtenerse de los pueblos del
Estado español, que ha sido importante en Euskal Herria, pero también se ha
manifestado en Madrid, el País Valencià y las Illes, en Asturies, Andalucía,
etc. Es una solidaridad que se ha trabajado muy poco, pese al interés objetivo
que tenemos todos estos pueblos en acabar con el régimen monárquico.
Y
pienso que harían falta las siguientes rectificaciones:
-
acumular más fuerzas sociales favorables a la República catalana explicitando
que esta tendrá un contenido de democracia radical y que dará satisfacción a
las necesidades de la población castigada por más de diez años de crisis
económica. Pero no ha de ser un contenido abstracto –del tipo “con la República
mejorarán las pensiones”–, sino de grandes reivindicaciones que conciten un
amplio consenso entre la población.
-
la mejor manera de concretar estas reivindicaciones con un ejercicio de
democracia popular sería reformular y poner en pie la primera fase del proceso
constituyente prometida por el Parlament, es decir, el Foro Social
Constituyente y los espacios de debate territoriales (que expliqué con más
detalle en un artículo
anterior). Sin embargo, para ser realistas y operativos, haría falta que las
organizaciones sociales (en particular ANC, Omnium, CDRs,...) tomaran la
iniciativa de iniciar este debate constituyente, y de pedir la colaboración de
Ayuntamientos y parlamentarios, sin esperar a que lo haga el govern,
para que no se mantenga el incumplimiento de los acuerdos del Parlament
de julio de 2016. Estos debates constituyentes deberían buscar la implicación
de toda la población interesada en definir un modelo de país, sin distinciones
entre independentistas y no independentistas.
-
reconocer que un govern hegemonizado por un partido independentista
neoliberal no puede conseguir el apoyo social necesario para la independencia.
El PDeCAT no ha dejado de poner palos en las ruedas de medidas sociales
progresistas, y cuando el Parlament las ha aprobado –por ejemplo, en el
caso de la pobreza energética y la vivienda–, el govern no las ha
defendido con suficiente energía ni antes ni después de que las suspendiera el
Tribunal Constitucional. Un govern que quiera obtener el apoyo de la
mayoría de la población a la República catalana tiene que dar, antes de
proclamarla, ejemplos prácticos de una orientación diferente en el terreno de
la democracia y las reivindicaciones sociales.
-
es preciso reivindicar y desarrollar las dos principales conquistas del 1 y el
3 de octubre: 1) la movilización masiva y pacífica por objetivos que concitan
un gran consenso social, sin paralizarlas si es preciso desobedecer leyes
injustas para llevarlas adelante; 2) la construcción de organismos unitarios de
base, democráticos y lo más transversales posible, como hasta ahora han sido
los CDR (Comités de Defensa del Referéndum/de la República). Y en paralelo a la
lucha seguir manteniendo la disposición de diálogo con el Estado, tal como se
ha hecho con el referéndum.
-
buscar la confluencia de nuestras luchas con las de los demás pueblos del
Estado, tal como han estado haciendo las Marchas por la Dignidad, recuperando
la tradición de las luchas contra la globalización, por detener la guerra, por
el derecho al aborto, por la supresión de la mili o contra la OTAN. Todos
juntos, sin supeditación, pero solidariamente, podemos ser suficientemente
fuertes para avanzar en el proceso destituyente del régimen monárquico
instaurado en 1978. Es necesario abolir o debilitar fuertemente este régimen
para que la República catalana independiente pueda ser una realidad plena. Pero
también es conveniente compartir más cosas que luchas concretas u objetivos a la
contra (contra la monarquía o contra el régimen del 78), fijando grandes
objetivos en positivo: la federación (o confederación) de repúblicas
independientes podría ser un punto de encuentro, tal como propone Oscar Simón en un
artículo publicado en esta misma web.
Soy
consciente de que este artículo y, especialmente, las reflexiones de este
último apartado, son polémicas. Pero los cambios importantes requieren
reflexiones en profundidad. La pretensión del artículo, más que tener razón, es
abrir el debate y combatir la tentación de esconder la cabeza bajo el ala con
el viejo argumento de que ahora no toca. Reflexión, por tanto, pero sin ninguna
tregua en la lucha por la libertad de los presos, el fin de los juicios
políticos y la retirada inmediata del artículo 155.
Marti
Caussa, forma parte
de la Redacción de viento sur
21 diciembre.
ResponderEliminarCon la CUP- ¡PRINCIPADO REPUBLICANO!
Con ERC - ¡Moler a VOTOS a quienes nos molieron a PALOS!
¡hay que sacar del PARLAMENT a los "constitucionalistas!