Albert Walden
Se me ocurre pensar en la tenue
diferencia que encuentro entre la metodología
organizativa que se constituye en objetivo pragmático de la acción
política, y el ordenamiento de dominio que, en cierto modo, se puede entender
como carácter instintivo de la estructura social (también, naturalmente de la lábil
divisoria entre los respectivos nombres
sustantivos que dan título a este artículo)
Desde mi punto de vista tanto la
lógica organizativa como la razón de dominio – que contiene una clara
vinculación con innatismos psíquicos primitivos - se imbrican confundiéndose
entre ambos de manera tal que las estrategias de un lado sirven inmediatamente
para la justificación de los objetivos del otro; lo organizativo es
indistinguible en demasiadas ocasiones de
actitudes de control y dominio behavioristas (conductistas). Por
supuesto, hay argumentos contrarios a este criterio que desean marcar una clara
diferencia entre ambos desarrollos políticos; para el discurso hegemónico
actual, la dinámica organizativa es propia del sistema democrático, mientras
que el “pathos” de dominio está vinculado a regímenes totalitarios.
Personalmente – como ya he dicho - no lo considero así, pero entiendo que a
pesar de una relación tan próxima existe un
margen para marcar pequeñas diferencias a la hora de analizar las
consecuencias de esas leves, levísimas particularidades que pueden llegar a
existir, y que puede dar a una sociedad, a una nación una capacidad resolutiva
mayor que la que pudo tener.
Naciones, nacionalidades o sociedades
marcadas por una fuerte idiosincrasia jerárquica estarán en desventaja frente a
naciones, nacionalidades o sociedades que en suficiente medida hayan superado
la querencia a perfilarse rígidamente haciendo de sus estructuras de dominio
algo más perspéctico o relativo; más plástico.
En nuestra querida nación, y a pesar
de esa mítica del anarquismo ibérico (cuestión que habría que analizar en su
justa medida) el sentido de dominancia expresado en el principio de autoridad
se atomiza por todos los rincones de las capas sociales, generando un carácter
que acosa al individuo desde su educación más temprana. Principio de autoridad
que rige todo, dejando la necesidad de
eficacia como algo complementario (si se da, mejor, pero si no se da, no pasa
nada; quiero matizar también que la necesidad de eficacia no se ha de entender
exclusivamente como algo productivo, como algo industrioso, sino que la
considero en todos los ámbitos de acción social)
Esos rasgos filoimperativos bien
pueden venir mantenidos por una religiosidad vertical (practicante o no) muy
particular, por una tradición cultural fundamentada principalmente en aquella,
por la pervivencia de la antigua “devotio ibérica” expresada en el clientelismo
de intereses y en la predestinación caudillista, o por la simple combinación de
factores biosomáticos y patrimonios
tradicionalistas.
Evidentemente con las cuatro palabras
más que aquí pudiera escribir estaría abordando sólo una mínima parte del asunto,
requeriría un análisis mucho mayor pues el tema se presta a ello, cuestiones
directas y otras conexas que deberían incidir sobre el criterio de cada cual,
prometen - eso sí- un interesante campo para el análisis y el debate. A parte
de esta última apreciación, vengo en convenir por mi parte con la idea de una
necesidad de labor constante de zapa y derribo de toda aquella racionalidad
construida sobre la pasividad o ¿mansedumbre? hacia la que los iconos del dominio-organización proyectan sus modelos de personajes
admirables.
Recojo a continuación unos fragmentos
textuales del libro “APUNTES INACABADOS Y GALERÍA DE TEXTOS CONTINGENTES” de A.
M. Cáceres que tengo por interesantes al respecto.
Tanto
el sujeto iterado de las estadísticas como el ciudadano abreviable de la masa,
cuando levigan, es decir, cuando diluyen la posibilidad del individuo “buscado”
parecen siempre sentirse confortados con alguna excitación colectiva, la pasión
concupiscente de los roces que el instinto glandular de la manada tiende a
incrementar provoca la cultura de lo multitudinario expresada de formas
distintas, en diferentes maneras de trivialidad intercambiable y angustiosa
idiotez vírica, actitudes que van desde el grotesco disparate de la
superstición paralizante, pasando por el amartelamiento glamuroso del perfumado
exclusivismo sensual, hasta la marcial exhortación coreográfica del pronombre
personal “nosotros”; maneras distintas pero iguales de sumisión devenidas a lo
largo de la historia según el instinto de dominio ordena.
Dominio
institucionalizado en distintos modos de poder que sucediéndose unos a otros e
incluso coexistiendo en manifiesta hostilidad mutua, caracterizan cada periodo
de la historia oficial del mundo. La línea de poder, de dominio y consecuentemente
de sumisión, de sometimiento, de acatamiento y finalmente de rendición se
reparte cronológicamente y a “grosso modo” según la siguiente cadencia: el
poder religioso se perpetua desde lo más básico y elemental del sujeto sea
iterado o abreviable - pues mi individuo “buscado” necesariamente ha de carecer
de fundamento religioso alguno –, consolidando el surgimiento y la extensión
del poder militar cuyo dominio violento sobre las masas pronto se disfraza de
democracia, la mansa democracia del nugatorio discurso político que reformula
la naturaleza intelectual del hombre en derecho concedido a la opinión y a su
libertad de expresión; en estas circunstancias la disciplina torna en razón y
la razón en mercado, última fórmula de dominio en la que las masas financiarizadas
y aduladas hasta lo histriónico siguen en su único papel: ser el sustrato del
poder lo ostente quien lo ostente.
Cuando afirmo esta relación última quiero resaltar la larvada equivalencia entre dominio y masas, o lo que es igual,
destacar el bucle de retroalimentación que lo sustenta, donde los elementos de
la reacción son perfectamente intercambiables.
-El líder ama detestando a las masas, del mismo modo que
las masas detestan amando a sus amos.
R. Luna “papeles sueltos”.
Así
pues, el sujeto tanto en el delirio elitista del poder como en la uniformidad
de la masa ilustra un ser contagiado y secuestrado que no precisa de sospechas
ni transita por reflexión arriesgada alguna, dando por buena cualquier
situación que le provea de esa excitación colectiva. Todo cuestionamiento
orbita en un conformismo tácito publicitado por los generadores de opinión
pública como libertad y derecho.
De
libertades y autenticidades mesocráticas están las democracias llenas, al igual
que de liberalismos económicos que legitiman la unción de dominio oligopolista
de esa ingeniería financiarizacionista sobre el planeta Tierra; otro
demencialismo pragmático de la codicia del capital y su apacentada corte
propagandista.
La
tesis justificativa para impugnar todo este análisis se basa en la necesidad
organizativa que tiene la sociedad conurbada; poder, dominio y organización en
estado de mezcla y desconcierto, ante lo cual tengo que admitir que es una
constante psicológica, cultural y religiosa el fenómeno de la confusión entre
organización y dominancia como esencialidad ingénita en el sujeto-ciudadano; no
obstante, una vez admitido lo obvio y señalada su innegable contemporaneidad
advierto que seguiré incidiendo a lo largo de estos apuntes en delatar incluso
de forma estentórea, la interesada confusión entre la componenda dominio-masas
y la naturaleza organizativa de la necesidad social, filfa en la que se enreda
el individuo “buscado”.
Lamento que hasta hoy no se hayan incorporado comentarios al debate abierto por Walden sobre El líder y el Jerarca (http://afinidadesanticapitalistas.blogspot.com.es/2017/01/a-prosito-del-lider-y-del-jerarca.html) siendo asunto de enorme importancia (histórica y coyuntural) para las corrientes de izquierda transformadora.
ResponderEliminarEn cualquier caso, apunto unas notas que si procede, animo a desarrollar colectivamente.
Una interesante referencia la encontré hace años en el antropólogo Marvin Harris. La ed. Alianza-cien publicó un capítulo de su estudio Nuestra especie con el título de Jefes, cabecillas y abusones, en el que destacaba que en las sociedades primitivas los “cabecillas” eran gente con una necesidad de aprobación muy fuerte y que, junto a sus cualidades (organizativas, retóricas...) se caracterizaban por hambre de ¡¡¡alabanzas!!! (en ese período de escasez e ingenuidad, ni siquiera optaban por acumulación de riquezas y afán de dominio).
El sociólogo Francis Vanoye -estudioso de los grupos y el trabajo en grupo- diferenciaba el líder institucional al que su estatus confiere una posición estable de autoridad, del líder ocasional (rotatorio y revocable) cuya funcionalidad radicaba en su capacidad de dinamizar la actividad de un colectivo en tanto que racionalizador desde la diversidad para la acción reflexionada. F. Vanoye diferenciaba los modelos de liderazgo Autoritario, Cooperativo y el tan nefasto Manipulador, el impuesto mediante persuasión y seducción.
El positivo (el cooperativo) sería a su juicio el que se ocupa en mantener la cohesión, documentar con vistas a las tareas a cubrir y evitando cualquier maniobra de “aplastamiento” de las opiniones contrarias.
En cualquier caso, la historia del socialismo revolucionario en cualquiera de sus acepciones, da sobrados ejemplos de cómo las revoluciones vienen “devorando a sus hijos”. Incluso los conatos de partidos alternativos –léase Podemos- confunden el empoderamiento de su liderazgo con el empoderamiento social y los problemas y orientación política organizativa queda en manos de los cónclaves para posterior destilación “a las bases”:
En el linaje de pensamiento anticapitalista de que procedo, referencias al fenómeno burocrático no faltan y en el caso del texto de Mandel, además de explicar sus causas propone “antídotos”:
-Alejandra Kollontai- Plataforma de la Oposición Obrera
-Rakovski- Los peligros profesionales del poder
-Trotski- Plataforma de la Oposición de Izquierda
-Mandel-La Burocracia
TEXTOS COMPLETOS EN
https://www.marxists.org/espanol
Interesantes referencias Acacio. Está claro que siempre que hay un grupo surge un líder de algún tipo, pero la relación que se establece entre líderes y las bases es lo fundamental. Si es una relación flexible, entonces es democrática. Pero Podemos sigue la estrategia de presentarse como si fuera abierto a la participación, cuando los digirigentes se encargan muy bien de cerrar cualquier posibilidad al desbordamiento desde abajo.
Eliminar¡Los Círculos al Poder!
Hago un apunte rapido para la reflexion: hay quien no quiere pensar, sino estar aborregado, ya sea bajo un lider impuesto por reglamentos o leyes o por uno idealizado.
EliminarPara este tipo de gente (que existe, hay que admitirlo), la participacion no es importante. Lo unico que importa es el enamoramiento y la guia del lider o guru.
Y esto se aplica a cualquier partido politico, asociacion o movimiento social :)
Comentario de Albert Walden.
ResponderEliminarQuiero insistir en que tanto el estatus del liderazgo como el de la jerarquía (sigo diferenciándolos)no significan una línea de conformidad que va exclusivamente de arriba a abajo, sino que representan una complementariedad que extiende sus relaciones en ambas direcciones, lo cual denota que en cualquier estrato de la sociedad el imperativo de la categorización está presente, y este es el hecho que considero fundamental.
Thorstein Veble sociólogo y economista afirma en su "Teoría de la clase ociosa" que la emulación de las clases dirigentes es después de la supervivencia el primer motor económico, una vez que aquellas dejaron de estar constituidas por élites endógamas y hereditarias.
Admitiendo este supuesto, juzgo que el deseo de emulación desde abajo lleva sobreentendida la aceptación de la estructura piramidal de la jerarquía, con todas sus virtudes y todas sus arbitrariedades.
Otro punto que me gustaría mencionar es la realidad siempre constatable de que en política en pocas ocasiones se llega a un puesto de liderazgo, ni de jerarquía por oposición o concurrencia análoga con otros, sino que suele ser una pugna de hostilidad más o menos ética; cuando no violenta.
Para no parecer tan radical admito que - hasta cierto punto - existen sistemas ordenados estructuralmente - como apunté en el artículo - donde la responsabilidad de la organización está bastante independizada de las veleidades del liderazgo, me refiero principalmente a corporaciones productivas muy tecnificadas y complejas donde el rango está sumamente pautado, sujeto a metodologías estrictas, donde incluso la punta de la pirámide tiene el poder de decisión condicionado por su correspondiente protocolo.
Pero claro, todo ello a costa de perder la capacidad de perspectiva encorsetada por alguna ultraespecialización; esto en política no es posible, ni deseable.
NI LIDERES NI JERARCAS.
ResponderEliminarPor afán de continuar la comunicación con Walden, recupero unas notas de antaño, sencillas pero quizá de interés. Corresponden al libro “Grupos inteligentes-Teoría y práctica del trabajo en equipo” que editó en 2004 la ed. Popular. Sus autores, Fernando Cembranos y José Ángel Medina, dedicaron parte de su tiempo a impartir talleres sobre el tema.
El apartado 7.2 de su libro aborda el asunto del liderazgo desde la mejor perspectiva, diferenciando -para empezar- “líder” y “liderazgo” y denunciando su identificación como producto de la tan arraigada cultura de la verticalidad.
Identificar los dos términos supone ubicar el “poder” en una sola persona y en un lugar fijo.
Por el contario, la “horizontalidad cooperativa” requiere la distinción entre ambos términos.
Descartando “líder” en la acepción autoritaria y excluyente, el “liderazgo es función colectiva” en la que todas las personas implicadas participan de hecho, aunque sea de modo desigual en la conducción de los asuntos.
Es decir que en todo grupo sano se participa colectivamente en la función de liderazgo a través de iniciativas diferenciadas pero complementarias, dialogadas y convergentes. El liderazgo colectivo es una construcción de grupo y aunque temporalmente parezca reducida a algunos de sus miembros, puede/debe ampliarse mediante la rotación en la dinamización y coordinación de tareas (un buen ejemplo fueron las primeras asambleas del 15-M). Dicho sea, siempre que busquemos la multiplicación de la eficacia colectiva en pensamiento, organización y acción.
Acaparar poder en “alguien-alguienes” empobrece al grupo y refuerza la indefensión colectiva frente al deslizamiento funcional que transforma al líder en jerarca.
Los grupos de afinidad -como el nuestro- pueden ser una buena escuela de liderazgos colectivos que, en definitiva, pueden ser la levadura de los movimientos sociales que nos interesan más, aquellos con voluntad transformadora y anticapitalista en sentido amplio, aquellos en que estamos.
Sin embargo, esa levadura forjada en el laboratorio de cualquier grupo de afinidad (o partido de nuevo tipo, horizontal y post-jacobino) no es suficiente en sí misma para lidiar con los procesos de burocratización siempre latentes en todas las estructuras “especializadas” (¿y quien no se obceca en considerase “especialista” en alguna materia?)
Quienes descarten la libertad de debate (las corrientes y tendencias) u opten por modelos centralistas frente a modelos confederales, tienen todas las papeletas para enfangarse en la generación y culto a la burocracia y en el enaltecimiento (cuasi-religioso) a líderes o lideresas… Lo que es peor deslizándose hacia la figura de “jerarcas”… ¡para hacernos la puñeta a lxs más en beneficio de lxs menos!
Bueno, ciertamente lo último apuntado (libertad de debate y estructura confederal) no es suficiente… pero sí, entiendo yo que es un mínimo necesario.
De A. Walden
ResponderEliminarQuiero plantear una cuestión que ha quedado algo descuidada.
¿Se puede desligar el peligro del sectarismo latente en el pronombre personal "nosotros" y consecuentemente "ellos", de lo que supone el líder o el liderazgo?; yo creo que no.
No cazo tu alusión (NOSOTROS-ELLOS) ni su dimensión, Amigo Walden.
ResponderEliminarya me explicarás más concretamente.
Comentario de A. Walden
ResponderEliminarUna vez solventados los problemas técnicos respondo.
Cómo parece que la excesiva sutileza o brevedad de mi comentario puede desorientar, me explicaré un poco más.
Al margen de que el artículo "A PROPÓSITO DEL LÍDER Y DEL JERARCA"
ya recoge la cuestión, aclaro que mi intención es exponer la evidente - a mi entender - relación que existe entre el discurso del liderazgo, la división que significa la pertenencia a un "nosotros" frente a un "ellos", y el peligro de su deriva hacia algún tipo de sectarismo alentado habitualmente por la demagogia necesaria en ese discurso del liderazgo; con lo cual se cierra el círculo. Es decir, que el proselitismo que arropa a todo líder que se precie se fundamenta en la inclusión de partidarios, a la vez que en la exclusión y estigmatización de críticos tenaces, opuestos contumaces, discrepantes relapsos o simplemente raritos.
Por ejemplo, me viene al pelo toda la pugna podemita precongresual.