Publicado en Viento Sur
Hace
cincuenta años no existían ni Internet ni las redes sociales pero esto no fue
obstáculo para que la rebelión política, social, cultural y generacional del 68
se expandiera como un fenómeno global. América Latina y el Caribe no estuvieron
al margen de esa gran convulsión mundial.
Las
circunstancias regionales eran muy distintas a las que vivía Asia, África o
Europa, pero todas parecían contagiarse entre sí.
En
el subcontinente americano como en Europa la izquierda de los 60 leía a los
clásicos, a Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Mao, Gramsci,
Mariátegui, pero también a contemporáneos como los vietnamitas Ho chi Minh o
Giap, al Che Guevara, y también a Régis Debray, Frank Fannon, a Louis Althuser,
Herbert Marcuse, Ernest Mandel, Pierre Frank, Livio Maitan, en busca de
análisis, interpretaciones, recetas.
Era
una búsqueda ansiosa y voraz de herramientas que permitieran definir la etapa
que se vivía, la estrategia y las tácticas a seguir para enfrentar al
omnipresente y asfixiante imperio estadounidense y las dictaduras militares
criollas lacayas.
¿Movimiento
o partido, autodefensa de las manifestaciones obreras, alianza de obreros y
estudiantes, creación de organizaciones político-militares, insurrección o
guerra de guerrillas, guerra del campo a la ciudad, revolución permanente?
Esas
eran algunas de las muchas preguntas que se preguntaba el activismo, la
militancia de izquierda, cuya vertiente más radical, clandestina y armada, fue
tomando cada vez más protagonismo a partir de la segunda mitad de la década, a
medida que la situación política y social se hizo cada vez más insostenible y
la vida parlamentaria y las libertades democráticas fueron desapareciendo
velozmente y las protestas sociales reprimidas brutalmente.
La
revolución cubana, un inesperado nuevo faro mundial
Si
la guerra revolucionaria de los vietnamitas se convirtió en un referente
mundial desde mediados de la década del 60 y la ofensiva conjunta del Tet del
Ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong sobre Vietnam del Sur lanzada a
fines de enero de 1968 representó un impresionante estímulo para las luchas de
liberación en Asia, África y América Latina, la revolución cubana triunfante
produjo nueve años antes igualmente un brusco cambio geopolítico en plena
Guerra Fría y un verdadero terremoto en América Latina y el Caribe.
La
llegada al poder de los revolucionarios cubanos en la pequeña isla caribeña a
escasas millas de Estados Unidos supuso un golpe en el tablero mundial y
trastrocó el pulso entre la URSS y EE UU.
La
gran mayoría de los PC de América Latina y el Caribe -con la excepción del de
Colombia, Guatemala y Venezuela- seguían a pie juntillas la doctrina del socialismo
en un solo país, de la revolución por etapas de la URSS y sus
directrices de luchar por la coexistencia pacífica en alianza con la burguesía
nacional.
El
propio PC cubano, que pasó a llamarse luego Partido Socialista Popular, nunca
se autocriticó de haber apoyado la dictadura de Fulgencio Batista entre 1939 y
1944, ni tampoco de haber calificado de putchista, “reflejo de una
pequeña burguesía sin principios y comprometida con el bandolerismo”, el asalto
al Moncada de 1953 de Fidel Castro y sus compañeros.
Solo
en 1958, pocos meses antes del triunfo de la revolución cubana, el PSP autorizó
a sus militantes a integrarse individualmente al Movimiento 26 de Julio, pero
aún así y durante muchos años desde entonces, los estalinistas cubanos trataron
de moderar el curso de la revolución.
El
antagonismo de posiciones era evidente, los jóvenes revolucionarios cubanos
habían derrocado la tiranía pro imperialista de Fulgencio Batista siguiendo una
estrategia totalmente opuesta a la que pregonaba la URSS y los PC
latinoamericanos fieles: la habían tirado abajo por medio de las armas.
Jean
Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Alan Ginsbergh, Graham Greene
y cientos de intelectuales de todo el mundo, sociólogos, filósofos, escritores,
periodistas, cineastas, fundamentalmente europeos y latinoamericanos, acudían a
La Habana atraídos por ese nuevo faro antiimperialista a discutir con los
revolucionarios cubanos sobre el camino a seguir a nivel económico, social, el
modelo de sociedad, el hombre nuevo preconizado por el Che, el contexto
regional y mundial.
Durante
1963-1964 tuvo lugar en Cuba un histórico debate sobre las soluciones
económicas para la isla de gran importancia en el que participó el Che Guevara,
junto a Ernest Mandel, Charles Bettelheim, Miguel Cossó, Alexis Codina, Joaquín
Infante Ugarte, Alberto Mora, Luis Álvarez Rom, Mario Rodríguez Escalona y
Marcelo Fernández Font, cuyo contenido, con nuevas aportaciones -incluso una de
Fidel- fue publicado en La Habana en 2003.
En
su libro Y Dios entró en La Habana, de 1998, Manuel Vázquez Montalbán
recordaba: “En 1961 la Revolución cubana estaba mimada por la inteligencia de
izquierdas del mundo y La Habana como el Moscú de 1920, fue la Meca de todos
los violadores de códigos del mundo, que buscaban en Cuba a un nuevo destinatario
social capaz de entender lo nuevo”.
Aquel
idilio entre Cuba y los más comprometidos intelectuales europeos y
latinoamericanos de ese momento sufriría una gran fractura al estallar en 1971
el caso Padilla, de la que ya nunca se recuperaría. La revolución perdió
mucho con su extrema intolerancia ante la más mínima crítica que se formulara
dentro de sus propias filas, así como la persecución desatada contra los
homosexuales. En ese mismo año el Congreso Nacional de Arte y Educación
calificó la homosexualidad como “una desviación incompatible con la
revolución”. Esas y otras medidas alejaron de La Habana a mucha gente valiosa,
medidas de las que solo muy tímida y parcialmente se autocriticaría el Estado
mucho tiempo después.
Aquellos
años 60 de cambio y esperanza en la región coincidieron con la década del boom
literario latinoamericano, con las obras de comprometidos autores como Gabriel
García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Julio Cortázar, Mario
Benedetti, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier,
Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y tantos otros.
El
politizado cine latinoamericano vivía también su momento de auge.
El
llamado Nuevo Cine Latinoamericano produjo valiosas películas, cortos y
documentales; Revolución, La Sangre del cóndor o El enemigo
principal, del boliviano Jorge Sanjinés; La hora de los hornos de
los argentinos Fernando Pino Solanas y Octavio Getino; Dios y el
diablo en la tierra del sol, del brasileño Gaubrer Rocha; Liber Arce
y Me gustan los estudiantes, del uruguayo Mario Handler; El chacal de
Nahueltoro, del chileno Miguel Littin.
Era
un cine comprometido que se difundía en circuitos alternativos, con copias que
se veían en muchos sótanos y casas particulares, en la clandestinidad, y del
que se hacían eco festivales europeos.
Ese
entonces llamado cine político rechazaba el mero espectáculo ofrecido
por Hollywood y se reconocía en el cine de Eisenstein o Vertov pero también en
el neorrealismo italiano de Visconti, Fellini, De Sica, Rosellini, De Santis, o
en la Nouvelle Vague de Godard, Truffaut, Chabrol, Melville, Rohmer, Resnais, o
en Bergmann.
El
rebelde patio trasero de EEUU
Desde
aquel enero de 1959 hasta el 68 la región ya había experimentado un gran
cambio, se había convertido en un verdadero polvorín.
Los
golpes de Estado militares fueron desde inicios del siglo XX una tradición
en la zona, una interrupción violenta y constante de todos aquellos procesos
democráticos que se atrevieron a perfilar planes reformistas que afectaran los
intereses de las oligarquías criollas.
La
mayoría de esos golpes estuvo bendecido cuando no instigado directamente por
Estados Unidos, y apoyado en decenas de ocasiones por ataques de su flota naval
-las famosas cañoneras- e invasiones terrestres de sus marines.
Ya
en 1823 la Doctrina Monroe advirtió a los imperios europeos que América Latina
y el Caribe eran zona de influencia de EE UU, y en 1846 el imperio
naciente lanzaba contra México su primera guerra de rapiña en la región,
terminando por arrebatar a ese país buena parte de su territorio original.
Fue
la zona del mundo donde más intervenciones militares realizó EE UU desde poco
después de convertirse en nación independiente.
La
Guerra Fría hizo que EE UU intensificara aún más su actitud injerencista en lo
que siempre reclamó como su patio trasero pero aún así no pudo impedir
el triunfo de la revolución cubana en sus propias narices.
Poco
después de la llegada al poder de los barbudos, Eisenhower ordenaba a la
CIA preparar una amplia operación encubierta para derrocar al flamante gobierno
revolucionario, a pesar de que el propio Fidel Castro decía públicamente en
1959 ante las cámaras de todo el mundo: “We are not communists”.
La
CIA entrenó en Miami y en Guatemala a opositores y ex militares de Batista
organizándolos en la Brigada 2506. John F. Kennedy continuó con los
planes desestabilizadores al llegar a la Casa Blanca el 20 de enero de 1961.
Menos
de tres meses después la Brigada 2506 atacaba con ocho aviones
aeropuertos militares cubanos y la ONU hacía caso omiso a las denuncias de Cuba
ante la Asamblea General.
Fue
el 16 de abril, al día siguiente del ataque, cuando un enfurecido Fidel Castro
declaró por primera vez públicamente el carácter socialista y marxista
leninista de la revolución.
Solo
un día después se iniciaba la invasión de Cuba, en Playa Girón y Playa Larga,
con 1300 mercenarios de la Brigada 2506, escoltados por varios barcos y
siete aviones estadounidenses B26.
El
objetivo era crear una cabeza de playa donde constituir rápidamente un gobierno
provisional al que inmediatamente pudiera reconocer EE UU y sus aliados.
El
plan fracasó y tras tres días de intensos combates, las recién constituidas
Fuerzas Armadas Revolucionarias, apoyadas por miles de milicianos, lograron
derrotar a los invasores y capturar a más de 1100 de ellos.
Aquellos
hechos conmocionaron al mundo y precedieron a la crisis de los misiles
que se desataría en octubre de 1962, poniendo al mundo al borde de la III
Guerra Mundial.
Aviones
espía de la CIA descubrieron que la URSS había instalado poderosos misiles en
Cuba apuntando a Estados Unidos. Tras diez días de extrema tensión mundial la
crisis se resolvió con la retirada de los misiles por parte de Moscú, en unas
negociaciones exclusivamente bilaterales entre la URSS y EE UU que La Habana
siempre criticó a Krushov por haber sido marginada.
John
Kennedy decidió implantar un férreo bloqueo a la isla para intentarla asfixiar
económicamente, penalizando a todos los países que osaran comerciar y
aprovisionar de cualquier producto a la isla.
Nada
fue igual en la región a partir de esos acontecimientos. La llamada Doctrina
de la Seguridad Nacional de Estados Unidos veía en cualquier movimiento
social un potencial enemigo, un elemento subversivo, y por ello justificaba que
los militares de la región impusieran su peso en las instituciones públicas.
Esta
doctrina se cristalizó en una oleada de golpes militares de nuevo tipo en
América Latina y el Caribe. En aras de la salvación nacional frente a un
enemigo externo, el comunismo, la subversión, los militares
pasaron a controlar en muchos países nuevas áreas, la economía, la política
exterior o la cultura, imponiendo rectores militares en las universidades y
censores en los medios de comunicación.
Ese
mismo año 1962 la CIA preparó un golpe contra el presidente ecuatoriano, el
reformista Velazco Ibarra, por mantener excelentes relaciones con el nuevo
gobierno cubano.
A
partir de ese momento los planes de contrainsurgencia se ampliaron más y más.
Estados
Unidos redobló a partir de los años 60 los planes de adiestramiento militar,
contrainsurgencia y formación para la tortura en la Escuela de las Américas
(SOA en inglés) situada hasta 1984 en la zona del Canal de Panamá, por la que
pasaron 61 000 alumnos, entre ellos muchos de los oficiales que después
encabezarían golpes de Estado en distintos países.
En
1962 se sucedieron golpes de Estado en El Salvador y en Perú, seguidos en 1963
por otro golpe en Honduras y en 1964 en Brasil contra el presidente Joao
Goulart, que se atrevió a anunciar una profunda reforma agraria y la
nacionalización del petróleo.
En
1965 Estados Unidos invadió República Dominicana con miles de marines para
impedir que se restaurara en el poder al progresista presidente Juan Bosch,
derrocado en un golpe de Estado.
En
1966 tuvo lugar también un nuevo golpe de Estado militar en Argentina
encabezado por el general Onganía, que derrocó al legítimo presidente Illia e
instauró una dictadura durante siete años.
La
intervención militar de la Universidad, con su punto más álgido en aquella Noche
de los Bastones Largos, cuando el ejército entró violentamente en la
Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires golpeando con sus porras,
destruyendo laboratorios y arrasándolo todo a su paso, acabó con la Reforma
Universitaria que establecía un gobierno autónomo tripartito entre profesores,
estudiantes y graduados.
La
dictadura provocó la partida al exilio en el extranjero de miles de profesores
y alumnos y obligó al paso a la clandestinidad de muchos activistas y
militantes.
Ese
mismo año Washington envió miles de boinas verdes a Guatemala para
aniquilar focos guerrilleros y en 1967 desató en Bolivia una amplia operación
para perseguir a la guerrilla que comandaba el Che Guevara al descubrir su
presencia la CIA.
Tras
negarle su apoyo el PC boliviano, la guerrilla del Che quedó aislada y sucumbió
al férreo cerco del Ejército apoyado por boinas verdes estadounidenses y
agentes de la CIA.
La
muerte del Che el 8 de octubre de 1967 supuso un duro golpe para la revolución
no solo en Bolivia sino en toda América Latina y el Caribe. Cuba decretó en su
memoria 1968 como Año del Guerrillero Heroico. La UNESCO declaró por su
parte 1968 Año Internacional de los Derechos humanos’.
La
edición masiva de El Diario del Che en Bolivia trascendió las fronteras
cubanas, provocó una verdadera conmoción. La famosa foto del Che que le hizo
Korda fue convertida en cartel con fondo rojo por el artista irlandés de
izquierda Jim Fitzpatrick, pasando a ser un símbolo presente tanto en el Mayo
del 68 francés como en América Latina y en todo el mundo.
Tensión
entre Cuba y la URSS
A
pesar de que el gobierno de Fidel Castro por su propia subsistencia había
pasado a ser cada vez más dependiente económica y militarmente de la URSS y de
los países del Pacto de Varsovia y del COMECON, mantuvo en muchas ocasiones
posiciones propias en política exterior que le llevaron a no pocas fricciones
con Moscú.
La
activa participación de las tropas cubanas en África; su apoyo a numerosas
guerrillas latinoamericanas críticas con los PC locales, y su gran protagonismo
en el Movimiento de No Alineados, provocó numerosas contradicciones entre los
gobiernos de La Habana y Moscú.
Conocidas
son las críticas del Che a la URSS sobre economía, sobre la burocracia, o su
crítica por comprar a Cuba su azúcar a precio de mercado y venderle cara la
tecnología soviética.
En
su carta a la Tricontinental de 1967, pocos meses antes de morir, el Che, tras
denunciar al imperialismo y abogar por “crear dos, tres, muchos Vietnam”, decía
cosas como esta sobre el papel de China y la URSS en el conflicto: “También son
culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam
parte inviolable del territorio socialista”.
Muchas
veces se ha criticado a Cuba por haber apoyado -tras fuerte discusión interna- la
invasión soviética de Checoslovaquia en ese 1968, pero menos quieren recordar
los nostálgicos del estalinismo que en ese mismo discurso de Fidel del 23 de
agosto en el que anunció ese apoyo, también dijo cosas como esta: “¿Serán
enviadas también las divisiones del Pacto de Varsovia a Vietnam si los
imperialistas acrecientan su agresión y el pueblo vietnamita solicita su ayuda?
¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a Cuba si los imperialistas
yankis atacan a Cuba?
La
tensión entre Cuba y la URSS fue máxima aquel 1968. En enero la URSS había
reducido su suministro de petróleo a la isla en una evidente muestra de su
desacuerdo y presión por el cariz independiente en política exterior que
pretendía mantener La Habana, que chocaba frontalmente con la postura soviética
de coexistencia pacífica.
Poco
después y ante el Comité Central del PCC Fidel Castro denunció con dureza la
acción de la llamada Microfracción prosoviética surgida en su seno y
liderada por Aníbal Escalante , sumamente crítica con el gobierno
revolucionario cubano, al que seguía llamando pequeño burgués y contra
el que conspiraba.
Toda
esa polémica era seguida de cerca por la izquierda latinoamericana. En varios
PC de la región se produjeron escisiones que terminaron convergiendo con otras
fuerzas de izquierda en la formación de nuevas organizaciones
político-militares.
La
militarización cada vez mayor en los países latinoamericanos y la brutal
represión a los movimientos sociales hicieron que las organizaciones armadas se
convirtieran en los principales protagonistas de la oposición radical a los
regímenes autoritarios y militares, movilizando a miles y miles de jóvenes.
La
capacidad de movilización del Movimiento por los Derechos Civiles liderado por
Luther King -Premio Nobel 1964 asesinado el 4 de abril de 1968- ; el auge del
Black Panther Party -que llegó a tener miles de militantes radicales en 43
Estados-; el Mayo francés y las revueltas en cada vez más países, extendieron
la idea de que una revolución mundial estaba en marcha y que la victoria era
posible.
II
Paradójicamente,
mientras buena parte de América Latina vivía desde mediados de los 60 bajo la
bota militar, México era considerado todavía un país relativamente estable
políticamente, junto a Costa Rica y Chile.
Gobernado
por el populista, corrupto y cada vez más autoritario Partido Revolucionario
Institucional (PRI) desde 1929, ya antes de Tlatelolco el Estado había
comenzado a reprimir brutalmente protestas de los trabajadores ferroviarios y
asesinado a líderes agrarios, dejando claro que no aceptaría que nadie alterara
sus propias reglas de juego. El PRI se mantuvo en el poder 71 años continuados.
México,
la matanza de Tlatelolco
Los
primeros incidentes graves de 1968 empezaron con una provocación, ataques de
pandillas de delincuentes a grupos de estudiantes universitarios, que dieron
lugar a una represión generalizada por parte de los temidos antidisturbios, el
Cuerpo de Granaderos, y a la detención de numerosos estudiantes.
La
injustificada acción provocó una respuesta masiva de los estudiantes que se
lanzaron a la calle y las manifestaciones se hicieron cada vez más
multitudinarias y radicales. Nunca antes una convocatoria espontánea como
aquella adquiría tal magnitud.
La
burocracia política y sindical lo controlaba todo.
Los
sindicatos oficialistas, el Congreso del Trabajo, la CTM y la CROM, emitieron
comunicados a favor del Gobierno y llegaron a ofrecerse para organizar grupos
de choque contra los estudiantes.
El
30 de julio de aquel año la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, la más
poderosa de América Latina, fue asaltada por el Ejército, deteniendo ese día y
los siguientes a miles de estudiantes.
Estimulados
por el clima general de movilizaciones estudiantiles en varios países
latinoamericanos en ese momento, en El Salvador, Colombia, Brasil, Argentina,
los enfrentamientos de miles de estudiantes de la Universidad de Lovaina con la
policía en enero, la batalla campal de policías y estudiantes en Roma y Milán
en marzo, y el sorpresivo e impresionante Mayo francés, al que seguirían
protestas en otros países, los estudiantes mexicanos pasaron a cuestionar
completamente el sistema de su país.
El
Consejo Nacional de Huelga reclamó la liberación de los detenidos, la
sustitución de todos los oficiales participantes en la represión, la supresión
del Cuerpo de Granaderos y reformas del Código Penal. El 31 de julio los
estudiantes ocuparon la Universidad de Tabasco y días después ya fueron 300.000
los que se manifestaron en el Zócalo.
El
18 de septiembre miles de soldados, apoyados por carros blindados, tomaron por
asalto de forma simultánea varias facultades que permanecían ocupadas desde
hacía meses, dando muerte a 18 estudiantes desarmados. La violencia se
generalizó, los detenidos se contaban por miles.
Pocos
días después, a las siete de la tarde de ese fatídico 2 de octubre de 1968
nuevamente miles de estudiantes se dieron cita para protestar en la Plaza de
las Tres Culturas -conocida como Tlatelolco por estar situada allí la
iglesia de Santiago de Tlatelolco- y poco después de empezar a hablar el primer
orador comenzó sorpresivamente el fuego graneado de los fusiles y
ametralladoras semipesadas de cientos de soldados y miembros del Cuerpo de
Granaderos apostados en los cuatro accesos de la plaza.
Fue
una ratonera. Según el parte posterior del Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, las
fuerzas de seguridad habían sido “atacadas por estudiantes con armas de fuego”
-hubo solo un militar herido, y por fuego amigo- y en su represión
cayeron muertos 20 estudiantes, otros 75 resultaron heridos, y 400 fueron
detenidos.
Según
The Guardian sin embargo fueron 325 los muertos, cifra que el Consejo
Nacional de Huelga elevó a 500.
El
gobierno mexicano logró opacar mediáticamente en cierta medida esa matanza con
los fastos con los que solo diez días después inauguró los XIX Juegos Olímpicos
en el Estadio México 68.
Aún
así los propios Juegos no estuvieron exentos de protestas.
Los
deportistas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos subieron al podio tras
ganar el oro y el bronce respectivamente de la carrera olímpica de 200 metros
llanos, y cuando sonaron las primeras estrofas del himno nacional de Estados
Unidos levantaron su puño enfundado en guantes negros y la cabeza baja en señal
de duelo y a su vez símbolo de los Black Panther. Ambos fueron expulsados
de los Juegos Olímpicos y vieron arruinadas sus carreras deportivas. Pero su
gesto, recogido por las cámaras de todo el mundo, al que siguió días después el
de varios otros deportistas afroamericanos, luciendo boinas o calcetines
negros, tuvo un gran valor político y mediático.
La
impotencia que quedó en el movimiento estudiantil y en las fuerzas de izquierda
tras la matanza de Tlatelolco y las miles de detenciones, dio lugar a un
auge de las opciones armadas, entre las que destacaron las guerrillas rurales
del Partido de los Pobres, de Lucio Cabañas, y la de la Asociación Cívica
Nacional Revolucionaria, liderada por Genaro Vázquez.
Fueron
precedentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que irrumpiría
en escena públicamente muchos años después, el 1 de enero de 1994.
Las
puebladas de Argentina, el Rosariazo’ y el Cordobazo
En
Argentina, como en varios otros países de la región, también los estudiantes
jugaron un papel protagónico -compartiendo en muchas ocasiones las calles con
los obreros- en las manifestaciones contra la dictadura militar de Onganía,
instalada desde 1966.
Las
protestas populares contra la dictadura fueron creciendo durante 1968, aunque
fue un año más tarde, en 1969, cuando terminaron estallando violentamente.
Durante
ese año -y hasta 1972- tuvieron lugar 19 puebladas, levantamientos
populares locales, y en mayo de 1969 fue cuando las protestas callejeras por
demandas salariales de obreros de vanguardia de la industria automotriz de la
ciudad de Córdoba pertenecientes a la corriente clasista y enfrentada a la
mafiosa burocracia sindical peronista, coincidió con las masivas
manifestaciones de los estudiantes de la Universidad Nacional del Nordeste en
la ciudad de Corrientes.
En
esa protesta estudiantil murió un joven estudiante por disparos policiales.
Allí
se desató el Rosariazo. Miles de estudiantes de la Universidad Nacional
de Rosario salieron en masa también a la calle, y se produjo un segundo muerto,
otro estudiante alcanzado por disparos policiales. Tiraban a matar.
Las
refriegas con la policía duraron tres días y en ellas murió un tercer
estudiante, tras lo cual los estudiantes de Córdoba estallaron también,
salieron a la calle en solidaridad con ellos y con los trabajadores cordobeses
del combativo SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor).
En los choques callejeros con la policía murió el primer estudiante cordobés y
con ello se desató el Cordobazo.
La
batalla generalizada en la ciudad, con barricadas e incendios en los que
lucharon codo a codo estudiantes y obreros, fue sofocada a sangre y fuego,
provocando cerca de 30 muertos, numerosos heridos y centenares de presos.
En
septiembre de ese año fueron los ferroviarios los que protagonizaron una
violenta huelga y ese mismo mes se produjo un segundo Rosariazo.
Se
generalizan los grupos guerrilleros
A
pesar de que en Argentina ya había precedentes de grupos guerrilleros desde
1959 en zonas rurales del norte del país -los Uturuncos, peronistas, y el
Ejército Guerrillero del Pueblo, integrado por argentinos y cubanos que seguían
un plan diseñado por el propio Che-, es entre 1967 y 1970 cuando se produce una
verdadera explosión de nuevos grupos decididos a enfrentar a la dictadura
militar con las armas en la mano.
En
1967 nace el FAL (Frente Argentino de Liberación); en 1968 las Fuerzas Armadas
Peronistas (FAP), y en 1969, al calor de las movilizaciones de obreros y
estudiantes y la brutal represión aparecen las Fuerzas Armadas Revolucionarias
(FAR).
En
1970 surgen Montoneros (izquierda peronista), y el PRT-ERP, marxista y
originalmente trotskista aunque termina renegando del trotskismo, dando lugar a
escisiones como el Grupo Obrero Revolucionario, la Fracción Roja o ERP-22 de
Agosto.
En
Montoneros y PRT-ERP se integrarían posteriormente varios de los grupos armados
existentes, pasando a ser los dos principales referentes en el campo de la
lucha armada antigubernamental.
Todas
estas organizaciones terminaron aniquiladas en la segunda mitad de la década
del 70, durante el genocidio que llevaría a cabo una nueva dictadura militar a
partir de 1976 y hasta 1983, la encabezada por el general Videla.
Si
tanto en México como en Argentina tomaron auge los grupos armados tras la
impotencia de la izquierda frente a la brutal represión de las protestas
sociales y el generalizado recorte de libertades, el proceso no fue diferente
en el resto de la región.
El
primer -y único- congreso de la OLAS (Organización Latinoamericano de
Solidaridad) que tuvo lugar en La Habana en agosto de 1967 ya había evidenciado
la tendencia predominante que seguía la izquierda en esos años 60 posteriores
al triunfo de la revolución cubana.
En
1964 habían nacido las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), como
respuesta a los bombardeos aéreos ordenados por el gobierno del conservador
León Valencia contra las rebeldes repúblicas independientes campesinas y
sus milicias armadas, en los que murieron miles de campesinos. Uno de aquellos
dirigentes campesinos era Manuel Marulanda, que luego se convertiría en líder
máximo de las FARC.
El
ELN (Ejército de Liberación Nacional) y el EPL (Ejército Popular de
Liberación), ambos también de Colombia, comenzaron a operar en 1965. En Uruguay
se desarrolló el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros; en Venezuela el
ELN y las FALN; en Ecuador el MIR, en Brasil el MR-26, Ala Roja, el MR-8, el
ALN, el MAR y el PRT; en Chile el MIR y el VOP; en Bolivia el ELN del Che; en
Nicaragua el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN); en Guatemala las
FAR, el PGT y ORPA; en El Salvador las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo
Martí (FPL) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y otras numerosas
organizaciones armadas que surgirían durante la década de los 70 y parte de los
80 aún.
Los
sacerdotes de la Teología de la Liberación
Es
también durante el año 1968 cuando aparecen los primeros textos de lo que
pasaría a llamarse la Teología de la Liberación, resultante de las puertas que
abrió el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965); del surgimiento de las
Comunidades Eclesiales de Base y de la Conferencia de Medellín (1968).
Todos
estos acontecimientos eran reflejo de esa nueva fuerte corriente que irrumpió
en el seno de la Iglesia católica apostando por los pobres y su liberación de
la opresión económica y social. Pretendía dar respuesta a los problemas reales
de la sociedad, priorizando estas a los abstractos temas teórico filosóficos
tradicionales.
En
1968 Nelson Rockefeller, vicepresidente de EE UU durante el Gobierno de Richard
Nixon, hizo una amplia gira por América Latina para valorar el estado de las
relaciones de los países latinoamericanos con su país, y en el conocido como Informe
Rockefeller que presentó en 1969 recomendó muy especialmente estar alertas
frente al proceso que se vivía en el seno de la Iglesia católica: “En verdad, la
Iglesia puede estar en una posición algo semejante a la de los jóvenes, con un
profundo idealismo, pero como resultado de ello, en algunos casos, vulnerable a
la penetración subversiva, pronta a llevar a cabo una revolución”.
Rockefeller
sostenía que a pesar de que “en el pasado los militares y la Iglesia han
defendido codo con codo los valores conservadores” eso había cambiado y que ya
solo se podía confiar en los militares.
Dos
años antes de su viaje había muerto en combate contra el Ejército colombiano el
sociólogo y sacerdote Camilo Torres, el cura guerrillero, un hecho que
conmocionó a la sociedad y a la Iglesia, pero que no sería el único caso.
Otros
tres sacerdotes, los tres aragoneses, decidieron seguir sus pasos.
Se
enrolaron en las filas del ELN en 1969. Eran Domingo Laín, Manuel Pérez y José
Antonio Jiménez. Pérez llegó a ser el comandante del ELN durante 15 años y
mantuvo una relación dentro de la guerrilla con una monja combatiente, Mónica,
con la que tuvo al menos una hija.
Un
documental, Liberación
o Muerte, recoge sus historias,
Todos
ellos formaban parte del grupo Golconda creado por los curas rojos
en Colombia.
En
1967 tuvo lugar el encuentro de Obispos del Tercer Mundo, en el cual obispos
como los brasileños Heber Cámara o Monseñor Fragoso escandalizaron con sus
posturas al clero más conservador. Fragoso llegó a decir: “No tengamos miedo de
ser llamados subversivos si nuestra conciencia nos dice que estamos tratando de
subvertir un desorden moral que está ahí”.
Esa
corriente se confirmaría en 1968 durante la celebración de la Segunda
Conferencia del Episcopado Latinomericano que tuvo lugar en Medellín, mientras,
con su otra cara, la Iglesia católica daba a conocer la encíclica Humanae
Vitae con la que Pablo VI demonizaba el aborto y la píldora anticonceptiva
que ya usaban desde hacía años millones de mujeres latinoamericanas .
Dos
corrientes internas antagónicas coexistían en la Iglesia católica en aquellos
años 60 y 70.
Las
Conferencias Episcopales de algunos países, como Canadá o Suecia, criticaron la
posición de la Curia romana.
Todavía
en el grupo Golconda creado por los curas rojos en Colombia había
muchos sacerdotes en los 80. El espionaje militar identificó con nombre y apellidos
a al menos otros diez sacerdotes españoles y 19 colombianos integrados
supuestamente en la guerrilla, lista que fue reproducida por El País y
otros medios españoles en octubre de 1989.
En
Guatemala moriría también en 1979 el sacerdote español Gaspar García Laviana,
combatiendo en las filas del FSLN contra la dictadura de Anastasio Somoza.
Fueron
muchos los curas rojos asesinados por identificarse con la iglesia de
los pobres, entre ellos el arzobispo salvadoreño Óscar Romero, en 1980, o
los cinco jesuitas españoles y un salvadoreño asesinados en El Salvador en
1989.
En
1984 el cardenal Joseph Ratzinger, al frente en ese momento de la Congregación
para la Doctrina de la Fe -heredera de la Inquisición-, decía en un documento
sobre aquellos años de auge de la Teología de la Liberación de los 60 y 70 y
parte de los 80: “Fueron el marxismo y el neomarxismo las doctrinas que
sirvieron a los nuevos teólogos para sustituir el magisterio eclesiástico por
una nueva interpretación del evangelio”.
El
hombre que persiguió más tenazmente a los sacerdotes obreros, a los curas
rojos, se convertiría 21 años después, en 2005, en Benedicto XVI, el nuevo
papa.
La
dura derrota que las dictaduras militares lograron infligir a esa izquierda
radical de los 60, 70 y parte de los 80 dejó profundas secuelas en la región.
El movimiento de la Teología de la Liberación también sufriría un gran declive.
A
la represión de las dictaduras locales sufrida por los religiosos que se
unieron a esa corriente se sumó la contraofensiva de los sectores más
conservadores de la Iglesia católica por un lado y la expansión generalizada de
las iglesias ultraconservadoras evangélicas por otro.
Es
difícil encontrar un claro hilo conductor entre aquella rebeldía, aquellas
izquierdas radicales anticapitalistas de los 60 y 70 y parte de los 80 a la ola
que desde fines de los años 90 y por más de una década llevó al poder a
gobiernos progresistas en buena parte de los países de América Latina y el
Caribe.
Sin
embargo, su influencia parece innegable, y parte de esa generación se integró
en los nuevos movimientos sociales y políticos años después.
De
hecho, José Mújica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, fue miembro del
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en los años 60 y 70 y pasó 15 años
en la cárcel; Dilma Roussef, presidenta de Brasil entre 2011 y 2016, fue
miembro de COLINA y VAR Palmares, organizaciones armadas referentes de la
izquierda brasileña y estuvo tres años en prisión; Álvaro García Linera,
vicepresidente de Bolivia desde 2006, fue cofundador en los 80 del Ejercito
Guerrillero Tupak Katari; Daniel Ortega fue en los años 70 y 80 líder máximo
líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional; Salvador Sánchez Cerán,
presidente de El Salvador, perteneció en los 70 y 80 a las Fuerzas Populares de
Liberación Farabundo Martí (FPL); Raúl Castro, presidente de Cuba, también
tiene un pasado guerrillero, como lo tenía su hermano Fidel.
Esos
son hechos que dan por tierra con esa idea que muchos pensadores neoliberales
han intentado transmitir de que aquella rebelión global del 68 fue solo un
iracundo brote juvenil, pasajero e irrepetible.
A
pesar de los reflujos y los cambios en estos cincuenta años transcurridos ha
habido también flujos, y ese espíritu del 68 se reconoció en el 15-M; en
el Occupy Wall Street; como es reconocible igualmente en el Black
Lives Matter, en el Me Too y en tantos otros movimientos sociales
radicales, feministas, anticapitalistas, que cuestionan de arriba a abajo el
sistema.
(Roberto
Montoya, periodista y
escritor, es miembro del Consejo Asesor de viento sur).
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