(Manuel Corbera
Millán- Miembro de
Pasaje Seguro Cantabria y de LIBRES -Asamblea Cántabra
por las Libertades y contra la Represión)
Cuando
el 18 de marzo se firmó el tratado de la Unión Europea con Turquía, que
externalizaba el "problema" europeo de los refugiados al país
eurasiático, fuimos muchos los que denunciamos que se trataba de una política
cobarde, vergonzosa e irresponsable, que eludía las obligaciones que la UE tenía
con la comunidad internacional, que se saltaba su propia legalidad y todos los
compromisos adquiridos a nivel mundial: la Carta Europea de Derechos
Fundamentales, la Convención de Ginebra, el Convenio Europeo de Derechos
Humanos y se infringe el artículo 14 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. Nos uníamos en esa denuncia a voces de gran peso, como ACNUR,
la ONU o Amnistía Internacional. Nada de eso les importó. Por 6.000 millones de
euros, la liberación de los visados a los ciudadanos turcos y algunas promesas
sobre la aceleración de las negociaciones para su incorporación a la UE, Turquía controlaría la afluencia de emigrantes
desde sus fronteras y recibiría repatriados a todas las personas que
consiguiesen pasar. El argumento central fue que Turquía era "un tercer
país seguro".
Sin
embargo, ya estaba claro entonces, para cualquiera que quisiera verlo, que Turquía no era un país seguro. Para empezar
no cumplía los estándares mínimos
que deberían haber sido exigidos: nunca subscribió el Protocolo I de la
Convención de Ginebra, que se refiere precisamente a la protección de víctimas de conflictos internacionales
armados, y no aplicaba la legislación internacional en materia de estatuto del
refugiado. De ahí que su generosidad en la acogida (en torno a los tres
millones) no se correspondía con las garantías de derechos (humanos y civiles)
de las personas recibidas. La mayor parte quedaban a su suerte, debiendo
procurarse su subsistencia en condiciones penosas, que no excluía la
explotación infantil de cuyo trabajo dependen a veces familias enteras (como
denunció Amnistía Internacional en abril). Todo eso se sabía y se sabe; pero qué importancia
podía tener entonces, en una situación "tan apremiante" como la que
se representaba la UE ante la "crisis migratoria"; para eso se les
pagaba esa elevada suma; era más fácil confiar en que la empleasen bien y
cumpliesen sus promesas de introducir algunas reformas en su legislación que asumir sus propias responsabilidades; lo esencial es
que liberasen la presión de sus fronteras, aunque ello supusiera mirar para
otro lado.
Los
efectos de la firma del tratado se dejaron notar casi de forma inmediata en lo
que se refiere a la afluencia de refugiados, que pasaron de miles de personas
al día a menos de 50. Turquía cumplió bien su compromiso en lo que se refiere a
la vigilancia de salidas, que complementó con restricciones de acogida y con la
repatriación de sirios (difícil de calcular pero acreditada por cientos, según
documento de John Dalhuisen director para Europa y Asía Central de Amnistía Internacional). Menos éxito
tuvieron las devoluciones desde Grecia. En Lesbos, Chios y otras islas próximas a Turquía esperan aún hoy este destino
unas 8.500 personas. Por ahora han sido devueltos menos de 500 y ninguna desde
junio. Debemos agradecer esta lentitud tanto a dificultades organizativas como
al papel de los jueces que han paralizado numerosas "órdenes de
traslado" dando la razón a los abogados de las organizaciones civiles que
están interviniendo y que argumentan, fundamentalmente, las condiciones de
inseguridad de Turquía.
El
golpe del 15 de julio y, sobre todo las medidas represivas que ha impuesto
Erdogán como reacción, convierten esa
condición de inseguridad en indiscutible. La represión ha sido fulminante: el
día 18 de julio había ya 8.660 detenidos (6.000 militares, 100 policías, 755
jueces y fiscales y 650 civiles), casi 50.000 destituidos (unos 36.000
profesores, más de 1.500 decanos de facultades, más
de 2.700 jueces y casi 10.000 funcionarios de distintos cuerpos); medidas
excepcionales como la prohibición de viajar
alextranjero, suspensión de vacaciones de funcionarios,
retirada de licencia a 24 medios de comunicación, y la posibilidad de
restauración de la pena de muerte. Además, desde el 21 de julio se instauró el
estado de emergencia, que entre otras cosas supone: la ampliación de poderes
del ejecutivo; la posibilidad de prohibición de cualquier periódico, revista o
libro por los gobernadores provinciales nombrados por el gobierno central; la
restricción del derecho de reunión y manifestación; autorización a disparar a
las fuerzas de seguridad en caso de no ser obedecidas, y ampliación del tiempo
en que se puede estar detenido sin comparecer ante el juez. El estado de
emergencia, que en principio se prevé para
tres meses, podría ser ampliado otros cuatro o sine
die en caso de que el ejecutivo considere que el
peligro continúa.
Tras
conocerse la noticia del golpe la UE se apresuró a condenarlo y mantuvo cierto
silencio ante las primeras reacciones represivas. Su preocupación por el futuro
del tratado se manifestó enseguida. El 18 de julio, en plena orgía represiva,
Margaritas Schinas portavoz de la Comisión pedía públicamente a Turquía que cumpliese con todos los
compromisos adquiridos en el tratado. Y el 2 de agosto la portavoz del
ejecutivo comunitario Mina Andrea, cuando se le preguntó si se contemplaba un
plan B en caso de que dicho tratado se rompiese, respondió aún sin un resquicio
de duda que sólo se tenía un plan A, es decir, el cumplimiento del tratado, y lo
justificaba con estas increíbles palabras: "El marco legal turco sobre
protección internacional y las garantías dadas por las autoridades turcas en
relación al trato de nacionales sirios y no sirios retornados de Grecia a
Turquía todavía pueden considerarse protección suficiente. Por ahora la
Comisión no tiene ninguna indicación de que sea lo contrario y por tanto
Turquía todavía puede considerarse como tercer país seguro".
La
Comisión Europea -no puede entenderse de otro modo- quiere seguir creyendo que
se puede mantener el tratado. Conoce, sin embargo, el peligro de ruptura,
expresado por el propio Juncker después de que el Ministro de Asuntos
Exteriores turco y el propio Erdogán amenazaran con romperlo si la UE no
eliminaba ya el visado para los ciudadanos turcos (cuyo plazo al parecer se
cumplía en junio). Un peligro que no hace sino aumentar con el incremento de la
tensión que ha generado la posible reintroducción de la pena de muerte en el
país euroasiático. La UE, con Merkel a la cabeza, parece haberse plantado en
este asunto, y reivindica ya de paso –de la mano del
amigo americano, que acudió a la reunión de la Comisión Europea para exigirlo- la
recuperación de la democracia en Turquía. Todo parece formar parte de la
representación de un nuevo pulso entre
Erdogan -que quiere que se acepten las nuevas condiciones de su régimen-
y sus socios occidentales, amenazando para ello con romper los lazos que les
unían a ellos y volver su mirada hacia Rusia.
Mientras
tanto 57.000 personas refugiadas siguen atrapadas en Grecia en
diferentes campos militarizados sin conocer a ciencia cierta su destino. Por
otra parte el
flujo migratorio desde Turquía se ha duplicado, aunque por el momento ello no
supone más que unos 100 refugiados diarios, muy por debajo de de los miles que
llegaban antes de la firma del tratado. El bloqueo de fronteras turcas producido por el estado de emergencia puede que lo esté controlando de momento, pero las condiciones que impone ese mismo estado de
emergencia (la falta de garantías judiciales, de derechos y libertades) podría incrementarlo
rápidamente, incluyendo entre los refugiados a los propios turcos amenazados
por el régimen de Erdogán.
La
UE se ha colocado a sí misma en un atolladero. Incluso si se mantuviera el
tratado -lo que supondría una atrocidad- ¿qué
haría la UE con los refugiados turcos perseguidos? ¿los devolvería a sabiendas
de la suerte que iban a correr? La única salida digna debería pasar por, primero,
romper el vergonzoso tratado que nunca debió firmar y
asumir sus responsabilidades internacionales en materia de refugiados, incluida
la integración de las personas atrapadas en Grecia, y segundo, por exigir sin
lugar a equívoco a Turquía la adopción y el cumplimiento del
estatuto internacional del refugiado, así como el restablecimiento de los
derechos humanos y de los derechos civiles y las libertades.
Amigo Manuel, leo con interés tu artículo y a pesar de su amplia carga documental y los niveles de honesta exigencia democrática que expones, creo que topa con los límites de un inútil emplazamiento a regímenes criminales que no harán –tampoco esta vez- lo que “habría que hacer”. Aunque también comparto contigo que emplazar nos sirve para desenmascarar y la argumentación que presentas forma parte de una pedagogía. Sin embargo, en tiempos confusos como estos, lo más prudente es ser claros y evitar sembrar cualquier ilusión respecto al capitalismo realmente existente y el conjunto de sus aparatos legislativos, ejecutivos y judiciales.
ResponderEliminarTodo ello es otro de los “topillos” que reaparecen a lo largo de la historia, por lo que no sobra abrir el debate en las actuales circunstancias.
Hace bastantes décadas que la legalidad internacional está a la deriva y que la política de los poderes que dicen apoyarse en ella –siempre solo y cuando les conviene- se hundió en el lodazal.
También hace décadas que la “transferencia” de problemas migratorios a ocasionales regímenes gendarmes prolifera sin disimulo, practicando una feroz compraventa de representantes que “trabajan por objetivos” hasta que los cubren y/ o son gratificados o bien, despedidos al concluir sus labores.
Turquía se añade hoy a tantos y tantos Marruecos. El Marruecos de los clanes herederos de Nuestro amigo el Rey (¿recuerdas el libro de Guilles Perrault?) la Libia de Gadafi, hasta su brutal defenestración al estilo gringo… practicaron y practican la política de muro de contención de flujos migratorios (¡caiga quien caiga!) a cambio de prebendas. No es necesario mirar al otro lado del océano, a los países fronterizos con USA (“Usury States of America”) porque encontraremos más de lo mismo.
Cuando de los fundamentos democráticos en occidente queda solo “el aroma” y la legislación se revira y modela de acuerdo con la oportunidad (“Un soberano inteligente no debe ni puede, por tanto, cumplir lo prometido cuando su observancia va en contra de él y cuando desaparecen las razones que movieron su promesa” adoctrinaba ya Maquiavelo en El Príncipe) la fuerza de la razón opositora no es ya casi nada sin la puesta a punto de la razón de la fuerza, la que transforma la correlación de fuerzas.
Entiendo pues que es más razonable el apelar a la plena desconfianza en los poderes, sus leyes y sus gobiernos, apelar al ejercicio permanente de la desobediencia civil y contribuir a la pausada (pero sin pausa) construcción de resistencias culturales, sociales y políticas que se fundamenten en el olvido-superación de los caminos de vuelta al redil del pragmatismo y la realpolitik.
Un gran abrazo.
Claro claro, amigo, Acacio. Pero cuando denuncias las incoherencias, dobles raseros, vergonzosos tratados de conveniencia ¿qué otra cosa haces si no "apelar a la plena desconfianza en los poderes". Por otra parte, nada de eso es incompatible, sino más bien complementario, con la construcción de resistencias culturales. Construir movimientos de sensibilización, solidaridad, defensa de los derechos de los emigrantes y refugiados; que arrinconen los discursos xenófobos del poder y la extrema derecha; eso es lo que pretendemos desde Pasaje Seguro. Denunciar, organizar, movilizar, no conozco otro camino.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues eso Manuel.
ResponderEliminar¿Para cuando tu "appel" a Pasaje Seguro en otras regiones?. Dada la raquítica acogida de refugiados en este país vuestra iniciativa merece ser expuesta y generalizada.
BuenaS noches nos de el otoño rampante, que se pone fresquet.