R.Barthes
El último chiste de Chaplin es haber hecho pasar
la mitad de su premio soviético a las arcas del abate Pierre. En el fondo, esto
equivale a establecer una igualdad de naturaleza entre el proletario y el
pobre.
Charlot siempre ha visto al proletario bajo los
rasgos del pobre: de allí surge la fuerza humana de sus representaciones, pero
también su ambigüedad política. Esto resulta visible con claridad en el filme Tiempos
Modernos. Ahí Chaplin roza sin cesar el tema proletario, pero jamás lo
asume políticamente; nos ofrece un proletario aún ciego y mistificado, definido
por la naturaleza inmediata de sus necesidades y su alienación total en mano de
sus amos (patrones y policías). Para Chaplin, el proletario sigue siendo un
hombre que tiene hambre. Y las representaciones del hambre siempre son épicas:
grosor desmesurado de los sándwiches, ríos de leche, frutas que se arrojan
negligentemente apenas mordidas. Como una burla, la máquina de alimentos (de
esencia patronal) proporciona solo alimentos en serie, pequeños y visiblemente
desabridos. Sumergido en su hambruna, el hombre Charlot se sitúa siempre
justo por debajo de la toma de conciencia política; para él la huelga es una
catástrofe, porque amenaza a un hombre completamente cegado por su hambre; éste
hombre solo alcanza la condición obrera cuando el pobre y el proletariado
coinciden bajo una misma mirada (y los golpes) de la policía. Históricamente,
Charlot representa, más o menos, al obrero de la restauración, desamparado por
la huelga, fascinado por el problema del pan (en el sentido propio de la
palabra), pero aún incapaz de acceder al conocimiento de las causas políticas y
la exigencia de una estrategia colectiva.
Pero justamente, porque Chaplin aparece como una
suerte de proletario torpe, todavía exterior a la revolución su fuerza
representativa es inmensa. Ninguna obra socialista ha llegado a expresar la condición
humillada del trabajador con tanta violencia y generosidad. Sólo Brecht,
quizás, ha entrevisto la necesidad para el arte socialista, de tomar al hombre
en vísperas de la revolución, es decir, al hombre solo, aún ciego, a punto de
abrirse a la luz revolucionaria por el exceso “natural” de sus desdichas. Al
mostrar al obrero ya empeñado en un combate consciente, subsumido en la causa y
el partido, las otras obras dan cuenta de una realidad política necesaria, pero
sin fuerza estética.
Chaplin, conforme a la idea de Brecht, muestra su
ceguera al público de modo tal que el público ve, en el mismo momento, al ciego
y su espectáculo; ver que alguien no ve es la mejor manera de ver intensamente
lo que él no ve: en las marionetas, los niños denuncian a Guignol lo que éste
finge no ver. Por ejemplo, Charlot en su celda, mimado por sus guardias, lleva
la vida ideal del pequeñoburgués norteamericano: cruzado de piernas lee su
diario bajo un retrato de Lincoln. Pero la suficiencia adorable de la postura
la desacredita completamente, hace que en adelante no sea posible refugiarse en
ella sin observar la nueva alienación que contiene. Los más leves entusiasmos
se vuelven vanos; al pobre se lo separa siempre, bruscamente, de sus
tentaciones. En definitiva, es por eso que el hombre Charlot triunfa en todos
los casos: por que escapa de todo, rechaza toda comandita y jamás inviste en el
hombre otra cosa que al hombre solo. Su anarquía, discutible políticamente,
quizás represente en arte la forma más eficaz de revolución.
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