1972-1973.
La LCR y la
recomposición del sindicalismo clandestino en el sector madrileño de Gráficas.
Acacio Puig
La Fundación Salvador Seguí se ha propuesto
recopilar testimonios vivos de combates desarrollados durante la larga lucha
antifranquista, testimonios que constituyen una invitación memorialista para
los sobrevivientes de aquellos años sombríos.
Al hilo del reto y la convocatoria, nos
propusimos recuperar tramos de una
historia en que participamos activamente (la anterior entrega, publicada en
julio en afinidadesanticapitalisras.blogspot.com, contó con la entrevista a R.
Calvo miembro en 1971 del comité de
huelga de la construcción madrileña).
Esta nueva crónica rememora el lento proceso de recomposición del
sindicalismo clandestino en el sector madrileño de las Artes Gráficas; un
sector duramente dañado por la represión -denuncias patronales, intervención de la policía política, multas y juicios desde
el inicio de 1970…Devastadores efectos muy perceptibles durante los años 1971 y 1972.
Las Artes Gráficas
madrileñas eran entonces un sector complejo y en transición en el que junto a pequeños
talleres, que encontraban su clientela en la barriada, emergían con fuerza las
primeras empresas gigantes que se asentaban en la periferia mientras
continuaban su andadura otras,
metropolitanas y con historia sindical (como Hauser y Menet que era
entonces el modelo con solera de
imprenta industrial madrileña hasta su
cierre, a fines de la década, abrasada por las deudas). También oficinas
y talleres de periódicos (ABC, Ya, Arriba, Madrid…) y editoriales (Aguilar,
Alianza…) formaban parte de la punta de lanza en la recomposición sindical pendiente.
Junto a ello, nuevas editoriales y revistas,
tan habituales en el franquismo tardío, configuraban un tupido tejido industrial-comunicativo, que
concentraba mucha conciencia antifranquista. Un tejido que tras los cierres,
concentración y reconversiones, resulta
difícil imaginar hoy en día.
Las Artes Gráficas condensaban mucha energía
socio política. La fórmula organizativa más prestigiada se llamaba “Comisión
Obrera de Gráficas” (así, en singular) que mantenía un periódico clandestino,
“El Gráfico”.
Sin embargo, en 1972 la situación era muy difícil y el vínculo sectorial más
visible lo constituía la red de enlaces y
jurados de izquierda que habían optado políticamente por enquistarse en el
sindicato vertical y único, la CNS (Central Nacional Sindicalista). Por debajo
de él, en la clandestinidad, sindicatos y partidos con inserción en Gráficas
operábamos con cierta dispersión de esfuerzos que se esforzó en coordinar la
OPI (Oposición de Izquierda) una
corriente crítica que en aquel entonces
surgió desgajada del PCE.
A la militancia de
la LCR (Liga
Comunista Revolucionaria) organizada en Gráficas
el que una nueva organización hubiera
decido llamarse OPI ya nos resultaba algo próximo y familiar, de modo que atendimos inmediatamente el llamamiento a la
reconstrucción sindical formulado por aquellos compañerxs. Ciertamente nuestros
efectivos sectoriales se reducían a presencia en algunas pequeñas imprentas,
sobre todo ubicadas en distritos
populares, también a la implantación en la sección de linotipias del periódico
Arriba y en alguna revista, como
Comunicación XXI localizada en la calle Odonell de Madrid (diseño gráfico de
Alberto Corazón, colaboraciones de dibujantes-humoristas como Enrius y…con
muchísima menos frecuencia, yo mismo). Además, poco a poco establecíamos
conexiones y simpatías con trabajadorxs de algunas editoriales como Aguilar a
los que encontraríamos décadas más tarde como el fallecido Patón y otros
compañeros insertos ya en Grijalbo.
En cualquier caso, la gente de la OPI de
Artes Gráficas tenía una concepción muy abierta del proceso organizativo (proponiendo
el agrupamiento de sindicalistas del sector y presencia de representantes de partidos… estos
últimos con voz y sin voto) y una visión muy ágil de las tareas de extensión y
popularización mediante el mitin relámpago en talleres, la distribución de
propaganda y la llamada a la recomposición sindical; de modo que sintonizamos
pronto y abordamos –en cuidadosos encuentros clandestinos- a gentes del PCE, de
AST ya ORT y otras… gente disponible y en general, predispuesta a la actividad
unitaria. Establecimos así una precaria coordinación e iniciamos la gradual extensión a pequeños talleres (algunos
eran propiedad de antiguos afiliados al PSOE que “nos dejaban hacer”) y también a empresas grandes (ya llenas de
“ejecutivos agresivos”) pero en las que, a veces, existían conexiones con gentes
conocidas desde sus anteriores trabajos como maquinistas, administrativos… en
imprentas más pequeñas ya extintas.
La combinación del mitin relámpago a pié de
máquina, incluída la difusión de propaganda, la generación de confianza (“¡si
nos lo proponemos, es posible!”) y el progresivo fortalecimiento de la
estructura clandestina estable, resultó ser eficaz, cierto que en condiciones
de reunión difíciles (cafeterías amigas, casas de militantes, iglesias…)
Poco a poco, el
tesón daba resultados en la reorganización sindical (e incluso en la superación de
ciertas rutinas, de modo que se hizo posible la participación de jóvenes
sindicalistas en manifestaciones digamos
“exóticas” en una España casposa, como fueron las que como LCR impulsamos en
Madrid en solidaridad con la lucha socialista y de liberación nacional de
Vietnam… Manifestaciones tachadas por los menos jóvenes del sector (aunque ciertamente con simpatía) de “expresiones
románticas de lucha”.
El producto de ese proceso reforzó el
horizonte de convocar en 1973 un Primero de Mayo en Madrid lo más unitario
posible y capaz de imponerse a la
tradicional represión policial de una conmemoración que el régimen había
rebautizado como “la fiesta de San José
Obrero”- Día del Trabajo.
De modo que como fin de aquella primera etapa, convocamos las
clandestinas reuniones preparatorias del 1 de mayo desde la Comisión Obrera de
Gráficas y logramos reunir a lo más decidido
de la militancia madrileña de ORT, la LCR, la OPI, el PCE i (después PTE que
finalmente se separó de la iniciativa)… y también a incipientes organizaciones
juveniles vinculadas a esos partidos, además de a sectores significativos del
PCE junto a organizaciones sociales y políticas más pequeñas y algún grupo de
afinidad libertario con base barrial en el barrio del Pilar.
Representó a la LCR en las negociaciones
Ismael N. (Sebas) miembro de la
dirección provincial. El resultado de los encuentros fue satisfactorio y
novedoso. Novedoso porque no se pusieron trabas a la organización conjunta de la
manifestación ni a la participación de cada colectivo con sus banderas y
pancartas, porque se aprobó un manifiesto común y se dejó libertad de
propaganda propia a cada cual y novedoso porque se aceptó garantizar la
ocupación de la calle mediante la protección de un servicio de orden con tareas
de autodefensa. Todo ello para hacer posible el ejercicio del inexistente
derecho de libertad de manifestación.
El tema de la
autodefensa,
consistió en consensuar el corte de las
vías de previsible acceso policial mediante barricadas de coches cruzados y un
servicio de orden en la cola de la manifestación, que logró crear una cortina
de fuego (molotovs) con el mismo
objetivo, los servicios de orden laterales tenían la función de defender un
cortejo compactado y evitar las detenciones al máximo.
En definitiva, ese era el nivel de
“violencia” que la LCR proponía como
adecuado por ser entendible, al menos
por los sectores más conscientes de la gente en condiciones de una dictadura crepuscular. Era
el nivel de violencia que permitía ocupar la calle e imponer un derecho
democrático prohibido por el régimen franquista.
Finalmente la manifestación, -la más unitaria
aquel año en Madrid- tuvo lugar en la mañana del Primero de Mayo, recorriendo parte de la Calle López de Hoyos, Cartagena… Y agrupando
(según la prensa de la época) a algo más de medio millar de personas…Doblemos
al menos la cifra, porque entonces las cuentas cicateras de policía y medios
eran todavía mucho más roñosas que hoy y la censura
establecía límites precisos a los datos de cualquier movilización contra el
régimen. Finalmente intervino con brutalidad la policía (Grises y Brigada
Político Social) y hubo detenciones, poco más de quince personas.
En cualquier caso, el objetivo había sido
cubierto con éxito y en aquella época el impacto o no en medios, nos preocupaba
mucho menos que la realización de experiencias colectivas que supusieran un
paso adelante en conciencia y organización de la oposición real al franquismo.
Al consultar la parca hemeroteca de mayo de 1973 se constata el
mísero tratamiento periodístico del acontecimiento que protagonizamos aquel día
(acontecimiento, porque llevábamos años en Madrid en que el Primero de Mayo se
limitaba en buena medida a las llamadas
del PCE a concentrase en la Plaza de
Atocha y dar vueltas a la misma hasta que empezaban las detenciones, cargas y
dispersión…dicho sea sin menoscabo de esas y otras iniciativas de izquierda,
valientes pero minoritarias).
La situación
represiva se enrevesó mucho más durante la noche.
Manifestaciones-comando, integradas por
militantes del FRAP y sus organizaciones afines, ejecutaron al subinspector de
policía Fernández Gutiérrez -en el entorno de Lavapiés-Tirso de Molina- e
hirieron a otros dos.
No nos corresponde evaluar – tantas décadas más tarde- la
interpretación que entonces dieron esos
compañeros a la
autodefensa obrera y popular. Nuestro periódico Combate número 16, a fines de
mayo, se ocupó ampliamente de ello (Autodefensa
y violencia revolucionaria en el
crepúsculo del franquismo). Por lo que hemos comentado más arriba, nuestra concepción
respondía a otros criterios y parámetros.
La represión durante esa jornada y días
posteriores, superó las 150 detenciones en Madrid. La noticia de los
acontecimientos en Lavapiés (calle Ave María y aledaños) copó las primeras
páginas de la prensa del régimen, las cortes suspendieron sesión y crearon una
comisión de encuesta. El presidente de la misma, Labadie Otermin, inició su
informe con un exasperado “La paz está
siendo perturbada por los enemigos vencidos en 1939”. Las posteriores manifestaciones (legales, por
supuesto) que proliferaron durante días
“se calentaron” al son del himno de la falange Cara al Sol.
Un par de semanas más tarde, fatídicos hilos
sueltos, dieron con los huesos de quien esto escribe y sus compañeros de piso
en Vallecas, en la Dirección General de Seguridad y después en la Prisión de
Carabanchel. Aterrizábamos en la cárcel muy maltrechos y con la mochila
completa: asociación ilícita, propaganda
ilegal y terrorismo, en total una
primera petición fiscal de 13 años.
El interés de la policía política se centraba
en nuestro caso en la militancia política en la LCR y pasó completamente de nuestra actividad sindical.
Una vez en la cárcel, un compañero de partido
se preguntaba por las razones del éxito de nuestra manifestación unitaria en
López de Hoyos… ¿”un golpe de suerte”?
Yo creo que algo más que eso: presencia militante en el sector, generosa
complicidad de compañeros de otras corrientes políticas, acuerdos, entrega
colectiva y conciencia de que estaba llegando el momento de arriesgar más en la
recomposición y fortalecimiento de la lucha contra una dictadura terminal.
En fin, algo más que suerte: una cuidadosa
atención a los detalles y a la laboriosa actividad clandestina pero lo más
unitaria posible en aquellas circunstancias.
(Recordando,
entre otros, a los compañerxs José Luis,
Bureu y Carlos de OPI, Royo de ORT, Pimentel y Luis del PCE, Luis, Alfredo y Sebas de LCR… por su dedicación al relanzamiento
del sindicalismo clandestino antifranquista y a tantos que hicieron posible el
éxito de la manifestación del 1ª de mayo de 1973 en López de Hoyos-Madrid).
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