Por Antonio Pérez (La Comuna-presos del franquismo)
En las calles españolas suena un runrún: en el escrutinio de
anteayer 27 de junio se ha perpetrado un pucherazo dirigido exclusivamente a
favor del PP y en contra Unidos Podemos (UP) ¿Será sólo un rumor? Los abajo
firmantes –no todos podemitas o IU, ni siquiera por aproximación- creemos que
es una tesis verosímil. Por tanto, analicémosla comenzando por el principio:
Dicho en general, el tongo electorero puede ser de dos
tipos: micro y macro. El micro se perpetra a través de millones
de pequeñas trapacerías antes y durante las votaciones. Antes de votar,
chantajeando, obligando, eliminando, ocultando y cooptando a los sectores más
débiles del electorado –léase, una mayoría de esclavos embrutecidos o clientes
políticos y una minoría sustancial de ancianos seniles y disminuidos de toda
laya-. Este micro-fraude es el que se materializa visualmente en las
repugnantes fotos de monjas llevando a votar a personas decrépitas en sumo
grado que, por su ostentoso e irreversible deterioro psíquico, deberían estar
fuera del censo electoral –un censo donde sólo hay 96.418 personas excluidas
por orden judicial-. Pero esto es el chocolate del loro puesto que existe en
España un micro-fraude que ya es macro: la eliminación selectiva de los
españoles que votan desde el extranjero. Aquí estamos hablando de unos dos
millones de ciudadanos que no podrán votar a no ser que vivan en los distritos
opulentos de algunas opulentas ciudades –de ahí lo de eliminación selectiva-.
Además, el micro fraude se practica en los mismísimos
colegios electorales. Hay centenares de testimonios de los interventores de UP
que, durante la jornada del 26 junio tuvieron ocasión de comprobar cómo todos
los demás partidos -con el Choe como punta de lanza agresivamente
zafia-, les insultaban, humillaban y, en definitiva, saboteaban para alterar
las papeletas podemitas.
Con ser importantes, las cantidades defraudadas mediante el
micro-fraude palidecen ante los millones de ignominias que perpetra su hermano
mayor, el macro-fraude. El mal viene
de muy lejos porque está anclado en el (inconfesado) desprecio por el sufragio
universal. Por ello, conviene esbozar un breve marco panorámico:
Se debería suponer que el escrutinio de las elecciones es
materia de seguridad nacional puesto que de él depende nada menos que la
formación de los gobiernos. Sin embargo, por increíble que parezca, lo que es
un servicio público fundamental, ¡está privatizado!
Indra, una empresa en la que el Estado detenta más de un 20%
del accionariado, ha sido la beneficiada “a dedo” del escrutinio del
26.Junio.2016 –internet rebosa con los detalles de este chanchullo-. Indra está
presidida por Fernando Abril-Martorell, primogénito del homónimo preboste franquista
quien, ya en 1969, fue nombrado presidente ‘digital’ de la Diputación de
Segovia pese a ser valenciano. Después, llegaría a ser vicepresidente del
Gobierno en los primeros gobiernos de la Transacción hasta que optó por la
puerta giratoria en la que enchufó y adiestró a su heredero.
Indra ha sido acusada de fraude multitud de veces. Dirán que
es previsible que los perdedores acusen de pucherazo a la empresa fiscalizadora
de las elecciones: correcto. Pero no es menos correcto inferir que ningún gobierno
contrataría a ninguna empresa si ésta no le garantizara que podría alterar el
resultado máxima o mínimamente: también de acuerdo. Siguiendo el razonamiento,
eso significaría que los gobiernos no cambiarían nunca: obvio. Y, sin embargo,
los gobiernos se alternan. ¿Cómo solucionar esta paradoja? Pues simplemente
recordando que Indra es un organismo cuyo único fin es obtener beneficios. Por
lo tanto, si la oposición le paga a Indra un dólar más que el gobierno de
turno, Indra hará ganar a la oposición y los enjuagues que haya mantenido con
el gobierno se quedarán en la gaveta secreta en la que se trapichean todos
estos temas de ‘seguridad nacional’.
¿Estamos señalando a Indra como la culpable técnica del
pucherazo? Sin duda alguna puesto que ella monopolizó el escrutinio desde su
bunker sin permitir testigo alguno. Ante tamaña acusación, saltan
inmediatamente las voces horrorizadas de los buenos ciudadanos: “Eso es
miserable, es falta de deportividad, es el recurso al pataleo de los
perdedores, no haberos presentado a las elecciones, qué pruebas tienes,
etcétera”. En nuestra defensa, una vez más hemos de retrotraernos a las raíces:
El buen ciudadano, ese pendejo incapaz de imaginarse otro
mundo que no sea el mundo oficial, cree que la técnica es neutra e infalible.
Pese a las evidencias en contrario, ignora que la técnica es un invento humano
y como tal, vulnerable ante el error. Con igual auto-engaño, ignora que incluso
los prodigios de la técnica más puntera sufren ‘inexplicables’ accidentes. Por
ejemplo y no son metáforas sino hechos: satélites que chocan en la inmensidad
del espacio sideral o submarinos atómicos que chocan en alta mar y no hablemos
de las Fukushimas nuestras de cada día.
Al súbdito pendejo que compra lotería porque se cree el amo
del azar, se le une el ubicuo súbdito prevaricador, un listillo que conoce bien
los fallos de la técnica precisamente porque los utiliza en su favor. Seguro
que este espabilao utilizará la psicología barata para acusarnos de estar
empantanados en la primera fase de la psicopatía; nos dirá, “Tú estás
comenzando a estar majara, ya estás en la fase de negación de la realidad
notoria porque sólo sabes decirte ‘esto no está ocurriendo, esto no me está
pasando a mí’”. Pues bien, en efecto negar la realidad puede ser estéril y
hasta conducir a la enfermedad… pero también puede ser fructífera. De hecho, en
la mayoría de los casos es fructífera hasta el punto de que, si no fuera por
ella, no hubiera habido cambios en la Humanidad y estaríamos por los siglos de
los siglos momificados en el momento del frenazo iluminado.
En cualquier caso, es obvio que negar la realidad tiene mala
prensa, prejuicio harto congruente con esa cultura occidental hegemónica que se
caracteriza por la idolatría hacia el estatus quo, un culto que sólo tiene una
iglesia ‘alguito’ heterodoxa: la que encubre su ortodoxia bajo la apariencia
del gatopardismo.
Si sobrevivimos a esta primera andanada, enseguida nos
llegará la segunda: “Vosotros no sois demócratas, vosotros queréis destruir las
instituciones, vosotros no ofrecéis ninguna alternativa porque sois unos
resentidos y unos perdedores”. Frente a estas generalidades de cogollo
subjetivo y, por ende, de imposible verificación, no cabe diálogo alguno. Si
acaso, recordarles a esos meapilas cenicientos y adictos al cilicio que ellos
son los herederos materiales e intelectuales del franquismo mientras que
nosotros somos la cara humana de ese mismo erial llamado ‘España’ que ellos
llevan casi un siglo convirtiendo en un abrevadero de cornúpetas y en un estercolero
atiborrado de detritus franquistas y seudo-fascistas.
Si a todo ello añadimos el marco actual de la política
española, concluiremos que el pucherazo no sólo es plausible sino incluso
probable. ¿O alguien en su sano juicio puede creer que un PP corrompido como
ningún partido en ningún otro país europeo no va a recurrir a las malas artes
para conservar sus comederos? Todo partido en el Poder experimenta una
atracción insuperable hacia el delito. El PP, heredero de un Golpe de Estado
–máximo ejemplo de la corrupción-, con amplia experiencia en tongos tan
rematadamente burdos como el tamayazo de 2003 y corrupto hasta la médula –es
decir, hasta las más altas instituciones y personalidades-, no iba a ser menos.
Finalmente, hemos de reconocer que el pucherazo del 26 J ha
estado muy bien planificado. Tenía el objetivo primario de aupar al PP más allá
de lo razonable, el objetivo secundario de menoscabar a UP y el objetivo
terciario de encizañar las entrañas de esa coalición. Y todos ellos le han
salido más o menos bien. No nos vale el consuelo de saber que, si no hubiera
contado con el Opus o Ministerio del Interior y con la Acorazada Mediática, más
de un objetivo hubiera quedado cojitranco por lo que, pelillos a la mar y en
definitiva: chapó. Pero recuerden esos meapilas que por sus pecados les espera
el Infierno –y no estamos hablando sólo de las escatológicas Calderas de Pedro
Botero-.
Resumen: en España y en el ignoto Beluchistán, el fraude
electoral es técnicamente posible, históricamente abundante y políticamente
útil. Hay que ser majadero para negar su posibilidad universal y hay que ser un
canalla para negar que un bipartidismo intrínsecamente clientelar y corrupto
como el español no haya recurrido a él. Por tanto, conseguiremos pruebas
abrumadoras del delito dentro de poco o de mucho tiempo pero, mientras tanto,
nos amparamos en el sentido común. Eso sí, también mientras tanto podemos
felicitarnos porque el bipartidismo no haya recurrido –aun- a incrementar su
consuetudinario terrorismo de Estado –por ahora-.
Mencionar todo esto es tabú aquellos partidos que aceptan a
rajatabla las reglas no escritas de la partitocracia. En España, los tres
partidos que alardean de sensatez y que se han auto-adjudicado el monopolio de
la constitucionalidad, son quienes vulneran gustosa y sistémicamente sus
propias reglas. Pero la cúpula de UP no quiere o no puede hacer lo mismo. Si
tenemos en cuenta que entre esos tres partidos hay uno que presume de encarnar
en exclusiva esa majadería que ellos mismos llaman “la nueva política”, hemos
de concluir que el respeto a las reglas de la partitocracia es independiente
tanto de la vieja como de la nueva política –el ‘novísimo’ Ciudadanos
es viejo en su formalización electorera y antediluviano en su protofascismo-.
Mejor dicho, que respetar escrupulosamente las normas constitucionales como
hace UP y hacer de esa praxis una bandera regeneracionista, es realmente lo
único nuevo que hay en la política española.
Para solucionar el problema que significa la política
oficiosa –lo dice la Maestra Iglesia: que tu mano derecha no sepa lo que hace
tu mano izquierda-, sugerimos que UP no debería auto-limitarse a ser un partido
político. La mayor parte de UP nació entre déspotas ilustrados pero creció
gracias a los movimientos sociales. Por ello, podemos argumentar con un ejemplo
evidentemente malévolo: al igual que otros partidos han controlado a tres o
cuatro sindicatos (UGT, CCOO, CSIF, etc.) hasta convertirlos en su mano
izquierda (vista su decadencia, también son su mano derecha), igualmente UP
debería crear un movimiento popular periférico... o, más fácil aún: no debió
menoscabarlo. Ese movimiento existe todavía; UP no debería haberse
independizado de la calle sino todo lo contrario.
Cuando, mediante el soborno de los diputados socialistas
Tamayo y Sáez en lo que se conoce como “el tamayazo” (mayo 2003), Esperanza
Aguirre le robó la cartera a Rafael Simancas, éste debió haber dimitido aunque
solo fuera por la vergüenza de que le robaran la Comunidad de Madrid a plena
luz del día. Pero Simancas sólo lloró cual rey moro. Por la misma razón, ante
el mega-tamayazo que supone el tongo del 26 J, hoy Pablo Iglesias y Alberto
Garzón sólo pueden protestar ruidosamente… o dimitir.
NB. Los media ponen buen cuidado en evitar las cifras de
la abstención. Si la mencionan, ofrecen porcentajes, nunca números absolutos.
Por ello, recordaremos las cifras:
2015: 9.281.757 abstenciones
2016: 10.435.955
[1.154.198 más de abstencionistas, justo la cantidad que las encuestas daban
como ascenso seguro de Unidos Podemos. Teniendo en cuenta que, días antes del
26J, la movilización y la fidelización
de los votantes de Podemos era de 9:10 –similar a la del PP- cuando en el resto
de los partidos era escandalosamente menor, ¿es plausible que ese millón y pico
de nuevos abstencionistas pertenezca exclusivamente a UP?; ítem más, ¿es
verosímil que esos nueve de cada diez futuros votantes fidelísimos a UP se
hayan abstenido finalmente?]
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