Acacio Puig
El cine
estadounidense, ese complejo-ideológico-industrial, tiene el poder de estimular
el “antiamericanismo primario”, el secundario y si me apuran…también el
terciario: un servicio que l@s antiimperialistas no podemos dejar de agradecer,
pero que corroe y deforma multitud de
cerebros de todo el planeta. Sobre todo, la cinematografía realizada y
producida durante los primeros años de la década de los 50, bajo el feroz martillo
de McCarthy y sus secuaces.
Aquella virulencia
reaccionaria –a veces incluso sutilmente expresada- marcó tendencia y asentó buena
parte de un “estilo” que se extiende
hasta el presente, cierto que con las debidas actualizaciones… por imperativos
de taquilla.
Como
muestra, un botón que puede encontrarse a precio de saldo en las liquidaciones
de DVD con apellido “Obras Maestras del Cine”: La última vez que vi. Paris, dirigida en 1954 por Richard Brooks.
Con
guión basado en un viejo relato que Scott
Fitzgerald escribió en 1931 (Babylon Revisited) una de las narraciones
cortas integrante de la larga serie fabricada por Fitzgerald como literatura “alimenticia”.
Babylon fue sin embargo un texto de
cierto interés… aunque no comparable
a El Gran Gatsby, el ariete con que Fitzgerald desnudó las corruptelas generadas por la ambición y el
amor al dinero en los años previos al crack de 1929.
Pero Babylon resultaba excesivo para el
rigorismo imperante en los años cincuenta estadounidenses y la Metro apretó, imponiendo
sobredosis de sacarina y ablandando el guión.
Decía el
director Richard Brooks, evaluando las ataduras de Holywood que aceptó (aún a
costa de hundirse frecuentemente en la mediocridad): “…pero es que yo no tengo el control de mis películas, el estudio puede,
durante el montaje, transformar completamente el film. También lamento no poder
escoger libremente a mis actores, como,
por otra parte, les ocurre a la mayoría
de realizadores norteamericanos…Si la historia es mala, los actores pueden ser
sublimes, la música magnífica, el color excelente…pero la película será un
desastre”.
De modo que
a pesar de sumergirnos durante hora y media en la enorme belleza de Elizabeth
Taylor y la alcohólica rudeza (algo llorona) de Van Johnson… No ¡tampoco vemos
Paris!: son pocos los exteriores creíbles y demasiadas las escenas de estudio
que recrean un Paris de cartón piedra.
Por supuesto
que no nos es dado adentrarnos en las calamidades que atenazaban a tantos escritores
estadounidenses instalados allí tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, aquella
multitud que buscaba emular vivencias, dolencias... y éxitos de cualquier Henry
Miller o Hemingway. Las áridas neuronas de tantos periodistas sedientos de
ascenso en el escalafón literario, no acertaban a estimularse a golpe de
whisky… y ese será el caso del protagonista de la película (paciencia…tras el
desastre llegará ¡como no! la gloria).
Faltan los ecos de la vetusta Shakespeare Librería… y también
las sombras de la atolondrada y hedonista vida que marcó la ensoñación juvenil de Fitzgerald, malamente trasladada a
fiestas de la gente bien… en la ciudad de la luz.
Pero hay
algo mucho peor en la película y es la banalización… el flash inicial que contextualiza
y falsea la Liberación de Paris.
Un Paris
liberado made in USA (y manu USA),
donde cuelan Marsellesas con estricto acento De Gaulle, nula alusión a la Resistencia y al régimen de
Vichy (en este último caso, una veladísima alusión a “juicios”)…y para rematar
faena, la euforia de taberna por la bomba destructora de Hiroshima… “la bomba que
rendirá Japón si se respeta su emperador” como comenta uno de los parroquianos
a pié de barra.
Un excelente
testimonio, pues, del cine “posibilista” durante la Caza de Brujas.
McCarthy
murió en 1957 y antes, el Senado estadounidense le “defenestró políticamente”,
sin embargo el macartismo ya había realizado su función de amedrentamiento y
acoso del cine crítico, y de
aterrorrizar a las gentes de izquierda.
Sembró las
claves de una cultura apologética del
imperio y sus barbaridades, claves que
siguen determinando el presente de sus
industrias culturales para consumo de masas. Toxicidad.
Es verdad: las peliculas de Hollywood entoxican a la gente.
ResponderEliminarEn los tiempos de Mc Carthy y los de hoy..
El cine oficial estadunidense describe siempre la victoria del bueno (claro esta, el norteamericano) sobre el malo. En tiempos antanos ha servido el rufian mexicano, luego le ha seguido el malvado ruso, no hablar del canalla aleman fascista...a ver si averiguo la nacionalidad del crimininal del futuro. Acaso seria un chino?
Son nada mas que anecdotas en el mensaje mucho mas peligroso que es mas o menos: nosotros somos los buenos y todo el mundo quien actua contra los intereses estadunidenses son los malos.
Ultimamente me dedicaba a descubrir el universo de netflix.
se puede hacer unas interesantes estudios sobre la mentalidad de los pueblos y las culturas a traves de las series producidas por netflix mismo para las esferas de origen dedicadas.
El cine estadounidense ha exportado sus ideas de la dominacion del mundo conocido a todos los paises de su alcance y esos lo han interpretado segun su mentalidad. muy interesante.
Casi siempre se trata de los quehaceres de un superheroe luchando contra fuerzas malas que vienen del extranjero.
Asi por fin, tengo la esperanza que la industria cinematografica estadounidense viene pronto abajo porque los antiguos alumnos aprenden muy rapidamente.
la caza de brujas ahora es univeral y nadie se salva.
Por fin: las peliculas mas inteligentes que vi son de produccion chino y ruso. Eso ensena endonde tenemos que ver el futuro cinematografico porque los norteamericanos, de verdad,hoy dia aburren.
Muy bien el analisis de Acacio.