27
de septiembre de 1975
“Mañana, cuando me maten...”
Rosa
García
Eran poco más de las nueve de la noche del 26 de
septiembre de 1975 cuando el ministro de Información y Turismo de Franco, León
Herrera Esteban, anunciaba el “enterado” del Consejo de Ministros de cinco
penas de muerte que serían ejecutadas al día siguiente. Tres militantes del
FRAP, Xosé Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y
dos militantes de ETA, Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui Etxeverria, caerían
ante los pelotones de guardias civiles y policías armadas voluntarios al día
siguiente.
Estalló la rabia y el dolor en todos los hogares de las
gentes de bien. También en las cárceles llenas de presas y presos políticos. En
la sala de la televisión de la cárcel de Yeserías, el dolor y la impotencia se
apoderó de las prisioneras ¡Se habían atrevido! Se atrevían a matar a cinco
jóvenes antifranquistas, luchadores por la democracia y la libertad del pueblo
oprimido por una dictadura sanguinaria y cruel que ya duraba 39 años.
La mujer de Sánchez Bravo, detenida en Yeserías,
consiguió que la trasladaran a la cárcel de Carabanchel donde estaba su marido
para poder acompañarle en su última noche. La compañera de Xosé Humberto,
igualmente presa, no obtuvo el permiso. No estaban casados. ¡Tamaña crueldad!
En su última noche, Xosé Humberto, escribió una emotiva y maravillosa carta que
comienza con la frase: “Mañana, cuando me
maten…”
Concepción Tristán López y María Jesús Dasca Penelas, las
dos mujeres sobre las que pesaba una petición de pena de muerte, conmutada en
última instancia por treinta años de reclusión, recibieron la noticia en las
celdas de aislamiento donde llevaban varios días. Apenas habían salido de esas
celdas desde que entraron, procedentes de la Dirección General de Seguridad.
Habían sido detenidas a finales de agosto y salvajemente torturadas. En poco
más de dos semanas se había montado el consejo de guerra sumarísimo sin tiempo
para nada, ni para sus abogados, que apenas tuvieron contacto con los procesados
y que acabaron siendo expulsados de la sala de injusticia militar. Las dos
militantes del FRAP han fallecido prematuramente, sin posibilidad de obtener
justicia ni reparación.
El resto de los procesados en los consejos de guerra
sumarísimos de El Goloso: Manuel Blanco Chivite, Pablo Mayoral Rueda, Vladimiro
Fernández, Fernando Sierra y Manuel Cañaveras, también recibieron la noticia en
las celdas de incomunicación de la cárcel de Carabanchel.
El verano de 1975 había comenzado pronto, una ola de
calor recorrió las tierras de España a primeros de julio. El agobio canicular
agudizó aún más, si fuera posible, la crispada situación que se vivía. Franco
se moría y los franquistas y sus aliados andaban apresurados asegurándose la
poltrona.
La crisis económica que se había desatado en 1973 a
consecuencia del embargo de petróleo dictado por la OPEP a los países que
habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kipur estaba afectando gravemente
a la dependiente economía española y el régimen se empeñaba en ocultarlo. La
inflación, la subida de precios, la congelación de salarios y los despidos
habían desatado largas luchas obreras. No era novedad en estas tierras asoladas
por la dictadura. El llamado “milagro económico español”, que tanto cacarean
los franquistas de viejo y nuevo cuño, se realizó en base al sacrificio de la clase obrera a quien
se sometió a salarios paupérrimos y a
pésimas condiciones laborales, sin posibilidades de protesta, soportando la
opresión constante de la dictadura que declaraba el estado de excepción en
cuanto veía mínimamente en peligro su paz social. La “paz” franquista, otro
infundio.
Las cifras son claras: en 1975 medio millón de trabajadores participaron en algún tipo de
lucha y las horas de trabajo perdidas fueron de unos diez millones. El
detonante solían ser las reivindicaciones laborales, pero también se iban
añadiendo las políticas, tales como la lucha por las libertades democráticas,
el derecho a huelga, libertad sindical y libertad de expresión. Además, otros
sectores sociales como el movimiento estudiantil, que había comenzado a
despuntar en 1967-1968, unían sus fuerzas con el movimiento obrero en la lucha
por la democracia. A lo largo del curso 1974-1975 se llevaron a cabo en las
universidades de toda España varias jornadas de lucha, saltos y manifestaciones
estudiantiles que fueron reprimidas por la policía.
En los barrios, el movimiento vecinal que había comenzado
en la época de las grandes emigraciones del campo hacia la ciudad y la
extensión de los suburbios de chabolas y barrios-dormitorio, estaba ganando
peso peleando por la mejora de las condiciones de vida, del transporte, de la
educación y de la sanidad. Cualquier mínima reclamación, se convertía en una
lucha política.
Otras reivindicaciones se iban añadiendo, como el derecho
a la igualdad para las mujeres –a nivel laboral y a nivel social–, contra la
discriminación laboral, por el derecho al puesto de trabajo, por la
despenalización del aborto, por el derecho al divorcio... También se unieron
los intelectuales progresistas e, incluso, los actores, que habían sufrido la
represión política por realizar una huelga, en 1974, pidiendo la función única.
La presión popular sobre la dictadura
iba en aumento y el régimen se defendía de la única forma que sabía: con el
palo y tente tieso. Desde el año 1973 se dispara la represión, como lo
atestigua el número de sentencias dictadas por el Tribunal de Orden Público que
aumentaron considerablemente, pasando de 325 en 1972, a 506 en 1973; 567 en
1974 y 527 en 1975. El 2 de marzo de 1974 fue ejecutado Salvador Puig Antich. Igualmente, la actuación policial en la represión de las
“revueltas” sigue causando muertos, destacando los casos de Miguel Roldán
Zafra, asesinado por disparos de la guardia civil, el 1 de agosto de 1974, en
Carmona (Sevilla), durante una manifestación por el agua; Víctor Manuel Pérez
Elexpe, asesinado por disparos de la guardia civil, el 20 de enero de 1975, en
Portugalete, cuando repartía octavillas en solidaridad con los trabajadores de
la empresa Potasas de Navarra y Jesús García Ripalda, asesinado por disparos de
un sargento de la policía armada, el 31 de agosto de 1975, en Donostia, durante
una manifestación contra las peticiones de pena de muerte para luchadores
antifranquistas, pero hubo muchos otros. Sólo en ese año, se produjeron más de una docena de asesinatos policiales por el hecho de repartir propaganda, pegar carteles,
hacer pintadas, o simplemente debido al gatillo fácil de las fuerzas armadas
represivas que se sabían (y continúan) impunes.
La descomposición del régimen se hacía evidente y los
sustentadores del poder andaban en componendas para realizar una transición
controlada que supusiera el menor cambio posible y les asegurara la
reinstauración monárquica decidida por Franco. Llevaban tiempo entablando
conversaciones con dirigentes de organizaciones de la oposición, incluyendo los
del PCE. Al parecer, a éstos dirigentes, se les olvidó que sus propios
militantes habían luchado con tesón y heroicidad contra el franquismo desde el
primer momento y habían sufrido asesinatos, fusilamientos, torturas y cárcel.
Entre los prebostes destacados del régimen destacaba el
exministro franquista Fraga Iribarne, que andaba enredando desde la embajada en
Londres para intentar vender una imagen remozada y “aperturista” de la
dictadura, a pesar de su estrepitoso fracaso de los años sesenta, justamente
cuando, en 1963, firmó el “enterado” de los fusilamientos de Julián Grimau (dirigente del PCE) y de
los anarquistas Francisco
Granados y
Joaquín Delgado. Sus contactos con los demócrata-cristianos alemanes y
los conservadores británicos le habían asegurado una aceptación sin fisuras del
sucesor de Franco, Juan Carlos de Borbón, al que los antifranquistas
apellidaban “El Pelele”. Ya tenían el apoyo del gobierno estadounidense,
necesitado de estabilidad y seguridad para seguir manteniendo sus bases
militares y sus negocios.
Ante este panorama político-económico convulso, la
dirección del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), un grupo
abiertamente de izquierdas que luchaba por una República democrática y por el
desmantelamiento de las bases norteamericanas, llamaba a la lucha armada contra
el régimen. Había que dar un paso más, la estaca estaba podrida, como decía la
famosa canción de Lluis Llach, y había que darle un último empujón. Con más
entusiasmo que fuerza se hizo realidad la consigna.
La respuesta represiva no se hizo esperar. Cientos de
militantes y simpatizantes de esta organización y de otras organizaciones de
izquierdas, como LCR (Liga Comunista Revolucionaria) y de la izquierda
nacionalista, fueron detenidos, brutalmente torturados y encarcelados.
El
27 de septiembre de 1975, en el madrileño pueblo de Hoyo de Manzanares se consumó
la última infamia del asesino dictador Franco, que murió dos meses después. La
enorme movilización internacional y nacional (ferozmente reprimida) no había
podido conseguir que este felón traidor depusiera su afán de morir matando.
El régimen fascista/franquista quedó, de nuevo, retratado
como lo que era. Las pinceladas de “renovación” que se habían empeñado en dar
los oligarcas que habían sustentado al régimen se borraron de golpe. El mundo
entero pudo ver la verdadera calaña de la dictadura franquista. Les estalló la
burbuja que habían intentado crear sobre una dictadura renovada con “espíritu
de febrero” incluido.
Las últimas ejecuciones del franquismo movilizaron a los
pueblos del mundo exigiendo a sus gobernantes una denuncia clara y contundente
contra la dictadura. Y el pueblo español recibió esa enorme ola de solidaridad
a pesar de que la censura impedía que la información llegase en condiciones.
Estos acontecimientos ¿alteraron los planes de la oligarquía franquista?
Seguro. Aunque no se lograron todos los objetivos de ruptura democrática por
los que tantas y tantos lucharon, lo cierto es que las élites dirigentes
tuvieron que ceder en muchas cosas a las que no se habían mostrado dispuestos.
Nada se consigue para siempre, pero el recuerdo de estos
cinco jóvenes asesinados el 27 de septiembre de 1975 es un acicate para seguir
peleando para lograr lo que ellos soñaron: República democrática y acabar con
la impunidad de los crímenes del franquismo.
Amiga y compañera Rosa. A tu conmovedor y riguroso artículo añado un fragmento de la gaceta que el memorialismo hispano-francés publica en su boletín Guerrilleros 151 del pasado sepriembre. Este es el fragmento:
ResponderEliminar"En 1976 Lluis Llach escribió una canción, Campanades a Morts, que subrayaba alegóricamente el horror de las últimas condenas a muerte (“diecisiteaños a penas y tú tan viejo…”)
A vosotros, todos los caídos por la Libertad, no os olvidamos.
Desearíamos que las autoridades españolas, en lugar de despilfarrar tiempo y dinero en comulgar con los nostálgicos del franquismo para celebrar “la Transición” de 1978, se dedicaran a haceros justicia".
Y sí, efectivamente la solidaridad internacional contra las penas de muerte fue IMPRESIONANTE. Junto a la Resitencia aquí -y las huelgas de hambre de nosotrxs, entonces presxs políticos, se logró salvar algunas vidas. Desgraciadamente, NO TODAS.
No, Nosotros NO OLVIDAMOS y tu artículo ayuda a entender que fue la criminal dictadura que combatimos, sufrimos y las raíces de la parda herencia que pudre la vida de este país llamado España.