Michael Löwy
http://www.contretemps.eu/marx-engels-revolutions-1848/
(traducción, Viento Sur)
En
el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels previeron la inminencia de
una revolución en Alemania y propusieron tanto una táctica como una estrategia
para este combate anunciado: “Los comunistas miran atentos principalmente a
Alemania, porque este país está en vísperas de una revolución burguesa y lleva
a cabo esta revolución en las condiciones más avanzadas de la civilización
europea […] de manera que la revolución burguesa no será mas que el
preludio inmediato de una revolución proletaria/1.” Veremos cómo se
esforzaron por poner en práctica esta orientación.
Al
estallar la revolución de marzo de 1848 en Alemania, Marx y Engels abandonan
Bélgica para establecerse en Colonia, donde se adhieren a la Asociación
Democrática. En esta ciudad publicarán, durante más de un año, el periódico Neue
Rheinische Zeitung (Nueva Gaceta Renana) –en referencia a la Rheinische
Zeitung, de la que Marx había sido redactor en 1842-1843–, que se proclama
“órgano de la democracia” en el movimiento revolucionario en curso. Los
artículos de Marx a lo largo del año 1848 ponen de manifiesto su voluntad de
contribuir a una alianza de las fuerzas progresistas, alianza que abarca desde
el movimiento obrero hasta la oposición burguesa a la monarquía prusiana,
representada aquella por la Asamblea de Fráncfort.
Sin
embargo, en septiembre de ese mismo año, Friedrich Engels se ve obligado a
constatar la lamentable capitulación de este parlamento ante el poder
absolutista, y en diciembre Marx publica un artículo titulado “La burguesía
y la contrarrevolución”, donde extrae la siguiente conclusión de los
acontecimientos de aquellos meses decisivos: “Una revolución puramente
burguesa […] es imposible en Alemania. Lo que sí es posible es o bien
una contrarrevolución feudal y absolutista, o bien una revolución
social-republicana.” ¿Cuáles serían las fuerzas motrices de esta
revolución? En un artículo de febrero de 1849 formula una primera respuesta a
esta pregunta: “las clases más radicales y democráticas de la sociedad”,
los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía/2.
En
abril de 1849, Marx dimite de la Asociación Democrática y dedica sus esfuerzos
a construir la Asociación Obrera de Colonia. Poco después, en mayo, aparece el
último número de la Neue Rheinische Zeitung; la revolución ha sido
derrotada y los dos jóvenes revolucionarios tienen que exiliarse en Inglaterra.
En Londres editarán una publicación mensual con el mismo título que pretende
ser la continuación de su periódico de Colonia, aunque al final solo se
publicarán seis números a lo largo del año 1850.
Durante
estos dos años, Marx y Engels habían seguido de cerca el levantamiento
republicano en Francia y publicado en la Neue Rheinische Zeitung varios
artículos sobre los combates que tuvieron lugar en París, particularmente en
junio de 1848. Marx retomará la cuestión de los acontecimientos revolucionarios
franceses en una serie de artículos para su revista londinense. Textos que
Engels recopilará mucho más tarde, en 1895, después de la muerte de Marx, en un
libro titulado Las luchas de clases en Francia 1848-1850. Se trata de
tres artículos relativos al periodo que va de febrero de 1848 a marzo de 1850,
seguidos de un cuarto artículo formado por extractos (escogidos por Engels) de
un estudio sobre la evolución económica y política de Francia hasta mediados de
1850.
Historia
en tiempo presente
No
se trata de periodismo, sino de una especie de “historia en tiempo presente”,
comprometida y polémica, con ánimo de ir más allá de la superficie del juego
político y parlamentario y de explicar la sucesión de acontecimientos en
Francia –país clave de la revolución europea a los ojos de Marx -a la luz del
conflicto despiadado entre clase dominante y clases dominadas. Con ironía
cáustica, Marx saca a relucir los intereses de clase que se ocultan tras los
distintos regímenes, gobiernos o partidos políticos, desenmascarando de paso
los discursos líricos y las fórmulas vacías de los ideólogos. Ya en los
primeros párrafos encontramos esta definición sarcástica de la monarquía de
Julio: “No era la burguesía francesa quien reinaba con Luis Felipe, sino una
fracción de esta: banqueros, reyes de la Bolsa, magnates del ferrocarril,
propietarios de minas de carbón y de hierro, amos de bosques y la parte de la
propiedad de tierras asociada a ellos, lo que viene en llamarse la aristocracia
financiera. Instalada en el trono, dictaba las leyes a las dos Cámaras y
repartía los cargos públicos, desde los ministerios hasta las expendedurías de
tabaco.”
En
cuanto al gobierno provisional que se estableció tras la revolución de febrero
de 1848, que pretendía, según su portavoz político-literario Lamartine, “eliminar
ese malentendido terrible que existe entre las diferentes clases”,
convertirá la República en “un nuevo traje de gala para la vieja sociedad
burguesa” y acabará aplastando a sangre y fuego la revuelta obrera de
junio. ¿Qué decir del partido de la Montaña, de Ledru-Rollin y sus amigos,
representantes de la pequeña burguesía democrática? “Su energía
revolucionaria se limitaba a lanzar iniciativas parlamentarias, registrar actas
de acusación, proferir amenazas, levantar la voz, pronunciar discursos
incendiarios y practicar un extremismo que no iba más allá de las palabras.”
En cambio, el proletariado revolucionario, que se reconocía en el comunismo –“para
el cual la propia burguesía inventó el nombre de Blanqui”–, aspiraba a su
vez a la “declaración permanente de la revolución” hasta lograr la
supresión de las diferencias de clase en general y de las relaciones de
producción en que se basan/3.
En
la introducción, Engels observa con razón que “la presente obra de Marx fue
su primer intento de explicar un fragmento de historia contemporánea a la luz
de su concepción materialista y partiendo de los datos económicos que implicaba
la situación”. Marx logró de este modo “relacionar los conflictos
políticos con las luchas de intereses entre las clases sociales y las
fracciones de las clases existentes, implicadas por el desarrollo económico, y
demostrar que los diversos partidos políticos son expresión más o menos
adecuada de esas mismas clases y fracciones de clases”. Sin embargo,
curiosamente, Engels parecía considerar insuficiente este tipo de análisis,
pues Marx no pudo –por falta de información, ante todo estadística, sobre la
época contemporánea “seguir día a día la marcha de la industria y del
comercio en el mercado mundial”; por tanto, estuvo “obligado a
considerar este factor, el más decisivo, como una constante, a tratar la
situación económica del comienzo del periodo estudiado como un dato cierto e
invariable/4”.
Sin
embargo, nos parece, por el contrario, que uno de los grandes méritos de este
texto es que pone el acento en la dinámica propia de la lucha de clases y su
desarrollo en la esfera política, evitando reducir este enfrentamiento
sociopolítico a mecanismos económicos. La historia no la hacen las fuerzas
productivas, sino las clases sociales, sin duda en unas condiciones económicas,
sociales y políticas dadas. En otras palabras, Marx tiene en cuenta la
autonomía relativa de la lucha de clases con respecto a las fluctuaciones de la
coyuntura económica y a “la marcha de la industria y el comercio”. Si
cada fuerza política corresponde a una clase o fracción de una clase, es en el
conflicto social donde se halla la clave de los conflictos políticos, y no en
los movimientos de la economía (ni siquiera “en última instancia”).
Por
tanto, no es por casualidad que Antonio Gramsci, en uno de los pasajes más
importantes, desde el punto de vista teórico, de sus Cuadernos de la cárcel,
cite La lucha de clases en Francia y El 18 brumario como obras
que “permiten precisar mejor la metodología histórica marxista”. Para
Gramsci, “la pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo
histórico) de mostrar y exponer toda fluctuación de la política y de la
ideología como una expresión inmediata de la estructura económica, debe
combatirse teóricamente como un infantilismo primitivo, y debe combatirse en la
práctica con el auténtico testimonio de Marx, autor de obras políticas e
históricas concretas/5”. Este comentario aparentemente “heterodoxo”
corresponde de hecho al enfoque marxiano en esta obra.
Marx
se interesó especialmente por los enfrentamientos de junio de 1848. Aquella
gran revuelta obrera, que sembró París de barricadas –tras la disolución de los
talleres nacionales por el gobierno republicano burgués, fue aplastada a sangre
y fuego por el general Cavaignac, ministro de la Guerra, quien ya se había
retratado en la “pacificación” colonial de Argelia. Marx no se contentó con
analizar el acontecimiento –cita de pasada un artículo que había publicado, “en
caliente”, en la Neue Rheinische Zeitung a finales de junio de 1848–,
sino que le atribuye una importancia histórica mundial: la primera gran batalla
en la guerra social moderna entre la burguesía y el proletariado.
Hay
dos épocas en la historia de Francia y de Europa: antes y después de junio de
1848. Claro que Marx no ignora otros levantamientos proletarios anteriores,
empezando por la revuelta de los “canuts” de Lyon; pero en su opinión, junio de
1848 encarna la gran inflexión en la lucha de clases, el momento en que la
palabra misma de revolución cambia de significado: deja de designar un simple
cambio de forma del poder político (monarquía, república) y adopta el sentido
de una ofensiva contra el propio orden burgués.
El
18 Brumario
Dos
años más tarde, Marx vuelve a la carga y escribe un nuevo texto sobre los
acontecimientos en Francia: El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852).
Esta pequeña obra, verdadera joya de estudio histórico materialista, es sin
duda uno de los escritos más logrados de Marx, tanto desde el punto de vista de
su riqueza teórica como desde el de su calidad literaria. Lo escribió de un
tirón, entre enero y febrero de 1852, a petición de su amigo Weidemeyer,
comunista alemán exiliado en EE UU, quien lo publicó en el primer número de una
revista titulada Die Revolution. En él aborda el mismo tema que en Las
luchas de clases en Francia, pero desde otra perspectiva histórica: se
trata de explicar por qué esta revolución concluyó, el 2 de diciembre de 1851,
con el golpe de Estado que otorga plenos poderes a Luis Bonaparte. Este “personaje
mediocre y grotesco”, según Marx (en el prefacio a la reedición de su libro
en 1869), conoce allí su “18 de brumario”, que fue la fecha del golpe de Estado
de Napoleón Bonaparte en el antiguo calendario de la Revolución francesa.
En
comparación con los artículos de 1850, ahora Marx se interesa menos por el
detalle de los acontecimientos que por las grandes líneas del enfrentamiento
entre las clases, así como el gran enigma de la base social del bonapartismo.
Se trata sobre todo de una obra mucho más importante desde el punto de vista de
la reflexión teórica general sobre la historia, las ideologías, la lucha de
clases, el Estado y la revolución. Si Las luchas de clases en Francia
refleja la dinámica propia de las luchas sociales –que no pueden reducirse a
fluctuaciones económicas -El 18 brumario de Luis Bonaparte permite
observar la autonomía relativa de lo político y de sus representaciones.
Uno
de los propósitos de la obra es el de discernir la lógica social del bonapartismo,
una forma de poder político que aparentemente se autonomiza enteramente de la
sociedad civil, pretende ser un árbitro situado por encima de las clases
sociales, pero que en última instancia sirve al mantenimiento del orden
burgués, al tiempo que se asegura, mediante la demagogia, el apoyo del
campesinado y de ciertas capas populares urbanas. El 18 brumario se
escribió antes de que Luis Bonaparte se proclamara emperador. No obstante, este
desenlace y el fin del Segundo Imperio ya estaban anunciados en la última frase
del libro: “El día en que el manto imperial se deposite finalmente sobre los
hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce de Napoleón caerá desde lo alto
de la columna Vendôme”. La profecía se hizo realidad, literalmente, aunque con
casi veinte años de retraso: la Comuna de París tumbará la columna Vendôme,
echando a tierra “la estatua de bronce de Napoleón”, en mayo de 1871…
En
las primeras líneas del texto figura una afirmación muy general, pero de
importancia capital para la comprensión del materialismo histórico: son los Menschen,
es decir, los seres humanos –y no las estructuras, ni las “leyes de la
historia”, ni las fuerzas productivas– quienes hacen la historia. Este
postulado permite distinguir el pensamiento de Marx de toda clase de
concepciones positivistas o deterministas –inspiradas en el modelo de las
ciencias naturales– del devenir histórico. Volvemos a encontrar una idea
equivalente en un pasaje de El Capital en que Marx se refiere a Vico: lo
que diferencia la historia humana de la historia natural es que los seres
humanos hacen la primera y no la segunda. Y añade que no hacen la historia
“arbitrariamente”, sino en determinadas condiciones, que incluyen la herencia
del pasado, que Marx contempla de manera bastante crítica, refiriéndose a la
célebre fórmula de Hegel: la historia se repite dos veces, la primera como
tragedia, la segunda como farsa –Caussidière por Danton, Louis Blanc por
Robespierre, el sobrino (Luis Bonaparte) por el tío (Napoleón).
¿Se
puede afirmar, sin embargo, como hace algunos párrafos más adelante, que las
revoluciones proletarias no pueden tomar su poesía del pasado, como las
revoluciones burguesas, sino tan solo del futuro? No parece que sea este el
caso, puesto que la Comuna de París de 1871 se remite continuamente a la de
1794, y la Revolución de Octubre a la Comuna de París (y así sucesivamente).
Probablemente, con esta observación, Marx quiso ahorrar al movimiento obrero
socialista la pesada herencia jacobina.
La
herencia del pasado
Las
tradiciones heredadas del pasado son uno de los aspectos de lo que Marx
calificó en 1846 con el término de “ideología” y aquí con el de
“superestructura”: ideas, ilusiones, visiones del mundo (Lebensanschauungen),
“formas de pensar” (Denkweisen). Este último término es interesante: lo
que cuenta no es tal o cual contenido filosófico, político o teológico, sino
una determinada forma de pensar. Este conjunto de representaciones “reposa” en
las formas de propiedad y de existencia social, pero son las clases sociales las
que las crean: en otras palabras, la ideología, o la “superestructura”, no es
nunca la expresión directa de la “infraestructura” económica, sino que son las
clases sociales las que la producen e inventan en función de sus intereses y de
su situación social. Por tanto, no existe una ideología de una sociedad en
general, sino representaciones, formas de pensar de las diferentes clases
sociales.
En
la sistematización de estas ideas e ilusiones desempeñan una función capital
los intelectuales, los representantes políticos y literarios de las diferentes
clases. Cualquiera que sea su distancia con respecto a su clase –en términos de
cultura o de sensibilidad–, son sus “representantes” o sus ideólogos en la
medida en que sus concepciones se sitúan dentro del horizonte de pensamiento de
la clase y no rebasan los límites de su visión del mundo; dicho de otra manera,
sus reflexiones, por sutiles y sofisticadas que sean, no salen del marco de la
problemática de la clase, es decir, de las cuestiones que esta se plantea en
función de sus intereses y de su situación social. Así, este pasaje de Marx
postula tanto la autonomía relativa de los intelectuales con respecto a las
clases sociales como su dependencia, en última instancia, de las Denkweisen
de las mismas.
El
18 brumario pone de manifiesto asimismo el antiestatalismo de Marx, su
crítica radical de la alienación política, que separa de la sociedad los
intereses comunes; en esto sigue el hilo de la crítica de la filosofía del
Estado de Hegel que ya formuló en el Manuscrito de Kreuznach (1843). Al
subrayar la continuidad del aparato de Estado, pletórico, parasitario e
hipercentralizado, desde la monarquía absoluta hasta Luis Napoleón, pasando por
la Revolución francesa, Napoleón I, la Restauración y la Monarquía de Julio,
Marx no se sitúa muy lejos de los análisis que Tocqueville desarrollará más
tarde en El Antiguo Régimen y la Revolución (1856), el mismo Tocqueville
que Marx menciona en el 18 brumario en su papel poco brillante, en 1851,
de portavoz del partido del orden, asociación confusa de legitimistas,
orleanistas y bonapartistas en la Asamblea Nacional…
Por
tanto, la tarea de la futura revolución social no consiste, como fue el caso de
las revoluciones del pasado, en tomar posesión –“como una presa”– del
Estado, sino la destrucción (Zertrümmerung) del aparato
burocrático-militar estatal. No obstante, Marx todavía no tiene una idea
precisa de la nueva forma de poder político que debería reemplazar al Estado:
la define como una “nueva forma de centralización política”. La fórmula
es a la vez demasiado vaga y demasiado unilateral, al suprimir, en beneficio de
un único polo, la dialéctica entre centralización y descentralización, entre
unidad democrática y federalismo. De hecho, la respuesta a esta cuestión la
recibirá Marx de la Comuna de París en 1871.
Los
sujetos de esta futura revolución social son sin duda los proletarios, pero
también los campesinos, una vez libres de sus ilusiones bonapartistas; Marx
parece condenar, en un primer momento, a los campesinos a la impotencia
política y al triste papel de base social del bonapartismo, pero luego se da
cuenta de que sin la acción revolucionaria de esta clase, la revolución
proletaria está condenada al fracaso en “todas las naciones campesinas”,
como en Francia en el siglo XIX, pero también en Rusia, China y muchos otros
países en el siglo XX.
Revolución
permanente
Aunque
exiliados en Londres, Marx y Engels siguen atentamente los últimos combates de
la revolución iniciada en marzo de 1848 en Alemania. Así, en marzo de 1850
escribirán una circular, en nombre del Consejo Central, dirigida a los
militantes de la Liga de los Comunistas que permanecen en el país. Dicha
circular es uno de los documentos políticos más importantes que han escrito los
autores del Manifiesto. Pese a que parte de una apreciación
perfectamente ilusoria y errónea de la situación en Alemania, donde la
contrarrevolución ya había ganado la partida, el caso es que prefigura las
principales revoluciones del siglo XX. Contiene la formulación más explícita y
coherente de la idea de revolución permanente, es decir, la intuición de la
posibilidad objetiva, en un país “atrasado”, absolutista y “semifeudal” como
Alemania, de una articulación dialéctica entre las tareas históricas de la
revolución democrática y las de la revolución proletaria, en un único proceso
histórico ininterrumpido.
Esta
hipótesis ya apareció, en versión filosófica abstracta, en la Contribución a
la crítica de la filosofía del derecho de Hegel en 1844, así como, de
manera implícita, en algunos de los artículos sobre la revolución alemana
escritos para la Neue Rheinische Zeitung en 1848-1849. También es cierto
que en Marx, y todavía más en Engels, encontramos, tanto antes como después de
1850, escritos en los que el desarrollo del capitalismo industrial y el
advenimiento de la república parlamentaria burguesa se presentan como etapas
históricas distintas, que preceden a la lucha por el socialismo.
Al
constatar la capitulación de la burguesía liberal ante el absolutismo, la Circular
de 1850 propone una alianza del proletariado alemán con las fuerzas
democráticas de la pequeña burguesía contra la coalición reaccionaria de la
monarquía y los terratenientes con la alta burguesía. De todos modos, esta
coalición democrática se percibe como un momento transitorio dentro de un
proceso revolucionario “permanente”, hasta llegar a la abolición de la
propiedad privada burguesa y al establecimiento de una nueva sociedad, una
sociedad sin clases, no solo en Alemania, sino a escala internacional. Para
ello, hará falta que los obreros organicen sus propios comités, sus gobiernos
obreros revolucionarios locales y su guardia pretoriana armada. La similitud
con lo que ocurrirá, aunque en un contexto diferente, en octubre de 1917 en
Rusia es sorprendente: consejos obreros, doble poder, revolución permanente.
La
Circular de marzo de 1850 fue publicada por primera vez por Engels, en
el anexo al libro de Marx Enthüllungen über den Kommunisten-Prozess zu Köln
(Revelaciones sobre el juicio contra los comunistas en Colonia), aparecido en Zurich
en 1885. No dejó de suscitar la crítica de los partidarios de una
socialdemocracia moderada; así, Eduard Bernstein, en Los presupuestos del
socialismo (1898), denunció la “revolución permanente” como formulación
“blanquista”/6. Sin embargo, en los escritos de Auguste Blanqui no
figuran ni el concepto ni el término. De hecho, la fuente más probable del
término hay que buscarla en los trabajos de historia relativos a la Revolución
francesa que Marx había estudiado y comentado en 1844-1846, en los que se
hablaba de unos clubes revolucionarios que se reunían “de forma permanente”.
Bernstein
percibe asimismo, aunque esta vez con razón, la dialéctica como fuente de las
ideas formuladas en la Circular. Según él, la idea de transformación del
futuro estallido revolucionario en Alemania en una “revolución permanente” era
fruto de la dialéctica hegeliana –un método “tanto más peligroso cuanto que
nunca resulta enteramente erróneo”– que permite “pasar bruscamente del
análisis económico a la violencia” política, dado que “cada cosa lleva
en sí su contrario”/6. En efecto, fue exclusivamente gracias a su
enfoque dialéctico que Marx et Engels fueron capaces de superar el dualismo
rígido e inamovible que separa la evolución económica y la acción política, la
revolución democrática y la revolución socialista. Fue su comprensión de la
unidad contradictoria de estos distintos momentos y de la posibilidad de un
salto cualitativo (“transiciones bruscas”) en el proceso histórico, que les
permitió esbozar la problemática de la revolución permanente. Frente a este
método dialéctico, Bernstein no puede proponer sino el “recurso al
empirismo” como “único medio de evitar los peores errores”.
Empirismo contra dialéctica, he aquí la mejor forma de poner de manifiesto las premisas
metodológicas que se enfrentan en este debate.
Curiosamente,
cuando León Trotsky formula, por primera vez, su teoría de la revolución
permanente en Rusia, en el folleto Balance y perspectivas (1906), no
parece que conociera la Circular de marzo de 1850; su fuente
terminológica fue un artículo sobre Rusia publicado en 1905 por el biógrafo de
Marx, Franz Mehring, quien sí había leído el documento de 1850, aunque no lo
citara.
El
interés de este escrito “al natural” de Marx y Engels radica en que, a pesar
del evidente error “empírico” de su análisis de la situación en Alemania,
supieron captar un aspecto esencial de las revoluciones sociales del siglo XX,
no solo en Rusia, sino también en España y en los países del sur (Asia y
América Latina): la fusión explosiva entre revolución democrática (y/o
anticolonial) y revolución socialista dentro de un proceso “permanente”.
Encontramos ideas análogas desarrolladas –sin que necesariamente tuvieran
conocimiento de la Circular de 1850 o de los escritos Trotsky– por
marxistas latinoamericanos como José Carlos Mariátegui a finales de la década
de 1920 y Ernesto Che Guevara en 1967, o africanos como Amílcar Cabral. Esta
problemática conserva toda su actualidad, como demuestra, especialmente en
América Latina, el debate sobre “el socialismo del siglo XXI”.
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