Manuel
Corbera Millán
Activista
de LIBRES y de Pasaje Seguro
Los colectivos
ciudadanos en defensa de las personas refugiadas nos movemos a menudo por un
sentimiento de mera empatía, que intentamos contagiar al conjunto de la
sociedad civil. Queremos ser los altavoces del desgarrador grito de socorro de
quienes, tras haberlo perdido todo, se ven atrapadas ante las puertas cerradas
de Europa. Queremos ser defensores de sus derechos humanos, evitar que se les
olvide, denunciar el trato que reciben y, por supuesto, queremos acabar con
esas fronteras blindadas que se están ganando a pulso el calificativo de
asesinas. Todo ello está bien, es una prioridad.
Pero pocas veces nos
paramos a pensar en las razones que están detrás de esta política de la UE. Uno
de los días que estaba recogiendo firmas para el Manifiesto de Pasaje Seguro UC
en la Universidad, una de las personas que se acercó a interesarse me preguntó
¿Tú por qué crees que los gobiernos de los países de la UE son tan reticentes
con la acogida de los refugiados, si podrían quedar bien con poco esfuerzo? Me
limité a enumerar los principales argumentos utilizados en los discursos
oficiales: dicen –dije- que el coste es muy elevado, pero países mucho más
pobres como Turquía, Jordania o Líbano han absorbido a la mayor parte de los refugiados;
dicen que no hay espacio ni recursos para todos, pero somos una de las
principales potencias económicas mundiales; dicen que entre los refugiados hay
terroristas, pero no es ahí donde se encuentran los terroristas; dicen que
podrían dar impulso a posiciones xenófobas, pero buena parte de su propio
discurso es xenófobo… Todo ello son disculpas, concluí; lo cierto es que
tenemos unos políticos egoístas, que quieren sacudirse los problemas del asilo.
Cuando se marchó, no sé si convencida o no, me quedé pensando en que no había
respondido bien; me había quedado en el discurso explícito, pero estaba seguro
de que había razones no mencionadas, y que éstas eran las más importantes.
Cuanto más se indaga
en esas justificaciones explícitas más se descubre su falacia y más evidente
parece que ellas no son la causa última de la política de fronteras que parece
querer transformar a la UE en una fortaleza frente a los refugiados.
El
número de personas refugiadas que llega es insignificante para
una comunidad de más de 500 millones de habitantes. Los poco más de 160.000 que
la UE se ha comprometido a acoger apenas suponen el 0,03% de su población, y si
consideramos el total de peticiones de asilo hasta 2015 (566.380 según datos de
ACNUR) éstas sólo suponen el 0,11%. ¿Cómo se puede calificar a esto de
avalancha o de crisis de refugiados? Solo el cierre de fronteras, que atrapa a
las personas llegadas y las impide seguir hacia los destinos elegidos, ha
provocado las terribles situaciones que conocemos y que se han visto agravadas
por el frío glacial de este invierno. A fecha de enero de 2017 tan sólo han
llegado 24.070 personas refugiadas, es decir el 13% de las que se habían comprometido
a acoger. Mientras tanto, más de 70.000 siguen aprisionadas en Grecia,
Bulgaria, Macedonia, Serbia…
Por otra parte, el
coste de detener a las personas migrantes y refugiadas que intentan llegar a
Europa y de deportar a quienes se considera ilegales, conlleva gastos tan
enormes que podrían servir para proporcionar asilo a muchas personas. Desde el
año 2000 Europa lleva gastados cerca de 2.000 millones de euros en blindar sus
fronteras y 11.300 en expulsiones y repatriaciones. El mantenimiento de las
vallas de Ceuta y Melilla cuesta (nos cuesta) más de 10 millones de euros
anuales, y detener y deportar a las personas migrantes que llegan a España
supone un gasto anual de 49 millones de euros. No es extraño que, en ocasiones,
hayamos visto en el inmenso negocio que ello supone una de las causas de este
blindaje de fronteras. Pero no es razón suficiente; también la política de
asilo podría producir beneficios económicos.
En efecto, los mismos
que han calculado que el coste de acogida para el período de 2015 a 2020 sería
de 68.000 millones de euros, afirman que el beneficio que supondría en el mismo
periodo sería de 126.000 millones, es decir, casi el doble de lo invertido.
No lo dicen
economistas sospechosos de izquierdismo, ni de ser defensores de los derechos
humanos. Sino economistas como Antonio Spilimbergo del Fondo Monetario Internacional,
Massimiliano Cali del Banco Mundial, o Philippe Legrain, ex asesor del ex
presidente de la Comisión Europea Durao Barroso. Recientemente Standard &
Poor´s sostenía que la llegada de inmigrantes ha supuesto un notable impulso al
crecimiento en Turquía, Jordania y Líbano, es decir, en los países que han
recibido la mayor parte de refugiados de Oriente Medio (más de 4 millones).
Por otro lado, los
principales países europeos mantienen o han estado manteniendo políticas que alientan
la inmigración. Políticas que buscan paliar el severo envejecimiento de la
población europea que pone en riesgo el relevo generacional (argumento que
suelen utilizar para avisar de la difícil sostenibilidad de las pensiones) y
que parecen haber demostrado sus ventajas. Alemania cuenta entre su población
con 6,6 millones de inmigrantes que han aportado a las arcas del Estado 22.000
euros. Los inmigrantes llegados al Reino Unido desde 1999 aportaron a la Hacienda
pública un 34% más de lo que costaron. El impacto medio positivo en los países
de la OCDE entre 2007-2009 supuso un 0,35% del PIB y en Suiza, Bélgica o España
alcanzó el 0,46%.
Claro que la crisis
puede haber cambiado las cosas. Ahora el desempleo y la deuda pública se han
disparado. Este es uno de los argumentos fuertes de la extrema derecha, con el que
va ganando adeptos entre la clase obrera. Marine Le Pen ha dicho que la llegada
de refugiados es como escupir a la cara de los desempleados franceses y
europeos. Y sin embargo, existen igualmente muchos estudios que niegan ese
impacto negativo. Porque la cuestión está en que la capacidad de empleo no
consiste en un número fijo de puestos de trabajo que tendrían que repartirse
entre los nacionales y los inmigrantes. Depende de la marcha de la economía y,
por tanto, de la capacidad de los Estados para contribuir a la salida de la
crisis. Un informe del FMI –tras un estudio de proyección- concluía que es precisamente cuando se produce un
mayor grado de integración laboral de los refugiados y migrantes cuando sube el
PIB, desciende el desempleo y baja el porcentaje de deuda con respecto al PIB.
No parece sostenerse,
por tanto, la argumentación de que no hay recursos para todos. Y ello hace aún
más incomprensible el empecinamiento de la UE en mantener sus fronteras
cerradas a los refugiados.
Uno de los argumentos
más falaces e infames que viene utilizándose en los discursos oficiales es el que
sugiere la posibilidad de que haya terroristas entre los refugiados. Porque es
bien sabido que el terrorismo viaja más bien en sentido contrario. Algunos
magrebíes, argelinos o turcos de segunda o tercera generación, que viven marginados
en sus propios países europeos que les sigue considerando extranjeros, a pesar
de su nacionalidad y de que en muchos casos jamás conocieron el país de origen
de sus ancestros, se han visto atraídos por el Estado Islámico, y se han
desplazado a Siria o Irak a través de la frontera turca para unirse al Daesh.
Personas así también formaron parte de alguno de los atentados cometidos en Europa.
Pero ¿quién puede creerse que terroristas,
a los que se supone bien equipados y dispuestos a atentar en Europa,
pasen por las penalidades de los campamentos y los más que exhaustivos
controles de frontera? ¿No es más fácil pensar que esas personas, en caso de
que quisieran entrar con esos fines -si es que no están ya dentro- viajasen en
avión y con papeles convincentes?
El último de los
grandes argumentos utilizados en los discursos, más mezquino aún que el
anterior, es que la apertura de fronteras a los refugiados daría alas a la
xenofobia populista. La verdadera pregunta es: ¿Están los partidos de extrema derecha
en Europa ganando terreno a causa de la presencia o presión de refugiados, o lo
están haciendo porque los gobiernos conservadores o socialdemócratas les abren
los espacios para ello a través de sus propias declaraciones?
De hecho, es en el
discurso no explícito –o explícito a medias- de los dirigentes políticos, donde
se encuentra el verdadero porqué de esta política. Un discurso xenófobo, aunque
envuelto en un celofán que le da apariencia de “políticamente correcto”. Un
discurso que defiende lo de dentro frente a lo de fuera, y en el que “lo de
dentro” no está delimitado solo por las fronteras físicas de la UE, ni siquiera
de los Estados Miembros, sino por las intangibles fronteras que delimitan a los
“genuinamente europeos” de los otros (cada vez más identificados con los
musulmanes). Una operación que sirve para hacernos creer que los unos (los
europeos) disfrutamos de unos privilegios que debemos defender contra quienes
pueden arrebatárnoslos. “No podemos dejar que entren, porque no hay para todos”.
El verdadero objetivo
no es impedir su entrada, sino mantener esa imagen dual, reforzándola incluso,
presentando a los migrantes y refugiados como hordas bárbaras que acechan las
fronteras de Ceuta y Melilla, de Italia, Grecia, Bulgaria y Serbia, dispuestas
a cualquier cosa con tal de conseguir realizar el sueño europeo, de disfrutar
de nuestro estado del bienestar.
Con
ese discurso pretenden reforzar el papel de los Estados y de la propia UE,
defensores de nuestros privilegios, protectores de nuestra integridad frente al
terrorismo que se nos puede colar por unas fronteras mal blindadas. Con ello
orientan nuestra mirada hacia otro lado
y ocultan su incapacidad para salir de una crisis interminable.
Con frecuencia los
movimientos de apoyo a los refugiados solemos decir que la UE está traicionando
con esta política sus principios, la defensa de los derechos humanos y de la
democracia. Pero esos principios (si alguna vez los tuvo) no los traicionó
cuando se convirtió en fortaleza frente a los refugiados. La ciudadanía europea
ha dejado de vivir en democracia y en Estados que respetan los derechos humanos
desde que el capitalismo neoliberal se convirtió en hegemónico y reconfiguró el
funcionamiento y los principios de la Unión. Los tecnócratas que controlan el
Banco Central Europeo, la Comisión Europea,
el Mecanismo Europeo de Estabilidad, personas a las que nadie ha elegido,
imponen el rescate de los bancos, obligan a transformar las deudas de los
bancos privados en deudas públicas, fuerzan a los Estados a llevar a cabo
políticas austericidas de recorte de lo público (sanidad, educación,
prestaciones sociales, pensiones…). Los representantes elegidos de los partidos
que gobiernan hoy por hoy en cada Estado, son en realidad representantes de las
élites del neoliberalismo, que acatan obedientes sus dictados y nos imponen las
reformas que garantizan sus beneficios al tiempo que nos recuerdan la
“imposibilidad de cambiar las cosas”. ¿Qué espacio queda para la democracia?
Cuando nuestras calles se llenan de indigentes, cuando las familias son expulsadas
de sus casas ¿Qué derechos humanos puede atribuirse a esta UE podrida?
No son las personas
inmigrantes y refugiadas quienes ponen en peligro nuestro futuro, el de las
clases populares. Ya una vez en la Historia se acusó a los judíos de ser los
causantes de los males que engendraba el capitalismo. Hoy parece haberles
tocado a los musulmanes. Lo cierto es que nuestro futuro y el estado del bienestar
están siendo atacados desde dentro de la UE, y no por musulmanes, inmigrantes y
refugiados, sino por los gobiernos que impulsan las privatizaciones de los
servicios sociales, que realizan reformas laborales que convierten la
precariedad laboral en normalidad, que rebajan los salarios y las pensiones,
que nos empobrecen e impiden a los jóvenes planificar su vida.
Quienes llaman hoy a
las puertas de esta Europa deshumanizada, de esta Europa dominada por las
élites financieras del capitalismo neoliberal, no son nuestros enemigos. No
pretenden despojarnos de nada. Después de todo vienen huyendo de conflictos en
los que distintas potencias regionales y mundiales se disputan la hegemonía
sobre sus recursos. Son víctimas del mismo sistema, generador de la guerra y el
hambre que les ha arrojado a nuestras fronteras. Exigir a nuestros gobiernos
que les acojan y defender sus derechos como personas, no solo es un acto de
solidaridad imprescindible con quienes sufren por causa de las guerras; es también
la manera de expresar nuestra indignación con quienes desde la UE se han
propuesto incrementar su sufrimiento para utilizarlo como el escaparate que nos
permita reconocer nuestros supuestos privilegios, que nos haga sentir
protegidos por nuestros Estados y la UE, que nos haga olvidar los continuos
ataques a nuestros derechos y libertades y el desmantelamiento del estado del
bienestar.
Aquí la url del video filmado durante un debate público en la PANTERA ROSA (ZARAGOZA)
ResponderEliminarhttps://youtu.be/ngOm8UDUazI