R. Bistué
En los
inicios de la década de los 60, otro Bistué muy querido me recomendó leer a
Ramón J. Sender…”novelista exiliado, que
también es de Huesca”. Le hice caso integrando a Sender en mis lecturas
juveniles e intermitentemente le he sido fiel hasta La Efemérides, degustada durante este verano de 2017.
Recuerdo
bien mi inicio con Réquiem por un
campesino español, (durante los años 50 Mosen
Millán y en los 60, ya con el título de Réquiem… que encontré expresivamente ilustrado en un bouquiniste junto al Sena).
Después, En la vida de Ignacio Morell y ya
avanzados los 70, La aventura equinoccial
de Lope de Aguirre (que cayó en mis manos a remolque de la película de
Herzog, Aguirre, la cólera de Dios que -para gloria de K.
Kinski- nos sacudió aquellas modorras televisivas tipo “¡si no hay Casera, nos vamos!”).
No hablaré
de la zigzagueante biografía política de Sender –me desagradó su “finta” a
Eduardo de Guzmán durante la crónica de la tragedia de Casas Viejas- y también sus
muchas idas y venidas durante la Revolución española (…) Por supuesto que me
cabreó el que un veterano de la Guerra de España como Sender, cediese -por salvar el jornal- ante la Caza de
Brujas que vertebró McCarthy y firmase aquel manifiesto anti-rojos infumable…
para mayor lustre de “la gran democracia americana”.
La
Efemérides es una novela-disparate que despliega sus historias
banales en un “no lugar” precisamente para ubicarse en cualquier lugar con el
trasfondo de un despiadado conflicto
bélico.
Su
trama no pretende enganchar, esa tarea la encomienda Sender al lenguaje, de modo
que usa la prolijidad verbal como cosmos sonoro que da sentido a un sin sentido
argumental propio de un Boris Vian…Todo muy propio de un lúcido escepticismo
(por eso se la recomiendo a nuestro compañero-afín Walden que encontrará sintonías)
La ciudad,
intermitentemente vacía, se anima en La Plaza que es lugar de La Fiesta. Una
orgiástica celebración bailada, tan loca como histérica, que parece devolver la
vida al sombrío erial urbano.
Y Sender
describe de tal modo que “la fiesta” que
se nos antoja heredera de las secuencias de dos excelentes películas que
tendieron puente entre la vieja Europa y el Nuevo Mundo: Play
Time (1967, de Jacques
Tati) y Danzad, danzad malditos
(1969, de Sidney Pollack). Un vértigo entre el consumismo de los 60 y la depresión
de los 30, tras la crisis-crack de 1929.
No
desvelaremos el desenlace, con un final
a todas luces apocalíptico digno de la mejor ciencia ficción-terrorífica y del
humor negro de Swift.
Ese
final es el que da la más contundente dimensión política a la novela, en clave
desesperada y nihilista. Pan y Circo… ¡pero a lo bestia!
(La primera edición aquí
(1976) la ofreció Editorial SEDMAY).
Efectivamente fue el pintor asturiano Orlando Pelayo, quien ilustró el Requiem por un campesino -que citas.
ResponderEliminarPelayo fue combatiente republicano exiliado en Argel y parisino-español desde 1947. Sus ilustraciones para Sender tienen mucha garra. Se definió a sí mismo como un pintor de exilios. Murió pronto, en 1990 en Oviedo y fue siempre un combatiente con pinceles y con buriles. Bueno es seguirle teniendo en cuenta.
no entiendo porqué se modifican textos de bog sin consentimiento de los artífices.
ResponderEliminarAquí. la efemérides por "los efemeridos".
En el inicio. tomba, tomba, tomba por "cae, cae, cae"
Mejor que no nos hagan favores los amos de Blogger
y arriba. bog...por blog ( esto es como viajar "fuera" del tranvía por falta de parné para el billete ) cagüen!
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