(¡Volvemos
a la carga!)
A.Walden
Cierto
pensamiento sociológico (T. Veblen “¿Por
qué la economía no es ciencia evolutiva?”) afianza su estrategia en el
funcionamiento colectivo, determinado por las estructuras organizativas que
encontraron en las relaciones socioeconómicas, y -por lo tanto, necesariamente
de dominio- el argumentario para explicar alguna justificación renovada del
Estado y su catálogo institucional, que van desde las implicadas en la coerción
del castigo a las que obsequian con la extorsión del incentivo o la ceremonia
mutualista del premio; representando – ambas todas - relaciones de
sojuzgamiento donde el individuo es subduccionado en la potencia dominante de
un corporativismo aureolado con la bendición del entusiasmo social y la
ratificación del positivismo político (pienso, efectivamente, en lo que dicen ser los pilares eternos de la esencia
social, en los escudones heráldicos o en los estandartes tribales de todos los
modos de teorizar la gobernanza de las naciones contemporáneas, tanto de
“Estados correccionales”, como de “Estados anuentes”).
El
fondo que intuyo tras la persistencia en el culto a la “INSTITUCIÓN” y su
parafernalia, sea este venido del
selecto apunte historicista, o lo sea del tradicionalismo popular, lo puedo
entender en primer lugar representando la forma en que las ortodoxias y las
legalidades que aprehenden el poder se interiorizan de alguna forma efectista o
de cierta manera moralizante en el individuo; dominado -este- de semejante modo
por las élites sobrevenidas a la sazón y
consensuada esta situación por las masas reesencializadas en su más genuina
condición pastoreada. “¡Ojo! con lo que
nace de la necesidad, es probable que
antes de darte cuenta se haya convertido en causa de necesidad”.
Partiendo
– a pesar de ello – en la tranquilidad de identificarme con la siempre aplazada
frase de que “No existirá nunca nada que
no deje de ser necesario” puedo conjeturar esta apostasía dialéctica en la
disidencia y en el descuido que me venga en gana, sin tener en cuenta la coherencia de la “acción
comunicativa” y su integrismo proselitista de convencimiento (relaciones de
dominio, insisto); eso que tanto hace cavilar a algunos y desear
apasionadamente a tantos.
El institucionalismo se atribuye la potestad de
representar todas las áreas de acción social, política, religiosa, cultural,
creativa, educativa, etc. dictando los estándares en que se tienen que
relacionar (relaciones de dominio, reitero) las diferencias, certezas y
conflictos posibles. El pensamiento “flojo” de la intranscendencia coral se
ampara -pues- en la existencia de ese corporativismo institucionalista y en su
categorización correspondiente. En la institución se supone que convergerán los
mejores valores que se quiere reconocer en la sociedad, resultando imponer
“serse” ser el “súmmum bonum” de la epopéyica legendaria de cualquier sistema
político evolucionado, contrato social contractualista, régimen caudillista o
comunidad de vecinos. Aunque el encastillamiento que implica para algo o
“álguienes” ser, participar o heredar el trono institucional; la incontestable
homologación social que supone pertenecer al establishment religioso, político
o cultural (tanto montan, montan tanto…, todos se montan) compite con la otra
consideración de dominio por la que en el marco social se tiene aún mayor
sensibilidad objetiva; la económica.
Tenemos
así, pues, que el orden de dominio no es ya una acción directa con la estaca de
unos pocos amenazando sobre otros, que sueñan con cambiar, a su vez, la
relación; si no que se solemniza, se ritualiza, se
democratiza con un fondo intocable escusado en la necesaria y resolutiva idea
de ORGANIZACIÓN que desea personificar
la institución de turno. Ante la seguridad y el legalismo que ofrecen
estos entes o entidades, el ciudadano se reconoce como ser ontológicamente
geométrico y aritmético, recorrido de puro racionalismo cartesiano.
Las
filacterias y las divisas ideológicas o creenciales de tales cofradías tornan
pronto códigos estatutarios para las diferentes tradiciones y apegos que con
sólo ser nombradas demuestran lo incontestable de esos catecismos normativos y
argumentales que guían su ideario o doctrina, generalmente simétricos y
especulares.
Y
siendo así, adquieren con prontitud la condición esperpéntica y paródica de un
oficialismo trabado en su propio embarrancamiento que confunde organización con
orden y orden con control, derivando en
lo que un amiguete ha dado en nombrar como “INSTITUCIONALI(CI)SMO”; es decir,
la afectación hilarante de cualquier planteamiento bajo las premisas del
delirio covachuelista de ese orden y control, encarnado en el nombre
fundacional y en las generaciones de sus galoneados servidores; esta es una
vinculación de por vida.
Otra característica jocosa y cachondífera que
se nota mucho es la disposición gestual de sus adeptos para potenciar el
argumentario de su elogio;
la ceremonia constante de la “Pompa y Circunstancia” de su corte
funcionarial y todo su simbolismo, que como tal representación simbolizante
encuentra en la estética del poder de los símbolos y de las alegorías la verdad
buscada.
Aviso.
-Cuando
se plasma en un texto alguna reflexión como la anterior se tiene que reconocer
que ante todo ha sido un ejercicio para sólo uno mismo, un
análisis sin el concomitante de todo lo que hay que ofrendar y respetar de
aquella “acción comunicativa” y sus correlativas “relaciones de dominancia”
aplicada a la construcción social.
-
No es oírse lo que uno desea escuchar, no es diciéndose lo esperado el modo en
que la idea remota acaba por surgir transformadora en la proximidad de la vida
de uno mismo. Es la larga contemplación perspéctica de un texto, su reflexión,
la tranquilidad que da alargar la idea fugaz
mucho más allá del apremio del - como digo – convencimiento y
reconocimiento. Es comprobar la enorme diferencia que existe entre ser galeote amarrado
a una cultura-tradición y hacer el desafío del pensamiento en la clandestinidad
del furtivismo más turbador.
También
hay que entender que se comunicará algo efímero y provisional, de ahí mi
contrasentido en emplear este portal, pero la necesidad de tal contradicción es
lo que tiene la voluntad de la reflexión, ¡surrealismo! ¡surréalisme!
¡¡surrealismus!!
De
este modo, la corrección, incluso la racionalidad irrenunciable resultan
escandalizadas o defraudadas por una forma de parecer poco pragmática,
entusiasta o resolutiva al modo tradicional, principalmente porque tal forma se
refugia en la ataraxia de los textos de reafirmación individualista, en la
autocensura pública de lo clandestino y cifrado; en fin, en formas poco
compartibles, aunque muy compatibles de error y duda… Vale.
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