Albert Walden
Parto
de un párrafo extractado del libro “Homo Videns” de Giovanni Sartori, para
hacer un pequeño análisis de las pleitesías sociales a las que necesariamente
les vincula esa forma casi absoluta de racionalidad que es el poder de
administrar la creación y difusión de la imagen que, a fin de cuentas, es lo
mismo que intentar controlar tanto las formas de pensar como sus contenidos,
reduciendo aquellas a la significación de estos (pienso que es importante
subrayar que no necesariamente lo segundo debería siempre condicionar lo
primero, ya que “la forma de pensar”, la amplitud de episteme sobrepasa a las
certezas habidas que buscan el conocimiento en la aceptación del contenido).
Desde
la clásica imagen de las 625 líneas en la que las generaciones predigitales nos
empezamos a formar como sujetos cautivos de cierta paleovirtualidad, hasta que se aviene uno con lo que los sentidos
avalan en el mundo del trampantojo digital, el tributo que se suele pagar a la
imagen demarcativa (ensalzamiento del modelo y su estética) como gabela de cada
vida vuelve a ser la palabra, pero no la palabra como símbolo proclamático que
corrobora el evidencionismo de la “realidad” o fórmula de retroalimentación
convencionalista (esas indolencias sintagmáticas ante el regusto de los brillos
mediáticos están perdidas de antemano, ya que la vía por antonomasia hacia la
“realidad” - yo diría incluso que hacia la “verdad”- es la imagen; tal como afirma – en su epítome
intelectual – la reputada sentencia
popular: “Más vale una imagen
que…y tal, y tal, y tal”), sino que lo que se ofrenda es el patrimonio
individual de la palabra, su potencia creativa y su condición indispensable
para la memoria personal del pensamiento; la palabra no es sólo sonido, del
mismo modo que la pintura no son sólo imágenes.
Es
la palabra arriesgada, la palabra comprometida, la palabra larga de la
conjetura ardua, la sospechosa palabra en lo desconocido, son todas las que
exponen disyuntivas dialécticas o abaten los símbolos referenciales
arquetípicos las que van extrañándose hasta llegar a la similitud con su
opuesto o, sencillamente, acaban extintas por mor de la fascinante seducción
del sensualismo glandular.
La
exponencialidad del discurso audiovisual se filtra en todos ámbitos
consuetudinarios e incluso en los inusuales y, por supuesto, tanto la
ritualidad consensual de la más ortodoxa democracia como la censura hacia la
posible acción política alternativa, son campos más o menos propicios para
demostrar el poder de su influencia (conviene recordar que en los platós de las
TV´s se construyen aún - a fecha de
hoy - las opiniones públicas y los
líderes que las encarnan).
Así mismo, convengo en
afirmar que este inductor letárgico ha hecho tanto por la obediencia debida y
por la “unificación de criterios” como los hierros inquisitoriales hicieron.
La
tendencia al acompasamiento en el sentimiento, propio de las sociedades que han
conseguido masificar todas sus reacciones y todas sus opiniones, es una de las
características que con tal refrendo, todos (¿casi todos?) entienden con la
normalidad de lo que siempre tiene que ser así y resulta impensable que sea de
otro modo (haced la prueba).
Ese
tiempo común de la experiencia convivida se justifica por el hecho informativo
que arrastra el poderío audiovisual; y con esto ya hemos llegado a un tema
fundamental: la información, cuestión interesantísima pero que quedará para
otro garbeo funanbulista sobre el abismo.
De
momento voy a retornar la mención del principio del artículo para exponer el
texto pendiente de Sartori que me ha servido de coartada para desarrollar lo
escrito hasta ahora, dice el autor:
“Para los triunfalistas
de los nuevos medios de comunicación el saber mediante conceptos es elitista,
mientras que el saber por imágenes es democrático”, la verdad es que yo siempre he
querido pensar que la reflexión se vale principalmente de conceptualizaciones
de cara a la acción comunicativa, y que el paradigma metafórico está inspirado
en el relato que aporta la imagen como saber ilustrado o gráfico, no me había
parado a pensar en la posibilidad de alguna connotación clasista, tampoco
entiendo si el poderío de la imagen es bueno porque es democrático, o que la
imagen nos iguala a todos en tal tropel; y la perplejidad es aún mayor ante la
posibilidad de que la erialidad que acecha pueda haber llegado a convertir en
especial algo que ha sido lo habitual, “saber mediante conceptos”.
El desarrollo reflexivo
de un cuerpo conceptual requiere tiempos de convivencia con
la crítica, con el error, con el ejercicio mismo de la duda, así como una
imbricación creativa de complejidad exponencial entre el análisis responsable
de la razón e incluso de la lógica y la impronta subconsciente del pensamiento
abstracto; en tanto que en el mundo objetivista de la imagen ese fondo
subconsciente de conocimiento subyacente es desplazado por la incitación
subliminal del mensaje audiovisual inmediato. Es una relación que también
podemos rastrear entre los giros copernicanos que las ciencias físicas han
hecho siempre sobre nuestros sentidos, antinomia de la usurpación que la
representación hipnótica de la realidad virtual hace sobre los mismos.
Resumiendo toda esta argumentación - que bien pudiera parecer algo abstrusa
para un blog como “Afinidades” - entiendo que la dependencia del estímulo
audiovisual hace a la relatividad de los sentidos rehén de la veleidad de las
sensaciones.
No…,
no quiero que la razón principal de estos textos sea otro juicio de valor
peyorativo sobre un medio de difusión que acumula a la par dicterios y
ovaciones de una manera tan recurrente que se han convertido en espectáculos
complementarios para entretener a la peña; siendo la sublimación de su
maniqueísmo – como decía - antirelativismo emocional y caprichito sensualista
de lo dado e interiorizado.
Lo
que quiero conocer es el fenómeno que a diario hace de la imbecilidad
generalizada -de la que a ratos
participo - untuosidad que se acrecienta en alguna racionalidad acatada emanada
bien del medio según exponían Marshall
McLuhan y Bruce Powers “El medio es el
mensaje”, o de su producto más genuino como Nicolas Negroponte afirma “…la publicidad estará tan personalizada que
será imposible de distinguir de las noticias, será noticia en sí misma”.
Y
cabalgando sobre la paramnesia de la realidad o la astenia de la voluntad, el
fulgor de los estetas proféticos de la IA (léase Inteligencia Artificial)
arrean con brío hacia la fascinación tecnológica del bit informacional,
desdeñando a la potencialidad de la humilde neurona y su relleno gangliar, propagando
la “verdad” de verdad-de verdad; creando una vez más otro mundo “sine qua non”
nada es posible.
El
entusiasmo, la unanimidad, el clímax, la seducción, todos los convencimientos
de las evidencias axiomáticas de moda y de la moda, se nimban ahora con la
carga electrónica de la excitación libidinal de un asombroso hiperfuturo
prometido; la ecúmene isomórfica de las redes logra algo aún más paradigmático
que la pasividad del sujeto postrado ante el altar televisivo, logra romper la
barrera “hematoencefálica” del objeto y
su imagen para crear un supuesto inetersubjetivismo entre funcional y cultual
que se visa una vez más como libertad de expresión ( nunca se puede uno
descuidar cuando la propaganda ofrece libertad, la experiencia demuestra el
peligro intrínseco de tal vocablo entreverado), penetrando en una especie de
“ciberdelia” (perdón por tan pedante neologismo deudor de mi arrebato
psicodélico) por cuya brecha se cuelan, ahora sí, los guiones de los
nuevos gurús de la virtualidad dejando a la viejas TV`s el monaguilleo
encomiástico del eretismo o excitación
“ciberdélica”.
Rota
pues la divisoria entre el tótem catódico y el objeto de su finalidad por las
nuevas tecnologías (tener en cuenta que con el festival televisivo existe aún
una interrupción, un intercalado que puede crear contrapuntos intratables para
tal medio en los que el individuo actuando en el espacio de la acción
social tiene todavía mucho que decir; algo
distinto del supremacismo adictivo del ciberespacio que, sin solución de
continuidad, llega a controlar todos los lugares sociales y todos los tiempos
reales; el gran sueño de cualquier absolutismo: ¡Un solo pensamiento universal
en un solo universo!), la conjunción y
el alineamiento de la más clásica estructura de dependencia jerarquizada se
presenta como consagración democrática, focalizando las variables decisorias
personales en todo un despliegue terminológico de directrices que suponen
también ideología de dominio-poder y, consecuentemente, de gregarismo
proselitista (engagement, influencers, folowers, fandom, likes, etc.…). La
comunicación, la emisión de la personalidad puede ser, de ese modo, tan
obsesiva como se desea que sea la constante recepción de la ajena; cual frenesí
logorreico cuasitelepático.
Pero
con ser importante lo conseguido aún existe un sentido de instrumentalidad, de
maquinismo en esas terminales de acceso a mundos diseñados por líderes o
corporaciones multinacionales que según parece tenderá a diluirse, pues el
objetivo es introducir los dispositivos en el mismo soma
del sujeto, empezando porque la voluntad de este, en proceso actual de
virtualización, lo exija en función de derechos inalienables; ejemplo de ello
es el comienzo de la implantación ya de microchips en el organismo del sujeto,
justificado por un intrínseco razonamiento sea terapéutico (biotech),
productivo (localizadores), seguridad (fichas policiales) etc. O el proyecto
“Neuralink” de Mr E. Musk, cuyo objetivo es ensamblar cerebro y computadoras en
un alarde de desquiciante futurismo.
Ante
tan abrumador vaticinio necesito recordar a autores como Ernst Jünger que venía
a decir que el individuo tiene que
poseer una clandestinidad, una emboscadura desde la que defender su autonomía,
desde la que hostigar el adocenamiento y la transparencia de su previsibilidad,
ese partisanismo tiene que guarecerse o mimetizarse en la hipocresía de la
apariencia para aguantar el envite, pero para nada renunciar a la invectiva
aporética, para nada renunciar al saboteo de la obediencia, para nada renunciar
al golpe de mano contrasistémico; tal cómo aconsejaba un viejo desobediente
antifranquista: “para sobrevivir en las tiranías; mirada larga, paso corto, cara de bobo y diente de lobo”.
¿Quién no puede encontrar que en tales tesis exista un argumentario "ad hóminem" que oprobie la honra de todos los derechos emancipados de las ciudadanías que basan en el "entertaiment entertainers" su máxima libertad y razón.
ResponderEliminarO reprochar que en la compulsión de las nuevas tecnologías se sature de fans el Mercado de la Boquería queriendo hacerse selfis con las lechugas y repollos allí expuestos, por implicar estas verduras juicios "ad verecundiam", en tal caso?
"me dicen el Rhones"