JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO,
MINISTRO DE ESTADO DE LA II REPÚBLICA
Carmen Martínez Brugera*.
LQS. Abril 2019
En el mes de septiembre de
1936, la situación de la República era angustiosa. Las potencias democráticas,
Francia e Inglaterra, le habían bloqueado las cuentas en el extranjero, le
negaron el derecho a comprar armas y prohibieron vendérselas al resto de
países. Por el contrario, los sublevados estaban recibiendo armamento de
Alemania e Italia desde la semana siguiente del golpe.
El Gobierno tuvo que recurrir
al mercado negro y a aceptar las escasas armas que con muchas dificultades le
llegaban de México. Mientras tanto, la Unión Soviética seguía sopesando los
pros y los contras de las consecuencias de su intervención. Azaña daba la
guerra por perdida y los acontecimientos parecían darle la razón.
En esta coyuntura, Julio
Álvarez del Vayo acepta el cargo de ministro de Estado, que era como se llamaba
entonces el Ministerio de Asuntos Exteriores, regresa a España y se propone dar
una proyección internacional a la guerra de España utilizando la Sociedad de
Naciones (SDN) como altavoz. Era necesario denunciar en un organismo
internacional y ante la opinión pública el acoso y la indefensión al que estaba
siendo sometido un gobierno democrático.
Álvarez del Vayo era más
conocido en el extranjero que dentro de España. Militaba en el ala caballerista
del Partido Socialista y fue, durante muchos años, amigo personal de Largo
Caballero. Licenciado en derecho, hablaba correctamente varios idiomas y había
sido corresponsal en distintos diarios desde los que cubrió la Primera Guerra
Mundial. En su recorrido por Europa había conocido a los líderes políticos Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht y visitado la URSS. Fue embajador en México
durante el primer bienio republicano y cronista en la SDN. Precisamente con
motivo de su nombramiento como ministro de Estado, la Asociación de Periodistas
acreditados en la SDN le despidió con una cena homenaje el 22 de septiembre.
Al
tomar posesión de su cargo comprobó que sólo el diez por ciento del cuerpo
diplomático seguía fiel a la República. Discrepó con su antecesor,
Augusto Barcia, en dos cuestiones importantes que tendrían una gran
trascendencia posteriormente. La primera de ellas era haber aceptado en nombre
del Gobierno, el Comité de No Intervención; la segunda, la manera en que había
gestionado el asilo político en las embajadas en Madrid, que él creyó
excesivamente tolerante y que supusieron un quebradero de cabeza para la
diplomacia española por la gran cantidad de refugiados, cuando no un nido de
quintacolumnistas.
El Comité de No Intervención
fue una trampa de las potencias democráticas y, según palabras de Álvarez del
Vayo, su aceptación por parte de la República un error político muy grave,
porque “habíamos abandonado nuestro derecho legal a comprar armas para nuestra
defensa”.
Este Comité fue creado por
iniciativa del Reino Unido y arrastró con él a Francia a principios de agosto.
Su principal objetivo era evitar que la guerra de España se discutiera en su
lugar natural, la Sociedad de Naciones, organismo creado al final de la Primera
Guerra Mundial para resolver los problemas de los países miembros de manera
pacífica y velar por la seguridad colectiva.
El
empeño de las potencias aliadas era impedir a toda costa que la cuestión
española fuera debatida en el seno de la SDN para evitar su repercusión
mediática. De esta manera la guerra de España se trataría, a puerta
cerrada en este Comité llamado de No Intervención, con sede en Londres, formado
por Francia, Gran Bretaña, Italia y Alemania, del que estaba excluida España, y
al que posteriormente se integraría la URSS porque finalmente valoró que estaba
en juego su prestigio como potencia europea y que, como país referente de la
revolución socialista, así se lo demandaban los internacionalistas
revolucionarios de todo el mundo.
El argumento era que la
guerra era un asunto interno entre españoles, una guerra civil, y por eso no
había motivo para plantearlo en un organismo internacional a plena luz. La
política de sometimiento, conocida como apaciguamiento, hacia las potencias
fascistas, sobre todo hacia Alemania, era cada vez más evidente, pero también
contaba la aversión y los prejuicios del gobierno británico hacia la República
española a la que veía como un régimen revolucionario.
Para Francia primaba más el
miedo a que la guerra se extendiera fuera de las fronteras españolas, y también
la advertencia del gobierno británico de que si, por su imprudencia, el país
galo fuera atacado por las potencias fascistas, Gran Bretaña se inhibiría.
La primera tarea de Álvarez
del Vayo fue poner la cuestión española en el orden del día de la SDN. La misma
existencia del Comité de No Intervención demostraba, según afirmaba el ministro
de Estado español, que dicho conflicto era un asunto internacional y no
doméstico.
El discurso de Álvarez del
Vayo fue directo y contundente, sus míticas palabras resuenan todavía en los
anales de la diplomacia europea
La delegación española a la
Asamblea de la SDN que iba a celebrarse a mediados de septiembre, fue escrupulosamente
elegida entre profesionales de reconocido prestigio y de ideas más bien
moderadas. Se trataba de desmontar ante el organismo internacional la falsa
creencia de que el Gobierno estaba formado por gente inculta y desharrapada. Al
cargo de todos ellos, el ministro de Estado y primer delegado, Julio Álvarez
del Vayo. Además fueron nombrados: Pablo de Azcárate, institucionista,
embajador en Londres que contaba con una gran experiencia como funcionario en
la SDN; el antiguo ministro de Justicia y de Instrucción Pública, Fernando de
los Ríos; el republicano conservador y católico Ángel Ossorio y Gallardo,
embajador en Bruselas; el jurista y padre de la Constitución republicana, Luis
Jiménez de Asúa; la diplomática y embajadora de los países Nórdicos, Isabel de
Oyarzábal; Antonio Fabra, adjunto a la OIT y futuro embajador de Berna; Carlos
Esplá, periodista y secretario del Consejo de ministros. La única persona que
estaba fuera de lugar en esta delegación, era el dramaturgo y director de
teatro Cipriano Rivas Cherif, que había sido nombrado, a dedo, cónsul general
de Ginebra y secretario de la delegación por su cuñado, el presidente Azaña, y
que carecía de experiencia diplomática y creó más de un problema a los
diplomáticos españoles.
El resultado de la Asamblea
no tuvo consecuencias prácticas favorables para los representantes españoles,
lo que supuso una gran decepción para algunos de ellos.
El 18 de noviembre se
produce el reconocimiento de Franco por parte de Italia y Alemania, lo que
motivó que Álvarez del Vayo solicitase una reunión extraordinaria del Consejo
de la SDN, en virtud del artículo 11 del Pacto, para que se revisase el caso de
España.
La reunión tuvo lugar el 11
de diciembre pese a las opiniones en contra, incluida la del diplomático soviético,
Litvinov, Comisario del pueblo para Asuntos Exteriores, que la desaconsejó
porque no veía nada positivo para el gobierno español y sí un desgaste de la
SDN. Pero los representantes españoles insistieron en que se hiciera. En este
momento tan crítico, el que se celebrase la reunión del Consejo era en sí mismo
un triunfo propagandístico y un altavoz de resonancia para dar a conocer su
situación a la opinión pública mundial.
A ella no acudieron los
titulares de los países representados sino los subsecretarios, en un claro
gesto despreciativo hacia el país solicitante y como manera de restar
solemnidad al acto. El discurso de Álvarez del Vayo fue directo y contundente,
sus míticas palabras resuenan todavía en los anales de la diplomacia europea:
Los
campos ensangrentados de España son ya, de hecho, los campos de batalla de la
guerra mundial. Esta lucha, una vez comenzada, se transformó inmediatamente en
una cuestión internacional. El agresor ha recibido –esto es una realidad
incontestable– una ayuda moral y material de los Estados cuyo régimen político
coincide con aquél al que aspiran los rebeldes.(…)
Hablo
aquí ante una asamblea de hombres de Estado, de hombres de gobierno, sobre
cuyas espaldas pesa la responsabilidad del bienestar y del orden en su país.
¿Cuál de entre ellos no comprenderá que nosotros, hombres responsables del
porvenir de España, del porvenir del pueblo español, de todo el pueblo español,
no interpretamos eso que se llama “no intervención” más que como una política
de intervención en perjuicio del Gobierno constitucional y responsable? (…)
La
monstruosidad jurídica de la fórmula de “no intervención” salta a la vista.
Pone en el mismo plano, como lo he dicho, al gobierno legítimo de mi país y a
los rebeldes, a los que todo gobierno digno de tal nombre tiene, no solamente
el derecho, sino el deber de dominar y de sancionar.(…)
Prohibir,
por el contrario, la exportación del material de guerra a un gobierno legítimo
es privarlo de los elementos indispensables para asegurar el orden público en el
interior del país, sin hablar del ataque a las relaciones comerciales normales
que constituye el prohibir el envío de material de guerra a un gobierno legal.
(…)
En
la práctica, lo que se llama la “no intervención” se traduce por una
intervención efectiva, directa y positiva a favor de los rebeldes.(…)
Hizo especial hincapié en el
aspecto internacional, algo que ya no se podía ocultar después del
reconocimiento de Franco por parte de Alemania e Italia. Destacó que “la
cuestión española no es una simple manifestación de la lucha entre el comunismo
y el fascismo, sino una agresión fascista, para impedir la democratización del
régimen político español”. Y reafirmó “el compromiso de la República con los
principios fundamentales del Pacto de la Sociedad de Naciones, los cuales ya
habían sido incorporados a su Constitución misma”.
Le contestaron los delegados
británico y francés en el tono que ya se esperaba: “que había que reconducir el
tema al Comité de No Intervención y evitar que la guerra se extendiese por el
continente europeo”. El delegado soviético, Litvinov, salió en defensa de la
República argumentando “la legitimidad de lo demandado por Álvarez del Vayo” y
afirmando que “la ayuda al gobierno legítimo de España no constituía una
injerencia en los asuntos internos de un país ni contravenía los estatutos de
la SDN”.
En
el mes de marzo, tuvo lugar la victoria republicana en Guadalajara, que con el
tiempo se recordaría como la primera derrota del fascismo en el campo de
batalla en todo el mundo. El Gobierno de la República elevó una
protesta ante la SDN con motivo de la violación del artículo 10 del Pacto por
parte de Italia. En él se decía que “la enorme cantidad de prisioneros
italianos capturados durante la batalla de Guadalajara demostraba de una manera
incontrovertible la presencia de unidades militares regulares del ejército
italiano”. La no intervención era pues una completa farsa y el Comité de
Londres perdía cualquier razón de ser. Había llegado la hora de que las
potencias democráticas restableciesen el libre comercio con la España
republicana.
Álvarez
del Vayo presentó en la sede de la SDN un Libro Blanco
elaborado por la embajada española en Washington compuesto de centenares de
documentos recopilados en el frente de Guadalajara. Eran la evidencia
irrefutable que tanto había demandado la diplomacia franco-británica. No sirvió
para modificar la actitud con la República pero tuvo una enorme repercusión en
todo el mundo y a partir de entonces la opinión pública internacional pasó a
asumir que la Guerra de España no era sólo un enfrentamiento civil sino también
una guerra a mayor escala.
El 17 de mayo, Largo
Caballero es sustituido por otro socialista, esta vez de la línea prietista, el
catedrático de la Universidad Central de Madrid, Juan Negrín. A su vez, José
Giral reemplazó a Álvarez del Vayo como ministro de Estado, aunque este
continuó trabajando en la comisión encargada de la SDN y siguió siendo el
rostro español en Ginebra hasta el final de la guerra. Aprovechó también este
periodo para centrar sus energías como Comisario General del ejército y en
poner un poco de orden en el tema de las embajadas y legaciones extranjeras en
Madrid.
Cuando, en abril de 1938,
regresa a la primera línea de la diplomacia, muchas cosas habían cambiado. La República
iba perdiendo la guerra, el frente norte estaba en manos franquistas y los
submarinos italianos acosaban y atacaban continuamente a los barcos españoles.
La llegada de las armas ya solo sería posible por la frontera francesa que se
abría y se cerraba intermitentemente. En plena batalla del Ebro, la última
ofensiva importante de la República, el Gobierno francés decidió cerrarla,
quedando las últimas remesas de armamento soviético retenido en la frontera.
Negrín estaba cada vez más aislado; solo un pequeño grupo de colaboradores
republicanos y socialistas le apoyaba, además de la ayuda incondicional del
partido comunista.
En el ámbito internacional,
la SDN estaba cada vez más desprestigiada, la diplomacia franco-británica
resolvía los conflictos internacionales en comisiones aparte, como hizo en la
Conferencia de Nyon, y seguía sin sancionar la agresión japonesa de Manchuria,
la remilitarización de Renania o la invasión italiana de Abisinia. La Asamblea
de la SDN en septiembre de 1937, en la que tantas esperanzas había depositado
la política exterior republicana, supuso una nueva decepción. A partir de ese
momento ya nadie confió más en ella. Las únicas esperanzas se pusieron en que
estallara cuanto antes la guerra mundial que ya se consideraba inevitable.
Y es precisamente en abril
de 1938, cuando Negrín sorprende a la opinión pública con una programa
estratégico moderado, Los Trece Puntos, dirigido más bien hacia el exterior,
para buscar apoyos internacionales que viene a resumirse en un único punto: buscar
una paz negociada en la que no hubiera represalias.
Entre el 9 y el 14 de mayo
tuvo lugar la 101ª sesión del Consejo de la SDN. Tomó la palabra Álvarez del
Vayo aunque para entonces ya no tenía ninguna confianza en que su discurso
cambiase nada. Allí coincidió por primera vez con el representante de China,
Wellington Koo y con el negus de Abisinia, Haile Salassie, que, al igual que
Álvarez del Vayo, habían acudido a la SDN a denunciar las agresiones de que
habían sido objeto por parte de Japón e Italia, respectivamente.
El
12 de septiembre dio comienzo la XIX Asamblea de la SDN. En su discurso,
Álvarez del Vayo constató el fracaso de la política de no intervención,
denunció las agresiones sufridas por varios países miembros de la SDN e hizo un
último llamamiento a la defensa del Pacto. Unos días después, Negrín anunció por sorpresa la retirada
unilateral de las Brigadas Internacionales.
Fue una noticia bien acogida por los países presentes pero incomprendida en
España, y si el Gobierno creía que las democracias presionarían a Italia y
Alemania para que hicieran lo mismo, no podía estar más equivocado.
Además las preocupaciones
franco-británicas estaban ya en Checoslovaquia. El día 30, un patético
Chamberlain mostraba en la misma escalerilla del avión que le traía de vuelta,
un papel que agitaba nerviosamente con la firma de Hitler que supuestamente
garantizaba la paz. Este Tratado de Múnich supuso un respiro para la opinión
pública aliada, pero fue una mala noticia para España porque retrasaba el inicio
del conflicto europeo y acababa con las esperanzas de que la guerra de España
enlazara con él.
Finalmente la guerra
acabaría de la peor manera posible, el golpe de Casado interrumpió todos los
planes de resistencia y de una evacuación ordenada previstos por Negrín,
provocando la desunión y los reproches entre los partidos y fuerzas vencidas
que mantuvieron durante todos los años del exilio. Con estos mimbres,
reorganizar de manera unitaria una oposición realista a la dictadura franquista
se convirtió en una misión imposible.
*
Licenciada en Historia Contemporánea y autora de “Robledo de Chavela 1931-1945.
Desaparecidos, asesinados, detenidos y depurados”. El Garaje Ediciones
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