(1893-1957)
Antonio Pérez
En la Edad Cibernética, algunas coincidencias
onomásticas hacen la puñeta a una parte de los homónimos. Es el caso del
anarquista y pintor Miguel Hernández (MH) cuya búsqueda en internet es
obnubilada por ‘el otro MH’… y por las docenas de artistas, deportistas y etc.
que se apellidan igual. Para evitar suspicacias, bromas y desvíos, anuncio que
este MH de nuestras entretelas NO es un ente de ficción al estilo de la
genialidad “Jusep Torres Campalans”.
Item más, el
estilo pictórico de MH está etiquetado como brut y/o outsider
pero de naif o ingenuo no tiene absolutamente nada -dada la confusión
sobre estos estilos artísticos, conviene precisarlo-. Lo prueba el caso de
Miguel García Vivancos, cuya biografía se parece (poco) a la de MH puesto que
ambos lucharon en la Guerra Incivil como anarquistas de pro y ambos tuvieron
que exiliarse en Francia y ambos devinieron en pintores de cierto éxito. Pero
ahí termina la similitud porque, mientras MH es un brut auténtico, Vivancos
derivó a un ingenuismo detallista que tiene multitud de
compradores… de postales typical. Amén de que MH murió en sus primeros años de
su exilio parisino mientras que Vivancos regresó a España donde murió en
1972 -Franco asesinaba aún- con ciertas comodidades, pese a figurar en las
fichas policíacas como amigo de los terroríficos Durruti, Ascaso y Gª Oliver.
Dejamos para otro momento la biografía de MH pero no
sin antes resumirla brutamente en que, hijo de campesinos abulenses, emigró a
Brasil y Argentina cuando sólo contaba 19 años. En el plus ultra desempeñó todo
tipo de oficios y no regresó directamente a España sino que antes pasó por
Lisboa. Durante la dictadura de Primo de Rivera, lo encontramos como militante
de FAI-CNT (dentro del grupo de afinidad Los Intransigentes que, por
cierto, eran poco intransigentes… en la política partidista) y, ya en la época
republicana, publicó la que (sospechamos) es su única y cortísima novela ¡Era
un cadáver andante!:
A partir de 1939, su exilio es parecido al de tantos
otros republicanos: campo de concentración, pérdida de esposa, refugio en las
mansardas parisinas… y, hacia 1946, se erige involuntariamente en nombre
fundamental del nacimiento de la corriente artística del art brut, con
Jean Dubuffet como organizador y propagandista.
No sólo conoce a los “brutos” de Dubuffet, también
trata con los poetas más famosos de la Dulce Francia. André Breton, por
ejemplo, de quien pinta un retrato en 1952 y a quien envía en 1949 un (digamos)
poema que comienza “Existia por que pensaba / pensava por que existía, /
dijo Descartes antaño / y dice Sartres hoy dia.” (sic) Si alguien quiere
comprobar que la literatura y la plástica no discurren parejas, puede
comprobarlo puesto que esos ripios siguen por los mismos derroteros hasta el
final que puede leerse en la siguiente ilustración:
Ya fallecido
pero presente en las más importantes subastas de pinturas, le realizan la
primera exposición individual en el Madrid de 1976. Extrañamente, es en la sala
oficial de la gubernamental -Franco había muerto el año anterior- Dirección
General del Patrimonio Artístico y Cultural:
Incluso el diario monárquico ABC del 02 enero 1977,
asustado porque “los tiempos están cambiando”, comenta y critica esta insólita
exposición. Firmada por A.M. Campoy, la columna se apoya ‘antropológicamente’
en Frobenius -quien ya era un dinosaurio- para afirmar que MH es un “auténtico
primitivo… entre rudimentario y pueril”. Y continúa desbarrando: MH “como
un pelícano loco de amor, se abrió el pecho para picotearse el corazón
solitario en un llanto por la amada perdida”. En esto, Campoy cuasi plagia a
otros críticos que miran la obra de MH como anclada en la nostalgia de la
esposa ausente, como si MH no hubiera podido superar esa pérdida, como si su
condición de anarquista exiliado fuera irrelevante, como si su empeño pictórico
fuera banal o circunstancial (la madre que les parió… agotaron mi paciencia).
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