Vox,
la crisis y el cortafuegos 15M
Amador Fernández Savater
La irrupción de Vox en las elecciones
andaluzas evidencia que la crisis sigue siendo, diez años después y a pesar de
cómo se interpreten los datos macro, la situación que mejor describe la coyuntura
política y la vida social. La novedad sería que, mientras que el malestar de la
crisis se activó primero en el 15M y luego en el voto a Podemos o las
confluencias, ahora se estaría desplazando muy hacia la derecha.
Tras la irrupción de Vox, se han podido
leer por aquí y por allá comentarios que consideraban refutada la idea de que
el 15M había supuesto en España un “cortafuegos” del ascenso general de la
extrema derecha que vemos en toda Europa. Me parece un error gravísimo.
El 15M supuso verdaderamente un
antídoto de la derechización -canalizando el malestar hacia arriba (políticos y
banqueros) y no hacia abajo (migrantes)-, pero no se puede pensar como una
vacuna milagrosa, eterna y que funcionase de una vez por todas. Había que
renovarla, actualizarla, para mantener vivos sus efectos. Y eso es lo que no ha ocurrido.
El 15M ya fue, es agua pasada. Lo que
venga como nueva politización se llamará de otro modo y tendrá otra forma. Pero
es muy importante entender bien qué fue. Es decir, qué fue lo que durante los
peores años de la crisis neutralizó el virus fascistizante.
Resumiendo mucho, podríamos decir que
el 15M fue 1) una
dinámica de autoorganización popular. Es decir, no un movimiento referido a
un sujeto preconstituido (la clase obrera, etc.), sino un proceso de “creación
de pueblo”. Porque es la acción colectiva la crea un pueblo y no al revés. Un
pueblo es un proceso que se hace, como en el tejido de un patchwork se van
añadiendo nuevos fragmentos a la tela. Por ejemplo, en las plazas del 15M no había
prácticamente inmigrantes, pero estos se unieron más tarde al movimiento a
través de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la politización del
problema de los desahucios.
Y el 15M fue 2) un efecto de re-sensibilización
social.
Donde la crisis ponía en el centro la victimización, el resentimiento, la
competencia y el sálvese quien pueda, el 15M puso la activación social, el
empoderamiento, la empatía y la solidaridad. El otro, lejos de convertirse en
obstáculo o enemigo, se volvía un cómplice para la acción transformadora. Más
que un común ideológico, el 15M creó un común sensible en el cual se
sentía como algo propio y cercano lo que les sucedía a otros desconocidos. Una
nueva manera de decir “nosotros”, abierta e incluyente a cualquiera que estuviese
indignado con la situación presente de precariedad generalizada y ausencia de
democracia.
El
asalto institucional
El “asalto institucional” quería
trasladar al poder político -blindado y sordo a los movimientos de la calle-
algunas de las demandas y de las nuevas claves nacidas durante el 15M. Sin duda
una muy buena idea. Sin embargo, durante el proceso se rompe la tensión
productiva entre intervención política e intervención social. La disputa en el
campo social -que es precisamente donde se “crea pueblo”
y donde se modulan los afectos colectivos- se abandona en favor de la conquista
del Estado, dejando así el terreno libre a las estrategias derechistas -tanto
mediáticas como de intervención sobre los territorios de vida.
La desactivación del “cortafuegos” 15M
-los lazos de acción colectiva, apoyo mutuo, empatía y solidaridad- deja el
paso libre a los virus que siempre están ahí durante una crisis económica y
social: el miedo, el aislamiento, la amargura, la victimización, el
resentimiento, la agresividad, la búsqueda de chivos expiatorios. De esa
“pasionalidad oscura” -como dice Diego Sztulwark- se alimenta actualmente el
desplazamiento hacia la derecha extrema y la extrema derecha.
Se habla del efecto multiplicador que
han tenido los medios de comunicación en la aparición de Vox. Con toda
seguridad es cierto. Pero hay que recordar que los medios de comunicación no
pueden imponer a la sociedad lo que quieren siempre que quieren. Por ejemplo,
era imposible que en un clima social como el creado por el 15M prendiese la
idea de que la salida de la crisis pasaba por el rechazo de los migrantes o el
endurecimiento del orden. Es en el debilitamiento del clima social generado por
el 15M donde calan esas ideas.
Nueva
Política
No sólo hemos visto cómo sube Vox,
sino cómo baja Unidos Podemos. En unas elecciones donde se ha castigado al
establishment (PP-PSOE) con una pérdida importantísima de apoyo político,
Unidos Podemos no ha logrado recoger ni un solo voto más, sino todo lo
contrario. ¿De qué nos habla esto? De la decepción y el desencanto que ha generado en un
cortísimo lapso de tiempo la Nueva Política.
El asalto institucional se hizo cargo
en determinado momento de una cantidad enorme de energía que venía del 15M:
ilusión, esperanza, deseo. Pero hemos visto cómo ha disminuido conforme se iba
asimilando a la vieja política en sus formas de hacer: personalismo extremo,
opacidad y verticalización en la toma de decisiones, lógica de bandos y
camarillas, relaciones instrumentales, un canibalismo interno pocas veces visto
en un partido…
Por tanto, el giro político “realista”
decidido en determinado momento por las élites de Podemos -subordinarlo todo a
la conquista del poder político: construcción de movimiento, formas de hacer
democráticas, aceptación del pluralismo y la crítica, relación positiva con el
otro y con el adversario- se revela ahora como lo más iluso e ilusorio: ni se tiene el poder
político, ni se tiene una sociedad en movimiento, activa o crítica.
La Nueva Política ha generado en ese
sentido una despolitización -desafección,
desestímulo, decepción y desencanto- y en el vacío de esa despolitización crece
la derechización social. Por todo esto, si existiese un dios de las palabras,
que enmudeciese a todo aquel que las usase en vano, creo que ningún dirigente
de Podemos podría “apelar al espíritu del 15M” sin perder inmediatamente la
voz.
Una
palabra sobre Catalunya
No es el conflicto en Catalunya lo que
ha “despertado el fascismo” en el resto de España, sino en todo caso la forma que ha tomado finalmente ese
conflicto. ¿Qué quiero decir?
Desde este blog, hemos insistido
en
“pensar distinto” el desafío independentista en Catalunya. No verlo
solamente como un asunto identitario o nacional, sino también como otra
expresión más
-difusa, ambigua, impura- de rechazo al sistema político español y su
gestión de la crisis. Pero la lógica de la representación ha conseguido
codificarlo enteramente como una pelea entre dos nacionalismos, excitando así
el anticatalanismo histórico latente. Ha habido una incapacidad (dentro y fuera
de Catalunya) por encontrar los modos de hacer ver la complejidad del procés y plantear un conflicto distinto e invitador para las gentes (muchas, muchísimas)
que comparten el mismo rechazo fuera de Catalunya. Lo que era “común” -el
malestar de las vidas en crisis y el rechazo del neoliberalismo- se rompe y se
pierde al articularse en clave nacionalista.
Despolitizarse
para repolitizarse
La repolitización que viene -mejor
dicho: que ya está viniendo, con los movimientos de pensionistas o de mujeres-
tiene que pasar primero por una despolitización. Una despolitización positiva, un proceso activo en el que hacernos una “limpia” de
una cantidad de creencias y hábitos que hemos adquirido durante la etapa del
asalto institucional. Por ejemplo:
-la idea de que la sociedad se cambia
desde arriba, tomando los lugares del Estado. Cuando ni siquiera las mejoras
sociales, si son algo meramente otorgado y no van acompañadas de procesos de
subjetivación colectivos (debate, politización, comprensión crítica, otros
valores…), contribuyen necesariamente al cambio social.
-la idea de que se puede y se debe
subordinar todo a la “victoria” y la “eficacia electoral”: la discusión
colectiva, las relaciones de igualdad, la democracia de los procesos, la
pluralidad, el valor de la pregunta y la crítica, etc. Hemos podido verificar
en muy poco tiempo que se puede perfectamente “ganar pero perder”: ganar poder
y elecciones, pero perder todos los ingredientes del cambio social por el
camino al disociar los medios y los fines.
Se trata de hacer de la desafección y
la decepción con respecto a la Nueva Política un aprendizaje y un nuevo punto
de partida. La ocasión para un cambio y un viraje. Hacer de la despolitización
una palanca.
Disputar
el campo social de fuerzas
El filósofo Michel Foucault nos
propuso cambiar radicalmente nuestra concepción del poder: en lugar de verlo
como algo que “baja” desde algunos lugares privilegiados (Estado,
instituciones), nos invitó a pensarlo como un “campo
social de fuerzas”. El poder viene de todos lados y se juega cotidianamente
en millares de relaciones que configuran nuestra manera de entender la
educación, la salud, la sexualidad o el trabajo.
Las leyes o el poder político no
vienen primero, no son los resortes del cambio social, no son su causa, sino
justamente los efectos de la disputa en ese
campo social de fuerzas. Pensemos en los movimientos obreros, de mujeres, de
homosexuales o de minorías étnicas durante el siglo XX: primero se dieron
procesos profundos de transformación de la percepción, los afectos y los
comportamientos sociales, que más tarde se registrarían a nivel legislativo o
institucional.
Lejos de ser una mirada pesimista (“el
poder está en todos lados”), la mirada de Foucault tiene implicaciones muy
positivas: el cambio social está al alcance de todos, se juega en la vida
cotidiana de cualquiera, nuestros gestos, decisiones y relaciones cotidianas
cuentan y mucho.
Es la disputa en ese “campo social de
fuerzas” lo que hemos abandonado en buena medida, dejando vía libre al miedo,
el aislamiento, la victimización y todas las pasiones tristes de la que se
alimentan las viejas y nuevas derechas.
En este “periodo oscuro” que se abre,
en el cual el malestar
social antisistema es canalizado por derecha, no se trata simplemente de
encontrar otra “política comunicativa” (guiños, gestos, signos) mediante la
cual hablar a los votantes potenciales de la derecha y la extrema derecha y
convencerlos de votar a los partidos de izquierda o progresistas. Así seguimos
reduciendo la política a “comunicación electoral”. La derecha y la extrema
derecha crecen, no porque tengan una política comunicativa mejor, sino porque
son capaces de producir
un tipo de subjetividad (creencia, valores, afectos) con la cual sintoniza luego
su mensaje electoral.
La pelea por la hegemonía social se
disputa en los territorios de vida, en todos los entornos laborales, locales y
familiares en los que hacemos experiencia, en cualquiera de los lugares
cotidianos donde se configura nuestra manera de ver y sentir el mundo.
No se trata necesariamente de
abandonar la intervención en la esfera de la representación, pero sí de
complejizarla y repensar-rehacer su engarce con la intervención en la vida
social. Porque es ahí donde se crea pueblo, se modulan los afectos colectivos y
se cambian las cosas.
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