Ignacio Fernández de Mata
1. Estépar, símbolo del
horror.
Todas las ciudades y
pueblos de España tienen una geografía del horror relacionada con la guerra
civil de 1936, lugares de muerte y terror cuyos nombres condensan todo el
sentido de inhumanidad, crueldad… y vergüenza histórica. En estos espacios, a
pesar de las décadas transcurridas y del esfuerzo negacionista de la dictadura,
parecen seguir escuchándose los últimos ecos de las detenciones y torturas, de
los paseos vejatorios, del motor de los camiones asesinos, de las descargas de
fusilería…
Estépar, como La
Brújula, La Pedraja, Villamayor de los Montes… forman parte de la macabra lista
de espacios vinculados al exterminio en Burgos. Un exterminio que, como sabemos
hoy gracias al desarrollo de tantos estudios de ámbito local a lo largo y ancho
de toda España, estaba diseñado con toda frialdad y voluntad.
La sublevación del 17 y 18 de julio de
1936 tuvo por objetivo inmediato acabar con los contrarios ideológicos, con
todos aquellos que, desde el conservadurismo y clasismo más intolerante,desde
el militarismo y fascismo, desdela Iglesia más integrista, eran vistos como
unaamenaza a sus privilegios y formas de vida. El frustrado golpe de Estado
cumplió a rajatabla las directrices secretas del general Mola: la eliminación
de todos los que habían mostrado militancia, compromiso o simpatía con
ideologías de izquierdas, tanto a nivel político como sindical. Esos son
quienes fueron inmediatamente detenidos en todos los pueblos y ciudades,
torturados, paseados y sacados, asesinados,siempre bajo la meticulosa autoridad
militar, especialmente, durante el terrible verano de 1936. La elección de
aquellas personas no fue casual, ni se debió a rencillas entre vecinos. Fue una
auténtica limpieza ideológica.
A poco que se analicen los datos,
encontramos una perfecta organización logística de tipo militar que ha
calculado sobre el mapa la distancia y tiempo necesarios para salir de
madrugada del penal con las camionetas cargadas de personas, llegar hasta
lugares relativamente remotos y escondidos, asesinar y enterrar a quienes
llevaban presos, y volver a la ciudad antes de que amaneciera. Estépar, La
Brújula, La Pedraja, Villamayor de los Montes… todos ellos se encuentran
situados en un radio de +/- 30 km de distancia de la Prisión, lo que permitía
llevar a cabo las tareas asesinas según el programa prefijado: matar y negar
que aquello estuviera sucediendo. Matar y borrar los rastros documentales
falsificando los expedientes carcelarios con supuestos traslados o puestas en
libertad… Matar y ocultar.
El ancho y largo regular de las fosas de
Estépar, su ubicación y distribución, no fueron casuales sino fruto de una
perfecta planificación militar.
El nombre de Estépar
ha sido en Burgos el que expresaba de forma más rotunda el horror de la
represión franquista, de la impotencia y terror de la población declarada “no
afecta”. A pesar de la pretensión de los militares, la tarea de matar a miles
de seres humanos no puede ser ejecutada sin dejar rastro. Las familias, los
amigos, las comunidades sabían de la desaparición de estas
personas, vivieron con horror el conocimiento de su repentina ausencia y
precarización de sus vidas mientras experimentaban el desprecio e insolidaridad
de muchos de sus vecinos y conocidos.
En Burgos se ha oído
durante décadas frases como “el padre/abuelo de fulanito, está en Estépar”.
Una frase simple, neutra, engañosa… que en el uso del presente verbal —ese “está”—
congela y condensa toda la experiencia del horror, la violencia y la muerte
desencadenada por los sublevados en 1936.Un “estar” inmutable,
congelado, como si se tratara de una maldición mitológica, permanente. Y que,
en parte se ha cumplido, pues aquella violencia y oprobios desatados en 1936
han durado, en muchos casos, hasta el presente. Estépar, destino de cientos de
personas de la ciudad y de la provincia, ha sido en el caso de Burgos, el
símbolo potente de aquella injusticia, de la carnicería más terrible y
traumática que hemos vivido como sociedad. A través de frases como aquella se
ha dicho todo: que era una familia bajo sospecha, que cuidado con estos, que no
son de los nuestros… Muchas personas no solo sufrieron unas condiciones de vida
injustas y terribles, sino además una sombra permanente que duró, al menos, lo
que la dictadura.
A pesar de los
esfuerzos hechos por el régimen franquista y sus convencidos seguidores, en la
memoria colectiva burgalesa existe la convicción de que espacios como el de
Estépar, acogen a los mejores de una época, a los miles de personas comprometidas
en su tiempo con la reforma y modernización de su país —tantos alcaldes y
concejales—, de las condiciones laborales —caso de los sindicalistas, de los
miembros de las Casas del Pueblo—, comprometidos con el desarrollo cultural, la
alfabetización y educación —tantos maestros y maestras, escritores, artistas,
músicos, periodistas…—. Del nombre de Estépar emana un capital simbólico del
país que pudo ser aquella España frustrada por la guerra, de los anhelos y
deseos que hemos podido recuperar solo tras la muerte del dictador.
2. La condición de las
víctimas.
Me gustaría llamar la atención,
brevemente, sobre la condición de las víctimas, que no son únicamente aquellos
que han sido exhumados, sino, especialmente, de sus familias.
En un país aún
pendiente de encarar los legados y pervivencias de la dictadura, necesitado de
una profunda desfranquistización, la condición de víctima para
quienes sufrieron muerte, persecución y represión por parte del régimen, ha
venido siendo injustamente negada y discutida.
Las familias afectadas
por estas terribles pérdidas humanas, por la estigmatización de ser rojos,
enemigos, perdedores de la guerra,encararon unas miserables condiciones de vida
en sus comunidades y pueblos, en sus barrios. Sufrieron un fortísimo empobrecimientocon
la eliminación de tantos cabeza de familia —sin certificados de defunción, con
lo que las no-viudasno tenían capacidad para gestionar ningún bien a nombre de
sus difuntos—; situación de indefensión agravada por las multas, incautaciones
y robos de sus propiedades; a lo que se sumó la limitación permanente de su
supervivencia al ser declarados “no afectos”, o lo que es lo mismo, privados de
apoyos o avales oficiales que les permitiera acceder a ciertos trabajos o
destinos o mínimos beneficios.
Esto solo es, por así decirlo, la parte
más superficial de su drama. Lo peor fue la negación completa de su desolación,
prohibiéndoseles expresar su dolor —ni de luto podían vestir—, negándoseles
cualquier consuelo simbólico y espiritual, la posibilidad de visitar los
enterramientos, más todos los conflictos derivados de la inconclusión de ritos
y cierres de duelos.
En razón de tales angustias y
conflictos, muchas de estas gentes desaparecieron de sus comunidades, se
desplazaron a otras ciudades buscando un mínimo alivio a sus condiciones de
vida y a su pesar. Esa diáspora del sufrimiento complica a veces las
exhumaciones de sitios como Estépar, donde puede resultar muy difícil localizar
a algunas de estas familias…
3.- Un trabajo no solo para las familias, sino para la sociedad
Tareas como las
exhumaciones atienden, en primer lugar, al drama y sufrimiento de las familias
de las víctimas, a quienes se trata de ayudar recuperando los restos para su
reinhumación, a cerrar sus duelos y los conflictos que han arrastrado durante
décadas. Pero no debemos equivocarnos, estas tareas son también una inversión
social necesaria. A través del conocimiento de estas exhumaciones, de las
biografías e historia de quienes fueron asesinados, de las condiciones de vida
y dramas de las familias de los asesinados, nos vemos obligados como sociedad a
encarar la fealdad y vergüenza de nuestra historia. Solo así podemos madurar
como sociedad. Solo así podremos ser una auténtica comunidad integradora de
todos. Solo así los perseguidos, los perdedores y derrotados volverán a estar
entre nosotros, en nuestra memoria. Eso servirá para que valoremos lo que
significa la libertad, el valor de la vida, el derecho a pensar como cada uno
quiera, la importancia de reconocer y apreciar la diversidad y la diferencia,
el auténtico sentido de la convivencia democrática.
Exhumar, recuperar la
llamada memoria histórica, es un deber que tenemos como sociedad para construir
la tan necesaria memoria democrática. Cuidar de las víctimas, acompañarlas y
resolver sus conflictos es un deber de todos, de nuestras instituciones y
ciudadanos. Este de hoy es un paso más en esa dirección, pero debe seguir
siendo una exigencia ética y política. Con los actos de esta tarde en Estépar,
en el monte y en el cementerio, se produce un cierre a medias de este problema,
en algunos casos nada menor si sirve para que las familias concluyas sus duelos
inconclusos. Pero esto no debe generar ningún tipo de olvido social. Los
espacios de las fosas, los distintos lugares vinculados a la represión y horror
vividos durante la guerra civil y el franquismo deben quedar como espacios
públicos de memorización, como lugares de memoria, un patrimonio nacional que
nos obligue a asumir nuestro compromiso y responsabilidad con un pasado todavía
vivo entre nosotros. Solo así creceremos como sociedad comprometida con la
libertad y los derechos humanos.
Esto debemos hacerlo de la mano de las
víctimas, de sus familias, y del conocimiento fiel de lo sucedido. La sociedad
sigue en deuda con todas las familias de los desaparecidos, asesinados y
perseguidos por el franquismo. Les debemos la reparación de su sufrimiento,
justicia por los crímenes, y el reconocimiento de su experiencia como
recordatorio de lo suponen las políticas del odio y la intolerancia.
Ignacio Fernández de
Mata es profesor de Antropología Social de la Universidad de Burgos.
Investigador de la Memoria Histórica, es autor del libro Lloros vueltos puños.
El conflicto de los ‘desaparecidos’ y vencidos de la Guerra Civil española (Ed.
Comares, 2016). Contacto: igfernan@ubu.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario