Mar
Sangrador y Manuel Corbera, activistas en Cantabria
Claro
que en Cataluña se enfrentan dos estrategias de derecha, la de Rajoy- PP,
deseoso de tapar su corrupción, justificar su política antisocial, despertar a
la más rancia derecha de sus filas, incluso limitar el crecimiento de
Ciudadanos (C’s), y la de Puigdemont-PD de Cat, que igualmente huye de su
propia corrupción y del cuestionamiento popular de su modélica aplicación de
las reformas neoliberales. Dos estrategias oportunistas simétricas de fuerzas
muy desiguales. La primera, desde el Gobierno central, cuenta con los aparatos
del Estado; la Generalitat con la resistencia de una parte movilizada
-ciertamente considerable- de la ciudadanía catalana.
Sin
embargo, el conflicto, más allá de los actores de reparto, es mucho más
complejo. Porque enfrenta las aspiraciones independentistas cada vez más
extendidas entre la ciudadanía, contra la forma de Estado pactada en 1978 y
recogida en la Constitución española; un Estado monárquico y unitario que quiso
resolver el problema de la diversidad de pueblos que poblaban el territorio con
un sistema de autonomías que apenas distinguía entre las nacionalidades
históricas y el resto. El café para todos resultó ser descafeinado, y apenas
satisfizo las aspiraciones de catalanes, vascos y gallegos.
Como
es bien sabido, desde finales de los años noventa del siglo pasado, se inició
en Cataluña la elaboración de una propuesta de reforma del Estatut que pretendía, grosso modo, el
establecimiento de una nueva relación entre el Estado y la Comunidad Autonómica
y que, entre otras cosas, incluía el reconocimiento de su condición de nación.
Desde 2003 la reforma fue impulsada, no por los convergentes predecesores de
Puigdemont y el PD de Cat, sino por el tripartito (PSC, ERC y ICV), al frente
del cual se encontraba el socialista Pasqual Maragall.
Durante
los años de tramitación de la reforma en el Parlament (2004-2006), el PP inició
una campaña de catalanofobia en la que llegó incluso a pedir el boicot a los
productos catalanes, y descubrió que con ella podía obtener buenos réditos
políticos en el resto del Estado. Después de que en 2006 el nuevo Estatut fuese
aprobado en el Parlament y -tras ser
sometido a alguna poda- también en las Cortes españolas, fue refrendado
en referéndum (legal) por el pueblo catalán. Entonces el PP, minoritario en
Cataluña, llevó el texto al Tribunal Constitucional que lo mutiló en aspectos
muy sensibles para el catalanismo. El 10 de julio de 2010, después de la
sentencia del Constitucional y convocada por todos los partidos del Parlament
(menos el PP y C’s), más de un millón de personas recorrieron las calles de
Barcelona con el lema “Som una nació. Nosaltres decidim”.
Conviene
recordar que el Tribunal Constitucional, máximo órgano de interpretación de la
Constitución, no es un verdadero tribunal y no forma parte del poder judicial,
porque es elegido por el poder político (por el bipartidismo). Su composición
es casi siempre -por no decir siempre- conservadora, y desde luego siempre
contraria a cualquier veleidad nacionalista.
El
desprecio del PP y del Tribunal Constitucional al Estatut aprobado en
referéndum, despertó la indignación del pueblo catalán, que lo sintió como una
humillación. Desde entonces se alzó un clamor en Cataluña por el
independentismo, un clamor creciente alimentado por las medidas cada vez más
autoritarias y represivas del Estado, sobre todo desde la llegada del PP al
Gobierno. Esas aspiraciones crecientes de independencia sirvieron a los
oportunistas ex-convergentes para desarrollar su estrategia, y no al revés.
Ciertamente,
a partir de entonces, la instrumentalización del independentismo por el Govern
de la Generalitat ha continuado, pero ello no convierte en ilegítimas algunas
de sus propuestas que fueron apoyadas también por organizaciones y colectivos
de izquierda como las CUP (Candidatura d’Unitat Popular) o de centro izquierda
como Esquerra Republicana de Cataluya. Tal fue el caso de la consulta del 9N.
Sólo el miedo del Estado y de los gobernantes del PP explica su total oposición
a conocer el alcance real de esas aspiraciones. Un miedo que se acrecentó
cuando, a pesar de los obstáculos, votaron más de dos millones de personas (de
un censo de 5,3 millones) de las cuales el 81% votó sí a que Cataluña fuera un
Estado y sí a que fuera independiente.
Que
la convocatoria del actual referéndum fue ilegal es indudable, porque se
enfrenta a una Constitución que tiene ya casi 40 años y a una Estatut que no es
el que el pueblo catalán votó en 2006. Porque este gobierno ha rechazado todas
las llamadas a negociar un marco en el que se pudiera celebrar un referéndum
legal con garantías. Por eso se trata de un legítimo acto de desobediencia
civil no sólo de la Generalitat, como bien se demostró el 1 – O, sino de más de
dos millones de ciudadanos, por lo menos.
Ante
el desafío soberanista Rajoy parece haber decidido no dejar espacio para una
salida negociada. Se ha propuesto demostrar su control sobre el Estado, incluso
sobre la corona. En un alarde de fuerza, blandiendo los aparatos represivo y
judicial (saltándose la división de poderes), quiere acabar de una vez por
todas con las aspiraciones independentistas catalanas, aunque por el momento no
ha hecho más que exacerbarlas. Tanto las medidas previas al 1-O -que
prácticamente imponían el artículo 155 por la puerta trasera- como la brutal
represión de la jornada del 1-O, sólo han logrado tensionar al máximo la
situación.
El
autoritarismo y la violencia desplegada desde el Estado, ha contribuido a
convertir a muchas personas no partidarias del referéndum o al menos que
“pasaban” de él, en fervientes defensoras del mismo (de la democracia), y a
muchos partidarios de votar “no” en votantes del “sí”. Muchas de esas personas
se incorporaron a la rápida e improvisada auto-organización (impulsada por las
CUP), que formaron los Comités de Defensa del Referéndum (CDRs) repartidos por
todo el territorio catalán. Muchas de ellas formaron parte de las miles de
personas que defendieron con sus cuerpos el derecho democrático de votar y
decidir sobre su marco político. Gracias
a su tenaz resistencia consiguieron que el referéndum se realizase, aunque, por
supuesto, sin las garantías necesarias para que los resultados puedan ser
reconocidos.
Rajoy
y el PP no salieron bien parados en la jornada del 1-O. La mayoría de los
españoles, vascos y gallegos vieron horrorizados la injustificable y brutal
represión ejercida sobre personas pacíficas. A nivel internacional los medios más importantes denunciaron la insólita
violencia contra las colas de votantes. La viñeta publicada por TheNew York
Times al día siguiente, en la que la policía aporreaba y rompía la frontera
entre Cataluña y España, resulta expresiva de cómo se ha valorado desde el
exterior la agresiva política de Rajoy. Sin embargo, ya desde el día siguiente
los medios se pusieron a la tarea de recuperar para el gobierno y los cuerpos
de seguridad del Estado la legitimidad perdida, cargando contra los mossos que
no se les unieron, victimizando a los guardias civiles y policías nacionales
sometidos a acoso (¡como si estuviesen invadiendo un país extraño!),
legitimando la utilización de la fuerza por el Estado para restablecer la
legalidad.
Además
el PP y C’s comenzaron a movilizar, sacando a la calle a la derecha más rancia
del franquismo sociológico, a los añorantes de la España “Una, Grande y Libre”.
Las grandes manifestaciones españolistas de este pasado fin de semana de Madrid
y Barcelona, son prueba de ello. Esta última, presentada como la expresión de
la mayoría silenciosa, estaba convocada por la sospechosa organización Societat
Civil Catalana, que inició su andadura con una concentración en la plaza
Cataluña el día 12 de octubre de 2014 apoyada nada menos que por Falange
Española de las JONS (FE de las JONS), Soberanía y Libertad
(Syl), Vox, MSR, Somatemps, la Comunión Tradicionalista
Carlista, la PxC, el Casal Tramuntana, una delegación de
la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona (que
terminó cantando el "Cara al sol" en medio de la plaza) y
un nutrido grupo de miembros de los ultras seguidores del Espanyol, las
Brigadas Blanquiazules (BBBB) y del Rebeldes Club Motard Hispania,
que se definen como tradicionalistas, españolistas, cristianos y etnicistas[1].
Todo
ello al tiempo que trata de blindar el llamado bloque constitucionalista, con
un C’s que exige mayor dureza y la aplicación del artículo 155 y un PSOE que
pide negociación en el marco constitucional. Es verdad que este último partido
se encuentra sometido a presiones internas y externas importantes, pero nada
hace pensar que no se mantenga firme y fiel a su pacto de Estado, sobre todo
después de que el discurso del rey se alinease sin ambages con la política dura
de Rajoy.
Tras
dicho discurso real nadie puede pensar que la amenaza de aplicación del
artículo 155 o incluso el 116 (estado de excepción) sea un farol. Puigdemont, a
pesar de haber salido fortalecido de la jornada del 1-O, se ha visto
acorralado. Su instante de gloria se esfumó al día siguiente. Desde el Estado
sólo se le ha ofrecido la rendición incondicional y las presiones desde lados
opuestos le han atenazado. Por una parte las procedentes de la clase a la que
representa, la burguesía, que se ha apresurado a poner sus negocios a buen
recaudo y que reclama el fin de la incertidumbre. Por otra del independentismo,
sobre todo del representado por las CUP y el que se expresa en la calle, que le
exige cumplir la ley de Referéndum que su propio partido impulsó y que fue aprobada en el Parlament, es decir, la declaración
unilateral de la independencia.
La
salida cree haberla encontrado en un subterfugio justificado en la necesidad de
rebajar la tensión del conflicto,
conseguir la mediación internacional y ofrecer diálogo. Pero la
declaración de independencia, cumpliendo el mandato de la ley de Referéndum, y
la suspensión inmediata de la misma para iniciar un proceso de diálogo, sin
especificar el interlocutor ni el contenido, podría entenderse como una
suspensión sine die que conduciría de nuevo al punto de partida; vamos
un engaño, una traición a los ojos de la CUP y de buena parte de la ciudadanía
independentista que defendió con sus cuerpos el derecho a voto. Parafraseando a
los dibujos de la Warner que ilustran el crucero de la Guardia Civil,
Puigdemont se ha despachado con un ¡Esto es todo amigos!
La
fórmula parece contar con el apoyo sin fisuras de Junts pel Sí, pero la CUP
sólo ha concedido un plazo de un mes para el supuesto diálogo, tras el cual
abandonará el Parlament y las nuevas elecciones, reclamadas por C’s, PPC y PSC
serán inevitables. Está por ver si esa tregua incluye también la calle.
Por
su parte el Gobierno central no se da por satisfecho. El requerimiento enviado
a Puigdemont para que vuelva a la legalidad sigue incluyendo la amenaza de la
aplicación del 155, es decir, no considera la derrota completa. La única opción
posible que parece contemplar es la derrota total e incondicional del
nacionalismo catalán, que a su vez significará el apuntalamiento de la forma de
Estado pactada en el 78 (unitario y monárquico).
Por
tanto, el conflicto no ha acabado. Sólo parece haberse ganado un poco de
tiempo. Pero la situación actual permite extraer alguna lección. El pacto
antinatura de las CUP con Junts pel Sí ha vuelto a poner en evidencia el
peligro de las alianzas con la derecha, aunque sea en la persecución de
objetivos interclasistas como el independentismo. A estas alturas de la
película resulta evidente que Junts pel Sí acabará claudicando, o quizás
rompiéndose. Un mes es demasiado tiempo. La presión del Estado continuará y las
nuevas elecciones parecen un escenario más que probable. Pero es evidente que no serán elecciones al
Parlament de la República Independiente de Cataluña, sino de la Comunidad
Autónoma, bien por la vía normal o por la de la aplicación del 155.
En
la calle queda, sin embargo, una parte del independentismo activo y organizado
en los CDR. No se trata en este caso de un independentismo sin contenido,
sino anticapitalista. En él se encuentra
la esperanza de continuar la lucha en Cataluña, quizás –sería deseable-
recuperando la consigna de procesos constituyentes que permitiese establecer
alianzas con la izquierda del resto del Estado. Desde aquí la solidaridad –en
caso de aplicación del 155- también estará sobre todo en los movimientos
sociales, que responderán, con mayor o menor energía y disputando la calle a la
extrema derecha catalanofóbica, exigiendo el fin de la represión y la retirada
de las policías estatales de Cataluña, reivindicando el inicio de un proceso de
negociación para restablecer las relaciones y para crear nuevas formas de
organización y de convivencia que superasen el agotado régimen del 78.
[1] Sobre los orígenes y composición de esta organización
véase Jordi Borrás: Desmuntant
Societat Civil Catalana.
http://www.lacomunapresxsdelfranquismo.org/2017/10/17/libertad-para-los-presos-politicos-jordi-cuixart-y-jordi-sanchez/
ResponderEliminarLIBERTAD PARA LOS PRESOS POLITICOS CUIXART Y SANCHEZ
COMUNICADO LIBERTAD CUIXART Y SANCHEZ
ResponderEliminarhttp://posicuarta.org/cartasblog/libertad-para-jordi-sanchez-y-jordi-cuixart/
Pues sí, amigxs Mar y Manuel… ¡Eso no va ser todo!
ResponderEliminarEn contra tenemos al constitucionalismo nucleado en torno a “Los Tres Mosqueados”, muy dispuestos al uso represivo total de los cuerpos del estado, incluido el cuerpo mediático que llueve cotidianamente veneno nutriendo la catalanofobia cívica que en buena medida es histórica en esta España-Una.
Así pues, apunto una aproximación a uno de los aspectos muy estimulantes de vuestro artículo (la catalanofobia ¿tiene raíces?)
Digo que la catalanofobia es histórica porque viene de muy atrás, de tan atrás que bien merece una reflexión al hilo de los siglos transcurridos desde 1492 hasta nuestros días.
A falta de un análisis riguroso ( necesario y pendiente para un futuro próximo) entiendo que hay una trayectoria claramente divergente desde aquél reparto de zonas de expolio que generó diferenciaciones “por causas objetivas” en la configuración de las estrategias del Poder del reino de Castilla, dedicado al expolio de las Américas y el uso parasitario de aquellas riquezas como medio de consolidar castas-clase dominantes (ajenas a cualquier atisbo de inversiones que apuntasen a una futura revolución industrial) y el reino de Aragón Cataluña, volcado hacia el Mediterráneo y forzado a dar espacio a la actividad comercial.
Otro momento decisivo lo encuentro en el XIX y la brecha entre la España agraria (de terratenientes, caciques…y campesinos y jornaleros hambrientos) y la España en que se abría paso un desarrollo capitalista industrial que reclamaba clase obrera (Euskadi y Cataluña)… No es ajeno a ello la enconada resistencia antifascista que defendió Catalunya como último baluarte de Resistencia (en otra ocasión podemos reevaluar el Madrid de “No pasarán”).
Y que decir de aquella significativa declaración de principios que la dictadura franquista puso en boca del catedrático universitario Antonio Luna y que empezaba así “Para edificar una España, grande y libre condenamos al fuego los libros SEPARATISTAS, los liberales, los marxistas, los anticatólicos...e incluímos en nuestro índice Sabino Arana, Rousseau, Marx…” Interesante la jerarquía de condenas en estas declaraciones de mayo de 1939.
El nacionalismo dominante español y sus cuadros militarotes, incapaces de sostener a la fuerza las viejas colonias, optaron tras la derrota republicana por castigar -con saña- las disidencias de las Naciones Sin Estado.
No debiéramos dejar sin relectura el papel ejemplar que en la resistencia al tardo franquismo jugaron Euskadi y Catalunya. Doy fe de cuales fueron- durante aquellos años pardos- nuestras prioridades al leer la pésima prensa sometida a la dictadura: “¿Y como ha ido la (tal ó tal) Huelga en Catalunya y en Euzkadi?”…Después salvo en ocasiones puntuales, pasábamos a las páginas de otros territorios en que las luchas tenían otra dimensión, organización e intensidad.
Sin dejar de lado el interés de ese análisis histórico sobre la catalanofobia, lo más preocupante ahora es el desenlace de las medidas adoptadas por la aplicación del 155 y la consolidación del bloque nacional-constitucionalista.
EliminarEn Cataluña el golpe de Estado no va a ser fácil de detener. Como era de esperar JxSí flaquea y busca una salida airosa que no le van a ofrecer. Después del encarcelamiento de los Jordis no parece un farol que un Govern cesado en rebeldía pudiera acabar entre rejas. Todos los altos cargos de la Generalitat serán cesado y los funcionarios atenazados. Por lo que han descrito, se entrará en una fase cuyo autoritarismo no se había visto desde el franquismo. Las fuerzas de las CUP y de los CDR tendrán que batirse en la calle, resistir los ataques movilizando a pesar de una represión quizás mayor de la del 1-O. ¿Y la izquierda? Desconcertada y de perfil.
En realidad creo que deberíamos -me refiero a la izquierda, a la del Estado- levantar la vista de Cataluña. La aplicación del 155 con las medidas que han descrito y la consolidación del bloque nacional-constitucionalista constituyen las herramientas para cerrar la crisis del régimen del 78 en todo el Estado. Si todo les sale bien, esos serán los mimbres con los que propongan su reforma de la Constitución: más centralista, más autoritaria, más monárquica y más bipartidista (aunque ahora sean tres). Por si fuera poco, han organizado y sacado a la calle a todos los ultras, que se ven capaces de movilizar a los añorantes del franquismo, de la UnaGrandeLibre, y que pueden ser utilizados para los trabajos sucios.
Mirando sólo a Cataluña, temiendo perder votos entre los antisecesionistas, la izquierda institucional (Podemos e IU) no se da cuenta de que en esta batalla nos jugamos más que el futuro de Cataluña -que ya de por sí debería ser suficiente; nos jugamos el futuro de todo el Estado. Debería estarse movilizando con todo lo que tenemos para promover un proceso constituyente por abajo que organizase y preparase la lucha contra una reforma constitucional por arriba, que tiene pinta de que será express.
Doy las gracias al pueblo catalán pués para mí representa una esperanza y un ejemplo a seguir.
ResponderEliminarCatalunya se niega a involucionar y se ha desengañado ya del pueblo español que duerme profundamente mientras le conducen de vuelta a los mejores años de "aquella extraordinaria placidez".
Salud