Columna de opinión publicada por Silvio
Rodríguez en su blog oficial
El 20 de marzo de 2016, acerca de la visita
del presidente de Estados Unidos Barak Obama a la isla de Cuba.
“Se suele
olvidar que este litigio terrible empezó porque nuestros vecinos no soportaron
que decidiéramos qué hacer en nuestra propia casa. Estaban acostumbrados a que
aquí se hiciera lo que ellos querían”.
En estos días han llovido estampas,
interpretaciones y hasta augurios sobre la visita que empezará hoy el
presidente de los Estados Unidos a Cuba. Entre ellas estuvo el mensaje de
Pánfilo y sus amigos que, por cierto, puse en Segunda cita, dedicándoselo a los
que deseaban desentrañar el carácter cubano. Pues resulta que ayer me dijeron
que el Sr. Obama había respondido varias preguntas del célebre humorista.
Aclaro que no creo que los asesores presidenciales lean nuestro blog, pero es
obvio que están bien informados.
Se ha dicho mucho que el cubano es un pueblo
hospitalario y generoso. Esto es porque la mayoría somos más dados a
confraternizar que a lo contrario. Yo creo que es algo genético, que nuestra
historia nos fue inoculando desde su exterminio inicial, y luego con sus
migraciones forzadas y/o voluntarias, con sus luchas privadas y colectivas por
la supervivencia, y con esa sustancia moral que solemos llamar soberanía y que
es, ni más ni menos, tener en cada momento el mayor libre albedrío que nuestras
capacidades nos permitan, sin dejar de pujar siempre por más.
Algunas reflexiones de especialistas se basan en
interrogantes sobre las calidades de las conversaciones entre dos gobiernos que
han sido arquetipo de enfrentamiento durante la segunda mitad del siglo XX y lo
que va de este. A pesar de posturas opuestas, se suele coincidir en que el
futuro será según lo hablado. Yo, por supuesto, comparto la curiosidad por
ciertos detalles, aunque supongo los matices. Pero si de algo estoy seguro es
de que una cosa es lo que se dice, incluso lo que se cree honestamente, y otra
es lo que resulta. Sobran ejemplos en la historia, lo mismo en el sentido de la
seriedad que en el del desparpajo. Por eso tiendo a decantarme por lo que me ha
movido siempre, por lo que sueño para mi país, que es dignidad, aún con las
variantes que presuntamente incorporarán la dialéctica y los astros o, dicho de
otra forma, las causas y los azares.
He notado que se suele olvidar que este litigio
terrible empezó porque nuestros vecinos no soportaron que decidiéramos qué
hacer en nuestra propia casa. Estaban acostumbrados a que aquí se hiciera lo
que ellos querían. Y haciendo bien patente su disconformidad, no sólo nos
negaron el habla sino que nos hicieron la guerra.
Aquella causa nos apartó violentamente de lo que
hubiera sido nuestra vida de pueblo aguerrido pero pacífico, mitad trabajador,
mitad tarambana. Aquella causa nos obligó a tomarlo todo con más drama que
choteo, nos mostró y nos acercó como nunca a las razones de la hormiga. Aunque
debajo seguía bullendo aquella cosa juguetona nuestra que a principios de los
80 llevó a un amigo a confesar lo mucho que le gustaba nuestro “socialismo con
pachanga”.
Quién sabe si ha llegado el momento de intentar
empatarnos con lo que no nos dejaron ser, con lo que fuéramos de haber tenido
un vecino más respetuoso y amable. Y digo quién sabe porque obviamente no todo
el futuro depende de nosotros y porque, además, por más que fuera deseable ya
no somos los mismos.
En momentos así –sólo en momentos así– es
concebible el deseo de prolongar la existencia, digamos otro medio siglo, a ver
qué pasa. Pero como esto no es posible, pregunté a mi familia –a todos,
sobre todo a los que no vivieron las causas originarias del conflicto- qué
le dirían o qué les inspiraba el ilustre visitante de hoy. Y por eso concluyo
este momentáneo soliloquio con lo dicho por los que me respondieron, en el
orden estricto que me fueron llegando y con sus propias palabras.
Para no irme a la cola, me tomo la licencia de
empezar con mis propias palabras para recibir a Barak Obama, las que termino
con dos frases que siempre decía mi padre, Dagoberto Rodríguez:
Bienvenidos Ud. y su familia a Cuba, Sr.
Presidente. Nunca es tarde si la dicha es buena. A mí que me quiten lo bailao.
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