Manifestación por la Memoria Histórica (noviembre 2015) |
Por Acacio Puig – militante memorialista.
En diciembre del
año 2007, el gobierno socialista presidido por Zapatero con aprobación mayoritaria de las Cortes promulgó la ley de
Memoria Histórica, un conjunto de disposiciones esencialmente continuistas del
Régimen del 78 y que se situaban muy por debajo de la satisfacción de las
demandas de Verdad, Justicia y Reparación expresadas por el Movimiento
Memorialista.
Posteriormente,
el nuevo gobierno del PP surgido de las elecciones de 2011, congeló la Ley y
permitió la proliferación de descalificaciones de asociaciones de represaliados
y resistentes por boca de parlamentarios
conservadores y caverna mediática a sueldo, durante la legislatura concluida el
20 D de 2015.
La proximidad de
nuevas elecciones el 26 J de 2016 por la imposibilidad de configurar gobierno,
está precedida por un acontecimiento novedoso: el de las múltiples
iniciativas del Movimiento Memorialista especialmente
durante el pasado mes de abril, iniciativas que han proliferado en los cuatro
puntos cardinales y encontrado eco en ciudades y pueblos. Un auténtico “abril
tricolor” en que el nuevo paisaje municipal ha facilitado la eclosión de importantes
iniciativas memorialistas autónomas, plurales y abiertas y también algunos compromisos
municipales unos discutibles como en Madrid y otros esperanzadores con apoyos a
la Querella Argentina.
Durante el mismo
período en algunos debates sociales recientes emergió la Ley de Memoria, aunque
traída por los pelos por gentes bienintencionadas
de la base socialista que con más ingenuidad que rigor, pugnaban por hacer
bueno el refrán “a buen hambre no hay
pan duro” en su afán de establecer diferencias cualitativas entre PSOE y PP,
entre social liberales y neo liberales, mediante la alabanza de la Ley
Zapatero.
La novedad es que
este año, ochenta después del levantamiento militar fascista
contra la legalidad republicana y a cuatro décadas de finiquitar formalmente la dictadura,
saciar el hambre de verdad, reparación y justicia, requiere mucho más que “pan
duro” y así lo entienden sectores
sociales cada vez más amplios.
El negacionismo
pro franquista perdió buena parte de su
base social e intelectual mientras que la recuperación política del pasado, la
reconstrucción de la verdad histórica, crecen y cuestionan el andamiaje del
régimen que eludió un proceso constituyente mediante pactos que
institucionalizaron una democracia de baja intensidad.
Afortunadamente hoy no bastan disimular la represión, la miseria
cultural y un capitalismo de rapiña gestado al amparo de la Dictadura, para
ocultar la Historia, perpetuar “la transmisión” y la alternancia bipartidista.
Construcciones y Reformas: reparando la fortaleza constitucional.
La exposición de
motivos que inicia la Ley 52/2007 (Ley de Memoria)
constituye en sí una falsificación histórica. Su núcleo, concebido como hagiografía
propagandista de la constitución de 1978 y sus supuestos valores de
concordia y democracia, participa en la ideología del blindaje ante cualquier
cuestionamiento popular tendente a recuperar soberanía y modificar o derogar
sus contenidos. Se trata de una “entradilla”
que responde a la prioridad de conciliar
con las fuerzas políticas conservadoras y consolidar los pilares del régimen
pos franquista rechazados en su día por una Alianza Popular progenitora del PP.
Semejante conciliación
constitucionalista busca allanar ese
camino mediante el reforzamiento de acuerdos en lo intocable (Monarquía, No
autodeterminación, derechos sociales como derechos de segunda categoría…) y
consensuar mínimos humanitarios desactivando el potencial político de “la
Memoria” para reorientarlo hacia “el Recuerdo”.
En septiembre de
2011 la defensa de los pilares constitucionales compartidos por los
dos grandes partidos beneficiarios del régimen del 1978, se tradujo en la reforma
constitucional pactada mediante la modificación del artículo 135. Tras la
bancarrota financiera y los rescates, la nueva redacción del 135 (sin debate
parlamentario ni referéndum) impuso el acuerdo de anteponer la estabilidad
presupuestaria y con ello el pago de la Deuda, a cualquier otro gasto del
Estado (entiéndase como origen de lo que
sería después el “fundamento doctrinal” de la
supeditación de gastos sociales, recortes, implementación
de reformas laborales a la baja, endurecimiento de las leyes de orden público y
ampliación fuerzas de seguridad como imprescindible recurso represivo para
lograr lo anterior).
La Ley tiene así por esencial función la de “engrasar y camuflar” la reventa
de unas excelencias constitucionales alumbradas hace 38 años sin proceso
constituyente, mediante acuerdo a la chita callando y bajo el espectro del
miedo a un pasado omnipresente.
Cuando empieza a
aparecer en el orden del día político la necesidad de un auténtico proceso
constituyente, la pretensión de momificar el Régimen del 78 estorba la vocación
democrática de la mayoría social y el
antifranquismo light de nuevo cuño resulta obsoleto.
Derogando lo muerto y manteniendo la enfermedad.
Efectivamente la
Ley de 2007 derogaba una legislación ya muerta: los diversos Bandos de Guerra
de 1936, el corpus legal de la dictadura que durante la década de los cuarenta
dio carta blanca a los tribunales militares para juzgar, condenar y ejecutar a
la militancia antifranquista, a gente desafecta al movimiento nacional, a
comportamientos sexuales no normativos, etc. Leyes y decretos que “legalizaron”
encarcelamientos, reclusión en campos de concentración y condenas a muerte por
presuntos delitos de masonería y comunismo, homosexualidad y resistencia
guerrillera (a la que desde 1947 se aplicó la nueva legislación sobre “bandidaje
y terrorismo”). Como no podía ser de otro modo la Disposición derogatoria
alcanzó también a la ley 15/1963 por la que se creó el TOP (tribunal de Orden
Público) ubicado en las Salesas-Madrid, pero esa colección de Leyes y Decretos
fascistas estaba ya derogada de hecho y
derecho, incluido el TOP, suprimido en enero de 1977 por Decreto Ley. De
modo que la disposición derogatoria de la ley de 2007 solo volvía a extender el
acta de defunción de una legislación difunta y enterrada.
Sin embargo,
precisamente salía indemne la Ley de Amnistía promulgada en octubre de 1977, sigue siendo no solo pre-constitucional (eso no es
argumento de peso para quienes
rechazamos entonces y hoy con mayor motivo la constitución de 1978) sino una ley
de punto final que absolvía a un régimen
genocida y autor de delitos de lesa humanidad. La ley de Amnistía, precedida
entonces por varios indultos, liberaba a
unas decenas de últimos presxs
antifranquistas a cambio de la
exculpación de 40 años de dictadura a la
que garantizaba impunidad.
Sin embargo, en
2007 ya no era precisamente difícil evaluar la reaccionaria
dimensión de la Ley de Amnistía ya que, además de los fiascos habidos hasta
entonces en diversos procesos de condena del franquismo y rehabilitación de sus
víctimas, se mantenía la vigencia del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos ratificado por España en 1985,
pacto que negaba legitimidad a las “leyes de punto final”.
Pocos años
después, la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para Derechos Humanos recordaría al gobierno del PP que “España debe derogar su ley de amnistía,
puesto que no es conforme con las leyes internacionales de Derechos Humanos”,
insistiendo la portavocía del Comisionado en las bases del Pacto Internacional citado.
La Verdad y la Justicia…a medias.
La Ley de Memoria
Histórica solo defiende medias verdades porque, con un exceso de “prudencia”,
teme desvelar la trama global de un régimen verdugo de la Libertad.
A estas alturas
de la Historia no basta con generalidades sobre “el carácter dictatorial del franquismo y sus graves violaciones de los
derechos humanos”. Tras las ejecuciones judiciales y extrajudiciales hubo
nombres, bandas y terror de estado; tras las denuncias de opositores y “no afectos al movimiento” hubo redes
nacional católicas y chivatos. También tras las torturas estaban los aparatos
de seguridad del estado y la policía política.
Y evidentemente, tras
la opaca acumulación de capital y la neocolonización de suelo y recursos están
las empresas beneficiarias del trabajo esclavo y de un sistema que negó y
persiguió el ejercicio de los derechos de asociación, huelga, expresión y
manifestación y forzó a la emigración a millones de familias trabajadoras.
Frente a víctimas
y resistentes están verdugos y explotadores. Cuando se renuncia a esclarecer el
campo de los artífices de la represión en cualquiera de sus formas, la Verdad permanecerá
oculta. La confusa cultura del “sin rencores” enmascara la búsqueda de la
verdad y hace imposible la reconstrucción de los hechos y su incorporación a una educación en valores.
Rehabilitar la
dignidad de quienes sufrieron persecución queda incompleto si no se aplica la Justicia
a quienes les persiguieron y el
ejercicio de la Justicia requiere siempre algo más que denuncias genéricas y
por tanto inoperantes.
Son millares los
delitos que siguen sin juzgar y no basta con olvidar su rastro como no basta
reconvertir los lugares de memoria del franquismo (desde Cuelgamuros a calles y
plazas de nefasto recuerdo) en lugares de “doble uso” que otros llaman de
conciliación. No basta tampoco tolerar las reconversiones de organizaciones
fascistas para evitar su ilegalización y la expropiación de sus bienes (las Fundaciones Franco, Yagüe…los
partidos de matriz falangista, etc.).
La Ley de Memoria
no da respuesta a estos asuntos graves,
más bien relaja la construcción de la Memoria para reconducirla, decíamos,
hacia el Recuerdo humanitario, con la pretensión de renovar el caduco pacto con
la derecha, el mismo que alumbró la Ley de Amnistía, la Constitución y la “transición democrática”.
Lo llaman Reparación…y no lo es.
El artículo 4 de
la Ley reconoce “el derecho a obtener una
Declaración de reparación y reconocimiento personal” previa presentación de
papeles ante el Ministerio de Justicia (¡!) un reconocimiento tan tardío como
innecesario, porque ¿Qué autoridad ética podemos conceder los combatientes por
la Libertad y la Igualdad al reconocimiento
otorgado por un régimen sucesor del franquismo, que durante 40 años ha
demostrado su temor pusilánime a desmantelar su herencia y cuyos altos
tribunales siguen sin saber ni contestar a las demandas de verdad, justicia y
reparación?
El reconocimiento
que puede otorgar este régimen carece de cualquier sello de honorabilidad, como
manifestaron tantos exiliados durante la transición declarándose apátridas o
adhiriendo a la nacionalidad de los países de acogida en que habían seguido
combatiendo el franquismo, incorporándose a la Resistencia y defendiendo los valores republicanos que llevaron consigo
durante “la Retirada”.
En cuanto a las
reparaciones económicas fijadas por la Ley (artículos 6 a 10) resultan ser
simplemente un insulto. Se trata de reparaciones que no admiten comparación con disposiciones homólogas vigentes en Europa. Carentes
de criterios y fundamento, las llamadas indemnizaciones persisten en las
arbitrariedades decididas antaño por los gobiernos de Felipe González.
Cuando personas
en edad de trabajar (fueran presos políticos o integrantes de batallones
disciplinarios, resultan “indemnizadas”
a razón de 2000 euros año durante el primer trienio y 400 euros por cada año
posterior… Mejor renunciar y esperar justicia, porque más vale no ensuciar las
biografías antifascistas percibiendo esas limosnas.
Los criterios de
indemnización debieran fijarse -al menos- en base al salario mínimo actualizado
(14 pagas por año) y una reparación complementaria e igual para todxs, que responda a la ilegalidad de castigos impuestos por un régimen ilegítimo.
Baste esa
arrogancia de los “indemnizadores” para caracterizar su pasado y falta de
sensibilidad y compromiso tan propios de su encuadramiento en la “oposición
leal” al franquismo.
Que exhumen las Asociaciones… y ya se subvencionarán sus labores.
El articulado 11 al
19 de la Ley camufla -tras nubes de retórica- la dimisión de responsabilidades
de un estado que se dice democrático. Nuestro país al día de hoy carece de un
mapa de fosas comunes, carece de un mapa riguroso y fiable. De hecho se siguen
descubriendo fosas no registradas y en otras ya localizadas (simas) se carece
de datos de sepultados entre otras cosas por
las dificultades de acceso.
Las exhumaciones
de víctimas de un régimen criminal no pueden depender tampoco de la decisión
favorable o no de las familias y menos en un país en que cuarenta años de miedo
paralizaron y distorsionaron razón y sentimiento.
La diáspora tras
el genocidio, el exilio, la participación en la resistencia antifascista en
Europa y las deportaciones a Campos de Concentración internacionales, oscurecen
las cifras de cuantos miles de personas yacen en fosas comunes en España. Se
manejan datos siempre aproximados y ochenta años de opacidad han roto hilos de
conocimiento, porque demasiados testigos de la época ya se llevaron sus
secretos a la tumba. Se han perdido por tanto muchas pistas.
En esas
circunstancias, solo una política de estado firme y decidida, que asuma sus
responsabilidades en lugar de “subcontratar” la generosa e inmensa labor de
investigadores y asociaciones, puede acometer con medios propios, técnicos,
financieros y apoyatura histórica, el trabajo que resta por hacer. Delegar en
lo que el Asociacionismo Memorialista descubra y solicite, solo es un modo de desembarazarse
y desnaturalizar las raíces de un problema
sólidamente cimentado en la
verdad y la justicia.
Lamentablemente,
la Ley de Memoria se sitúa también en esto en las antípodas de lo necesario y
lo posible. Limitando el papel del
estado a ponderar la oposición posible
de descendientes directos de las víctimas, restringiendo el acceso a los
terrenos de titularidad privada en que pudieran
localizarse fosas y cargando a las Asociaciones con las indemnizaciones a los propietarios de esos terrenos, el estado
se escaquea y delega. Limitándose a subvencionar a las Asociaciones que con
proyectos propios soliciten subvenciones para labores de exhumación, el estado
se escaquea y delega, además de dejar a las Asociaciones al albedrío del
gobierno de turno, como ha ocurrido durante los últimos cuatro años de
obstrucción y desvío de fondos. En definitiva, si durante estos años el Partido
Popular cortó por lo sano las ayudas para desenterrar porque opta por el
ocultamiento de los destrozos realizados por sus presuntos ancestros políticos, el PSOE – quizá liberado
de la justa presión de sus mayores- opta con esta Ley por un “sí, pero apañaros
solos y ya iremos viendo poco a poco”.
Documentar la Memoria ¿Dónde y como?
Lo que mal
comienza, mal acaba. Una Ley inconsecuente no puede llevar a buen puerto ni
siquiera en lo que respecta a la creación del
Centro Documental y Archivo de Guerra y Dictadura.
En el ámbito
simbólico ya resulta un despropósito mantener la ubicación del Centro en Salamanca,
una ciudad que tuvo la desgracia de formar parte de “la zona nacional” desde
1936 y en la que se protagonizaron los conflictos bautizados hace unos años
como “Papeles de Salamanca”, conflictos por el acaparamiento de documentos que
nunca estuvieron a plena disposición de la investigación independiente y se
vieron envueltos en traslados clandestinos y ocultamientos sospechosísimos.
Por tanto,
entendemos que la Ley 21/2005 de 17 de noviembre, que instituyó el Centro en
Salamanca, debería revisarse y en su caso derogarse.
Además, la
prudencia timorata respecto a la “adquisición” de archivos que permanecen en
manos privadas, organizaciones y fundaciones, debe sustituirse por una acción
decidida a favor de documentar Centro y
Archivo mediante la más amplia incorporación
de copias y desde luego, la expropiación de todos los archivos privados que ocultan crímenes y expropiaciones ilegales practicadas
por el viejo régimen.
Concluyendo
La no derogación
de la Ley de Amnistía -una ley que hace tabla rasa de los expedientes de los verdugos- preserva la impunidad de
empresas ilícitamente enriquecidas durante la dictadura, el ascenso profesional
de torturadores, militares golpistas, jueces del TOP después en la Audiencia
Nacional y un largo etc. La Ley de Amnistía
sigue blindando la impunidad del régimen franquista.
La no asunción
por el estado de la plena responsabilidad en los procesos de exhumación,
escamotea la dimensión de política
pública del genocidio y la “privatiza” sustituyéndola por el entierro de restos
humanos.
Las reparaciones
no se atienen a criterios políticos, sino que son concebidas como
compensaciones arbitrarias sin asomo de rigor.
La Ley tolera las
raíces organizadas del fascismo histórico, aunque propugne la eliminación o
transformación de sus símbolos externos.
Por todo lo
dicho, las décadas transcurridas, el nuevo empuje del memorialismo y los
cambios habidos en la situación política del país, que esperamos se consoliden
a partir de las próximas elecciones del 26 J de 2016, exigen la derogación de
la Ley de Memoria de 2007 y su reescritura en claves de Verdad, Justicia y
Reparación, en definitiva en claves acordes con las más avanzadas demandas del
Movimiento Memorialista.
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