POR SAN BLAS, LA REPÚBLICA VERÁS
Antonio Pérez
“Por san Blas, la cigüeña verás”, dice el refrán. Pero, hace 224 años, el
03.febrero.1795, a España llegaron no sólo llegaron las cigüeñas sino algo más:
la primera confabulación republicana, auténtica y con correligionarios allende
los Pirineos. La llamada Conspiración de San Blas fue un
audaz, generoso y peligrosísimo empeño racionalista y democrático de unos
cuantos revolucionarios encabezados por el mallorquín Juan Bautista Picornell
(1759-1825) a quien acompañaron otros intelectuales como Sebastián Andrés y
Manuel Cortés de Campomanes, ambos ligados al hoy conocido en Madrid como
Instituto de enseñanza secundaria San Isidro.
La intentona
republicana se desarrolló en el marco del creciente republicanismo español y de
la guerra que la monarquía española –más asesina y majadera que nunca-, había
declarado a la Francia republicana. Quiero decir, que no pecó de voluntarismo
sin fundamento. Por desgracia, Picornell y sus amigos fueron descubiertos,
torturados y condenados a muerte pero… la derrota total de España en la guerra
de los Pirineos les salvó de la horca.
Cronología de la guerra contra la naciente República francesa
1793: Carlos IV y su valido Manuel Godoy, declaran la
guerra a la Francia republicana y revolucionaria. España se ha llenado de
exiliados realistas franceses, en su mayoría curas y obispos. Imprudente hasta
la tontuna, la monarquía española decide ¡invadir Francia con tres ejércitos!
Al mando de unas tropas hispano-portuguesas, el general Ricardos asalta
efímeramente el Rosellón francés, pero los otros dos cuerpos del ejército
monárquico –el vasco y el aragonés-, son rechazados antes incluso de cruzar los
Pirineos.
1794: los republicanos franceses contraatacan e invaden
España. El aparentemente inexpugnable fuerte de Figueres (10.000 soldados, 200
cañones), se pasa al ‘enemigo’ sin disparar ni un tiro. Poco después, Donosti
se entrega con igual júbilo.
1795: los generales españoles enviados al Norte se quejan
de que no reciben ninguna ayuda de la población ni de las autoridades locales
vasco-navarras. Al contrario, les boicotean y hasta cambian los rótulos de los
pueblos; es obvio que los euskaldunes simpatizan abiertamente con los
republicanos franceses quienes ocupan Euskadi con notorio alborozo popular. Los
franceses siguen avanzando en loor de multitudes y cruzan el río Ebro por
Miranda. Cuando ya están en tierras de Castilla, les sorprende la firma de un
armisticio que precede a la capitulación sin condiciones de España –disfrazada
en la historiografía española bajo el nombre de ’tratado de paz de Basilea’-. O
de cómo la derrota del rey español salvó el pescuezo de los conjurados
republicanos.
La derrota más censurada
En efecto, la (mal)
llamada Paz de Basilea (1795) puso fin a la conocida como guerra de los Pirineos o guerra de la Convención.
La burda propuesta española de capitulación pedía mantener los límites de la
soberanía española, puesto que Francia quería anexionarse Guipúzcoa, ocupada
por el ejército de los sans-culottes,
como hemos visto, con la entusiasta colaboración de los guipuzcoanos. En el
colmo de su más ignara prepotencia, una España que tenía las tropas
revolucionarias a punto de llegar a Madrid, pretendía nada menos que, entre
otras fantasías, ¡ lograr el restablecimiento del culto católico en Francia y
la liberación de los hijos del ajusticiado rey francés Luis XVI !.
Al final, España
cedió a Francia la hoy llamada República Dominicana y se comprometió a entregar
durante seis años los ganados ovino y caballar andaluces y, de postre, tuvo que
jurar que no perseguiría a los afrancesados vascos. Godoy obtuvo por ello el
título de Príncipe de la Paz.
Pero, volviendo a los
conjurados de San Blas: otro de los puntos de Basilea que jamás se estudiará en
España, fue la radical exigencia de los republicanos franceses de que no
asesinaran a Picornell y los suyos. Los sans-culottes advirtieron al valido: “Godoy, pacense que paces en los vientres
aristocráticos: si ejecutas a nuestros colegas, mañana entramos en Madrid y te
ahorcamos a ti”.
Obviamente, el
semental cortesano entendió la no-tan-indirecta y, cuando los republicanos de
San Blas estaban camino del patíbulo, fueron ‘indultados’ y embarcados hacia
las mazmorras de las Yndias. De dónde escaparon para protagonizar las primeras
rebeliones independentistas de América Latina pero esa es otra historia no
menos instructiva.
Huelga añadir que
esta Paz de Basilea –realmente, una rendición incondicional-, no se estudia en
España. Menos aún se estudia a Picornell y los primeros republicanos españoles.
Peor aún, cuando se les cita, unos pocos historiadores formalistas y legalistas
falsean su intentona agarrándose cual clavo ardiendo a que, según esta mafia,
no pretendía implantar la República sino que los conjurados de San Blas
aspiraban a una ‘monarquía constitucional’; venga o no venga a cuento, hay
estudiosos paniaguados que deslizan sus posiciones políticas de hoy para
convencernos de que la monarquía moderna es vieja de dos siglos. Como si las
monarquías pudieran ser modernas, como si el paso de los siglos las legitimaran
-Caín y Satanás tienen varios milenios y no por eso se han vuelto buenos ni
modernos.
En estos días, en el
224º aniversario de aquel glorioso ensayo libertador, les rendimos a aquellos
Primeros Prometeos nuestro más encendido homenaje. Laus Republica.
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