miércoles, 17 de mayo de 2017

VOTAD POR LAS FINANZAS O SOLTAMOS AL MONSTRUO



Dimitris Alexakis
No me dará tiempo a leer hoy otros artículos, otros estudios sociológicos, otros análisis y otras declaraciones: hay que ocuparse de la pequeña, preparar las últimas tareas del día, escribir el texto que tenía que entregar el 25 de abril y cuyo plazo han remitido al 2. Pero bueno: ya sé bastante del asunto, creo. Necesariamente llega un momento en el que nos toca decidir solos, con lo que tenemos, lo que sabemos y lo que somos.
Algo sé, aunque ya haga tiempo que no alcanzo a leer ni a informarme como lo desearía (a leer como cuando tenía 15, 20 o 30 años): sé que la subida del Frente Nacional ha venido acompañando, tozudamente, al abandono declarado, asumido, de las clases populares, de los “baluartes obreros”, de los desempleados. Esos desempleados en que se van convirtiendo los obreros de antaño (desde el giro de los años 80) y en que no paran de convertirse (por Florange, Amiens, Saint-Nazaire) los jóvenes trabajadores precarios que se multiplican, dentro de un campo laboral cada vez menos inteligible desde de los años 70. Pero también -y tal vez ante todo- del abandono del mundo rural por parte de los partidos y del conjunto de gobiernos que han venido sucediéndose desde 1981, así como por parte de toda una franja de la población (la de las “clases medias educadas” -por decirlo rápido- y de los intelectuales, de aquellos que -ante todo- disponen de un capital cultural, de aquellos que, en un momento de su vida o durante toda su vida, han tenido tiempo de leer).
Sé que la alternativa que nos proponen hoy (entre el gobierno de las finanzas o el fascismo) es una forma particularmente viciada, particularmente perversa, de reconducción de aquel pacto que se hizo durante los primeros años del gobierno socialista (hacia 1983) entre esa mismísimas clases medias, los profesionales liberales y la patronal. A costa de los que no poseen capital y, en particular, capital cultural.

Sé que, rompiendo con toda una parte del movimiento que siguió al Mayo del 68, la mayoría aplastante de los intelectuales “de izquierda”, en un momento crucial, tomó el partido de -o decidió- retirarse del juego, abandonar la construcción de solidaridades entre las clases, la organización de transferencias o intercambios recíprocos de saber. Esas transferencias e intercambios que permiten construir luchas que tejen prácticas obreras o campesinas y saber libresco, teoría, reflexión colectiva, que permiten crear espacios para un discurso y una experiencia política en común entre la fábrica, el campo y la universidad. Sí, la mayoría aplastante de los intelectuales “de izquierda”, en un momento crucial, tomó el partido de -o decidió- dejar de hacer conexiones y vínculos entre clases populares y clases que pasaban por la universidad (y esto tanto vale para el mundo de la producción industrial como para el mundo rural, pero también, y de modo más agudo cada día, para la solidaridad práctica con los migrantes).
Sé que la reconducción de aquel pacto marcado por el egoísmo burgués más cerrado ya no puede presumir hoy, si es que un día lo pudo, de la garantía moral que le aportaba supuestamente esa conminación de “todos juntos contra el fascismo”. En primer lugar, porque la izquierda de gobierno ha convertido el antirracismo en el trapo de sus oportunismos y de sus traiciones. En segundo lugar, porque ninguna reflexión social profunda acompañó nunca ningún “arrebato republicano”. Al privarse de la más mínima reflexión verdadera sobre las causas sociales de la ascensión de la extrema derecha, ese antirracismo (el de SOS Racisme y el de las grandes manifestaciones unitarias de los años 90, pero no el de la hermosa marcha por la igualdad de nuestra niñez) nunca ha sido más que un colador, una criba que en el fondo no bloqueaba nada -y la prueba la tenemos hoy ante los ojos, del modo más crítico, resonante y dramático que exista.
También sé algo del racismo profundo que habita a la sociedad francesa desde hace décadas. No debía yo tener ni 8 años cuando el portero de nuestro ILM (Edificio de alquiler moderado) de la Place des Fêtes me amenazó un día con expulsarme hacia mi país “de una patada en el culo” (y, sin duda, tal comentario me ha marcado de por vida). En el edificio de la calle Docteur Potain donde crecimos mi hermano y yo, nuestros amigos se llamaban Bichara, Céline, David, Samuel, Reda, Anne, Michel, Jérémy, Karim, Éric, Basile, Lamine, Stratos, Frédéric, Moussa, Aïssatou, Heidi, Patrick, Axel. Me acuerdo de los abusos policiales y de la palabra ratonnades [redadas racistas contra la gente de origen/tipo magrebí/árabe, calificada de “raton”] cuyo eco marcó toda nuestra adolescencia. Recuerdo cuando, algunos años más tarde, un policía de la comisaría del Forum des Halles [París centro] me cogió por el cuello y me alzó contra la pared, al borde de la asfixia: acababa yo de protestar y oponerme a un control de identidad humillante. Algo sé de ese racismo: lo he recibido en plena cara como un insulto, jovencísimo, lo he sentido cerrarse sobre mi garganta -y eso que yo que soy, como decía Pasolini, “un pequeño burgués”, un privilegiado, alguien a quien le protegen los libros, alguien que, en caso de líos con la justicia, tendrá más posibilidades de escapar al encarcelamiento que la mayor parte de nuestros amigos de niñez.
También sé, por haber vivido en Grecia estos últimos quince años, que la alternativa Macron / Le Pen es una forma nueva de la no-elección con la que se han confrontado singularmente los griegos, en julio y después en septiembre del 2015. El chantaje que el Eurogrupo ejerció entonces sobre el pueblo griego consistía en activar la amenaza de una salida precipitada del euro y del desplome, de la mañana a la noche, del sistema bancario. El chantaje que se ejerce hoy día sobre el pueblo francés es quizá más violento aún ya que utiliza un arma de índole ética o moral: votad por las finanzas para obstaculizar al horror, al partido del odio al otro. Votad por los programas de austeridad que os impondremos, no tenéis elección.
Pero ¿no son las finanzas, también, un partido del odio? Del odio a los pobres, a los refugiados, a los obreros, a los desempleados, a los incultos? Tras el rostro y las palabras extrañamente lisas de Emmanuel Macron, no disimulemos y hagamos con que no vemos y no oímos las cifras atroces y lo real de los programas de austeridad (el del crecimiento de la mortalidad infantil y de los suicidios en los países del Sur), ni las condiciones sórdidas de los campos de refugiados organizados en Grecia bajo los auspicios de la Unión europea ni el silencio de quienes siguen muriendo en el Mediterráneo.
Lo propio de la gobernanza neoliberal es forzarnos a estampar nuestra firma en su programa de guerra social aunque sepamos que va dirigido contra nosotros, contra la sociedad, contra sus solidaridades más elementales. A darle nuestro consentimiento, bajo la amenaza de un áspero chantaje.
¿Qué “apoyo moral” y qué anuencia subjetiva se le puede aportar a un movimiento que encarna la destrucción cada día más acelerada, por toda Europa, de las clases populares, de toda una parte de las clases medias pero también, a escala mundial, de los recursos naturales y del planeta entero?
El antirracismo quinquenal [en Francia, los mandatos presidenciales y parlamentarios son de cinco años] de la clase dirigente francesa no es fundamentalmente sino el apoyo moral de un egoísmo y de un cinismo de clase: el barniz con el que los intelectuales y gran parte del electorado socialista intentan tapar su traición histórica.
Este antirracismo debe acabar, está acabado. Todos lo sabemos: por esa máscara suya tan agrietada, abotargada. Una caricatura que ni puede alardear ya, a diferencia del 2002 [la segunda vuelta entre Chirac / Le Pen padre], de su tradición republicana.
Fascismo, austeridad, silencio. La única salida, para la izquierda, consiste a partir de ahora en mantenerse a distancia de las conminaciones morales de absoluta hipocresía de aquellos (periodistas, intelectuales orgánicos del capital) cuyo único objetivo -al presionar para que se vote a favor de Macron- es el de verla abjurar (lo que Alexis Tsipras decidió realizar tras seis meses de gobierno y lo que Jean-Luc Mélenchon, por el momento, afortunadamente, se ha cuidado de hacer).
La única salida para la izquierda es sobre todo trabajar para una nueva alianza de clases, de grupos sociales, de fragmentos dispersos, de modos de trabajo, de modos de ser y de vida, de culturas (“nueva” en el sentido de que el trabajo ha experimentado transformaciones decisivas desde los años 70). Una alianza a favor de la redistribución y de la justicia social: contra una acumulación de riquezas que se ha vuelto pura monstruosidad, por el reparto de esas riquezas y por la circulación del saber a través de todo el campo social.
Somos miles, en este mismísimo momento, los que andamos debatiendo sobre las decisiones que tomaremos el 7 de mayo, debatiéndonos y desgarrándonos, pero tal vez conviniera primero decir lo obvio: que el gusano está en el fruto, que se han falseado los términos del debate. Que este debate es una trampa ya que se funda en un chantaje y en el apoyo objetivo aportado desde hace décadas por el establishment a las tesis de la extrema derecha, a costa de las reivindicaciones de justicia. (Favorezcamos la creación del monstruo, alimentémosle para declarar luego: “Votad por las finanzas o, si no, sacaremos al monstruo de la jaula”). Este debate viciado debemos y podemos denunciarlo, discutirlo en cuanto a sus términos, ahora mismo y radicalmente. La alternativa entre Macron y Le Pen es el síntoma más esplendoroso de la perversión profunda del sistema capitalista contemporáneo, en su forma neoliberal y (forzosamente) autoritaria. No debemos resignarnos a que ahora, por todo el continente europeo y más allá, la “gobernanza” sea sinónimo de “chantaje”. Ahora, hoy, debemos denunciar esta impostura y conectarla con sus causas.
Traducción: Louise Michel/  Publicado  en Ou la vie sauvage

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