lunes, 15 de mayo de 2017

PROMETEO: EL DESAFÍO DE ESQUILO





R. Bistué

El mito de Prometeo forma parte desde hace siglos, del imaginario de las mejores corrientes de la izquierda, objeto también de glosa de músicos, artistas y literatos (Esquilo, siglos después Shelley con Prometeo liberado…y desde inicios del pasado siglo XX, origen de múltiples dramatizaciones de distintos autorxs de todo el mundo de raíces culturales  griegas).
El mito es bien conocido en sus grandes rasgos: Prometeo –héroe, semidios o titán- encarna la defensa de una vida humana autónoma y autosuficiente frente al  poder tiránico del dios Zeus que domina y castiga (desató el diluvio universal y mantenía al ser humano en condiciones de animalidad y servidumbre). Prometeo, robando del Olimpo el fuego, se lo entregó a la humanidad y junto a ello transmitió los conocimientos –medicina, navegación, alfabeto…- que dotarían de racionalidad al animal humano.
Semejante desafío será castigado. Encadenado en la cima del Cáucaso, un buitre le devoraría las entrañas durante el día que, regeneradas durante la noche, determinarán  un suplicio  prolongado durante 30.000 años.
No es pues extraño que junto a Espartaco, Prometeo haya sido referencia simbólica en la larga marcha hacia la emancipación social.

El Prometeo encadenado de Esquilo es una obra maestra de la literatura clásica griega tan inmensa, en sus poco más de 30 páginas, que es un despilfarro pasar por la existencia sin conocerla. Tragedia de madurez y quizá de exilio; hilvanada entre seis personajes además del Titán, Esquilo expresa con Prometeo la grandiosidad del desafío al poder y la irreductible tozudez en defensa de “la idea”.
Prometeo vuela sobre las prudentes advertencias del Coro de las Oceánidas, y  asume su destino frente a la crueldad de la Fuerza y la ciega “obediencia-debida” del carcelero Hefestos… no menos que ante los discursos de Hermes, el ministro de los dioses (“ten por cierto que no trocaría yo mi desdicha por tu servil oficio; que juzgo mejor servir a esta roca que ser dócil mensajero de Zeus…”).
Semejante grandeza tocó incluso a nuestros conservadores del XIX como el historiador C. Cantú que definía a  Prometeo como “inmenso emblema del hombre…que sufre porque es grande, porque no sabe doblarse bajo la ley de Júpiter, es decir bajo el imperio de la fuerza insensata y que ama más a la raza humana que a sí propio”.
Esquilo, que enriqueció la acción dramática al dar papel esencial al diálogo mediante la ampliación a dos actores  (antes de él  solo era uno el que se contraponía al coro) se manifestó también en Prometeo encadenado como un forjador del “suspense” literario:
Prometeo: Fuerza será hablar. Escucha pues.
Coro: Todavía no…Sepamos primero por esta (Io) la historia de sus infortunios.

Esos “desvíos”, esas demoras de información que tensaban la curiosidad del público, los encontramos en abundante profusión en Prometeo y en  las siete tragedias de Esquilo que han llegado hasta nosotrxs.

(El orden bajo la tiranía es una vida sin alma/ Alfieri)


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