miércoles, 17 de mayo de 2017

ARTÍCULOS DEL ABISMO




Albert Walden

Parto de un párrafo extractado del libro “Homo Videns” de Giovanni Sartori, para hacer un pequeño análisis de las pleitesías sociales a las que necesariamente les vincula esa forma casi absoluta de racionalidad que es el poder de administrar la creación y difusión de la imagen que, a fin de cuentas, es lo mismo que intentar controlar tanto las formas de pensar como sus contenidos, reduciendo aquellas a la significación de estos (pienso que es importante subrayar que no necesariamente lo segundo debería siempre condicionar lo primero, ya que “la forma de pensar”, la amplitud de episteme sobrepasa a las certezas habidas que buscan el conocimiento en la aceptación del contenido).
Desde la clásica imagen de las 625 líneas en la que las generaciones predigitales nos empezamos a formar como sujetos cautivos de cierta paleovirtualidad, hasta  que se aviene uno con lo que los sentidos avalan en el mundo del trampantojo digital, el tributo que se suele pagar a la imagen demarcativa (ensalzamiento del modelo y su estética) como gabela de cada vida vuelve a ser la palabra, pero no la palabra como símbolo proclamático que corrobora el evidencionismo de la “realidad” o fórmula de retroalimentación convencionalista (esas indolencias sintagmáticas ante el regusto de los brillos mediáticos están perdidas de antemano, ya que la vía por antonomasia hacia la “realidad” - yo diría incluso que hacia la “verdad”-  es la imagen; tal como afirma – en su epítome intelectual – la reputada sentencia  popular: “Más vale una imagen que…y tal, y tal, y tal”), sino que lo que se ofrenda es el patrimonio individual de la palabra, su potencia creativa y su condición indispensable para la memoria personal del pensamiento; la palabra no es sólo sonido, del mismo modo que la pintura no son sólo imágenes. 

Es la palabra arriesgada, la palabra comprometida, la palabra larga de la conjetura ardua, la sospechosa palabra en lo desconocido, son todas las que exponen disyuntivas dialécticas o abaten los símbolos referenciales arquetípicos las que van extrañándose hasta llegar a la similitud con su opuesto o, sencillamente, acaban extintas por mor de la fascinante seducción del sensualismo glandular.
La exponencialidad del discurso audiovisual se filtra en todos ámbitos consuetudinarios e incluso en los inusuales y, por supuesto, tanto la ritualidad consensual de la más ortodoxa democracia como la censura hacia la posible acción política alternativa, son campos más o menos propicios para demostrar el poder de su influencia (conviene recordar que en los platós de las TV´s se construyen aún - a fecha de hoy -  las opiniones públicas y los líderes que las encarnan).
Así mismo, convengo en afirmar que este inductor letárgico ha hecho tanto por la obediencia debida y por la “unificación de criterios” como los hierros inquisitoriales hicieron.

La tendencia al acompasamiento en el sentimiento, propio de las sociedades que han conseguido masificar todas sus reacciones y todas sus opiniones, es una de las características que con tal refrendo, todos (¿casi todos?) entienden con la normalidad de lo que siempre tiene que ser así y resulta impensable que sea de otro modo (haced la prueba).
Ese tiempo común de la experiencia convivida se justifica por el hecho informativo que arrastra el poderío audiovisual; y con esto ya hemos llegado a un tema fundamental: la información, cuestión interesantísima pero que quedará para otro garbeo funanbulista sobre el abismo.
De momento voy a retornar la mención del principio del artículo para exponer el texto pendiente de Sartori que me ha servido de coartada para desarrollar lo escrito hasta ahora, dice el autor:
“Para los triunfalistas de los nuevos medios de comunicación el saber mediante conceptos es elitista, mientras que el saber por imágenes es democrático”, la verdad es que yo siempre he querido pensar que la reflexión se vale principalmente de conceptualizaciones de cara a la acción comunicativa, y que el paradigma metafórico está inspirado en el relato que aporta la imagen como saber ilustrado o gráfico, no me había parado a pensar en la posibilidad de alguna connotación clasista, tampoco entiendo si el poderío de la imagen es bueno porque es democrático, o que la imagen nos iguala a todos en tal tropel; y la perplejidad es aún mayor ante la posibilidad de que la erialidad que acecha pueda haber llegado a convertir en especial algo que ha sido lo habitual, “saber mediante conceptos”.

El desarrollo reflexivo de un cuerpo conceptual requiere tiempos de convivencia con la crítica, con el error, con el ejercicio mismo de la duda, así como una imbricación creativa de complejidad exponencial entre el análisis responsable de la razón e incluso de la lógica y la impronta subconsciente del pensamiento abstracto; en tanto que en el mundo objetivista de la imagen ese fondo subconsciente de conocimiento subyacente es desplazado por la incitación subliminal del mensaje audiovisual inmediato. Es una relación que también podemos rastrear entre los giros copernicanos que las ciencias físicas han hecho siempre sobre nuestros sentidos, antinomia de la usurpación que la representación hipnótica de la realidad virtual hace sobre los mismos. Resumiendo toda esta argumentación - que bien pudiera parecer algo abstrusa para un blog como “Afinidades” - entiendo que la dependencia del estímulo audiovisual hace a la relatividad de los sentidos rehén de la veleidad de las sensaciones.
No…, no quiero que la razón principal de estos textos sea otro juicio de valor peyorativo sobre un medio de difusión que acumula a la par dicterios y ovaciones de una manera tan recurrente que se han convertido en espectáculos complementarios para entretener a la peña; siendo la sublimación de su maniqueísmo – como decía - antirelativismo emocional y caprichito sensualista de lo dado e interiorizado.
Lo que quiero conocer es el fenómeno que a diario hace de la imbecilidad generalizada  -de la que a ratos participo - untuosidad que se acrecienta en alguna racionalidad acatada emanada bien del medio según exponían  Marshall McLuhan y Bruce Powers “El medio es el mensaje”, o de su producto más genuino como Nicolas Negroponte afirma “…la publicidad estará tan personalizada que será imposible de distinguir de las noticias, será noticia en sí misma”.
Y cabalgando sobre la paramnesia de la realidad o la astenia de la voluntad, el fulgor de los estetas proféticos de la IA (léase Inteligencia Artificial) arrean con brío hacia la fascinación tecnológica del bit informacional, desdeñando a la potencialidad de la humilde neurona y su relleno gangliar, propagando la “verdad” de verdad-de verdad; creando una vez más otro mundo “sine qua non” nada es posible.
El entusiasmo, la unanimidad, el clímax, la seducción, todos los convencimientos de las evidencias axiomáticas de moda y de la moda, se nimban ahora con la carga electrónica de la excitación libidinal de un asombroso hiperfuturo prometido; la ecúmene isomórfica de las redes logra algo aún más paradigmático que la pasividad del sujeto postrado ante el altar televisivo, logra romper la barrera  “hematoencefálica” del objeto y su imagen para crear un supuesto inetersubjetivismo entre funcional y cultual que se visa una vez más como libertad de expresión ( nunca se puede uno descuidar cuando la propaganda ofrece libertad, la experiencia demuestra el peligro intrínseco de tal vocablo entreverado), penetrando en una especie de “ciberdelia” (perdón por tan pedante neologismo deudor de mi  arrebato  psicodélico) por cuya brecha se cuelan, ahora sí, los guiones de los nuevos gurús de la virtualidad dejando a la viejas TV`s el monaguilleo encomiástico del eretismo o excitación  “ciberdélica”.
Rota pues la divisoria entre el tótem catódico y el objeto de su finalidad por las nuevas tecnologías (tener en cuenta que con el festival televisivo existe aún una interrupción, un intercalado que puede crear contrapuntos intratables para tal medio en los que el individuo actuando en el espacio de la acción social  tiene todavía mucho que decir; algo distinto del supremacismo adictivo del ciberespacio que, sin solución de continuidad, llega a controlar todos los lugares sociales y todos los tiempos reales; el gran sueño de cualquier absolutismo: ¡Un solo pensamiento universal en un solo universo!),  la conjunción y el alineamiento de la más clásica estructura de dependencia jerarquizada se presenta como consagración democrática, focalizando las variables decisorias personales en todo un despliegue terminológico de directrices que suponen también ideología de dominio-poder y, consecuentemente, de gregarismo proselitista (engagement, influencers, folowers, fandom, likes, etc.…). La comunicación, la emisión de la personalidad puede ser, de ese modo, tan obsesiva como se desea que sea la constante recepción de la ajena; cual frenesí logorreico cuasitelepático.
Pero con ser importante lo conseguido aún existe un sentido de instrumentalidad, de maquinismo en esas terminales de acceso a mundos diseñados por líderes o corporaciones multinacionales que según parece tenderá a diluirse, pues el objetivo es introducir los dispositivos en el mismo soma del sujeto, empezando porque la voluntad de este, en proceso actual de virtualización, lo exija en función de derechos inalienables; ejemplo de ello es el comienzo de la implantación ya de microchips en el organismo del sujeto, justificado por un intrínseco razonamiento sea terapéutico (biotech), productivo (localizadores), seguridad (fichas policiales) etc. O el proyecto “Neuralink” de Mr E. Musk, cuyo objetivo es ensamblar cerebro y computadoras en un alarde de desquiciante futurismo.

Ante tan abrumador vaticinio necesito recordar a autores como Ernst Jünger que venía a decir que el individuo tiene que poseer una clandestinidad, una emboscadura desde la que defender su autonomía, desde la que hostigar el adocenamiento y la transparencia de su previsibilidad, ese partisanismo tiene que guarecerse o mimetizarse en la hipocresía de la apariencia para aguantar el envite, pero para nada renunciar a la invectiva aporética, para nada renunciar al saboteo de la obediencia, para nada renunciar al golpe de mano contrasistémico; tal cómo aconsejaba un viejo desobediente antifranquista: “para sobrevivir en las tiranías; mirada larga, paso corto, cara de bobo y diente de lobo”.

1 comentario:

  1. ¿Quién no puede encontrar que en tales tesis exista un argumentario "ad hóminem" que oprobie la honra de todos los derechos emancipados de las ciudadanías que basan en el "entertaiment entertainers" su máxima libertad y razón.
    O reprochar que en la compulsión de las nuevas tecnologías se sature de fans el Mercado de la Boquería queriendo hacerse selfis con las lechugas y repollos allí expuestos, por implicar estas verduras juicios "ad verecundiam", en tal caso?

    "me dicen el Rhones"

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