jueves, 8 de diciembre de 2016

PÁGINA EN BLANCO . Eduardo Nabal


 Es de noche y estoy frente a la pantalla del ordenador.
Hay una página en blanco.
El formato escapa.
Las letras cambian de color
Se me han secado las lágrimas.
El dolor ha pasado.
Apenas hay luz en el ratón negro
No soy Jean Seberg perdiendo la inocencia ni Tennessee Williams  con el tapón de un tubo de seroquel en las amígdalas.
 Ni siquiera estoy seguro de poder volver a coger el pincel, para pintar una forma, masculina o femenina, de conservar mi pluma intacta.
 Parece que las tormentas han cesado, no obstante sigo aquí, asombrado de seguir vivo, exhausto por no haber sido engullido por los últimos huracanes o de no haber sido devastado por los primeros incendios. De ir  y volver de un mundo tan virtual como nada virtuoso, menos mal.
He sido un Tom Ripley engañado, cantando “My Funny Valentine” a un Dickie que no sabe nada de amores prohibidos.
 He soñado con ser Alice Walter, incendiando los bosques, cambiando el mundo de raíz, mirando el mango del hacha “es uno de los nuestros”
. Pero hay demasiados árboles de corteza áspera y  frutos podridos. Ya no habrá más falsos sueños, mas muertas, ni resucitados.

En pie frente a un acantilado por el que ya no quiero tirarme apareces tú, en vaqueros que te aprietan y sin camiseta.
Me cuentas ese secreto que nunca contarías a nadie. Y yo, que te había prometido no escandalizarme, vuelvo a mirar al abismo y veo una ola que se rompe, la espuma que se deshace  y te hace pedazos.

Lloro de nuevo, estás cerca, estoy lejos. Acaricio el final de tu espalda y nos miran mal dos viandantes, bienpensantes. Hacemos caso omiso y seguimos sentados en el banco, blanco. Tú me haces una pregunta comprometida, yo lamo la sal de tus pezones, blancos.

- ¿Has estado enamorado alguna vez?

Y yo te respondo.

Luego me besas.

Ya no hay olas. El acantilado ha desaparecido. Aun tengo miedo, el ratón se filtra entre nosotros y luego se zambulle como un pez.

No nos amamos pero nuestros cuerpos están desnudos en una playa salada que nunca pudimos recorrer entera, por que no tiene fin, como el principio de tu espalda. Ese accidente geográfico que es distinto cada día, cada hora, cada lapso.

El niño que fui no se ha ido.
Sigo rompiendo castillos en la arena, consultando monstruos, derribando diosecillos,  buscando respuestas, mirando bañadores desde la barrera, tomando pastillas para dormir, haciéndome cortes en las muñecas, ahora soy una muñeca, dos muñecos, una tobillera, piercing en tu glande…

El niño que tú fuiste también asoma, está vivo, pese a todo se sigue rebelando y
revelando cosas en las que nunca había pensado antes.

 Cosas muertas que ahora están vivas, cosas que nunca fueron nuestras. Desafiamos al espejo, el espejo no miente, te veo tan diferente…

Tu mirada denota que has bebido, contra prescripción facultativa.

- ¿Estas tomando medicación? Te pregunto

Y entonces lloras, pero luego ríes y me besas con tu lengua que aún sabe a cerveza sin alcohol. Ya no quieres contestar, es mejor estar juntos y callados.

No hay luz verde en mi Messenger. Todos están fuera de cobertura. Han descubierto mi secreto.

Sacas un libro que desconozco, y me muero de rabia porque hasta unos segundos yo era el más culto de los dos.

Me lees un fragmento. Ya no hay música. La polca cesó, ahora ni siquiera te acuerdas del House del miércoles.
Me dices “No sobre ruiseñores”, pero sigo oyendo aquellas voces infernales. Blanche salió del psiquiátrico y puso  una tienda de modas. Pero la cuesta de Enero le hizo volver al “Vieux Carré” en busca de una bollera que lo  entendiera  todo.

¿Puede alguien entenderlo todo?

No hay acantilado del que no se salga, recitas.

Y yo finjo creerte porque aún es de noche, pero por vez primera me doy cuenta de que es posible de que tú y yo también muramos algún día. Que esa playa tenga un fin, que suba la marea y nos arrastre sin retorno.

Ahora estamos aquí, inamovibles  y nuestros cuerpos desafían al abismo, chocan como las olas contra las paredes acolchadas del acantilado, se cuelan entre las oraciones subjuntivas de ese libro extraño que me desafía como un consolador.

Estamos aquí, estamos vivos. Ya no sabemos quienes somos y hay un segundo de calma.
                                                                                  
                                                                                                                                                               

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