jueves, 8 de diciembre de 2016

ENTREVISTA A DANIEL J. GARCIA. Eduardo Nabal


Daniel J. García es Doctor en Derecho por la Universidad de Granada y autor de “RARA AVIS. TEORIA QUEER IMPOLÍTICA” /Editorial Melusina.
Me gusta mucho una pegatina que una vez vi pegada en el maletero de un coche: “En mi mundo, el raro eres tú”.
Daniel J. García López (Almería, 1985). Licenciado y Doctor en Derecho por la Universidad de Almería. Fue profesor de esta Universidad durante 5 años hasta que, tras una denuncia de un caso de corrupción, fue “expulsado” de facto. Tras deambular un tiempo por varias instituciones y el paro, desde hace un año es Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Granada. Ha realizado estancias de investigación en universidades españolas, alemanas e italianas. Es autor de los libros “Organicismo silente. Rastros de una metáfora en la ciencia jurídica” (Ed. Comares, 2013), “Sobre el derecho de los hermafroditas” (Ed. Melusina, 2015) y “Rara avis. Una teoría queerimpolítica” (Ed. Melusina, 2016), co-editor de “Derecho, memoria histórica y dictaduras” (Ed. Comares, 2009) y “La luz más bella. Poesía joven almeriense” (Ed. en Huida, 2015) y traductor de “Biopolítica. Un mapa conceptual” (Ed. Melusina, 2016). Sus líneas de investigación son la historia de los conceptos/metáforas, el pensamiento impolítico y la gubernamentalidad biopolítica de corporalidades disidentes desde la teoría queer.
 -¿Cuándo escribías “Rara avis” pensabas en los y las lectores/as? Porque hay conceptos y afirmaciones muy polémicas aún hoy dentro de la comunidad que se hace llamar a sí misma LGTBI?
Daniel J. García: No sé muy bien si “Rara avis” es la segunda parte de mi anterior libro, “Sobre el derecho de los hermafroditas”, o, quizás, una suerte de srecuela. Sea uno u otro, lo cierto es que en “Sobre el derecho de los hermafroditas” realicé un diagnóstico terrible sobre las mutilaciones genitales que sufren las personas intersexuales en nuestros hospitales. Por eso sentía la necesidad de escribir desde ese diagnóstico pero dirigiéndome hacia un pensamiento en positivo: cómo podemos desactivar los dispositivos que llevan a la mutilación genital de bebés intersex o a la patologización de personas trans. Por tanto, si estos dos sujetos están siendo ubicados en la anormalidad, en la abyección, ¿por qué no reivindicar precisamente esa abyección, esa monstruosidad? Pero reivindicarla no para reafirmar la norma, sino, precisamente, para destruirla.
Por eso, es cierto, en el libro hay elementos que pueden ser polémicos para la comunidad LGTBI, pues en ocasiones se han reivindicado simples reformas sin acudir a la raíz de los problemas. Por ejemplo, en el capítulo en el que abordo una posible lectura queer del Derecho, analizo cómo la lucha por el incluir a todas las personas en la institución matrimonial, lucha legítima para hacer vidas vivibles, puede conllevar el reforzamiento de una institución, la marital (y piénsese en esta misma palabra: la vida matrimonial asociada al varón), fuertemente heterocapitalista.
Por eso no es posible un Derecho queer. Esto es, si queremos resistir debemos hacerlo con otras categorías o instituciones que no sean las de quienes te han estado oprimiendo. El léxico político-jurídico moderno no puede dar respuesta ante las personas trans o intersex (ni tampoco, por ejemplo, ante lxs refugiadxs): son insuficientes y por eso ya no es posible la legitimación por los Derechos Humanos si las personas mutiladas/esterilizadas/refugiadas quedan reducidas a meras vidas desnudas (lo que en Grecia llamaban zoè o simple hecho de vivir frente a la vida cualificada del bíos). Para explicar esto suelo utilizar un cuento breve de Kafka: “Las intenciones con las que aceptas en ti el mal no son las tuyas, sino las del mal. El animal arranca de las manos el látigo al amo y se fustiga él mismo para convertirse en amo, y no sabe que esto es solo una fantasía producida por un nuevo nudo en la correa del látigo”. En definitiva, ¿qué queremos: fustigarnos nosotrxs mismxs o eliminar el látigo y al amo?
 -Aunque en otra línea tu libro lleva en el subtítulo la palabra “impolítica” pero al contrario que otros ensayos recientes como los de Edelman o Bernini, tu ensayo, es, a su manera, una caja de herramientas para repensar muchos conceptos y universales desde los márgenes. ¿Estamos ante un libro impolítico o político desde otra localización o ubicación?
Daniel J. García: El concepto impolítico (que no es una antipolítica) que aparece en el libro se enmarca en aquella corriente que viene de autores de tradición italiana, desde Giorgio Agamben a Roberto Esposito, y que guarda, bajo mi punto de vista, umbrales de intersección con la teoría queer, de Judith Butler a Donna Haraway: frente al carácter normativo o representable de la política, ambas concepciones (lo queer y lo impolítico) convergen precisamente en la antinormatividad y la irrepresentabilidad, pues parten de la idea de la desobra, de la identidad como algo no cerrado ni obrado, sino como una singularidad cual sea que no reivindica identidad alguna, una suerte de forma-de-vida, esto es, una vida indisolublemente unida a su forma (en este caso, la forma de la mutilación). En esto, como digo, lo queer y lo impolítico parecen ir de la mano.
Lo que trato, en definitiva, es de construir un imaginario político fuera de las categorías políticas modernas, viciadas por los dispositivos biopolíticos. Por ejemplo, frente a la categoría “persona”, reivindicar la “corporalidad”; frente a los “derechos humanos”, los “deberes corporales”. Se trata, en fin, de inventar otros conceptos que escapen de las lógicas biopolíticas. Porque si seguimos hablando de derechos humanos sin tener presente que estos mismos son un tentáculo de los dispositivos biopolíticos, seguiremos reproduciendo el vicio originario de la política moderna: situar la nuda vida (la simple zoè que soporta la violencia) en el plano de la polis.
Por tanto, pienso que tanto lo queer como lo impolítico son conscientes de que el Derecho es y solo es violencia, que su contenido esencial es el uso de la fuerza (y esto también lo pensaba Kelsen, el mayor jurista del siglo XX). Partiendo de esto, ambas concepciones pretenden construir otras realidades que escapen a esta violencia. De ello se habla en el libro con varios ejemplos: el Quijote lo que pretendía era imaginar otra vida, concebir otro mundo; en las fiestas del Carnaval o de los Locos lo que se hacía también era imaginar otra realidad; lxs niñxs al jugar inventan mundos (por eso Nietzsche reivindicaba la Kinderland, la tierra de lxs niñxs, como desarraigo de toda patria, tierra de los padres)…
 -El sexo, los géneros, las deslocalizaciones. La politización de las sexualidades llega con el feminismo y el transfeminismo  pero a veces se ha criticado a las modernas teorías y corrientes  de quedarse en lo “meramente cultural”. Tú que te has movido en terreno de la práctica jurídica ¿Qué nos puedes contar al respecto?
Daniel J. García: Lo simbólico es sumamente importante. El derecho es un discurso como lo es también la performance. Solo que uno y otro actúan en espacios distintos y con violencias diferentes. En Rara avis planteo dos mecanismos de resistencia: uno desde dentro del sistema y otro desde fuera.
Desde dentro del sistema lo que tenemos que aprender es a tergiversar y retorcer el discurso jurídico, de tal modo que podamos operar con un uso alternativo del derecho (utilizo esta locución con toda la fuerza que tuvo en el marxismo jurídico de los años 60-70) que desmonte los pilares de los sistemas jurídico-políticos. Esto es, no solo conseguir reformas, sino trastocar, contactar, contagiar. Porque podemos dar razones para entender como crímenes contra la humanidad las mutilaciones genitales de bebés intersexuales, pero eso es solo una reforma, muy necesaria y que evitaría muchas vidas truncadas, pero solo un maquillaje del sistema. Por eso, como digo, en el libro planteo mecanismos de resistencia desde dentro del Derecho, pero que tratan de ir más allá de la simple reforma y atacar los dispositivos biopolíticos que encierran, incluso, los Derechos Humanos. Y en segundo lugar, plantear también una ofensiva desde fuera del sistema. Decía Bataille que el valor de lo inútil es precisamente su inutilidad porque el sistema siempre se apropia de todo lo útil: por eso, debemos buscar espacios inútiles para evitar que nos reapropien. De ahí que en Rara avis se han buscado ejemplos históricos de carcajadas inútiles como la fiesta de locos o el carnaval. Y a partir de ahí construir una subjetividad rarita similar a la de la infancia, donde un lápiz es una nave espacial. Pero esto no solo se queda en lo “estético”, sino que también puede incidir en los marcos jurídicos como ocurrió originariamente con el “usus pauper” de la comunidad franciscana que le hizo renunciar a la propiedad privada y, por tanto, al derecho.
-Yo veo aún que los viejos debates no se han cerrado en muchos círculos. ¿Para ser una “rara avis” hay que saber cambiar de hábitat o simplemente ocupar subjetividades negadas sobre todo en campos tan marcados como los del género, la corporalidad, la normalidad social?
Daniel J. García: Tenemos una asignatura pendiente: reivindicar el cuerpo. El Derecho, desde Roma, se basa en la dicotomía “personas-cosas”, olvidándose la dimensión corporal. Esta queda excluida. Incluso los Derechos Humanos han excluido la corporalidad. Es cierto que las prácticas, pensemos en el poder, han girado en torno al cuerpo, a su disciplina, a su control. Pero en el ámbito del conocimiento, y, en concreto, del conocimiento jurídico, se ha eliminado del modelo al cuerpo porque no es ni persona ni cosa, sino que ha oscilado entre una y otra, pero sin ser una ni otra. La pregunta que se realiza en Rara avis precisamente toma el cuerpo como lugar central: ¿es posible un derecho que ya no sea de ni sobre, sino entre? De ser posible, ¿seguiría siendo derecho?
Es central la pregunta por el cuerpo como la pregunta por la identidad. El Estado puede aceptar cualquier tipo de reivindicación identitaria (desde las múltiples reivindicaciones nacionales dentro de un Estado hasta la identidad terrorista), pero lo que no puede consentir es una singularidad que haga comunidad sin reivindicar identidad alguna. En este caso el Estado queda desconcertado porque necesita siempre identificar (para preparar el orden en el que insertar o reapropiar esa identidad). Por eso el mayor peligro para la forma-Estado es una comunidad sin identidad.
He aquí lo que podemos aprender de lo queer y lo impolítico (o eso que llamo queerimpoliticidad): un cuerpo que expone sus heridas y cicatrices. Y he aquí la idea de justicia que se maneja en Rara avis: la justicia como hospitalidad. Lo explico: cuando recibimos a alguien en nuestra casa lo podemos hacer de dos maneras. Bien nuestx amigx ha llamado unas horas antes para avisar de su llegada o bien ha aparecido sin más (o nos hemos encontrado por la calle y decidimos subir a casa). En el primer caso, normalmente prepararemos su llegada: un repaso a la casa, limpiar un poco, comprar algunas bebidas. De esta forma, cuando nuestrxs amigx llega a casa, hemos construido un orden que lo absorbe, que se apropia de nuestrx invitadx. Por el contrario, cuando aparece sin más no hay un orden preestablecido que pueda apropiarse de ese huésped, sino que su llegada trastoca nuestro orden. Este segundo caso es el que interesa para Rara avis: en la distancia que se produce entre ambas personas donde se ubica la justicia. Explico esto con tres ejemplos: la película/novela “Teorema”, de Pasolini, el teatro de Copi y algunos textos (“Así que pasen cinco años”, “Viaje a la luna”) de Federico García Lorca.

¿Te consideras tu mismo una rara avis o depende del hábitat en el que te encuentres? ¿Es la academia o la universidad - con respecto a estos estudios todavía emergentes-, depende cuando y donde, un espacio natural protegido o una selva peligrosa e inexplorada?
Daniel J. García: Aquí debo hacer una confesión que es del todo obvia: yo trabajo para el sistema. Aquel que me proporciona los medios de subsistencia es un Estado heterocapitalista como el español. Trabajo en la Universidad y, por tanto, asumo las reglas del sistema. Cosa distinta es entender que este sistema no es un sistema justo y, por tanto, tengo la necesidad (también una necesidad de subsistencia) de luchar por construir otro radicalmente distinto. Ello lo he hecho y lo hago desde la teoría y desde la práctica. Con lo que me he ganado bastantes broncas: desde mi “expulsión” (de facto) de la Universidad de Almería tras cinco años trabajando como profesor por denunciar un “caso de corrupción” hasta la minusvaloración por parte de los organismos académicos que entienden que los trabajos sobre el cuerpo, sobre lo LGTBI, sobre personas intersex no son trabajos que merezcan la pena. Si, quizás, hubiera sido conformista con el sistema, hubiera trabajado cualquier tema considerado “importante” por la academia o políticamente correcto, ahora quizás no tendría un mero contrato de profesor sustituto interino. Pero al vivir entre la teoría y la práctica, y, por tanto, entender que la una y la otra van indisolublemente unidas, he asumido los riesgos de mi trinchera.
No obstante, tengo la inmensa suerte de haber tenido un “maestro” que me ha dado total libertad (y responsabilidad) para trabajar en lo que yo estimara más adecuado, así como, desde hace un año, un Departamento (de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada) que me ha acogido y arropado con mucho cariño desde el principio (cosa que no ocurría en la Universidad de Almería). Ello me permite tener, este curso, alrededor de 350 alumnxs. Eso me da la capacidad de discutir de determinados temas con una población bastante numerosa. Algunxs, obviamente, se aburrirán, no les interesará o no sabré llegar a ellxs. Otrxs, en cambio, y esto es uno de mis mayores orgullos, me paran por la calle (incluso con alguna copa de más: con lo que me creo más sus palabras) para decirme que les he abierto los ojos. Pienso que no hay mayor satisfacción para un profesor. Porque en mis clases, al inicio del curso, siempre tengo el mismo objetivo: inventar herramientas, entre todxs, para tratar de resistir la violencia del sistema cuando salgan del aula (la primera herramienta que construimos es pactar el sistema de evaluación: son mis alumnxs lxs que deciden cómo quieren que les evalúe, porque, eso sí, al final tengo que rellenar un acta con notas).
¿Esto me convierte en una “Rara avis”? Me gusta mucho una pegatina que una vez vi pegada en el maletero de un coche: “En mi mundo, el raro eres tú”

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