viernes, 9 de diciembre de 2016

EL PACTO DE POLÍTICA ALIMENTARIA DE MILÁN B. Gascó Verdier*/ Marco Rizzardini**

UNA OPORTUNIDAD PARA LA TRANSICIÓN AGROALIMENTARIA DESDE LAS CIUDADES.
Decía en un reciente artículo el premio Nobel en Economía Paul Krugman que “si nos preocupan las consecuencias a largo plazo de las políticas actuales, el aumento de los gases de efecto invernadero es un problema mucho más grave que la acumulación de deuda a un interés bajo. Es raro que se hable de lo segundo pero no de lo primero”.
De hecho, emplazar en el centro de las políticas los límites bio físicos de nuestro planeta, el derecho al agua, el derecho a la alimentación y a la soberanía alimentaria significa centrar la atención sobre los seres humanos y no sobre los “mercados”.  Desde PODEMOS pensamos que esta es la tarea de una política entendida como defensa del Bien Común.
La alimentación, la comida son elementos que deberían recordarnos a diario que somos parte de la naturaleza y que nuestro metabolismo es el de los sistemas vivientes: animales, plantas, microorganismos, la tierra misma.

La agricultura representa el mayor uso humano de la superficie global de suelo terrestre (el 40% de la superficie terrestre está sometido a actividades agrícolas y zootécnicas) y constituye la actividad humana que provoca el mayor empleo de agua dulce (el 70% del uso de agua dulce a nivel mundial se destina a riego de campos cultivados e invernaderos).
La agricultura tal y como se ha ido imponiendo e industrializando representa así mismo la mayor causa de pérdida de biodiversidad y un componente muy significativo de las emisiones de gas de efecto invernadero: según el estudio publicado en marzo de 2016 por la organización internacional GRAIN,  “La agricultura comienza a recibir más y más atención en las negociaciones internacionales sobre el cambio climático. El consenso es que contribuye entre 10 y 15 % de la emisión global de gases con efecto de invernadero (GEI) producidos por los humanos. Esto hace de la agricultura industrial uno de los motores principales del cambio climático. Pero si miramos el panorama completo, y vemos el sistema alimentario industrial completo, vemos que el sistema agroalimentario industrial genera también GEI al deforestar para las plantaciones, al inundar con fertilizantes, al transportar alimentos por todo el mundo, en la refrigeración, al generar desperdicios. Juntar todos los pedazos nos permite entender la responsabilidad de este sistema en la emisión de GEI globales y nos pone al sistema alimentario corporativo en el centro del problema.” Así, afirma GRAIN “Entre 44 % y 57 % de todas las emisiones de gases con efecto de invernadero (GEI) provienen del sistema alimentario global


Ahora bien, también consideramos legitima la queja indignada  de los compañeros sindicalistas agrarios frente a la información dominante sobre cambio climático, que al hacer esta vinculación parecen responsabilizar a las y los productores agrícolas como primer factor, cuando realmente la producción de la comida es lo único irrenunciable e indispensable. Sin dejar claro que buena parte de esas emisiones es por el propio transporte global del actual modelo de agrobusiness, ni mencionar la responsabilidad de emisiones de otros sectores como el automovilístico o el propio modelo energético, apoyados en estilos de vida hiperconsumistas sin duda mucho más “inútiles” e insensatos.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente impulsó entre 2005 y 2007 una importante aportación analítica denominada International Assessment of Agricultural Knoweledge Science and Technology for Development o Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD por sus siglas en inglés).


Este estudio singular, en el que participaron decenas de científicos del mundo entero, subrayó, entre otras cuestiones,  que se hace indispensable abandonar cuanto antes la aproximación reduccionista convencional que separa la agricultura del medio ambiente y el medio ambiente de la satisfacción de las necesidades humanas. El informe evidencia cómo no existe un único punto de vista para la resolución del hambre y de la pobreza, que la reintegración de la ganadería y de la producción de cultivos podría mejorar drásticamente las economías rurales en los territorios más degradados y que los “cultivos huérfanos” y las semillas tradicionales poseen un potencial mucho mayor de lo que hasta hoy se podía considerar. Y estas son las innovaciones (o “retro innovaciones”…) que pueden contribuir a la nutrición de la humanidad y del planeta.
Y en este sentido, PODEMOS apuesta por una transición que sepa “defender lo que ha resistido y a la vez desarrollar lo nuevo”,  respondiendo a los desafíos sin dejar descolgados a los más débiles y menos responsables: pequeños agricultores, campesinos y ganaderos, explotaciones agrarias familiares y cooperativas.
En este sentido, la agricultura vuelve a configurarse como uno de los caminos necesarios para mitigar los efectos del cambio climático; para reducir patologías vinculadas a la (mala) alimentación y a sus costes anexos; y para ¡Cómo no! hacer nuestras ciudades más vivibles, creando puestos de trabajo en una economía local y globalmente estancada y sometida a las aberraciones de la financialización.
Las demandas y luchas de las comunidades y organizaciones campesinas a escala mundial están ahora acompañadas por las evidencias de los científicos. También han recibido apoyo por parte de los sucesivos Relatores Especiales de la ONU para el Derecho Alimentación, de entre quienes destacamos el papel altamente reivindicativo de Olivier De Schutter en la defensa de modelos de producción más sostenibles, basados en el modelo de agricultura campesina y en la agroecología. Más recientemente también han sido respaldadas por la encíclica “Laudato sí” del Papa Francisco, magistral síntesis de las problemáticas conexas a nuestra relación con los recursos del planeta y a sus consecuencias ambientales, sociales y culturales. Aunque seamos laicos, no nos queda más que reconocerlo.
La individuación de las tres paradojas (y contradicciones) del sistema alimentario dominante (competición entre usos diferentes de los mismos recursos; coexistencia de malnutrición y obesidad; despilfarro de comida) constituyó la base de una aproximación multidisciplinaria y de múltiples actores sociales e institucionales que ha llevado a la aprobación de un importante documento conocido como el Pacto de Milán, donde se acuerda el papel estratégico de las ciudades en las que reside hoy día más de la mitad de población mundial. Este protocolo de acción supone, probablemente, el único legado, o al menos el más válido y socialmente importante, de la Exposición Universal celebrada en  Milán en el año 2015 y dedicada a “Alimentar el planeta, Energía para la Vida”. 
En él se reconocen, entre otras, cuestiones como el papel de las mujeres, la lucha contra el despilfarro, la necesidad de parar la deforestación salvaje y la excesiva explotación de los recursos marinos, el respeto debido a las exigencias de las poblaciones locales, la soberanía alimentaria, la promoción de conductas virtuosas también en los consumos alimentarios, la promoción de la educación alimentaria y la puesta en valor de los conocimientos tradicionales.
El 16 de octubre de 2015, una vez rubricado por cientos de instituciones, gobiernos, asociaciones y ciudadan@s (en representación de más de 300 millones de personas), este Pacto de Política Alimentaria Urbana  fue entregado al Secretario General de las Naciones Unidas, para así dar prueba del compromiso de las ciudades en empoderarse como sujetos activos de la promoción de políticas públicas en pro del derecho a una comida saludable y segura para todos, el agua como Bien Común y la lucha contra los despilfarros.
Conscientes de que tanto el proceso de urbanización acelerado de las últimas décadas como la agroindustria han tenido y tienen un profundo impacto también sobre nuestro país – en el ámbito económico, social y ambiental – con énfasis en la necesidad de reconsiderar las relaciones entre ciudades, zonas periurbanas y zonas rurales por una parte así como de proponer alternativas a las formas de abastecimiento de los productos alimenticios, del agua y de otros bienes y servicios esenciales a las ciudades por la otra, algunos grandes municipios españoles se han sumado a ese Pacto y se han constituido en Red de Ciudades para la Gobernanza Alimentaria. Es decir: Barcelona, Bilbao, Valencia, Madrid, Málaga, Zaragoza, Córdoba y Pamplona asumen la llamada Gobernanza Alimentaria Local como nuevo ámbito político competencial.

Desde PODEMOS vemos de forma muy positiva este proceso que demuestra una vez más la importancia estratégica de los ayuntamientos como piezas clave para promover la participación y la coherencia entre políticas y programas alimentarios a nivel municipal y las políticas y los procesos autonómicos, nacionales e internacionales pertinentes. Los ayuntamientos del cambio serán sin duda el referente obligado de este cambio de paradigma que deberá permitir la construcción de un modelo de desarrollo territorial verdaderamente sostenible que reconstruya las relaciones y el diálogo campo – ciudad.


* Beatriz Gascó Verdier, diputada de PODEM  en las Cortes Valencianas y coordinadora del Área de Mundo Rural en esa Comunidad.
**Marco Rizzardini, coordinador de las Áreas de Mundo Rural y de Medio Ambiente del Consejo Ciudadano de PODEMOS en Castilla y León.

Ambos pertenecen al Consejo Estatal del Mundo Rural y Marino de PODEMOS.

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