miércoles, 19 de abril de 2017

1931-1936 LA ESPERANZA REPUBLICANA


 Charo Revilla, Mariano González, Acacio Puig

 En este abril de 2017, 86 años más tarde, invitamos a una reflexión colectiva sobre aquel inolvidable tramo de nuestra historia que se nos quedó bajo  tierra esperando germinar de nuevo, con más fuerza y mejores raíces en los valores de la igualdad y la libertad.
 (En mayo publicaremos la segunda parte de este artículo: 1936-1939, la República en Guerra).

Abril de 1931 supuso un giro de 180 grados en la situación política española. El día 14 se proclamó la República, celebrada con inmenso entusiasmo popular en las principales ciudades del país. Se iniciaba un esperanzador aunque tortuoso camino que sería interrumpido por el golpe militar-fascista de julio de 1936. Tras los últimos tres años de Guerra, República y Revolución (1936-1939) las expectativas de liberación y progreso fueron derrotadas, durante lo que constituiría también la primera etapa de la Segunda Guerra Mundial.

Durante la década de los 20, la España del trabajo sufría las consecuencias del atraso, la codicia y la incompetencia de una burguesía agraria e industrial históricamente depredadora, dependiente de la iglesia y la corte y que no rentabilizó productivamente sus opíparos negocios durante la Gran Guerra.
La oligarquía terrateniente, parasitada al latifundismo, sobreexplotaba al proletariado agrícola, los aparceros y los minifundios campesinos que no garantizaban la sobrevivencia. Las escasas excepciones correspondían a zonas como la estrecha franja galaico, cántabra y vasca (más fértiles y que permitían a los pequeños propietarios una agricultura y ganadería de holgada subsistencia) y la franja catalana-levantina. Las Castillas, acostumbradas a la gran propiedad cerealista protegida por los aranceles, encarecían los productos básicos (harina, pan…) incluso a un proletariado rural mal pagado históricamente y la Andalucía de los latifundios seguía mal administrada por los herederos de los antiguos “señores de la guerra” beneficiándose de un régimen de casi servidumbre.

La industria pesada –siderurgia, naval, ferrocarriles…- la minería, eran en gran medida  propiedad del capital extranjero que tendía a colocar a la burguesía nativa en cómodos y rentables consorcios-consejos de administración o presidiendo subcontratas. Aún así, solo la metalurgia vasca tenía trazas de industria moderna. La industria ligera (textiles y actividades comerciales diversas) tenía por epicentro Cataluña. Las cargas fiscales eran mínimas y además no se cumplían. La burguesía financiera (un buen ejemplo, Juan March) reaccionaria y agazapada en la especulación y la “industria bancaria” permanecía al acecho frente a cualquier cambio progresista.
El poder eclesiástico, gran terrateniente, controlaba los aparatos educativos e importantes medios de comunicación. Su red paraestatal constituía un numeroso ejército con poder en ciudades y pueblos.
La pérdida del decrépito imperio colonial seguía suponiendo una sangría permanente para los miembros de las clases populares. La contestación social a las levas conducidas al matadero (antes Cuba, Filipinas… aún Marruecos) y la lucha contra las pésimas condiciones de trabajo, solo encontró la respuesta represiva de los gobiernos de la monarquía que  optó por avalar el golpe militar de Primo de Rivera.
Desde inicios de esa década, la Italia de Mussolini apareció como el modelo a imitar por la España de los ricos-parásitos y sectores de clases medias conservadoras y paulatinamente empobrecidas, de modo que se hicieron visibles, junto al recorte de libertades y el refuerzo policial en ciudades y campo (guardia civil)  los  somatenes para-militares -suplemento para el control del orden público- y los “fascios del exterior” (organizaciones político-militares locales, de obediencia mussoliniana) junto a la proliferación de  acuerdos económicos, ideológicos y de mutuo apoyo e información con el régimen fascista italiano.
El paro alcanzaba cotas impresionantes y la emigración (sobre todo “a las Américas”) no resultaba ya suficiente para enmascarar sus catastróficos efectos.

El nacimiento de la República en Abril del 31 se producía sobre esos pésimos cimientos estructurales que demandaban un cambio y suponían al tiempo un pesado lastre. Los resultados electorales en las ciudades decisivas tuvieron el valor de un plebiscito que rechazaba la monarquía al barrer electoralmente sus partidos. Lapidario, P. Broué diría que “la monarquía española se hundió sin gloria”. En consecuencia, la familia real se exilió discretamente (aunque no precisamente en patera).
En tanto que trabajadores y campesinos celebraron la recuperación de las libertades y se dispusieron a usarlas, se constituyó el primer gobierno provisional: una coalición de republicanos de derecha (Maura, Zamora) y socialistas (Prieto, Largo y de los Ríos). Azaña (presidente de Acción Republicana que pasó a ser Izquierda Republicana en 1934) se ocuparía de la racionalización del estado y la reforma del ejército. Dicho sea de paso, la reforma del ejército diseñada por Azaña no prosperó: necesitaba más tiempo y sobre todo, más decida voluntad política. Los jefes reaccionarios africanistas y peninsulares siguieron fundamentalmente en sus puestos, e incluso lograron ascensos que en 1936 revelarían su peligrosidad.

El primer bienio republicano puede caracterizarse como “progresista” porque  se delimitaron las libertades constitucionales y también se esbozó la esperada Reforma Agraria.
La Constitución republicana asentó derechos democráticos esenciales y la constancia de la diputada por el Partido Republicano Radical, Clara Campoamor, logró el derecho de voto de la mujer (El voto femenino y yo, mi pecado mortal/ Clara Campoamor)
De hecho, se puede afirmar que la República dio a las mujeres la oportunidad, hasta el momento inimaginable, de una presencia en la vida social y política. No sólo se concedió el sufragio a las mujeres, gracias a la implantación de esta nueva legislación  se eliminaron los privilegios reconocidos hasta ese momento exclusivamente a los hombres, se reguló el acceso de las mujeres a cargos públicos, se reconocieron derechos a la mujer en la familia y en el matrimonio, como el matrimonio civil, el derecho de las mujeres a tener la patria potestad de los hijos, se suprimió el delito de adulterio aplicado sólo a la mujer y se permitió legalmente el divorcio por mutuo acuerdo (ley del divorcio de 1932). Asimismo, se obligó al Estado a regular el trabajo femenino y a proteger la maternidad, con ello, se prohibieron las cláusulas de despido por contraer matrimonio o por maternidad, se estableció el Seguro Obligatorio de Maternidad y se aprobó la equiparación salarial para ambos sexos. El régimen republicano estaba poniendo a España en el terreno legal a la altura de los países más evolucionados en lo referente a la igualdad entre los hombres y las mujeres. (Sobre todo ello se extiende aquí nuestra compañera Puerto García en su artículo Mujeres empoderadas: el caldo de cultivo republicano)
Además, junto a los principios de derecho al trabajo, se estableció la enseñanza primaria pública y gratuita y se sentaron las bases materiales de la reforma educativa construyendo escuelas, creando plazas de magisterio e implantando la enseñanza mixta.
La declaración de laicidad del estado y la anulación de prerrogativas y exenciones fiscales a las confesiones religiosas fue muy contestada por la Iglesia que simultáneamente escamoteó obligaciones tributarias por medio de trasvases de sus propiedades  a testaferros.

Las grandes propiedades  rurales estaban en manos de latifundistas (17.349 terratenientes acaparaban el 42% de tierras cultivables). En cuanto a los propietarios medios, controlaban el 32%). De modo que en los márgenes quedaban dos millones de campesinos sin tierras, millón y medio de minúsculas explotaciones ruinosas que no garantizaban la sobrevivencia y varios cientos de miles de aparceros permanentemente amenazados de desahucio.
Si la Reforma Agraria se anunció como la estrella del cambio republicano, hay que reseñar que la tardanza gubernamental en sentar las moderadas bases de las expropiaciones mediante indemnización y los paños calientes frente a las  propiedades de los “Grandes de España”, laminaron su alcance. Cuando en 1933 se calculaba asentar una media de 40.000 campesinos por año se puede concluir que la completa redistribución de tierras requería un plazo de no menos de 50 años (es decir, no habría concluido hasta 1983…). En definitiva, el proyecto republicano institucional del primer bienio garantizaba las libertades políticas, bocetaba alguna de las sociales pero era un proyecto  democrático demasiado lento –en todos los ámbitos- que no preveía la convulsa situación (nacional e internacional) de aquellos bélicos años 30 y optaba por el disimulo y la autocomplacencia. Por su propia estructura partidaria de orientación moderada, estaba incapacitado para ampliar la base social de apoyo…porque temía ser desbordada por ella.

1933. Ascenso de la movilización social, desgaste de la confianza en el parlamento y gobierno de la derecha
La segunda fase republicana conocida como Bienio Negro, frenó cualquier medida distributiva. (De ahí el interés del artículo El día que Extremadura se levantó que publicamos en este número sobre las Ocupaciones de Tierras -por las bravas- en Extremadura durante marzo de 1936).
Lo que sí parece evidente es que la no conclusión de una alianza en los hechos con lxs trabajadorxs del campo (forzando el reparto de la tierra) privó a la República de una importantísima base social, muy necesaria para la victoria.
En cuanto a los Estatutos de Autonomía, limitados por el gobierno a concepciones regionalistas, fueron desiguales y tardíos. Nada que ver con garantizar el derecho al ejercicio de autodeterminación incluyendo la opción por la libre separación (una excepcionalidad radical-democrática, solo defendida por el POUM). Solo en Catalunya se  pugnó pronto por transgredir los límites del corsé estatutario legal.

Los años de Bienio Negro supusieron la parálisis cuando no regresión de las iniciativas republicanas de izquierda.
Las elecciones de noviembre de 1933 -con alta abstención- dieron la victoria a las derechas monárquicas, a la CEDA de Gil Robles (filo-mussoliniano) y a Renovación Española de Calvo Sotelo (“yo soy fascista”).
Precedidas por Huelgas generales en Barcelona, Sevilla…Motines campesinos en Castilblanco, Arnedo…Huelgas insurreccionales en Alto LLobregat, Tarrasa…junto a la matanza en Casas Viejas (recomendable el excelente artículo Un crimen político: la tragedia de Casas Viejas, del fallecido libertario- CNT, Eduardo de Guzmán. ed. VOSA 2007) dibujaban un panorama de ascenso antifascista en que la sensibilidad obrera frente a la extensión del nazismo en Europa se expresaría ante el nuevo gobierno presidido por Gil Robles en un crescendo sintomático (en Asturias en febrero de 1934 –solidaridad minera con las jornadas austríacas de resistencia armada a la anexión nazi) y sobre todo en octubre de ese año 1934, durante  las jornadas conocidas como La Comuna Asturiana coordinadas por una amplia Alianza Obrera que tomó la iniciativa insurreccional pero quedó aislada del resto del país (recomendable la lectura de los artículos de Miguel Romero y otros en Viento Sur 105 / plural-Nuestra Comuna)
La República reprimió sangrientamente la insurrección de la Comuna Asturiana (operaciones militares dirigidas por Franco entre otros futuros golpistas) al tiempo que amnistiaría al general  Sanjurjo y los militares golpistas de 1932 y “pacificaba” los ánimos de los militares africanistas repartiendo  entre ellos ascensos y prebendas. Sin embargo, premiar al enemigo africanista, solo sirvió para reforzar su envalentonamiento reaccionario.

La situación general de ascenso del nazismo en Alemania y consolidación del fascismo en Italia, sus búsquedas de “espacio vital” mediante anexiones armadas contempladas con pusilánime indiferencia por las democracias occidentales,  el desarrollo de los grupos armados de las organizaciones fascistas hispanas, (J.O.NS de Ledesma y Onésimo Redondo y FALANGE ESPAÑOLA, de Primo de Rivera y Ruiz de Alda) junto a las experiencias, desilusiones y derrotas habidas desde 1932, contribuyeron a crear las condiciones de una aproximación  frentista de la izquierda.

El 16 de febrero de 1936 el Frente Popular ganó las elecciones. Algo que la derechona española ni aceptó ni acepta en 2017 (la última falsificación, la perpetrada en Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Ed. Espasa, libelo de más de 600 páginas remendadas por M. Álvarez y R. Villa. Interesante la crítica de S. Juliá al “estudio” Fraude y violencia… en Babelia del pasado 1 de abril).
Pocos meses después, las fuerzas de la reacción dirigidas por la mitad del ejército y apoyadas por la formidable intervención bélica (soldados y máquinas de guerra) de la Alemania nazi y la Italia fascista, iniciarían la guerra abierta contra la Segunda República hasta su destrucción y derrota.


(Será en ese apartado (1936-1939) en el que nos ocuparemos de las organizaciones políticas y sindicales de izquierda, factor que hemos sacrificado en este para mejor mantener nuestro hilo conductor).  

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