jueves, 16 de junio de 2016

La crisis generacional y la necesidad de vivir




Ilustración por Acacio Puig

Por Víctor Atobas

El drama de la juventud se masca en lo que todos vemos; niños deprimidos y aislados en su habitación, viviendo en la virtualidad de la pantalla, como mónadas aisladas de todo contacto real. Quizás, nosotros mismos hayamos sentido la frustración de quien se piensa sin futuro, porque no puede independizarse, ni trabajar o soportar la autoridad del sistema educativo; entonces irrumpen las ganas de desvanecerse y permanecer en la cama, sin fuerzas si quiera para levantarse y afrontar otro día de paralizante y malsana rutina.

Día a día la ruptura generacional se nos muestra en la desidia de los y las jóvenes que conocemos. El miedo consume la maravillosa época de la juventud para convertirla mediante el predominio de la confusión; marañas y frustraciones que un adulto ya puede medir en su término justo. Un adulto se dice que, después de todo, la vida nos ha decepcionado a todos y que más vale aprovechar lo entretenido y provechoso de la travesía. Pero quizás un joven no cuente con la seguridad de la experiencia y no haya aprendido tanto de los fracasos, y las ganas de aprovechar las oportunidades se le hayan escapado porque las mismas oportunidades cambiaron. De forma que las expectativas se tornaron, para muchos jóvenes, en un oscuro tapiz que no irradiaba ninguna luz.

La juventud sentimos la necesidad del calor y del bullicio de la vida. En nuestras vidas experimentamos la desesperanza de lo que Lacan llamó “personalidades no consumadas”, puesto que no podemos crear las condiciones reales que posibiliten la libertad donde realizarnos a nosotros mismos, abriéndonos a los demás y viviendo, equivocándonos y aceptando que el dolor es parte de la vida. Para esto necesitaríamos librarnos del miedo, cometiendo errores, sí, desapegando la sobreprotección, las presiones y los chantajes emocionales de unos progenitores que no tienen la culpa de nada porque, nosotros que hemos leído a Althusser, entendemos que sus discursos, ideas y prácticas autoritarias son las expresiones de la situación en que ellos han sido sujetados, asidos, maniatados por la educación y el miedo, y ya no son individuos sino sujetos de la autoridad.

Althusser nos ayudó, a la juventud, digo, en cierta manera también lo hizo Marcuse; al tiempo que el primero nos enseñaba que los sentimientos son las formas de la autoridad familiar y conyugal, y que por tanto por qué habríamos de sentirnos culpables por actuar en libertad, si somos lo suficientemente íntegros como para no querer nada malo para el resto,  claro, y el segundo nos enseñó que la utopía es posible, poniendo el énfasis en que el inconsciente es también político; el modelo de familia y la represión sexual, colocaron a Marcuse en el centro del debate estudiantil porque hablaba de problemas que resultaban más acusados durante la juventud, puesto que los adultos ya habían resuelto problemas parecidos o alineado la conducta.

El malestar se produce cuando, frente a las expectativas creadas, chocamos con la dura y miserable realidad de la privación y la precariedad; el no poder acceder a la ciudad, porque sólo se puede con dinero. Después de la frustración, llega la agresividad, que en la mayoría de los casos no se transforma en movilización política, en un programa de necesidades rupturista que ponga el centro en la injusticia social, la represión sexual y política, la opresión del patriarcado y la situación insostenible del medio ambiente, pero que debe ir más allá de la renta básica universal y plantearse un cambio en el modo de entender el trabajo y la política.

La política debe impregnar la vida cotidiana, pero nos encontramos aislados. Los espacios públicos han sido privatizados y el miedo predomina en las relaciones sociales. Todos decimos que no nos importa lo que piensan los demás, sabiendo que no es verdad. Somos significados por el otro; cuando alguien nos llama ni-ni, por un momento sentimos la sanción del lenguaje, que a veces se nota en el reflejo involuntario del rostro pero que dentro experimentamos como si, durante unos instantes, nosotros mismos hubiéramos sido ese ni-ni que tan mal visto está.

No queremos sentirnos mal por actuar en libertad, bajo las condiciones autoritarias de nuestras vidas. Pero para escapar de ellas, mejor sería no recurrir a las salidas fáciles; como las distintas adicciones, por ejemplo. Tratemos de construir nuestra identidad nosotras mismas sin que nadie venga a significarnos, a decir lo que somos o dejamos de ser. Claro que para eso, antes habríamos de tener cosas en común, deshacernos de estos anclajes que nos sujetan a la desesperación, y conocernos. Una vez que tengamos eso, sólo habremos de tirar abajo todo lo antiguo, todo aquello que impida que alumbremos las finalidades de la libertad.






















1 comentario:

  1. A pesar de lo que te leo, entiendo que “la juventud” no constituye una categoría tan específica y homogénea como expones. Desde luego no socialmente, porque constituyendo un segmento de edad entre infancia y edad adulta, la juventud está inmersa en una sociedad de clases, progresivamente polarizada entre trabajo y capital (aunque los estratos ideológicos sigan siendo un factor diversificador del conjunto…como en el resto de población).
    Su supuesta homogeneidad (existencial, política, cultural…) es muy relativa. Marcada por singularidades derivadas del estatus propio de su ámbito familiar y también por la cultura familiar (su origen de clase) la juventud carece de inserción propia en las estructuras. Cierto que sabe que el modelo vigente hoy le depara precariado y una larga marcha por ubicarse en el mercado de trabajo (la vida difícil, sometida, la autolimitación de la libertad). El estudiante no es aún trabajador asalariado, ni trabajador por cuenta propia... parece que se mantiene en el limbo de la no adscripción a clase alguna. De modo que la juventud comparte una situación de “disponibilidad” a la contestación y el rechazo.

    El “tono vital” de la juventud también es diverso: deriva de caracterologías que se encuentran en proceso de construcción. No existe homogeneidad “de tono”. Nada está plenamente determinado. La construcción de la individualidad es “desigual y combinada”.
    Y sin embargo, el hastío del modelo american way of life, junto a su peligrosidad mortal para la juventud incorporada obligatoriamente al ejército (guerra de EEUU contra Vietnam) radicalizó franjas decisivas de la juventud estadounidense; así como en España, la miseria existencial y la represión que impregnaba todo (junto al desgaste del régimen y el estímulo del ascenso internacional de luchas) radicalizó a nuestra “juventud” favoreciendo la incorporación de franjas significativas a la contestación al franquismo tardío. Eso creó estereotipos como “la rebeldía juvenil” que no carecían de base real. Aunque el sistema es tan poderoso que “recupera” a la mayoría (“se les pasa con la edad”)

    A mi entender, no me parece generalizable la depresión como caracteristica del amplio segmento joven. La depre, la melancolía, la acedía… son reales pero no una seña de identidad colectiva de la juventud. Hubo gentes que desde muy antaño la “ennoblecieron”: Ficino, que la consideraba compañía del “genio poético”, Goethe, Verlaine y otros temperamentos “saturnianos”… y claro, el movimiento romántico (ese otro “viejo topo”)… todos ellos expresan tendencias que encontramos en sectores de “la juventud”, pero no en toda “la juventud”. Habría que decir tambien que la cura médica de esas disidencias busca simplemente su integración a golpe de psicofármacos.

    Lo que sí compartimos (jóvenes y viejos, mujeres y hombres…) es una existencia alienada –sobre eso hay mucho escrito- a causa un sistema que extirpa tanto el derecho a la felicidad proclamado por la declaración de derechos durante la vieja Revolución Francesa, quizá el mismo derecho que tu escrito expresa como la voluntad de vivir. Aspiración subversiva y necesaria frente a un sistema de explotación y dominio que compensa –al menos a unos pocos- con espejitos y cuentas de colores. Dicho sea de paso y aunque bien se que mis condiciones de existencia determinaron, en los 60, mi conciencia, para mi generación, lo más cierto fue encarar la existencia alienada… mediante la subversión organizada.

    ResponderEliminar